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14º Domingo del Tiempo Ordinario

Del Evangelio de Marcos 6, 1-6

– ¿No es este el hijo del carpintero?

En aquel tiempo fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:

– ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él.

Jesús les decía:

– No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.

No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.

 LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO EN CLAVE TERESIANA

 “¿Quién nos despertará a amar a este Señor?” (2 Moradas 11).

La multitud que lo oía se preguntaba asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?

¿A quién no le nacen por dentro las preguntas? Forman parte de la oración. ¿Quién es Jesús? ¿Qué misterio se esconde en su interioridad? ¿De dónde le nace tanta ternura? ¿Quién soy yo? ¿Cuál es el sentido de la vida? El Espíritu, que ora en nuestra debilidad, nos encamina hacia Jesús, nos invita a mirarle, nos pone en sintonía con Él, nos hace decir: Jesús es Señor. “Es muy buen amigo Cristo… Habiendo costumbre, es muy fácil hallarle cabe sí” (Vida 22,10). 

¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?

Jesús es fascinante. Miramos su creatividad y su ternura, su compasión y su bondad, su valentía en las palabras y en los hechos, su amor inagotable, y quedamos asombrados. Pero ¿qué nos pasa que no terminamos de entregarle el corazón? “¡Oh Señor mío, que de todos los bienes que nos hicisteis, nos aprovechamos mal! Vuestra Majestad buscando modos y maneras e invenciones para mostrar el amor que nos tenéis; nosotros, como mal experimentados en amaros a Vos, tenémoslo en tan poco, que de mal ejercitados en esto vanse los pensamientos adonde están siempre… ¿Qué más era menester para encendernos en amor suyo?” (Conceptos 1,4).

Y desconfiaban de él.

¿Podemos llegar a la desconfianza y cerrar la puerta a Jesús? “Jesucristo es un abismo de luz. Hay que cerrar los ojos para no caer en él”, decía Kafka. Menos mal que también hay testigos de luz, que abren los ojos, y nos invitan a abrirlos, para mirar la Hermosura que excede a todas las hermosuras. Ellos nos dicen que podemos volver a confiar, que Jesús paga la búsqueda con el encuentro. “Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir” (Vida 19,15).

No pudo hacer allí ningún milagro.

Con Jesús es posible dejar sitio a los milagros. Con Jesús es posible creer en los paisajes que todavía no existen. Es posible el futuro si aceptamos tratar de amistad con el Amigo verdadero, que descolocaba a los poderosos cuando se fijaba en una pobre viuda, que arriesgaba su vida para que los tenidos por buenos no lapidaran a la adúltera. “Creed de Dios mucho más y más” (5M 1,8)

Y se extrañó de su falta de fe.

A Jesús no se le entiende desde fuera. No se experimenta su reino si solo se ve su mar desde la orilla. Hay que zambullirse para verlo como hombre lleno del Espiritu, para aceptar que Dios está con Él. Hay que confiar en Él y creer: Tú eres el Ungido de Dios, el Hijo predilecto, el Señor. María, la mujer que supo transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, nos lo muestra agradecida. “¡Oh, verdadero Hombre y Dios, Esposo mío!… No nos cansemos de alabar a tan gran Rey y Señor” (Fundaciones 31,47).

Equipo CIPE

NO DESPRECIAR AL PROFETA

El relato no deja de ser sorprendente. Jesús fue rechazado precisamente en su propio pueblo, entre aquellos que creían conocerlo mejor que nadie. Llega a Nazaret, acompañado de sus discípulos, y nadie sale a su encuentro, como sucede a veces en otros lugares. Tampoco lo presentan a los enfermos de la aldea para que los cure.

Su presencia solo despierta en ellos asombro. No saben quién le ha podido enseñar un mensaje tan lleno de sabiduría. Tampoco se explican de dónde proviene la fuerza curadora de sus manos. Lo único que saben es que Jesús es un trabajador nacido en una familia de su aldea. Todo lo demás«les resulta escandaloso».

Jesús se siente «despreciado»: los suyos no le aceptan como portador del mensaje y de la salvación de Dios. Se han hecho una idea de su vecino Jesús y se resisten a abrirse al misterio que se encierra en su persona. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente, conocen todos: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».

Al mismo tiempo, Jesús «se extraña de su falta de fe».Es la primera vez que experimenta un rechazo colectivo, no de los dirigentes religiosos, sino de todo su pueblo. No se esperaba esto de los suyos. Su incredulidad llega incluso a bloquear su capacidad de curar: «no pudo hacer allí ningún milagro, solo curó a algunos enfermos».

Marcos no narra este episodio para satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino para advertir a las comunidades cristianas que Jesús puede ser rechazado precisamente por quienes creen conocerlo mejor: los que se encierran en sus ideas preconcebidas sin abrirse ni a la novedad de su mensaje ni al misterio de su persona.

¿Cómo estamos acogiendo a Jesús los que nos creemos «suyos»?

En medio de un mundo que se ha hecho adulto, ¿no es nuestra fe demasiado infantil y superficial?

¿No vivimos demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje?

