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6º Domingo del Tiempo Ordinario

Del Evangelio de Marcos 1, 40-45

– Quiero, queda limpio

En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:

– Si quieres, puedes limpiarme.

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:

– Quiero: queda limpio.

La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.

Él lo despidió encargándole severamente:

– No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.

Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Lectura orante del Evangelio en clave teresiana

“Mientras mayor mal, más resplandece el gran bien de vuestras misericordias. ¡Y con cuánta razón las puedo yo para siempre cantar!” (V 14,10).  

Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: ‘Si quieres, puedes limpiarme’.Jesús se abaja, entra en los terrenos solitarios de la muerte; se hace el encontradizo, espera. Un leproso, acostumbrado al desprecio y rechazo permanentes, percibe en Jesús señales de amor y se acerca confiado. La confianza en Jesús es la clave. La oración es “conocer lo que somos con llaneza, y con simpleza representarnos delante de Dios” (V 14,8). “Si quieres, puedes limpiarme”, ¡qué oración más hermosa! El Espíritu es el artífice de este milagro. “¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí” (V 22,7).

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: ‘Quiero, queda limpio’.Jesús se conmueve al ver, a sus pies, a aquel hombre desfigurado. Se acerca, extiende la mano, toca la lepra y la limpia, levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre. Jesús nos crea de nuevo. Ama sin tener que amar, engrandece nuestra nada. La oración es un grito de fe, es un tiempo de gracia que nos permite experimentar la ternura sin medida de Jesús. “Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes” (V 22,7). ¡Qué bueno es estar con Jesús!  “¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que se quedan consigo mismos!” (V 22,17).   

(El leproso), cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones.El encuentro con Jesús nos cambia la vida, devuelve la vida a nuestro corazón, nos convierte en testigos de sus maravillas, nos hace mensajeros del evangelio. ¡Cómo no hablar de quien tanto nos ama! “Crece la caridad con ser comunicada” (V 7,22). “¡Oh caridad de los que verdaderamente aman este Señor y conocen su condición! ¡Qué poco descanso podrán tener si ven que son un poquito de parte para que una alma sola se aproveche y ame más a Dios!” (F 5,5). Las ponderaciones son la respuesta al amor sin medida que Jesús nos tiene. “En estos está ya crecido el amor, y él es el que obra” (V 15,12). Es una suerte encontrar y tratar a personas así, que gozan de los dones del Espíritu: justicia, verdad, libertad y alegría. “A los que veo más aprovechados y con estas determinaciones, y desasidos y animosos, los amo mucho, y con tales querría yo tratar, y parece que me ayudan” (R 1,14).

Jesús se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.Quienes hemos experimentado la fuerza sanadora de Jesús, no podemos ni queremos hacer otra cosa que buscarlo y estar con Él. Llevamos sus ojos grabados en el alma. Nuestras músicas lo glorifican. Cualquier descampado se convierte en un jardín; la oración es una fiesta de vida. “Jesús hace demasiado, según somos, en allegarnos cerca de Sí” (V 12,4). Y donde está Jesús, allí están los marginados, los despreciados, los ninguneados. La mejor oración es la que “deja mejores dejos” (Carta a Gracián, 23 octubre 1576). La oración se verifica y se demuestra en la cercanía y la compasión hacia los últimos. “Aquí se ha de ver el amor, que no a los rincones, sino en mitad de las ocasiones” (F 5,15).  

Equipo CIPE

DIOS ACOGE A LOS «IMPUROS»

De forma inesperada, un leproso «se acerca a Jesús». Según la ley, no puede entrar en contacto con nadie. Es un «impuro» y ha de vivir aislado. Tampoco puede entrar en el templo. ¿Cómo va a acoger Dios en su presencia a un ser tan repugnante? Su destino es vivir excluido. Así lo establece la ley.

A pesar de todo, este leproso desesperado se atreve a desafiar todas las normas. Sabe que está obrando mal. Por eso se pone de rodillas. No se arriesga a hablar con Jesús de frente. Desde el suelo, le hace esta súplica: «Si quieres, puedes limpiarme». Sabe que Jesús lo puede curar, pero ¿querrá limpiarlo?, ¿se atreverá a sacarlo de la exclusión a la que está sometido en nombre de Dios?

Sorprende la emoción que le produce a Jesús la cercanía del leproso. No se horroriza ni se echa atrás. Ante la situación de aquel pobre hombre, «se conmueve hasta las entrañas». La ternura lo desborda. ¿Cómo no va a querer limpiarlo él, que solo vive movido por la compasión de Dios hacia sus hijos e hijas más indefensos y despreciados?

