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2º Domingo de Pascua

Del Evangelio de San Juan 20,19-31

los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor

Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Divina Misericordia que tiene como finalidad hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje:

«Dios es misericordioso y nos ama a todos … y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a mi misericordia» (Diario, 723).

Esta fiesta recibió un gran impulso de la mano de San Juan Pablo II. El Papa proclamó la “Fiesta de la Divina Misericordia” el 30 de abril de 2000, y prescribió su celebración para el segundo domingo de Pascua.

Está relacionada con Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca que el 22 de febrero de 1931 tuvo una visión de Jesús, que le encomendó:
• Predicar la Misericordia de Dios.
• Elaborar nuevas formas de devoción.
• Iniciar un movimiento que renovara la vida de los cristianos en el espíritu de confianza y misericordia.

Vivamos gozosas la gran misericordia del Señor.

EVANGELIO

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. 

Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros.» 

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» 

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espiritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» 

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

«Hemos visto al Señor.» 

Pero él les contestó:

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» 

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

«Paz a vosotros.» 

Luego dijo a Tomás:

«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» 

Contestó Tomás:

«¡Señor mío y Dios mío!» 

Jesús le dijo:

«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.» 

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

CARTA ABIERTA A TOMÁS, APÓSTOL,

(E INCRÉDULO, COMO YO)

Querido Tomás, apóstol y hermano:

El evangelio de hoy nos habla de ti, pero el evangelista Juan no nos lo pone fácil.  En primer lugar, apenas tenemos datos sobre tu vida. En segundo lugar, Juan no narra una situación, sino que ofrece una catequesis a su comunidad. Hoy, veinte siglos más tarde, ayúdame a recuperar el sentido de esa catequesis.

Para empezar, voy a imaginarme la escena, como si nos la contara alguien del grupo que hubiera presenciado lo que narra el texto. O, como decía San Ignacio de Loyola: “Como si presente me hallase”.  

Anochecía. El día se nos había hecho muy largo, porque no podíamos hacer nada; estábamos con las puertas cerradas, sin hacer ruido. Los judíos nos buscaban; seguramente los romanos también, porque cuando ajusticiaban a uno de los nuestros, perseguían a su grupo, para ajusticiarlo. Lo sabíamos por experiencia.

Nos mirábamos en silencio, pero no acertábamos a decir nada. En el Gólgota nos habíamos hecho muchas preguntas: ¿Había merecido la pena acompañar al Maestro hasta el final? ¿Nos crucificarían los romanos por formar parte del grupo? ¿Cómo sería la morada que nos había prometido Jesús, para estar a su lado, cuando él se fuera? Ahora, sin la presencia de Jesús ¿qué íbamos a hacer? ¿Nos iríamos cada uno por nuestro lado? ¿Qué sería de nosotras, las mujeres del grupo, que habíamos dejado todo para seguirle y no podíamos volver a nuestras casas?  

Hoy ya no nos hacíamos preguntas, sólo cabía esperar… ¡Y ni siquiera sabíamos lo que esperábamos!

De repente, en la penumbra, oímos la voz inconfundible de Jesús:

– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo.

Quedamos desconcertados. Supimos que era Él. Su voz era inconfundible. Se había dado cuenta de que el miedo nos ahogaba, de que ni siquiera teníamos aliento para vivir, por eso sopló con fuerza sobre nosotros y nos dijo:

– Recibid el Espíritu Santo

Recordé que muchas veces nos había hablado del Espíritu Santo y nos lo había prometido. Que solía saludarnos dándonos su paz… Pero esta vez era diferente. En medio de nuestro miedo y de nuestra cobardía, el Maestro se hacía presente en la comunidad para comunicarnos el aliento de Vida.

Es más, se atrevía a enviarnos. Pero, ¿a dónde? ¿Cuál sería nuestra misión, de ahora en adelante? ¿No se daba cuenta de la situación de Jerusalén? Había crucifixiones casi a diario. La fiesta de la Pascua era una ocasión para que las autoridades políticas sembraran el pánico sobre el pueblo, especialmente sobre la gente de Galilea.

