El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

«En aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria. Enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. «Aprended del ejemplo de la higuera: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis saben que el verano está cerca. Lo mismo vosotros: cuando veáis que sucede todo esto, sabed que el Hijo del Hombre está cerca, se halla a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Pero acerca de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO
“Bien sabe Su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia, y ya que no puedo dejar de ser la que he sido, no tengo otro remedio, sino llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen” (3 Moradas 1,3).
Después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas. Nos acongoja el sufrimiento, las catástrofes, el dolor de inocentes. También, desde ahí, nos acercamos a la palabra de Jesús. La voz del Amado no pretende meter miedo, sino provocar en nosotros actitudes de conversión. “No hemos recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos que nos hace gritar: Abbá”. El mundo está en las manos del Padre. Cada uno de nosotros, también. Cuando terminan cosas, en las que habíamos puesto la esperanza, comienza el tiempo nuevo de Jesús. Dios tiene caminos sorprendentes. Gracias a su fidelidad, podemos seguir cantando en medio de tribulación, aunque el rostro del Amado esté escondido. ”Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido” (Juan de la Cruz, CB 1).
Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. El futuro, que es Jesús, está viniendo a nosotros en la noche. Viene a nosotros el amor, la misericordia. El Señor es fiel, se acerca. Su luz da sentido a nuestro presente, su feliz resurrección nos llena de alegría. Es hora de aprovechar el tiempo y optar por Él, sin conformarnos con el engaño de lo provisional. Es hora de mantener en el corazón su presencia. La meta orienta nuestros pasos y nuestro hacer consiste en ser ante Él. Porque Jesús viene todo acabará bien, el amor triunfará sobre el odio, la paz sobre la guerra. “Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura” (CB 5).
Aprended lo que os enseña la higuera. Es hora de mirar para descubrir señales. El rastro de Dios está ante nuestros ojos. Porque Jesús viene, hay primavera, la vida no ha perdido su sentido, todo es parábola de amor y de esperanza, hay milagros. Un canto a la vida sube del corazón habitado por Jesús. Pasamos por la noche, pero no sucumbimos a la oscuridad. Creemos en Dios y creemos en el ser humano. La vida está en gestación. En los signos de los tiempos se asoma una oferta de nueva creación; hay esperanza. El amor, que no ha sido vencido, se despierta para amar y dar fruto. Es hora de dialogar con la realidad que tenemos delante. “¡Oh prado de verduras, de flores esmaltado! Decid si por vosotros ha pasado” (CB 4).
Cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca. Lo mejor está cerca, lo mejor es gracia. En nosotros está el Espíritu. Podemos tratar amistosamente con Jesús cada día porque está dentro de nosotros. En Él encontramos la fuerza para seguir eligiendo vivir las bienaventuranzas. “Todo pasa, Dios no se muda”. Sus palabras permanecen, su amor es fiel. Su palabra nos enamora y nos empuja a vivir y contar la historia de otra manera. Al final pasará la mentira y resplandecerá la verdad; la nueva humanidad, engalanada como una novia para su Esposo, será habitable gracias al amor. Ese final podemos adelantarlo ya ahora. ”Y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y solo para ti quiero tenellos” (CB, 10).
Equipo CIPE

CONVICCIONES CRISTIANAS
Poco a poco iban muriendo los discípulos que habían conocido a Jesús. Los que quedaban, creían en él sin haberlo visto. Celebraban su presencia invisible en las eucaristías, pero ¿cuándo verían su rostro lleno de vida? ¿Cuándo se cumpliría su deseo de encontrarse con él para siempre?
Seguían recordando con amor y con fe las palabras de Jesús. Eran su alimento en aquellos tiempos difíciles de persecución. Pero, ¿cuándo podrían comprobar la verdad que encerraban? ¿No se irían olvidando poco a poco? Pasaban los años y no llegaba el «Día Final» tan esperado, ¿qué podían pensar?
El discurso apocalíptico que encontramos en Marcos quiere ofrecer algunas convicciones que han de alimentar su esperanza. No lo hemos de entender en sentido literal, sino tratando de descubrir la fe contenida en esas imágenes y símbolos que hoy nos resultan tan extraños.
Primera convicción:La historia apasionante de la Humanidad llegará un día a su finEl «sol» que señala la sucesión de los años se apagará. La «luna» que marca el ritmo de los meses ya no brillará. No habrá días y noches, no habrá tiempo. Además, «las estrellas caerán del cielo», la distancia entre el cielo y la tierra se borrará, ya no habrá espacio. Esta vida no es para siempre. Un día llegará la Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Viviremos en el Misterio de Dios.
Segunda convicción: Jesús volverá y sus seguidores podrán ver por fin su rostro deseado:«verán venir al Hijo del Hombre»El sol, la luna y los astros se apagarán, pero el mundo no se quedará sin luz. Será Jesús quien lo iluminará para siempre poniendo verdad, justicia y paz en la historia humana tan esclava hoy de abusos, injusticias y mentiras.
Tercera convicción:Jesús traerá consigo la salvación de DiosLlega con el poder grande y salvador del Padre. No se presenta con aspecto amenazador. El evangelista evita hablar aquí de juicios y condenas. Jesús viene a «reunir a sus elegidos», los que esperan con fe su salvación.
Cuarta convicción:Las palabras de Jesús «no pasarán»No perderán su fuerza salvadora. Han de de seguir alimentando la esperanza de sus seguidores y el aliento de los pobres. No caminamos hacia la nada y el vacío. Nos espera el abrazo con Dios.
