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25º Domingo del Tiempo Ordinario

Del Evangelio de Marcos 9, 30-37

– El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres

En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía:

– El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.

Pero no entendían aquello; y les daba miedo preguntarle.

Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó:

– ¿De qué discutíais por el camino?

Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

– Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:

– El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

SER EN AUTENTICIDAD Y COHERENCIA

Tal vez el evangelio de este domingo nos confirma la necesidad de recordar que los evangelios no son narraciones en tiempo real, sino una elaboración muy posterior a los hechos; una composición muy cuidada para expresar un mensaje que despierte algo nuevo en el lector(a) u oyente. Así es el libro de Marcos, todo un manual para aprender el camino del seguimiento a Jesús. Y este texto es uno de los que nos muestran todo un aprendizaje de dos posiciones esenciales que centran a toda persona que desea avanzar por esta ruta: coherencia y autenticidad. Veamos cada una de ellas.

Comienza el texto expresando la itinerancia de este grupo; una itinerancia que hace referencia a esta metáfora tan genial que representa nuestros procesos creyentes: el camino. Galilea es más que una región de paso, es el punto de partida de todo este viaje hasta Jerusalén de Jesús con sus seguidores(as), escenario del discipulado. Y, en la ciudad de Cafarnaúm, referencia de la misión de Jesús, se da uno de los momentos fuertes de este camino.

La primera posición, coherencia, se puede percibir en el comienzo de este texto. Jesús se identifica con el hijo del Hombre, es decir, el plenamente humano, pero plenamente arraigado en lo divino. En este doble movimiento se apoya su discurso. Es consciente de que su final no va a ser feliz desde el plano humano, será entregado, le matarán. No se trata de una visión apocalíptica o que proceda de una bola de cristal que predice su futuro, no parece ser así. Jesús sabe que su final es consecuencia de sus opciones, de su manera de vivir, de haber desestabilizado las columnas religiosas de Israel, de haber denunciado aquellos aspectos religiosos que iban mermando la dignidad humana; la denuncia de la imagen de un Dios encerrado en unos principios basados en el poder de un patriarcado que generaba injusticias, exclusión e insolidaridad.

Lo que muestra a sus seguidores(as) y que no comprenden, es la coherencia, una coherencia que ha de estar liberada de miedo y henchida de libertad.  Un miedo que ha de ser superado porque ese trágico final no tiene la última palabra. Jesús introduce en su discurso la resurrección porque se sabe enraizado en un Dios vivo, el Dios presente y en movimiento permanente. Añade así esa dimensión de trascendencia que, en definitiva, se convierte en fuente y foco de la fuerza de este camino.

En el diálogo posterior de los discípulos con Jesus, percibimos una segunda posición ante el seguimiento a Jesús: autenticidad. Casi siempre eran los apóstoles los que preguntaban a Jesús en privado para intentar comprender su mensaje. En este caso, es Jesús quien pregunta de qué estaban discutiendo. Está claro que hay algo que no va bien, que hay tensión entre ellos y desenfocados de lo que Jesús pretendía revelar. Parece que es un poco ridículo por parte de los apóstoles esta discusión. Sin embargo, esta aspiración a ser grandes, ocupar los primeros puestos, era un tema muy propio de la mentalidad religiosa de aquel tiempo.  La medida de la dignidad, el puesto que a cada uno le debía corresponder, era muy importante para ellos; siempre basado en preceptos minuciosos y, a veces, deshumanizantes.

Jesús rompe con esta manera de situarse frente a la vida y frente a lo religioso. Invierte claramente lo que era valioso para su mentalidad y rompe con una tradición que pocos llegaron a comprender. Quien quiera el primer puesto, es decir, quien quiera la máxima visibilidad, poder, triunfalismo, dominación, póngase en el último lugar para vivir en clave de servicio. ¡¡ Cuidado!! no se trata de una denigración personal, a veces así entendido, de dejarse someter y dominar para que otros se aprovechen de esta bondad débil. Así no; se trata de superar las categorías que nuestra mente egoíca busca: clasificar, catalogar, contar, subordinar… Es más bien una manera de vivir en autenticidad donde el servicio no es una obligación moral sino una aspiración humana para vivir en comunión con otros (as).

Es avanzar en conexión con la vida divina de donde nace nuestra existencia. En este espacio no somos primeros, ni últimos, somos únicos e interconectados a un origen común que nos iguala. De ahí el ejemplo del niño con el que Jesús ilustra su enseñanza. No se trata de ser infantiles, ingenuos, dependientes, obedientes, sumisos…es ser auténticos (as), naturales, viviendo el presente, desde una conciencia que moviliza a superar límites, conectar con lo eterno, confiados a la vida; así son los niños.