Sin dudarlo, «extiende la mano» hacia aquel hombre y «toca» su piel despreciada por los puros. Sabe que está prohibido por la ley y que, con este gesto, está reafirmando la trasgresión iniciada por el leproso. Solo lo mueve la compasión: «Quiero: queda limpio».

Esto es lo que quiere el Dios encarnado en Jesús: limpiar el mundo de exclusiones que van contra su compasión de Padre. No es Dios quien excluye, sino nuestras leyes e instituciones. No es Dios quien margina, sino nosotros. En adelante, todos han de tener claro que a nadie se ha de excluir en nombre de Jesús.

Seguirle a él significa no horrorizarnos ante ningún impuro ni impura. No retirar a ningún «excluido» nuestra acogida. Para Jesús, lo primero es la persona que sufre y no la norma. Poner siempre por delante la norma es la mejor manera de ir perdiendo la sensibilidad de Jesús ante los despreciados y rechazados. La mejor manera de vivir sin compasión.

En pocos lugares es más reconocible el Espíritu de Jesús que en esas personas que ofrecen apoyo y amistad gratuita a prostitutas indefensas, que acompañan a enfermos de sida olvidados por todos, que defienden a homosexuales que no pueden vivir dignamente su condición… Ellos nos recuerdan que en el corazón de Dios caben todos.

José Antonio Pagola

 

LIBERAR A LOS DEMÁS, AUNQUE SEA ARRIESGANDO

Seguimos en el primer capítulo de Mc. Después de un enunciado general, que resume su habitual manera de actuar, (fue predicando por las sinagogas y expulsando demonios), nos narra la curación de un leproso. Sigue Mc más atento a los hechos que a las palabras. El leproso no tiene nombre. Tampoco se habla de tiempo y lugar determinados. Se advierte una falta total de lógica narrativa. Apenas ha pasado un día de la predicación de Jesús y ya le conocen hasta los leprosos que vivían en total aislamiento.

La primera lectura es suficientemente expresiva. La lepra era el motivo más radical de marginación. Lo que se entendía por lepra en la antigüedad, no coincide con lo que es hoy esa enfermedad concreta. Más bien se llamaba lepra a toda enfermedad de la piel que se presentara con un aspecto más o menos repugnante. Tanto la lepra como las normas sobre la enfermedad, no son originales del judaísmo; se encuentran en otras culturas y religiones más antiguas. Esas normas nos parecen hoy inhumanas, pero hay que tener en cuenta la necesidad de defenderse de una enfermedad que podía causar estragos en una población.

Se trataba de salvaguardar la vida de la comunidad, ante una enfermedad contagiosa y mortal. Sin la garantía de que era Dios el que lo mandaba, no hubiera tenido ningún efecto la prohibición. Por eso todas las normas se presentaban como recibidas de Dios, aunque fueran simplemente profilácticas. En una de las losas donde se encontró escrito el Código de Hammurabi, lo primero que aparece es la figura del rey recibiendo de Dios el escrito.

Se acercó, suplicándole de rodillas: Si quieres puedes limpiarme. Esta actitud indica a la vez valentía, porque se atreve a trasgredir la Ley, pero también temor a ser rechazado, precisamente por eso. Se puede descubrir una complicidad entre el leproso y Jesús. Los dos van más allá de la Ley. Uno por necesidad imperiosa, el otro por convicción profunda.

Sintiendo lástima. La insistencia en el amor de Jesús, tiene su paralelo en Buda en la compasión. La devaluación del significado de la palabra «amor» nos obliga a buscar un concepto más adecuado para expresar esa realidad. En el NT, ‘compasivo’ se dice solo de Dios y de Jesús. La acción de Dios manifestada a través de los sentimientos humanos.La compasión era ya una de las cualidades de Dios en el AT. Jesús la hace suya en toda su trayectoria humana. Es una demostración de que para llegar a lo divino no hay que destruir lo humano. La compasión es la forma más humana de manifestar el amor. Cuando uno siente como suyo el sufrimiento del otro es cuando, de verdad, se le ha hecho próximo.