¿No es extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora?

¿No tenemos el riesgo de apagar su Espíritu y despreciar su Profecía?

Esta era la preocupación de Pablo de Tarso: «No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de Profecía. Revisadlo todo y quedaos solo con lo bueno» (1 Tes 5,19-21).¿No necesitamos algo de esto los cristianos de nuestros días?

José Antonio Pagola

EL MIEDO A CAMBIAR ARRUINA CUALQUIER «BUENA NOTICIA»

Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel como Pablo como Jesús se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena que Dios espera de ellos. Somos humanos, tal vez ‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad, que podemos alcanzar, es algo increíblemente grandiosos y más que suficiente para dar sentido a una vida.

Con este texto concluye Mc una parte de su obra. Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis de los dirigentes, no vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes oficiales de la religión. Sigue enseñando, pero al pueblo oprimido, que quiere liberarse. Jesús ve que no hay nada que hacer con la institución, y en adelante se va a dedicar al pueblo marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, pero relatos paralelos se pueden encontrar en Jn y en otros lugares de los mismos sinópticos.

Mc no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su «pueblo». Es un toque de alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían corrido, jugado y trabajado con él, sabían perfectamente quién era. Lo encuadraban en una familia, (requisito indispensable en aquella época para ser alguien). Hasta ese momento no habían descubierto nada fuera de lo normal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario. ¿De dónde saca todo eso?

Jesús vuelve a su pueblo (el texto griego y la Vulgata dicen «patria»). Ni nombra al pueblo ni hace referencia al lugar geográfico. Se refiere más bien al ambiente social en que desarrolló su vida. Llega con sus discípulos, es decir, convertido en un rabino que tiene sus seguidores fijos. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado, e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto del sábado. Es Jesús el que, por su cuenta y riesgo, se pone a enseñarles sin que se lo pidan. Mc ya había advertido de la relación de Jesús con sus parientes. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. Quedan impresionados, como ya sucediera en la sinagoga de Cafarnaúm.

El texto griego no dice: «desconfiaban de él», sino, «se escandalizaban» (exkandalizonto), que indica una postura mucho más radical. No se dignan pronunciar su nombre, se refieren a él despectivamente con el pronombre «ese». Le dicen que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mt corrige el texto de Mc y dice: «hijo del carpintero». Pero Lc va más lejos y dice: «el hijo de José». Estos evangelistas, que copian de Mc, seguramente intentan quitarle al texto toda posible interpretación peyorativa. Para Mc, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones, como era su obligación…

Fijémonos bien. Ese conocimiento, yo diría excesivo, de Jesús, es lo que les impide creer en él. Conocen muy bien a Jesús, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar muy atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera de la asamblea podía hacer la lectura y comentarla. Si no aceptan la enseñanza de Jesús, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas. La religión judía estaba demasiado segura de sí misma como para admitir novedades. Ya se encargaban los jefes religiosos de adoctrinar al pueblo para que no admitiera nada distinto a lo que ellos enseñaban.

Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Precisamente por eso, la sabiduría que manifiesta tiene que venir de Dios (profeta) o del diablo (magia). Al hacer Jesús alusión al rechazo del «profeta», está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la primera característica de un profeta. Al no aceptarle, están rechazando a Dios mismo. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por los sometidos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús fue realmente muy fuerte.

Nos queda por aclarar un apunte muy interesante en el relato. Su desconfianza impide que Jesús pueda hacer allí milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: «tu fe te ha curado»; y a Jairo: «basta que tengas fe». La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un milagro. ¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que tiene la omnipotencia de Dios y que puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el «hacer» como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad disponible en cualquier momento, ha falseado el verdadero rostro de Jesús.

El relato de hoy nos está hablando de la humanidad plena de Jesús. Nos está confirmando que es uno de tantos, sin privilegios de ninguna clase. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta envidado de Dios. También para nosotros sigue siendo difícil descubrir a Dios en aquel, que simplemente se muestra como muy humano. También hoy rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: «no nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?» Acostumbrados a oír siempre lo mismo, si alguien se le ocurre decir algo distinto, aunque esté más de acuerdo con el evangelio, saltamos como hienas.

Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los que lo niegan. Como no responde a las expectativas, no existe. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos podemos hacer sobre él. Siempre que nos encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo.

Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos lo descubriremos siempre diferente y desconcertante. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que ya nos es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada, será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas.

El profeta no es el que adivina el porvenir, sino el que habla de un Dios desconcertante e imprevisible que puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección total a la que no podemos llegar nunca. El auténtico profeta será siempre un inconformista, un indignado. Lo más «antiprofético» y antievangélico será siempre la persona o la institución instalada.

A pesar del rechazo de «muchos» queda siempre la esperanza de que «pocos» sigan abiertos a la enseñanza y a la acción de Jesús. El gran espejismo en que hemos caído en el pasado, fue pensar que «todos» tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta nuestra historia reciente, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por «decreto». La opción por el evangelio seguirá siendo cuestión de minorías.

Fray Marcos

Documentación:  Liturgia de la Palabra

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