Esta noche no estaba Tomás en el grupo. Era un tipo curioso. En realidad, se llamaba Judas, pero le llamaban Tomás (que significa gemelo en arameo) y Dídimo (que significa gemelo en griego), aunque él nunca nos habló de quién había sido su hermano o hermana.

Cuando le contamos nuestro encuentro con Jesús, Tomás reaccionó como era habitual en él, como un “incrédulo”, pero, en el fondo, reconocíamos que todos éramos tan incrédulos como él, o más. Pero él era valiente y lo reconocía. Los demás disimulábamos nuestra falta de fe.

Pocos días después, cuando seguíamos reunidos en la casa, Tomás se quedó helado, como si viera a un fantasma. No se atrevía a acercarse a Jesús, pero el Maestro le ofreció sus manos y le invitó a tocarle; cuando le dijo: “No seas incrédulo, sino creyente”, supimos que nos lo estaba diciendo a cada uno de nosotros, a cada una. No era un reproche, era una invitación del Maestro a confiar, a entregarle nuestros miedos y acoger su paz.

Nuestros padres habían visto muchas señales. Habían sido liberados de Egipto, habían recibido a los profetas y habían creído, porque habían visto la mano de Yahvé que los acompañaba. Ahora Jesús, a través de Tomás, nos pedía creer sin haber visto.

Entendimos que nos pide creer, en lugar se sucumbir a la vida pagana de los romanos, que se extiende cada vez más. Creer, aunque por ello nos persigan los judíos y quienes no entienden nuestro discipulado. Creer que Jesús es el Hijo de Dios, aunque nosotros, con nuestros ojos, veamos a un proscrito, crucificado a las afueras de la ciudad. Creer que somos hijos e hijas de Dios, aunque continuamente toquemos nuestro barro. Creer que el Reino está dentro de nosotros y de cada persona, aunque veamos leprosos, pecadores o tiranos. Jesús nos pide dar un salto sobre el abismo, en lugar de quedarnos atrapados en lo que ven nuestros ojos…

——————

Tomás, hermano, ayúdanos, para que descubramos que HOY, en medio de los vaivenes del mundo, sigue haciéndose presente el Resucitado, en cada persona y en cada comunidad, con su saludo de paz. Que no olvidemos que sigue enviándonos su aliento de Vida. Que nos demos cuenta de que no podemos tocar las huellas de sus manos, pero nos ofrece “tocar” las huellas que ha ido dejando en nuestra vida y en la comunidad, para reconocerle. Que nos invita a “tocar” las heridas de las manos y el costado de l@s crucificad@s de la tierra. Y, que, al tocarlas y abrazarles, podamos decir contigo: ¡Señor mío y Dios mío!

Marifé Ramos González

LO CONTRARIO DE PAZ

 “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos” (Jn 20, 19-31)

Apasionantes las lecturas deeste segundo domingo de Pascua. Leerlas te adentra en el tiempo que vivieron los que luego les tocaría contarlo y dejar su testimonio escrito; aunque en esos momentos, su estado de ánimo sólo les permitiera estar atemorizados, mirando las puertas cerradas a un mundo hostil y excesivamente peligroso tras la pérdida de quien consideraban su guía y protector de cara al futuro.

El inicio de la Pascua es un camino lleno de luces y sombras, subidas y bajadas,  interrogantes y sorpresas y de profundos temores que echaron por tierra todo lo vivido antes la muerte de su Maestro.

Cayendo la noche escuchan con toda claridad. “¡Paz a vosotros”!... así, directo, de forma sencilla, coloquial.

Pero conociendo quiénes eran (y somos), ve que sería de ayuda aportar una prueba visible: “les enseñó las manos y el costado”Los conocía bien, a nosotros también.

Viendo como reaccionaban, alegría en sus caras y posturas erguidas, se escuchó por segunda vez: “¡Paz a vosotros!

