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26º Domingo del Tiempo Ordinario

Del Evangelio de Marcos 9, 38-48

El que os dé a beber un vaso de agua,…

En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:

– Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.

Jesús respondió:

– No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.

El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.

Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo.

Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado con los dos ojos al abismo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

UNIVERSALIDAD DEL EVANGELIO

“Prefiero contemplar la naturaleza, y esta contemplación permite acercarse a lo sagrado antes que dominarla” (Frédéric Lenoir) 

Jesús respondió: No se lo impidáis. Aquel que haga un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí 

La Biblia de nuestro pueblo hace esta consideración: “La universalidad del Evangelio no se refiere sólo a los destinatarios, sino también a los agentes. Los discípulos de Jesús deberíamos incluso propiciar alianzas o proyectos comunes con quienes, siendo de otras religiones o con quienes no profesan ninguna, dedican su vida al servicio de la Humanidad. Hacer el bien es un evangelio universal”. Un bien y una competencia de todos los cristianos.

Tanto la figura de Jesús como su doctrina tienen mucho que ver con el carácter universal del Evangelio, en el sentido de que su misión es para todos los seres humanos sin distinción. En su primera carta a Timoteo dice que Dios quiere “que todos los hombres se salven” (1 Ti 2, 4). Y que también desea “que el universo, lo celeste y lo terrestre, alcancen su unidad en el Mesías”. El visionario de Patmos escuchó el canto de los veinticuatro Ancianos que con sus cítaras y copas de oro llenas de perfume cantaban un Cántico nuevo al Cordero: “con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación”. Universalidades vinculadas ambas a la esencia del Evangelio. No hacerlo es renunciar al compromiso de servicio de la Humanidad entera.

El primer principio es la formulación cristológica del Sermón de la Montaña. Jesús encarna la espiritualidad común a todas las religiones. Toda religión entiende la vida santa como libertad frente a las necesidades. En esto, un discípulo de Cristo es también “discípulo » de Buda, y viceversa. Como ésta es una espiritualidad universal, se sigue que cualquier rama del cristianismo que no se la apropie deja de ser una vía de salvación o religión universal y, a fortiori, la religión de Cristo.

En su obra El poder de la alegría, Frédéric Lenoir escribe esta consideración: “El amor no se limita a la relación con el prójimo. El vínculo de comunión no se limita a las relaciones interpersonales. Los griegos se referían a la idea de “aceptar el mundo” de manera armoniosa. No ir a destiempo. Inscribirse en el círculo de la vida. Participar en la sinfonía, sin ser el instrumento disonante. Aceptar el mundo es entrar en consonancia con los que nos son próximos, con la ciudad, con la naturaleza, con el cosmos. Es negarse a destruir y saquear el planeta, el mantener unas relaciones respetuosas con todos los seres sensibles”

Un cristianismo que haya renunciado a la predicación y la práctica de las bienaventuranzas como ideal utópico no será un cristianismo profético y estará fuera de lugar. Ésta es la crisis de significado o la falta de orientación de las que hoy nos lamentamos la mayoría de nosotros. En realidad, el italiano Francisco de Asís (1182-1226), santo, diácono y fundador de la Orden Franciscana, el Maestro Eckhart Hochheim (1260-1328), dominico alemán, teólogo y místico, Thomas Merton (1915-1968), monje trapense, poeta y místico y Bede Griffithts (1906-1993), monje y místico benedictino que vivió en el sur de la India, etc. etc. etc, son extraños hoy para la mayoría de los cristianos. Y, sin embargo, todos ellos fueron auténticos cristianos universales, capaces de proclamar la Buena Nueva para toda persona en el mundo que tiene sed del Agua de la Vida. Jesús no tiene inconveniente en hablar con la mujer samaritana, pecadora y no judía, y compartir con ella su agua viva.

“Prefiero contemplar la naturaleza, y esta contemplación permite acercarse a lo sagrado antes que dominarla”, dice Frédéric Lenoir, dándonos a entender que lo trascendental es estar más allá de las propias creencias y doctrinas. Y Jesús replica a los discípulos, que negaban la potestad taumatúrgica a un exorcista anónimo que no era de los suyos diciéndoles: “No se lo impidáis. Aquel que haga un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. (Mc 9, 39).

“Quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás” (Jn 4, 14)

TRAVELLING

Vino sonoro y silencioso al mundo
guiado por la brújula del Viento,
con alpargatas líricas de esparto,
con estruendosas voces y silencios.

 Sembraba música de flor y amores
en el paisaje de los Evangelios. 

 (EVANGÉLICO CUARTETO. Ediciones Feadulta)

 Vicente Martínez

DE AMIGOS Y ENEMIGOS

Jesús enseñaba a menudo a base de frases breves, que se pueden memorizar fácilmente; por ejemplo, «El Hijo del Hombre no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores». Los evangelistas reunieron más tarde esas frases, agrupándolas por el contenido o por alguna palabra clave que se repetía. En el evangelio de hoy podemos distinguir las siguientes:

1. «Quien no está contra nosotros está a favor nuestro».

