5º Domingo de Pascua

Del Evangelio de Juan 15, 31-35

Os doy un mandamiento nuevo

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:

― Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará).

Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.

COMO YO OS HE AMADO

El pasaje de hoy empieza hablándonos de muerte y de resurrección. La muerte se vislumbra en la despedida y la tristeza. La resurrección se deja ver en la glorificación de Jesús y en el mandamiento nuevo, que es un fruto pascual.

En este trance descubrimos el lado humano de Jesús; su desahogo cuando se marcha Judas. Se supone que ha estado tenso en aquella cena de despedida, en la que ha hecho el último signo de su misión evangelizadora, lavando los pies a los discípulos. ¿Aprenderán el mesianismo humilde? ¿Aprenderemos que quienes dirigen han de ser siervos y siervas de su gente?

En este espacio de desahogo, de espera del final y de esperanza de la gran novedad, nos ofrece su testamento, un mandato nuevo, que es antiguo, pero que Jesús lo renueva con dos pinceladas: su propio amor, que nos pone como referente, y el amor mutuo como  distintivo de su comunidad. Y un dato interesante: en todo el evangelio de Juan no hay más mandamiento que este, que sale varias veces en las conversaciones de la última cena (capítulos 14-17).

Observemos finalmente la emoción de Jesús. “Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con vosotros”. ¿No será esta ternura la que Jesús quiere que reine en nuestras relaciones comunitarias y eclesiales?

¡Qué distinta sería la Iglesia, si tomáramos como objetivo principal este mandato del amor! Pero hemos puesto en su lugar otros referentes, como cristiano practicante, alusivo a la misa del domingo, y cristiano comprometido, aplicado a quienes trabajan en la Iglesia o en obras de misericordia. La Iglesia está llena de santas y santos, sobre todo anónimos, que han sabido amar, perdonar y acoger. Pero ha tenido también grandes pecados y muy malos ejemplos de pastores que, en vez de amar, se han dedicado a trepar y dominar.

Todavía hay otro dato más de enorme importancia. Jesús hace depender de este mandamiento la misión. La gente conocerá que somos discípulas y discípulos de Jesús, si nos amamos mutuamente. ¡Cuánto daño hacen las divisiones entre los cristianos, las de distintas iglesias y las de aquellos que pertenecemos a la misma Iglesia.

Empecemos a querernos con el mismo amor de Jesús. 

Patxi Loidi

¿QUÉ IMAGEN NOS IDENTIFICA COMO CRISTIANOS?

Vivimos en la época de la imagen. Nos preocupa e interesa la imagen que damos, la que tienen de nosotros y la que vemos en los demás. Hacemos fotos que difundimos por internet; se hacen virales ciertas imágenes en muy poco tiempo y ellas configuran las conversaciones, las ideas, los gustos y… ¡cuántas veces las opciones de muchos de nosotros!

Muchas veces, la señal de pertenencia a un grupo o el modo de participar en un evento es llevar la “misma” camiseta, pañuelo, distintivo… ¡Qué cómodos nos sentimos unidos de este modo a un grupo grande, amparados y arropados por otros, fácilmente reconocibles como “de los nuestros”!

En este contexto, y partiendo del evangelio de este domingo, podemos preguntarnos, ¿cuál es la imagen que damos los cristianos? ¿Qué imagen nos identifica? ¿Qué imagen difundimos?…

Los primeros cristianos tenían muy claro, en una época en que lo virtual no existía, que había una señal por la que se les reconocía. Su vida, desde que eran seguidores de Jesús, era tan distinta que no pasaba desapercibida. El evangelio de Juan pone en boca de Jesús: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”

Jesús no está en esta cultura de la imagen, de lo externo, de lo que brilla superficialmente… Y nos habla del amor. Pero del amor con estilo propio: “Como yo os he amado”.

La señal de “los suyos” no es algo que se “pone encima”, no consiste en teñir todo de un determinado color, repetir unas determinadas fórmulas o practicar unas mismas costumbres incluso piadosas…

La señal de los cristianos es algo que sale de lo profundo de la persona y compromete toda la vida. Es, a la vez, un regalo y un mandato: lo hemos recibido como don, porque no podemos amar como Jesús, si el Espíritu no cambia nuestro corazón, y a la vez tenemos que vivirlo cada día como ardua tarea.

El signo distintivo de los cristianos no es cualquier amor, es amar como Jesús nos ama a cada uno de nosotros. Y para descubrir más plenamente cómo nos ama, rebobinamos y recordamos su vida y su muerte.

