Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo

En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho «yo soy el pan bajado del cielo», y decían:
– ¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
Jesús tomó la palabra y les dijo:
– No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios».
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí.
No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ese ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO EN CLAVE TERESIANA
“El verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado” (Fundaciones 5,17).
Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado. Metidos en el ajetreo de la vida, entretenidos en cosas que no unifican ni dan paz al corazón, con un deseo de plenitud escondido en los adentros, así nos sentimos en no pocos momentos. ¿Cómo encontrar el camino hacia las fuentes? ¿Quién nos dará la mano? El Padre de Jesús y nuestro viene a nuestro encuentro. Orar es oír su llamada en la interioridad. La atracción hacia Jesús es regalo de la bondad del Padre. Nuestro granito de arena, tantas veces llevado por el viento de acá para allá, se siente hoy empujado hacia Jesús. Después de tanta búsqueda, ¡qué gozo hacernos perdidizos de todo y ser alcanzados por su amor! ”Todo ha de venir de su mano. Sea bendito por siempre jamás” (Fundaciones 5,17).
Y yo le resucitaré el último día. La presencia de Jesús dentro de nosotros no es una presencia pasiva, sino transformante. Jesús propicia caminos nuevos en los desiertos, hace manar fuentes en la estepa, es creador de la mañana. Jesús se muestra dador de vida, resucitador. Rompe la muerte para que la vida tenga la última y definitiva palabra. No es una ley la que dirige nuestra vida, es el amor de Jesús el que guía nuestros pasos. “¡Oh Jesús mío!, ¡quién pudiera dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros mil mundos y sin cuento mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma, según con la majestad que os representáis, que no es nada para ser Vos señor de ello” (Vida 28,8).
El que cree, tiene vida eterna. Acallando toda desconfianza que surge en nuestro interior, abrimos los dinteles de nuestra puerta para que entre la vida y todo lo inunde por completo. Nos quedamos con la eternidad entre las manos. Nuestra vida queda vestida de fiesta. Creer en Jesús es ver cómo se crea en nosotros lo infinito. “Acá no hay sentir, sino gozar. Se goza un bien, adonde junto se encierran todos los bienes” (Vida 18,1).
Yo soy el pan de vida. Jesús: siempre relacionado con la Vida de nuestra vida. Jesús: alegría, ternura, belleza, pan de vida. Jesús: verdad honda, canto de libertad. Jesús: historia más real que todos nuestros fracasos. Su Yo nos sale al encuentro para que no gastemos la vida alimentando un estúpido culto a nuestro yo. En su eucaristía ya no cabe la muerte; en ese vivo pan podemos gustar sus amores y quedar envueltos en la gratuidad más absoluta. “Se me representó Cristo, y parecíame que me partía del pan y me lo iba a poner en la boca” (Relaciones 26,2).
El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Nada se ha hecho sin una gran pasión. La carne entregada de Jesús se convierte en fuente de vida para el mundo. Alimentados de Él, podemos remar mar adentro, entrar sin miedo en la espesura del amor y del servicio. Es hora de caminar, de no matar la primavera con las dudas. María es la eucaristía en la que Jesús nos da la vida. “Hele aquí sin pena, lleno de gloria, esforzando a los unos, animando a los otros, compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros” (Vida 22,6).
Equipo CIPE

ATRACCIÓN POR JESÚS
El evangelista Juan repite una y otra vez expresiones e imágenes de gran fuerza para recordar a todos que han de acercarse a Jesús para descubrir en él una fuente de vida nueva. Un principio vital que no es comparable con nada que hayan podido conocer con anterioridad.
Jesús es «pan bajado del cielo». No ha de ser confundido con cualquier fuente de vida. En Jesucristo podemos alimentarnos de una fuerza, una luz, una esperanza, un aliento vital… que vienen del misterio mismo de Dios, el Creador de la vida. Jesús es «el pan de la vida».
Por eso, precisamente, no es posible encontrarse con él de cualquier manera. Hemos de ir a lo más hondo de nosotros mismos, abrirnos a Dios y «escuchar lo que nos dice el Padre». Nadie puede sentir verdadera atracción por Jesús, «si no lo atrae el Padre que lo ha enviado».
Lo más atractivo de Jesús es su capacidad de dar vida. El que cree en Jesucristo y sabe entrar en contacto con él, conoce una vida diferente, de calidad nueva, una vida que, de alguna manera, pertenece ya al mundo de Dios. Juan se atreve a decir que «el que coma de este pan, vivirá para siempre».