Juan se presenta muy ufano ante Jesús para contarle lo que han hecho con uno que echaba demonios en su nombre. Jesús, en vez de elogiar esa conducta, les hace caer en la cuenta de que han actuado de forma poco lógica: quien hace un milagro en nombre de Jesús no hablará mal de él. Luego añade una enseñanza general. Frente a la postura de ver enemigos por todas partes, enseña a ver amigos: «Quien no está contra nosotros, está a nuestro favor.»

¿Por qué han actuado los discípulos de ese modo? Si relacionamos el evangelio con la primera lectura de hoy, el motivo serían los celos. El libro de los Números cuenta que Josué, cuando se entera de que Eldad y Medad están profetizando en el campamento, lo interpreta como un ataque a la dignidad de Moisés y le pide a este que se lo prohíba. La escena recuerda bastante a la del evangelio, con el agravante de que Josué le dice a Moisés que se lo prohíba, mientras que los discípulos se atribuyen el poder de prohibir, sin contar primero con Jesús. El fallo de los discípulos radicaría en ese celo injustificado y algo mezquino.

Sin embargo, conviene tener en cuenta otra posible interpretación. Dos veces justifican los discípulos su conducta aduciendo que ese individuo «no va con nosotros». Según ellos, hay que excluir a todo el que no los acompañe.

Debemos recordar que Jesús era un predicador itinerante, acompañado de los doce, de un grupo de mujeres y de otros discípulos más. Este grupo, muy radical, había renunciado al domicilio estable, a la familia y a las posesiones. En el contexto de esta vida tan dura, de tanta renuncia para seguir a Jesús, se entiende la insistencia de Juan y los discípulos en que ese «no va con nosotros». No ha renunciado al domicilio estable, a la familia, a las posesiones, pero se permite echar demonios en nombre de Jesús.

El relato pudo tener mucha importancia para la iglesia primitiva, ya que en ella se fueron imponiendo las comunidades urbanas, en las que no se renunciaba al domicilio estable, ni a la familia y las posesiones. La tentación de los cristianos itinerantes, con su vida tan dura, era excluir a los otros, a los que «no van con nosotros». Este pasaje les enseña a comportarse con moderación y a tolerar otras formas de vida. Lo esencial no es «ir con nosotros» sino «estar a favor nuestro».

2. «Quien os dé a beber un vaso de agua en atención a que sois del Mesías os aseguro que no perderá su paga».

El episodio anterior terminaba con la enseñanza: “Quién no está contra nosotros está a nuestro favor”. Esta frase da un paso adelante. Habla del que toma una postura positiva ante los seguidores del Mesías, simbolizada en el gesto de dar un vaso de agua.

3. Dos trampas (dos escándalos) en el camino        

En griego, el sentido básico de «escándalo» es el de «trampa», la tendida en el suelo, que hace caer a una persona o a un animal. Si recordamos que la vida cristia­na es un seguimiento de Jesús, un caminar detrás de él, se comprenden los dos peligros de los que habla el evangelio:

1) Que alguien le ponga una trampa a uno de los pequeños que creen, lo haga caer y se quede descolgado del grupo que sigue a Jesús. Estas palabras resultan enigmáticas, porque no queda claro a quién se dirigen. ¿Quién puede escandalizar? ¿Un cristiano o una persona ajena a la comunidad (escriba, fariseo, saduceo, pagano)? ¿Quiénes son los pequeños que creen: un grupo dentro de la comunidad o todos los cristianos? La historia de la iglesia y la vida corriente demuestran que todos los casos son posibles. El tropiezo puede ponerlo una persona no cristiana, con sus críticas y ataques a Jesús y su mensaje. Pero también cualquier actitud nuestra, cualquier palabra, que aparta a otros del seguimiento de Jesús, de la forma de vida que él propone, cae bajo su condena. El gran peligro del escándalo no es sólo las revistas porno­gráfica, las películas violentas, la droga, sino tantas cosas que se aceptan con naturalidad dentro de la Iglesia (lujo, vanidad, ambición, prestigio), incluso a los más altos niveles. Los casos de pederastia, que tanto angustian ahora a la iglesia, son un ejemplo actual de ese escándalo de los pequeños que, por ese motivo, han dejado de creer en Jesús.

Jesús deja muy clara la gravedad del pecado al hablar de la condena que merece: ser arrojado al mar con una enorme piedra atada al cuello. Se refiere a la piedra superior del molino grecorromano, que giraba tirada por un asno, un caballo o un esclavo. Tirar al mar o al río era un castigo especialmente cruel, ya que el cadáver quedaba insepulto, algo terrible en la mentalidad judía y griega.

Estas palabras tan duras plantean un serio problema: ¿carece de perdón el escándalo? ¿No basta el arrepentimiento y la penitencia, ni siquiera de por vida? Negar la posibilidad de perdón iría en contra del evangelio. Pablo, que fue motivo de escándalo para tantos cristianos, no se tiró al mar con una piedra al cuello. Entregó su vida a propagar la fe en Jesús.

