– Maestro ¿dónde vives?

En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo:
– Este es el cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó:
– ¿Qué buscáis?
Ellos le contestaron:
– Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
– Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo:
– Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
– Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).

Ven y LO VErás
Quien se encuentra con Jesús halla “el VERDADERO CAMINO hacia la VIDA”.
Los que están en camino de búsqueda son capaces de reconocer a Aquel que da sentido a su caminar, que transforma incluso sus miradas. En Jesús se transparentan los mejores deseos del hombre. Su senda es familiar, porque estamos llamados al Amor y a vivir desde el Amor. Seguir a Jesús es contemplar el amor (LOVE).
El camino de Jesús, en un mundo oscuro y gris, es un cuadro cargado de vida y de color. El color verdadero de la existencia está en Jesús. Él nos conoce y conoce cuál es nuestro fin, la invitación que nos hace el Padre.
Lo que a Jesús le hace más feliz es que sus seguidores le reconozcan como quien es. Solo los corazones desprendidos y libres pueden acercarse al Corazón del Maestro. ¡Qué valentía la de aquellos discípulos!
Eran las cuatro de la tarde… y se quedaron con Él. ¿Haríamos nosotros lo mismo?
Dibu:Patxi Velasco FANO
Texto:Fernando Cordero ss.cc.
¿QUÉ BUSCAMOS? ¿DÓNDE? ¿CÓMO?
En aquel tiempo, bastantes años después de la muerte de Jesús, el grupo de seguidores de Juan Bautista seguía creciendo. Con espíritu misionero habían extendido la doctrina de su maestro por muchos lugares. En Éfeso habían bautizado a parte de la población “con el bautismo de Juan”; el de Jesús ni se conocía.
Para muchas comunidades cristianas la situación era preocupante. La figura del Bautista, tras ser decapitado por Herodes, se había ido agrandado, hasta el punto de que en algunas zonas eclipsaba a Jesucristo, muerto y resucitado. ¿Qué podían hacer?
El autor del cuarto evangelio puso su granito de arena. En su relato, dejó a un lado la infancia de Jesús y comenzó su evangelio con un himno muy significativo para las comunidades. En ese himno se afirmaba que el Verbo no solo estaba junto a Dios, sino que era Dios; ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Sin embargo, Juan Bautista solo era testigo; él no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. Como Isaías, era voz que clamaba en el desierto, pero no era la Palabra hecha carne. No nombró el bautismo de Jesús, ni quiso resaltar la figura del Bautista en ningún lugar de su evangelio, al contrario, Jesús debía crecer, y él debía menguar (Juan 3, 28-30).
El evangelio de este domingo nos presenta un ejemplo de cómo Juan daba testimonio. Cuando ve pasar a Jesús dice: “Este es el Cordero de Dios”. ¿No se saludan? ¿No se produjo un encuentro entre los dos? Lo que importa no es lo que pudo ocurrir, o no, desde el punto de vista histórico, sino el papel de Juan “introduciendo” o presentando la figura de Jesús.
Pero ¿cómo pudo decir esta frase que se formuló muchos años después? Es como si nos dijeran que alguien habló del Covid 19 hace 50 años. Imposible. Llamar a Jesús “Cordero de Dios” es una expresión (confesión de fe) que las comunidades cristianas acuñaron tras la experiencia de Pascua, en un proceso lento y muy elaborado.
El evangelista no nos ha querido engañar. Simplemente ha dejado a un lado la perspectiva histórica para ofrecer una catequesis, un relato de vocación sobre el seguimiento de Jesús.
En este contexto, tiene sentido el texto: los discípulos de Juan le abandonan para buscar algo nuevo junto a Jesús. No importa que le siguieran en ese mismo momento, o no. Esas decisiones repentinas que encontramos varias veces en el Evangelio nos indican (al estilo judío) que es una decisión importante, no necesariamente inmediata.
Es decir, la búsqueda conduce a dos discípulos de Juan hacia Jesús, para convivir con él. Y el “lugar” en el que habita Jesús expresa cómo vive su escala de valores. El evangelio nos recuerda en diferentes pasajes ese “lugar existencial”: era itinerante, no tenía dónde reclinar su cabeza, algunas mujeres le sostenían con sus bienes y estaba rodeado de personas marginadas y pecadoras. Una vergüenza en su tiempo. ¿Merecía la pena seguir a un Rabí, a un Maestro que vivía de ese modo? Los dos discípulos dan testimonio de que merece la pena seguirle y animar a otras personas a hacerlo.
En otros relatos de vocación, Jesús es el que llama. En este nos muestra la importancia de buscar y experimentar. Nos invita a aguzar el oído y mirar atentamente. A tomar en serio nuestras búsquedas, fuera de nosotr@s y en nuestro interior. A leer los signos de los tiempos, como brújulas que nos orientan. A buscar como zahoríes los manantiales de agua viva que brotan en nuestras entrañas.