Si, en nuestras comunidades cristianas, no nos alimentamos del contacto con Jesús, seguiremos ignorando lo más esencial y decisivo del cristianismo. Por eso, nada hay pastoralmente más urgente que cuidar bien nuestra relación con Jesús el Cristo.
Si, en la Iglesia, no nos sentimos atraídos por ese Dios encarnado en un hombre tan humano, cercano y cordial, nadie nos sacará del estado de mediocridad en que vivimos sumidos de ordinario. Nadie nos estimulará para ir más lejos que lo establecido por nuestras instituciones. Nadie nos alentará para ir más adelante que lo que nos marcan nuestras tradiciones.
Si Jesús no nos alimenta con su Espíritu de creatividad, seguiremos atrapados en el pasado, viviendo nuestra religión desde formas, concepciones y sensibilidades nacidas y desarrolladas en otras épocas y para otros tiempos que no son los nuestros. Pero, entonces, Jesús no podrá contar con nuestra cooperación para engendrar y alimentar la fe en el corazón de los hombres y mujeres de hoy.
José Antonio Pagola
EN LA «CARNE» DE JESÚS DEBEMOS DESCUBRIR LO DIVINO
Seguimos en el c. 6 del evangelio de Jn. Aumenta la tensión entre los judíos y Jesús. A medida que Jesús va profundizando en la enseñanza y ellos creen entender lo que quiere decir, se hace más insoportable que los judíos estén de acuerdo. El mensaje sigue siendo el mismo, pero va apareciendo la enorme diferencia que existe entre lo que ellos han aprendido de los rabinos y lo que Jesús les quiere trasmitir. Recordemos que el balance final no puede ser más desolador; de los cinco mil quedaron doce, y uno es Judas.
Lo criticaban porque había dicho: yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.Bajar del cielo es una de las claves para comprender a Jesús en este evangelio.Siguen las alusiones al AT. “Criticaban” es el mismo verbo que los LXX utilizan para hablar de las murmuraciones en el desierto. Los israelitas murmuraron contra Moisés en el desierto por no darles de comer como comían en Egipto. Jesús les recuerda que, el pueblo estuvo en contra de él en los momentos difíciles. Aquellos no confiaron en Moisés y estos no confían en él.
¿No es este el hijo de José?En los sinópticos, hacen el mismo comentario los vecinos de su pueblo. Uno de los mayores obstáculos para acercarse al verdadero Jesús, es conocerlo demasiado. Para la mentalidad de la época, que no superaba la idea de un dios antropomórfico, su lógica es aplastante. Si es hijo de José y de María, no puede ser hijo de Dios. Hoy podemos comprender el ridículo que supone contraponer la paternidad de Dios y la de José, son realidades de naturaleza distinta. Los cristianos hemos caído en la trampa pero desde el lado contrario: Jesús no puede ser hijo de José, porque es hijo de Dios…
Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae.Los cauces de conocimiento humano no pueden llevar al conocimiento de Jesús, Las verdaderas pautas de conocimiento las da Dios. La última realidad no se puede expresar con palabras, por eso encontramos en los evangelios tantas aparentes contradicciones. El mismo Jesús dice en otro lugar: “Nadie va al Padre si no es por mí”. Para llegar a la Verdad, tenemos que ir más allá de las dos afirmaciones. Hoy podemos entender mejor este mensaje pues sabemos que un ser vivo tiene que proceder de otro ser vivo. En la Vida trascendente pasa lo mismo. Solo la Vida divina puede producir Vida definitiva. Por desgracia nuestro dios es un ídolo que no puede llevarnos a la Vida.
Y yo lo resucitaré el último día. Debemos tener mucho cuidado con esta frase. Lo que normalmente hemos entendido por resurrección, no sirve para descubrir el sentido. Es una manera de decir que está tratando de una Vida, a la que no afecta la muerte. “Hemos pasado de la muerte a la vida, lo sabemos porque amamos a los hermanos”. La Vida definitiva tiene que tener un alimento también trascendente. Ese alimento tiene el mismo origen que tiene esa Vida: Dios. “El último día” esa Vida permanecerá idéntica a hoy.