Leemos las primeras frases de este evangelio a la luz del amor que Jesús tiene a sus discípulos. Y las leemos en el contexto que nos marca el evangelio de hoy: en la última cena, cuando Jesús siente que son los últimos momentos que pasará con ellos, cuando Judas sale del cenáculo.

Juan afirma que Judas salió, y esta salida pone en marcha toda la trama de la traición. Judas ha estado mucho tiempo con Jesús, le ha escuchado, pero ahora se “escapa” se autoexcluye del grupo, de la comunidad de Jesús.

Es una decisión que, en un momento o en otro, todos tenemos que tomar. Porque cada uno de nosotros tenemos la posibilidad de “salir” del cenáculo o de quedarnos con Jesús y con la comunidad. ¿Nos animamos a poner nombres y a confesarnos a nosotros mismos las veces que “hemos salido” dejando a Jesús con los otros discípulos?

Pero si nos quedamos, si apostamos por permanecer en la comunidad de sus seguidores, tantas veces defectuosos y hasta difíciles, escucharemos y podremos comprender y compartir el camino del seguimiento.

Escucharemos a Jesús que, en los últimos momentos de su vida, nos dice lo realmente importante, como hacemos todos cuando vemos que la vida y el tiempo se nos acaban. Y nos lo dice en tono cariñoso, de confidencia, llamándonos “hijos míos”:

– Llega el momento del triunfo de Dios, aunque me veáis en la cruz, despreciado, abandonado, traicionado… Tenéis que ver a través de ello la gloria del Padre, la que yo comparto con Él.

– Y solo una encomienda, un deseo, un mandato: AMAOS y hacedlo de forma que este amor os defina, os distinga y caracterice. Amaos como yo os he amado.

Con la luz del Espíritu y la fuerza de la comunidad podremos celebrar el triunfo del resucitado, que pasa por la muerte en cruz; podremos empeñarnos en amar sin condiciones, a los que nos aman y a los que nos traicionan o abandonan, a los que son de los nuestros y a los que se consideran de otros grupos…

Si estamos dispuestos, si nos dejamos conquistar por este amor, lo intentaremos una y otra vez. Si confiamos en que la fuerza de este amor que se nos regala nos irá cambiando… ¡permanecemos con Jesús en el cenáculo! En ese espacio donde se come y bebe, se comparte la vida en profundidad y se escucha al amigo en comunidad. Y esto, nos identifica y llena nuestra vida.

Mª Guadalupe Labrador, fmmdp

JESÚS Y DIOS. JESÚS, NOSOTROS Y LOS OTROS

El domingo pasado leímos que las ovejas seguían al pastor. Hoy el pastor abandona temporalmente a su rebaño, dejándole un encargo de última hora. Las dos primeras lecturas hablan de las persecuciones presentes y de la gloria futura.

Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 31-33a. 34-35

El evangelio de hoy, tomado del discurso de Jesús durante la última cena, aborda brevemente dos temas: Jesús y Dios; Jesús, nosotros y los otros. En realidad, el texto del cuarto evangelio incluye entre estos dos temas un tercero: Jesús y los discípulos. Los responsables de la selección no desaprovecharon la ocasión de suprimirlo, a pesar de su importancia.

Jesús y Dios. (Puede extrañar que no escriba “Jesús y el Padre”, pero en esta primera parte Jesús usa tres veces la palabra “Dios” y ninguna “Padre”.) Estamos en la noche del Jueves Santo. Judas acaba de salir del cenáculo para traicionar a Jesús y este pronuncia unas palabras desconcertantes. “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él.”

¿Qué quiere decir Jesús? La primera dificultad está en que usa cinco veces el verbo “glorificar”, que nosotros no usamos nunca, aunque sepamos lo que significa. Nadie le dice a otro: “yo te glorifico”, o “Pedro glorificó a su mujer”. Sólo en la misa recitamos el Gloria, y ahí el verbo va unido a otros más usados: “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos”. Pero, en el fondo, después de leer la frase diez o doce veces, queda más o menos claro lo que Jesús quiere decir: ha ocurrido algo que ha redundado en su gloria y, consiguientemente, en gloria de Dios; y Dios, en recompensa, glorificará también a Jesús.