Nos habla de la hora undécima, quizá se refiere a las cuatro de la tarde, cuando el día ya declinaba y era hora de recogerse y volver al hogar. No olvidemos que el día empezaba al amanecer, con la salida del sol. Los dos discípulos reconocen que ese día ha merecido la pena ¡porque han encontrado a Cristo, al Mesías! La experiencia les ha dejado una huella tan honda que no quieren olvidar esa hora, ese Kairós.
¿Qué horas recordamos? ¿Las de los partos? ¿Las de algunos encuentros inolvidables? ¿La de la muerte de algún ser querido? Cada encuentro con Jesús “deja una huella en nuestro tiempo”, nos marca un antes y un después… A menos que pasemos superficialmente por esos encuentros o a carrera limpia. Y cada encuentro con Jesús hace más denso y comprometido el encuentro con cada hermano y hermana.
Era habitual en las primeras comunidades que el bautismo llevara aparejado un cambio de nombre, sobre todo cuando dejaban a un lado un nombre pagano y asumían el de alguien que había muerto como mártir de la fe. El evangelista nos dice que el encuentro entre Jesús y Pedro fue tan hondo que le cambió la identidad, fue como un segundo nacimiento. Aunque ese cambio lo fuera experimentando a lo largo de los años. Algo similar ocurre en las experiencias de enamoramiento, cuando alguien dice: “Desde que conocí a…, mi vida cambió totalmente”.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Con qué nombre o título presentamos o anunciamos a Jesús? ¿Cómo experimentamos su mirada? ¿La sostenemos o la rechazamos? ¿Cómo miramos al mundo, con la mirada de Jesús? ¿Qué nombre nuevo recibimos? ¿Cómo expresa ese nombre nuestra misión, en un mundo injusto y desigual? ¿Cómo y con quién compartimos lo que encontramos, la perla preciosa?
Marifé Ramos

HACERNOS MÁS CRISTIANOS
¿Esto que vivo yo es fe?, ¿cómo se hace uno más creyente?, ¿qué pasos hay que dar? Son preguntas que escucho con frecuencia a personas que desean hacer un recorrido interior hacia Jesucristo, pero no saben qué camino seguir. Cada uno ha de escuchar su propia llamada, pero a todos nos puede hacer bien recordar cosas esenciales.
Creer en Jesucristo no es tener una opinión sobre él. Me han hablado muchas veces de él; tal vez he leído algo sobre su vida; me atrae su personalidad; tengo una idea de su mensaje. No basta. Si quiero vivir una nueva experiencia de lo que es creer en Cristo, tengo que movilizar todo mi mundo interior.
Es muy importante no pensar en Cristo como alguien ausente y lejano. No quedarnos en el «Niño de Belén», el «Maestro de Galilea» o el «Crucificado del Calvario». No reducirlo tampoco a una idea o un concepto. Cristo es una «presencia viva», alguien que está en nuestra vida y con quien podemos comunicarnos en la aventura de cada día.
No pretendas imitarle rápidamente. Antes es mejor penetrar en una comprensión más íntima de su persona. Dejarnos seducir por su misterio. Captar el Espíritu que le hace vivir de una manera tan humana. Intuir la fuerza de su amor al ser humano, su pasión por la vida, su ternura hacia el débil, su confianza total en la salvación de Dios.
Un paso decisivo puede ser leer los evangelios para buscar personalmente la verdad de Jesús. No hace falta saber mucho para entender su mensaje. No es necesario dominar las técnicas más modernas de interpretación. Lo decisivo es ir al fondo de esa vida desde mi propia experiencia. Guardar sus palabras dentro del corazón. Alimentar el gusto de la vida con su fuego.
Leer el evangelio no es exactamente encontrar «recetas» para vivir. Es otra cosa. Es experimentar que, viviendo como él, se puede vivir de manera diferente, con libertad y alegría interiores. Los primeros cristianos vivían con esta idea: ser cristiano es «revestirse de Cristo», reproducir en nosotros su vida. Esto es lo esencial. Por eso, cuando dos discípulos preguntan a Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?», ¿qué es para ti vivir? Él les responde: «Venid y lo veréis»
José Antonio Pagola
Publicado en www.gruposdejesus.com
QUEDARSE CON JESÚS
El éxito es concretar de manera progresiva una meta o ideal digno (Earl Nightingale)
Vieron dónde vivía y se quedaron con él
Era una tarde plácida en las riberas del Mar de Tiberíades. Los pescadores recogían sus redes. También los hermanos Andrés y Simón, pensando en descansar de las duras tareas de la pesca. Pero a una insinuación del Bautista, oyeron hablar a Jesús y le siguieron. «Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dijo: «¿Qué buscáis?» Respondieron: «Rabbí – que significa, «Maestro»- ¿dónde vives?». Les dijo: «Venid y ved.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era las cuatro de la tarde» (Jn 1, 38-39).