José Antonio Pagola
LO QUE FUI Y LO QUE SOY, ES LO QUE SIEMPRE SERÉ
Estamos en el c. 13 de Mc, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos relatan un discurso parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone también una elaboración de las primeras comunidades. Es imposible saber hasta qué punto Jesús hizo suyas esas ideas. En el evangelio se habla del Reino de Dios como futuro y como presente a la vez…
Estamos ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. Pero si prescindimos de la apocalíptica, dejamos fuera de nuestra consideración una parte nada despreciable de la Escritura, tanto del AT como del NT. No se trata solo del lenguaje como en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas y no admiten ninguna traducción a un lenguaje actual. Cuantos siglos más tendrán que pasar para darnos cuenta.
El lenguaje apocalíptico y escatológico corresponde a un modo mítico de ver el mundo, a Dios y al hombre. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Esta actitud le distingue de los pueblos circundantes cerrados en el continuo devenir de los ciclos naturales. Israel se encuentra siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir. Desde Abrahán, a quien Dios le dice: «sal de tu tierra», pasando por el éxodo hacia la tierra prometida; y terminando por la espera del Mesías, Israel vivió siempre con la esperanza de que Dios le iba a salvar dándole algo mejor que lo que tenía.
Los profetas fueron los encargados de mantener viva esta expectativa de salvación total. En principio, el día de esa salvación debía ser un día de alegría, de felicidad, de luz; pero a causa de las infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de sufrimiento, de tinieblas para la mayoría de los hombres que no hacen caso a Dios. Será el día de Yahvé (intervención de Dios para juzgar) en que castigará a los infieles y salvará al resto. Se trataba de ver el futuro como criterio de valoración juiciosa del presente.
La apocalíptica es una actitud vital y un género literario. La palabra en griego significa “desvelar”. Escudriña el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nace en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo sino a huir de él. El mundo futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo es alentar a la gente en tiempo de crisis para que aguante el chaparrón. El resto que se conserve fiel, reinará con Él. Todo lo demás será aniquilado.
Escatología, procede de la palabra griega «esjatón», que significa “lo último”. Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino por un intento de acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios, pero ese futuro llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios reserva una plenitud de sentido para la creación. Dios salvará un día definitivamente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora
La referencia a los tiempos finales de los evangelios, no es apocalíptica sino más bien escatológica, aunque nos despiste bastante el hecho de que el NT usa el lenguaje apocalíptico, porque es muy sugerente y llama la atención. Uno de los logros de la apocalíptica fue enriquecer el lenguaje religioso con multitud de símbolos e imágenes. Los evangelistas, no pudieron librarse de esta mentalidad apocalíptica, muy desarrollada en aquella época.
Con demasiada frecuencia se ha hecho un mal uso de este modo de hablar. Parece que es una tentación constante el acudir al juicio final, para urgir a la gente a que se porte como Dios manda. En todas las épocas han proliferado los milenarismos de todo tipo; incluso en nuestro tiempo se predican calamidades como castigo de Dios porque los seres humanos no somos como debiéramos ser. La experiencia de la muerte nos obliga a unir tiempo y eternidad, contingencia y absoluto, lo divino y lo terreno, cielo y tierra.
Hoy debemos interpretar la realidad, a la luz de los nuevos conocimientos que tenemos de ella. Al final del relato de la creación, Dios “vio todo lo que había hecho, y era muy bueno”. Es ridículo pensar que la creación le salió mal a Dios y que ahora tiene que arreglarla de alguna manera. Mayor ridículo es creer que el hombre puede malograr la creación de Dios. Tal vez lo que tendríamos que hacer, sería dejarnos de especulaciones sobre cómo será el más allá y tomar la responsabilidad que nos toca en la marcha del más acá.
Para la escatología, Dios es el dueño absoluto del universo y de la historia. El hombre puede malograr la creación, pero no puede volver a enderezarla. Solo Dios puede salvarla. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema insuperable. Por una parte sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro; que no está en el tiempo ni en el espacio sino en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo para poderlo entender es un disparate mayúsculo. Por otra parte, sacar al hombre del tiempo y el espacio, es descoyuntarlo como criatura.
En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva, iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. También en la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el fin, pero la comunidad se prepara para la permanencia.
Creo que ha llegado el momento de abandonar este lenguaje. Hasta hace muy poco tiempo, la historia era exclusivamente cosa del pasado. En nuestros días parece que hemos descubierto la importancia que tiene esa historia no solo para nuestro presente, sino para nuestro futuro. El hombre se considera fruto de un pasado; sigue su curso en el presente y se encamina hacia el futuro.La escatología está implícita en la manera de entender la existencia, pero se trata de “lo último” dentro de la marcha del mundo, no más allá de él.
Para nosotros hoy, Dios no es un ser que está fuera del mundo dirigiéndolo y manipulándolo desde fuera. No podemos separar a Dios de la realidad que nos envuelve. Es la base y el fundamento de todo lo que existe. Dios ni puede ni tiene que “actuar” porque es acto puro, es decir, lo está haciendo todo en todo momento. Ante Dios todo es justo y bueno en cada momento. No tiene sentido amenazar con la ira de Dios. Esta mejor comprensión de la manera de actuar (no actuar) de Dios en la historia, hace superfluas las imágenes espectaculares sobre el «exjatón», pero obliga a una reflexión sobre la importancia que el ser humano tiene a la hora de planificar su futuro.
Hoy sabemos que el tiempo y el espacio son productos mentales, extraídos de la experiencia de un mundo terreno. ¿Qué sentido puede tener el hablar de tiempo y espacio más allá de lo material? Hablar de un “lugar” (cielo o infierno) más allá de este mundo, solo puede tener un sentido simbólico. Hablar de un “día del juicio”, cuando no puedan darse tiempo ni espacio, es un contrasentido. No hay inconveniente en seguir empleando ese lenguaje, pero sin olvidar que se trata de un lenguaje simbólico y no de realidades objetivas.
Fray Marcos
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