¿Qué es eso que ha ocurrido ahora y que redunda en gloria de Jesús? Que Judas ha salido del cenáculo para ir a traicionarlo. Parece absurdo decir esto. Pero recuerda lo que dice la primera lectura: “hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”. A través de la pasión y la muerte es como Jesús dará gloria a Dios, y Dios a su vez lo glorificará.

San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales, anima al ejercitante, en momentos como este, a pedir la gracia de “alegrarse y gozarse de tanta alegría y gozo de Cristo nuestro Señor”. Algo fundamental, pero que podemos pasar por alto.

Jesús, nosotros y los otros. Esta parte es muy conocida, fácil de entender y muy difícil de practicar. El amor al prójimo como a uno mismo es algo que está ya mandado en el libro del Levítico. La novedad consiste en amar “como yo os he amado”. La idea de que Jesús amaba solo a uno de los discípulos (“el discípulo amado”) no es exacta. Amaba a todos, y si a ellos les hubieran preguntado en aquel momento cómo les había amado Jesús dirían que eligiéndolos y soportándolos. Es mucho, pero hay una forma más grande de demostrar el amor: dando la vida por la persona a la que se quiere, como el buen pastor que da la vida por sus ovejas.

Cabe el peligro de concluir: “Si Jesús nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarlo a él”. Sin embargo, el mandamiento nuevo no habla de amar a Jesús, sino de amarnos unos a otros. Esto supone un cambio importante con respecto al libro del Deuteronomio, donde el mandamiento principal es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Jesús, de forma casi polémica, omite la referencia a Dios y habla del amor al prójimo. Y lo mismo que a los israelitas se los reconocía por creer en un solo Dios dentro de un ambiente politeísta, a los cristianos se nos debe reconocer por amarnos unos a otros.

Sin embargo, cuando se conoce la historia de la Iglesia, queda claro que los cristianos nos distinguimos, más que por el amor mutuo, por la capacidad de pelearnos, no solo entre diversas confesiones, sino dentro de la misma. Curiosamente, la situación ha mejorado mucho entre las distintas confesiones, mientras los conflictos abundan dentro de la misma iglesia. Lo cual es comprensible. Es más fácil pelearse con el hermano que vive contigo que con el que ha formado su propia familia y está más lejos.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 14, 21b-27

Contiene el final del primer viaje apostólico de Pablo y Bernabé, indicando la conducta que siguieron los apóstoles. En todas las comunidades hacen lo mismo durante la vuelta:

1) Confortar y exhortar a perseverar en la fe. “Confortar” es un verbo exclusivo del libro de los Hechos (14,22; 15,41; 18,23) y siempre tiene por objeto a los discípulos o a las comunidades (no a individuos). ¿Cómo se conforta y exhorta? Advirtiéndoles de la realidad: “hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”. Igual que Pablo y Bernabé han tenido que sufrir para anunciar el evangelio; igual que Esteban fue apedreado hasta la muerte (11,19). Las persecuciones y tribulaciones forman parte esencial de la vida cristiana.

2) Designar responsables. La palabra presbíteros etimológicamente designa al “anciano”; en la práctica se aplica a los responsables de la comunidad y terminará adquiriendo un matiz muy concreto: sacerdote. Pero no es eso lo que designan los apóstoles, sino simples encargados de dirigir la comunidad, las asambleas litúrgicas, etc.

3) Celebrar liturgias de oración y ayuno, en las que encomiendan a la comunidad al Señor.

Finalmente, cuando llegan a Antioquía de Siria, pueden dar la gran noticia: Dios ha abierto a los paganos la puerta de la fe. Ha comenzado una etapa nueva en la historia de la iglesia y de la humanidad.

Lectura del libro del Apocalipsis 21, 1-5a

Si la primera lectura se fija sobre todo en las tribulaciones por las que hay que pasar para entrar en el reino de Dios, la del Apocalipsis habla de ese reino de Dios, del mundo futuro maravilloso. No es literatura de ficción, aunque lo parezca. Los cristianos del siglo I estaban sufriendo numerosas persecuciones, y la certeza de un mundo distinto era el mayor consuelo que podían recibir.

Aunque el lenguaje es muy distinto, la idea de fondo es la misma en Apocalipsis y Hechos: ahora la comunidad padece grandes tribulaciones (Hch), hay lágrimas, muerte, luto, llanto, dolor (Ap); pero todo esto llevará al reino de Dios (Hch) y a un mundo maravilloso (Ap).

José Luis Sicre

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  A modo de Salmo: Para Reposar

Documentación:  Meditación

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