
Juan 10, 27-30; Jornada de Oración por las vocaciones y las vocaciones nativas.
Yo y el Padre somos uno

En aquel tiempo, dijo Jesús:
― Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.
El Padre y yo somos uno.

CUIDADO E INCONDICIONALIDAD AMOROSA
La metáfora del vínculo entre el pastor y sus ovejas para referirse a la relación de Cristo con la humanidad quizás ha quedado desgastada en la cultura suburbana, pero lo que pretende subrayar fundamentalmente es su opción incondicional por aquellos y aquellas que conoce en profundidad y que ama más que a su vida misma. A ello remite en este mismo capítulo en los versículos 1,10. El texto de este domingo resalta de nuevo esta incondicionalidad, pero precedida de cuatro verbos (acciones). Dos referidas al pueblo-humanidad: escuchar y seguir y otra a Cristo-Pastor: conocer y cuidar.
La relación está atravesada por tanto por un compromiso mutuo que es la unión de dos libertades, la del pueblo-humanidad en la escucha de la voz de Dios y su compromiso en la historia, secundando su iniciativa (seguimiento), y la de Dios, en su alianza inquebrantable de amor y cuidado, expresada como “vida eterna” y cuyo garante es Dios mismo, revelado en el amor histórico y concreto encarnado en Cristo.
En nuestra experiencia como mujeres y hombre creyentes quizás este texto remite a dos cuestiones fundamentales: La primera es hacernos conscientes de la calidad de nuestra escucha a la Palabra de Dios en la historia, en los acontecimientos, en lo cotidiano de nuestra vida.
¿Es nuestra escucha una escucha actualizada o más bien vivimos de las rentas? ¿Cómo descubrimos a Dios en los nuevos signos de los tiempos y sus clamores: el grito de la tierra y la ecología, los movimientos de liberación de las mujeres, las luchas antirracistas, las iniciativas por otra economía y organización social posibles que tenga en el centro la vida y no el libre mercado y en las que las personas y la casa común sean lo primero? En definitiva ¿Cómo es nuestra calidad de escucha y disponibilidad a hacer del mundo un lugar habitable, sin primeros ni últimos, al modo de Jesús de Nazaret?
La segunda pregunta va referida a nuestra propia experiencia de Dios porque la fe cristiana no es ideología ni creencia, sino sobre todo experiencia. ¿Cómo y a través de quienes experimentamos el cuidado y la incondicionalidad amorosa de Dios en los tiempos inciertos y violentos que atravesamos? ¿Qué experiencias de plenitud, de eternidad, de comunión se nos van regalando desde el ya sí, pero todavía no del reino y son en nuestra vida fuente de resiliencia y esperanza comprometida contra toda desesperanza?
Pepa Torres Pérez