Serán todos discípulos de Dios. También Jesús es discípulo, el mejor, por eso puede ser a la vez maestro. Ir a Jesús, ir al Padre, es conocerlos, no por vía racional, sino por vía vivencial. La fe es actitud vital y no asentimiento a verdades teóricas. “Esta es la salvación, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. Solo la persona que ha tenido experiencia de Dios, puede comprender lo que otra diga de Él. Ellos estaban incapacitados para comprender a un Dios que está al servicio del hombre. Para ellos Dios es el Soberano, el Señor. La única relación que cabe con Él, es servilismo de toma y daca.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron.Una nueva referencia al maná para dejar bien clara la diferencia. El maná alimenta el cuerpo que tiene que morir. Jesús, como pan de Vida, alimenta el espíritu con una Vida a la que no afecta la muerte. Esa es la diferencia. La expresión «pan de Vida» no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia; eso indica la originalidad de la doctrina de Juan. La VIDA, con mayúsculas, es el tema fundamental de todo el evangelio de Juan. Se trata de la misma Vida de Dios. Más adelante nos dirá: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”.No se trata de vida material ni algo parecido pero espiritual. Se trata de LA VIDA que es el mismo Dios comunicándose en cada uno de nosotros para hacernos vivir.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que come de este pan vivirá para siempre. Jesús es el alimento de la verdadera Vida. Este es el mensaje de Juan. Dios lo es todo para Jesús, y lo tiene que seguir siendo para todo cristiano. Jesús no puede suplantar en ningún momento a Dios. Jesús no se pone nunca como centro de su mensaje. En este capítulo, más de quince veces se hace referencia a Dios, para dejar claro que el verdadero protagonista es Él, no Jesús. Es verdad que, con el tiempo, los cristianos terminaron predicando a Cristo, pero era solo una manera de comunicar su mensaje. Ya en las primeras comunidades se pasó del Jesús que predica, al Cristo predicado. En el evangelio de Jn se ha dado ya claramente este paso. Si no lo entendemos bien podemos tergiversar el evangelio.
El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. No pueden comprender que su Dios se pueda manifestar en la carne. Recordemos que “carne” para los judíos, era el mismo ser humano pero en su aspecto más bajo; lo que le hacía limitado y contingente; aquello por lo que le venían todos sus “males”: dolor, enfermedad, muerte… Es tal vez la afirmación más rotunda sobre la encarnación en todo el NT. Para ellos, Dios era lo contrario de cualquier limitación. Para ellos un Dios-carne, un Dios ‘limitado’ es inaceptable. Jesús quiere hacerles ver que el Espíritu se manifiesta siempre en la carne. No puede haber don del Espíritu donde no hay carne. El significado de esta afirmación hay que completarlo con lo que dirá un poco más adelante: “El espíritu es el que da Vida, la carne no vale para nada”.
La grandeza de la carne consiste en que está informada y trasformada por el Espíritu, sin dejar de ser carne. Desde ahora, solo se puede encontrar a Dios en la realidad concreta y en el Hombre. Esa transformación es la que está manifestando el evangelio de Juan desde el principio. Pensemos en el diálogo con Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo”. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. La carne es neutral; puede ser la base de lo más bajo y de lo más sublime; depende de cada uno. Nuestro gran error consiste en seguir pensando que, para acercarse a Dios, hay que alejarse de la carne
Lo que no aguantaron aquellos judíos, seguimos sin aceptarlo nosotros. Un Dios involucrado en la carne, sigue siendo inaceptable. Por eso hemos descarnado la persona misma de Jesús. La carne sigue siendo para nosotros perversa. La Escritura dice que el Verbo se hizo carne, pero nosotros nos empeñamos en decir que la carne (Jesús) se hizo Dios. El Dios identificado con la carne (con toda carne) no interesa a los dirigentes, porque hace imposible la manipulación de los intermediarios. Pero es inaceptable también para los cristianos de “a pie”, porque nos impide la relación intimista que no pasa por el encuentro con los demás.
Hemos convertido la misma eucaristía en cosa sagrada en sí, olvidándonos de que es, sobre todo, sacramento (signo) del amor y de la entrega a los otros. El fin de la eucaristía no es tanto el consagrar un trozo de pan y un poco de vino, cuanto hacer sagrado(consagrar)a todo ser humano, identificándolo con Dios mismo y haciéndole objeto de nuestro servicio y adoración. Cada vez que nos arrodillamos ante Dios, estamos creando un ídolo. Dios no es objetivable. Cuando me arrodillo estoy poniendo a Dios de rodillas ante mi falso yo, que intento potenciar. Nos empeñamos en que, en la eucaristía, el pan se convierte en Jesús, pero la enseñanza del evangelio es lo contrario: Jesús se convierte en pan. Al celebrar la eucaristía, no tengo que convertirme yo en Jesús, sino convertirme yo en pan, como él, para que todos me coman. ¡Piénsalo bien antes de escandalizarte!
Fray Marcos
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