Me hice una pregunta directa: ¿Qué es lo contrario de Paz? Me ha servido a lo largo de la primera semana de Pascua para rumiar qué es lo que les ofrecías y que nos ofreces, más allá de un saludo.

He buceado intentando comprender qué es lo destruye la Paz. He preguntado a algunos amigos y personas cercanas, intentando abrir el abanico de posibilidades para saber qué entendemos como contrario a la Paz.

Alguien dijo que lo contrario de la paz es la guerra. Otro, la violencia. Una joven decía que es un estado de intranquilidad interior que genera desasosiego. Una amiga con mucho recorrido de vida dijo que es el dolor. La enemistad destruía la paz, dijo otra persona. Hostilidad y conflicto también salieron como contrarios a la Paz.

Mi respuesta es que lo contrario de Paz es miedo. El evangelio de Juan, antes de acabar el segundo renglón, lo deja claro. Pero he tenido que pasar la vista muchas veces para concretar.

El Miedo inyectado en el corazón humano mata la Paz. Todo lo demás son los hijos del Miedo que van minando el estado interior del ser humano, de la familia, comunidades, sociedad, estados y cualquier otro grupo humano por pequeño que sea.

El caso de Tomás que no estaba con los demás (quizás por miedo no se atrevió ni a salir a la calle) es ejemplo claro de lo que el miedo demanda: certezas y datos concretos: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado,  no lo creo”.

“A los ocho días, estaban otra vez los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Aunque la mayoría había recibido el Espíritu Santo y la misión que Jesús les encomendaba, las puertas seguían cerradas. Necesitaban tiempo.

Tomás escuchó el saludo más lo que iba dirigido en exclusiva a él: el dato, la certeza y el resultado. Que no es a lo que Jesús da primacía sino a lo contrario: “Bienaventurados los que crean sin haber visto”.  

¿Cómo es la Paz de Cristo?

“La paz de Cristo no es una fórmula de evasión individual ni de realización egoísta. No puede haber paz en el corazón del hombre que busca la paz para él solo. Para hallar la verdadera paz, la paz de Cristo, tenemos que desear que otros también tengan la paz y estar dispuestos a sacrificar parte de nuestra paz y felicidad, con el fin de que otros tengan paz y sean felices.

La paz que trae Cristo no es la paz de un orden tiránico que es desorden porque en él toda oposición queda suprimida, y las diferencias se borran violentamente. La paz no significa la supresión de todas las diferencias, sino su coexistencia y fecunda colaboración. La paz no consiste en un hombre, un partido o una nación, que aplauden y dominen a todo lo demás. La paz existe donde los hombres que pueden ser enemigos son, por el contrario, amigos en razón de los sacrificios que han hecho con el fin de encontrarse en un nivel más alto, donde las diferencias entre ellos no son ya origen de conflicto».  (Thomas Merton –  La paz monástica, 83)

Sí, dichosos y bienaventurados los que crean sin haber visto porque a través del perdón, la justicia, la acogida, la reconciliación la solidaridad… mantendrán abonada y bien regada la Paz que nos traes cada Pascua.

Vayamos por ahí cada día a repartirla gratis.

Mari Paz López Santos

ABIERTOS AL ESPÍRITU

No hablan mucho. No se hacen notar. Su presencia es modesta y callada, pero son «sal de la tierra». Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu de Dios será posible seguir esperando. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad espiritual.

Su influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad más honda. Se encuentran retirados en los monasterios o escondidos en medio de la gente. No destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde están.

No viven de apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, atentos a hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin que ellos mismos se den cuenta son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.

Tienen defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan absorber por los problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser. Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus deseos, palabras y decisiones.

Basta ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío y la superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que desconocemos.

Estos hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera.

En medio de una sociedad materialista y superficial, que tanto descalifica y maltrata los valores del espíritu, quiero hacer memoria de estos hombres y mujeres «espirituales». Ellos nos recuerdan el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde se apaga toda sed.

José Antonio Pagola

Publicado en www.gruposdejesus.com

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Plegaria: Sueño de resurrección

Documentación:  Meditación: Sin experiencia pascual

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