DIOS NO ESTÁ EN CRISIS
Es más frecuente de lo que pensamos. Los creyentes decimos creer en Dios, pero en la práctica vivimos como si no existiera. Este es también el riesgo que tenemos hoy al abordar la crisis religiosa actual y el futuro incierto de la Iglesia: vivir estos momentos de manera «atea».
Ya no sabemos caminar en «el horizonte de Dios». Analizamos nuestras crisis y planificamos el futuro pensando solo en nuestras posibilidades. Se nos olvida que el mundo está en manos de Dios, no en las nuestras. Ignoramos que el «Gran Pastor» que cuida y guía la vida de cada ser humano es Dios.
Vivimos como «huérfanos» que han perdido a su Padre. La crisis nos desborda. Lo que se nos pide nos parece excesivo. Nos resulta difícil perseverar con ánimo en una tarea sin ver el éxito por ninguna parte. Nos sentimos solos, y cada uno se defiende como puede.
Según el relato evangélico, Jesús está en Jerusalén comunicando su mensaje. Es invierno y, para no enfriarse, se pasea por uno de los pórticos del Templo, rodeado de judíos, que lo acosan con sus preguntas. Jesús está hablando de las «ovejas» que escuchan su voz y lo siguen. En un momento determinado dice: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre».
Según Jesús, «Dios supera a todos». Que nosotros estemos en crisis no significa que Dios esté en crisis. Que los cristianos perdamos el ánimo no quiere decir que Dios se haya quedado sin fuerzas para salvar. Que nosotros no sepamos dialogar con el hombre de hoy no significa que Dios ya no encuentre caminos para hablar al corazón de cada persona. Que las gentes se marchen de nuestras Iglesias no quiere decir que se le escapen a Dios de sus manos protectoras.
Dios es Dios. Ninguna crisis religiosa y ninguna mediocridad de la Iglesia podrán «arrebatar de sus manos» a esos hijos e hijas a los que ama con amor infinito. Dios no abandona a nadie. Tiene sus caminos para cuidar y guiar a cada uno de sus hijos, y sus caminos no son necesariamente los que nosotros le pretendemos trazar.
José Antonio Pagola
Publicado en www.gruposdejesus.com
JESÚS, VISIBILIDAD DE DIOS
«Yo y el Padre somos uno»
La reiteración de Juan en proclamar la identidad entre Jesús y el Padre, acabó por imponer en la Iglesia una cristología descendente muy distinta a la primera cristología formulada en Hechos. De la expresión más primitiva usada por Pedro para enunciar la divinidad de Jesús: «Dios estaba con él», pasamos a esta otra mucho más elaborada proclamada por Juan: «El verdadero Dios se hizo hombre para salvarnos».
Estos dos enunciados tan distintos reflejan la evolución histórica que experimentó la forma de entender la naturaleza divina de Jesús, pero es posible que Juan quisiera enviarnos también un mensaje mucho más importante para nosotros: “Conocemos a Dios en Jesús”… El propio Juan, en el capítulo 14 de su evangelio, expresa esta idea de una forma mucho más asequible para nosotros: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre»
Podemos admirar a Jesús como lo han hecho infinidad de personajes no cristianos —como Hegel, Nietzsche, Gandhi…—. Podemos aceptarlo como maestro de sabiduría, al estilo de Sócrates, Séneca, Confucio o Buda. Podemos quedar fascinados por su personalidad, su valentía y su independencia de juicio como quedaron los que le siguieron, y finalmente podemos creer “en él”, es decir, creer que sus hechos y sus dichos son reflejo de Dios…
Juan es capaz de hacer formidables síntesis de la fe de los testigos, y sería una gran necedad no reconocer la importancia de su evangelio. No obstante, resulta difícil sentirse cómodo con el Jesús que nos presenta, pues esa imagen de hombre que lo sabe todo, que recorre Judea y Galilea prodigando discursos teológicos para sabios en lugar de contar parábolas para gente sencilla, que no se conmueve, que no está sometido a tentación y no se aterra ante la inminencia de la muerte en cruz, dista mucho del hombre verdadero en el que creemos.
Creemos en el Jesús que se siente necesitado del bautismo de Juan, que hace teología contando parábolas, que antepone la persona a la Ley, que se conmueve ante el sufrimiento y se indigna ante la injusticia, que toca leprosos y come con pecadores, que responde con aplomo a los ataques de los santos de Israel…
Que desplanta a los notables de Jericó por atender al jefe de los publicanos y a un mendigo ciego, que expulsa a los mercaderes del Templo, que no se arruga ante los constantes embates de los poderosos de Jerusalén, que se juega la vida y la pierde por salvar a una adúltera desconocida, que organiza una cena para despedirse de sus amigos porque sabe que lo van a matar, que lava los pies, que no se escabulle, que se angustia en Getsemaní y perdona a quienes le crucifican en el Calvario…
A Juan le debemos la fe en “Jesús visibilidad de Dios”, pero quizás esta fe resulte más reconfortante mirando al hombre verdadero y fascinante que nos presentan los sinópticos.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Documentación: Me sentí querido hasta los huesos (Patxi Loidi)
Documentación: A Modo de Salmo: A veces, Señor, a veces…
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