2) Que yo mismo me ponga trampas, me haga caer. Las diversas posibilidades las enumera Mc hablando de la mano, el pie y el ojo. Jesús ha dicho en otro caso que el peligro viene del interior del hombre. Ahora, esas tendencias negativas se ponen en marcha a través de lo que hacemos (la mano), del sitio adonde nos dirigimos (pie), de lo que miramos (ojo). Sugerencias para hacer un examen de conciencia.  

Para dejar clara la gravedad de lo que puede ocurrir, Jesús exhorta a cortar la mano o el pie, o sacarse el ojo. Estas palabras no hay que interpretarlas al pie de la letra, porque después de habernos cortado una mano y un pie, y habernos sacado un ojo, surgirían nuevas tentaciones y necesitaríamos seguir con la otra mano, el otro pie y el otro ojo. Y no entraríamos en la vida mancos, cojos y tuertos, sino ciegos y sin ningún miembro.

En el caso anterior, el castigo era sumergir en el mar; aquí, ir a parar a la gehena, «al fuego inextinguible», «donde el gusano no muere y el fuego no se apaga». La gehena como lugar de castigo se basa en la tradición apocalíptica judía; el gusano y el fuego, en unas palabras del libro de Isaías. A los pintores y a los predicadores les han dado materia abundante de inspiración, a menudo desbocada.

Reflexión final

En pocas palabras nos da Marcos abundante materia de reflexión y de examen sobre nuestra actitud ante los demás y ante nosotros mismos: ¿excluimos a quienes no van con nosotros, a quienes consideramos que no viven un cristianismo tan exigente como el nuestro? ¿Valoramos el gesto pequeño de dar un vaso de agua, o nos escudamos en la necesidad de grandes gestos para terminar no haciendo nada? ¿Pongo obstáculos a la fe de la gente sencilla o de los menos importantes dentro de la iglesia? ¿Me voy tendiendo trampas yo mismo que me impiden caminar junto a Jesús?

José Luis Sicre

¡NI TÚ… NI VOSOTROS!

En el Antiguo Testamento ya tenían problemas por la mala comprensión que tiene el ser humano para mirar a los otros como iguales. Diría que es casi una enfermedad endémica a través de los siglos: cuando nos vemos reunidos en grupo, con un nombre, siempre el mismo, “yo-nosotros”, y miramos hacia fuera y vemos al “tú-vosotros” como algo ajeno.

Es una patología que parece venir inscrita en el ADN humano, girando en algún gen loco que se resiste a reinventarse.

Ahí tenemos a Moisés reprendiendo a Josué, su mano derecha, que se siente potente como para inducir a su jefe a gestionar quien puede o no profetizar. La actitud de apropiarse de lo que el Espíritu da gratis a quien quiere, hace clamar a Moisés: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Seños y profetizara!”.(Núm 11, 25-29)

También Jesús tuvo que lidiar con el mismo tema en la versión de hacer el bien al prójimo: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, pero, como no viene con nosotros, hemos tratado de impedírselo”. Era Juan, el discípulo que tuvo que recostarse en el pecho de Jesús para saber cómo latía su corazón y aprender que late por quien hace el bien, le conozca o no. Y late también por quien no lo hace pero, con paciencia infinita e incalculable, espera que antes o después se una a los que ponen el Amor en el primer puesto de prioridades.

Imagino la mirada de Jesús y un cierto aire cansino en su voz: “No se lo impidáis…”. Sus radicales palabras nos previenen de lo que sería mejor para quienes en algún momento podamos sentirnos como propietarios, gestores o administradores de lo que el Espíritu quiere hacer en la vida de cada persona.

No olvidemos aquello de que “el viento sopla donde quiere, y oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu”. Lo escribe Juan, ya maduro en la vida del Espíritu, cuando escribe su evangelio (Jn 3, 8). Entendió desde el corazón el mensaje de Jesús. Lo hizo suyo y nos lo dejo bien escrito, inspirado por el Espíritu para que otros nazcan al Espíritu.

Revisemos, personal y comunitariamente, no demos todo por hecho. ¿A quiénes considero de los nuestros? ¿A quiénes digo: ni tú… ni vosotros sois de los nuestros? ¿A quién dejo fuera? ¿A quiénes encierro en estereotipos o en guetos?

Más aún. ¿Qué hago con mi mano, con mi pie y con mi ojo? ¿Escandalizo al que se me acerca apartándole de un manotazo o dándole un puntapié? ¿Le echo una mirada de esas que invisibilizan o matan?

No dijo Jesús nada de la boca, pero mejor callar y entrar sin lengua en el Reino de Dios antes que soltar dardos en forma de palabras contra quienes no considero “de los míos”.

Cuando tengamos dudas sobre lo imprevisible e impredecible del movimiento del Espíritu, volvamos al centro, al corazón de Pentecostés. Nos remite a los tiempos antiguos indicando que ya se habló de ello con profética visión de futuro: “Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y también sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu…”. (Hch 2, 17-18). Me ha refrescado ver que no hace distingos: hijos e hijas, jóvenes y ancianos; siervos y siervas.

Escuchemos al Espíritu que nos dice: “Tened paz unos con otros” (Mc 9, 50).

Mari Paz López Santos

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