¡Qué suerte habéis tenido pudiendo quedaros aquel atardecer con el Maestro! ¡Santa envidia me dais, hermanos! Supongo que la velada transcurrió en plenitud de músicas celestiales. Cuando escucho hoy las notas de su palabra, me viene a la memoria su figura sentada frente al teclado de un órgano barroco de cualquier iglesia –o en el del Covent Garden londinense-, en cuyo teclado interpreta sus mejores composiciones evangélicas. Seguro que os siguen sonando a gloria y alivio todavía, aquellos versos del Oratorio El Mesías -a quien vosotros esperabais- de George Frederic Handel: «Acercaos a Él todos los que estáis abrumados. Él os dará reposo. Cargad con su yugo y aprended de Él, pues es sencillo y humilde y encontraréis paz para vuestras almas» (Mateo 11:28-29).
Estoy plenamente convencido de que aquel día se os abrieron los ojos a una nueva luz para, como viene a decir el monje alemán Anselm Grün en el subtítulo de su última obra Atrévete a ser tú mismo, «No ser otros: ser vosotros mismos transformados». Escribe el ilustrado benedictino: «No hay nada en la vida que no tenga sentido, que no pueda ser transformado por Dios en belleza y gloria. La imagen de la zarza ardiendo nos regala unos ojos nuevos: los ojos de la fe, que descubren la luz de Dios justamente lo vacío y árido que hay en mí. Si me contemplo con esos ojos de la fe, experimento mi vida de otra manera. Todo tiene sentido. Todo ha sido bueno; también el fracaso, las crisis, la represión Todo puede ser transformado por Dios; también lo reprimido, lo enfermo». Esto les ocurre a quienes, como Samuel, mantienen la actitud y el oído afinados y responden a la voz de quien desea parlamentar con ellos: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Sm 3, 10). Y dejando que la voz nos afecte procurando imprimir lo que dice, en nuestros corazones.
Así que, desde ahora, a prestar todos la máxima atención a lo que el Rabbí nos diga, y a sumergirnos hasta lo más recóndito de las palabras, ahondando en lo profundo hasta descubrir lo caudaloso de sus mensajes; y, por supuesto, siguiendo el consejo de Lady Goodman que, en la novela El fuego invisible de Javier Sierra, motivaba a su equipo a que buscaran citas con las que defender sus argumentos: «Y cuando lo encontréis, dejad que vuestra alma vuele con ellas», les repetía en cada clase como si fuera un mantra. De este modo los invitaba a trascender lo textual, a ir más allá de la física de las palabras para descubrir el tesoro oculto en cada libro».
Un entrañable quehacer que Ágata recomienda a la Bestia en la película de fantasía The Beauty and The Beast (2017), dirigida por el estadounidense Bill Condon, porque: «El amor puede transformar cosas sin valor en cosas bellas. El amor no mira con los ojos sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido».
Andrés y Simón «vieron dónde vivía y se quedaron con él», y seguro que también hicieron luego como Felipe el de Betsaida, que compartió con Natanael el encuentro para que viera donde vivía Jesús y se quedara con él. Certero hecho que nos insta a hacer nosotros otro tanto y así, como sugiere el autor y locutor de radio norteamericano Earl Nightingale (1921-1989) podamos llevar a la práctica su consejo: «El éxito es concretar de manera progresiva una meta o ideal digno». Seguir a Jesús supone, como apunta Fray Marcos en su homilía de este domingo, significa el seguimiento de un discípulo que va tras las huellas de su Maestro, quiere vivir como él vive. Un ineludible propósito de todos sus seguidores, que debe llevarnos a escuchar su palabra, ponerla en práctica y compartirla generosamente con otros.
La súplica que Patxi Loidi nos invita en su libro Creer como adultos, a estar con Jesús y a cambiar todo entero.
PLEGARIA
¡Te busco, Jesús! ¡Quiero ver tu rostro! ¡Quiero ver tu rostro!
Saliste a mi encuentro una mañana de primavera. Me tomaste de la mano y estuvimos un rato juntos.
Te vi un poco, te sentí. Quiero conocerte más y tenerte más cerca. No me cierres la puerta. Abre y déjame entrar. Te estoy llamando.
Ábreme para que te vea y esté contigo y cambie todo entero: mis entrañas y mi corazón, mis manos y mi cabeza.
Vicente Martínez
Documentación: Liturgia de la Palabra
Documentación: Meditación
Documentación: Oración
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