Todo un desafío personal y eclesial el mensaje de este texto de Marcos. 

¿Te atreves? 

Rosario Ramos

IMPORTANTES

Ciertamente, nuestros criterios no coinciden con los de Jesús. ¿A quién de nosotros se le ocurre hoy pensar que los hombres y mujeres más importantes son aquellos que viven al servicio de los demás?

Para nosotros, importante es el hombre de prestigio, seguro de sí mismo, que ha alcanzado el éxito en algún campo de la vida, que ha logrado sobresalir sobre los demás y ser aplaudido por las gentes. Esas personas cuyo rostro podemos ver constantemente en la televisión: líderes políticos, «premios Nobel», cantantes de moda, deportistas excepcionales… ¿Quién puede ser más importante que ellos?

Según el criterio de Jesús, sencillamente esos miles y miles de hombres y mujeres anónimos, de rostro desconocido, a quienes nadie hará homenaje alguno, pero que se desviven en el servicio desinteresado a los demás. Personas que no viven para su éxito personal. Gentes que no piensan solo en satisfacer egoístamente sus deseos, sino que se preocupan de la felicidad de otros.

Según Jesús, hay una grandeza en la vida de estas personas que no aciertan a ser felices sin la felicidad de los demás. Su vida es un misterio de entrega y desinterés. Saben poner su vida a disposición de otros. Actúan movidos por su bondad. La solidaridad anima su trabajo, su quehacer diario, sus relaciones, su convivencia.

No viven solo para trabajar ni para disfrutar. Su vida no se reduce a cumplir sus obligaciones profesionales o ejecutar diligentemente sus tareas. Su vida encierra algo más. Viven de manera creativa. Cada persona que encuentran en su camino, cada dolor que perciben a su alrededor, cada problema que surge junto a ellos es una llamada que les invita a actuar, servir y ayudar.

Pueden parecer los «últimos», pero su vida es verdaderamente grande. Todos sabemos que una vida de amor y servicio desinteresado merece la pena, aunque no nos atrevamos a vivirla. Quizá tengamos que orar humildemente como hacía Teilhard de Chardin: «Señor, responderé a tu inspiración profunda que me ordena existir, teniendo cuidado de no ahogar ni desviar ni desperdiciar mi fuerza de amar y hacer el bien».

José Antonio Pagola

Publicado en www.gruposdejesus.com

TENER, APARENTAR, PODER: LA TRIPLE TENTACIÓN HUMANA

Jesús vivió atento a las tres pulsiones básicas del ser humano y las denunció con firmeza. Tanto es así que el llamado “relato de las tentaciones” –un texto que parece sintetizar lo que fue su lucha interior a lo largo de su existencia–, lo muestra enfrentando la tentación de la riqueza, del poder y de la imagen (Mt 4,1-11).

Los relatos evangélicos nos han trasladado la fuerza de la denuncia, en textos como estos, con respecto a la riqueza: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24); “Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios” (Mt 19,24).

Por lo que se refiere a la imagen, los textos más significativos son aquellos que se refieren a la autoridad religiosa: “Todo lo hacen para que los vea la gente: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto; les gusta el primer puesto en los convites y los primeros asientos en las sinagogas; que los saluden por la calle y los llamen maestros” (Mt 23,5-7). “¿Cómo vais a creer vosotros, si lo que os preocupa es recibir honores los unos de los otros, y no os interesáis por el verdadero honor que viene del Dios único” (Jn 6,44); “Para ellos –escribe el cuarto evangelio– contaba más la buena reputación ante la gente que ante Dios” (Jn 12,43)?

En cuanto al poder, Jesús es bien consciente de que constituye la mayor trampa, por lo que no solo previene contra ella de manera tajante, sino que ofrece una alternativa, el camino que él mismo había tomado: “Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida” (Mc 10,42-45).

El yo ansía el poder –como el tener y el aparentar– porque cree encontrar ahí una sensación de seguridad, a la vez que le permiten creer que está vivo. Es el modo que tiene de ocultar su propio vacío. Pero adonde eso conduce es a “perder la vida”, porque se ha desconectado de la verdadera identidad. La comprensión descansa en el ser y se manifiesta en el servicio.

Como dijera el psiquiatra Carl Jung, uno de los padres de la psicología moderna, “donde el amor rige, no hay voluntad de poder; donde la voluntad de poder rige, no hay amor”.

¿Qué fuerza tienen en mí cada una de esas tres pulsiones?

Enrique Martínez Lozano

(Boletín semanal)

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