Le tocó. El significado del verbo griego aptw, no es en primer lugar tocar, sino sujetar, atar, enlazar. Este significado nos acerca más a la manera de actuar de Jesús. Quiere decir que no solo le tocó un instante, sino que mantuvo esa postura durante un tiempo. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir de la lepra, podemos comprender el profundo significado del gesto, suficiente, por sí mismo, para hacer patente la actitud vital de Jesús. No solo demuestra que está por encima de la Ley cuando se trata del bien de un hombre sino que asume el riesgo de contraer la lepra y hacerse él también impuro.

Quiero… La simplicidad del diálogo esconde una riqueza de significados: Confianza total del leproso, y respuesta que no defrauda. No le pide que le cure, sino que le limpie. Por tres veces se repite el verbo kadarizw limpiar, verbo que significa también, liberar. Nos está lanzando a un significado mucho más profundo del que podía tener a primera vista una curación. No solo desaparece la enfermedad, sino que le restituye en su plena condición humana: Le devuelve su condición social, y su integración religiosa. Vuelve a sentir la amistad de Dios, que era el valor supremo para todo buen judío.

Lo echó fuera… y cuando salió… La segunda parte del relato es de una gran importancia. Se supone que estaban en un lugar fuera del pueblo, sin embargo el texto griego dice literalmente: lo expulsó fuera, y del leproso dice: cuando salió. Una vez más nos está empujando a una comprensión espiritual. Jesús no quiere que continúe junto a él y lo despide inmediatamente; eso sí, con el encargo de no contarlo y de presentarse ante el sacerdote. Una vez más, manifiesta Mc el peligro de que las acciones de Jesús en favor del marginado, fueran mal interpretadas.

¡Qué curioso! Jesús acaba de saltarse la Ley a la torera, pero exige al leproso que cumpla lo mandado por Moisés. Hay que estar muy atento para descubrir el significad. Jesús no está nunca contra la Ley, sino contra las injusticias y tropelías que se cometían en nombre de la Ley. Él mismo tuvo que defenderse de malentendidos, aclarando: «no he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud». Jesús solo se salta la Ley cuando le impide estar a favor del hombre. La obligación de presentarse al sacerdote para que certifique la curación, era el único modo que tenía el leproso de recuperar su estatus religioso y social.

El evangelio nos dice que las consecuencias de la proclamación de hecho, fueron nefastas para Jesús. Si había tocado a un leproso, él mismo se había convertido en apestado. Y no podía ya entrar abiertamente en ningún pueblo. Las consecuencias de la divulgación del hecho, podían también ser nefastas para el leproso. Era el sacerdote el único que podía declarar puro al contagiado. Los sacerdotes podían ponerle dificultades si tenían conocimiento de cómo se había producido la curación.

La lepra producía exclusión porque la sociedad era incapaz de protegerse de ella por otros medios. Hoy la sociedad sigue creando marginación por la misma razón, no encuentra los cauces adecuados para superar los peligros que algunas conductas sociales suponen para los instalados en el bienestar. No somos todavía capaces de hacer frente a esos peligros con actitudes verdaderamente humanas. A veces se toman medidas para aliviar la situación de los marginados, pero a la vez, teniendo mucho cuidado de no cambiar la situación que la genera, porque eso supondría perder nuestros privilegios.

Jesús se pone al servicio del hombre. Lo que tenemos que hacer es servir a los demás como hace Jesús. Dios no tiene nada que ver con la injusticia, ni siquiera cuando está amparada por la ley, sea humana o divina. Jesús se salta a la torera la Ley, tocando al leproso. Ninguna ley humana, sea religiosa, sea civil, puede tener valor absoluto. Lo único absoluto es el bien del hombre. Pero para la mayoría de los cristianos sigue siendo más importante el cumplimiento de la ley, que el acercamiento al marginado.

No creo que haya uno solo de nosotros que no se haya sentido leproso y excluido por Dios. El pecado es la lepra del espíritu, que es mucho más dañina que la del cuerpo. Es un contrasentido que, en nombre de Dios, nos hayan separado de Dios. El evangelio de Jesús, es sobre todo buena noticia. El Dios de Jesús es Padre porque es Amor. De Él, nadie se tiene que sentir apartado. La experiencia de ser aceptado por Dios, es el primer paso para no excluir a los demás. Pero si partimos de la idea de un Dios que excluye, encontraremos mil razones para excluir en su nombre. Es lo que hoy seguimos haciendo.

Seguimos aferrados a la idea de que la impureza se contagia, pero el evangelio nos está diciendo que la pureza, el amor la libertad la salud, la alegría de vivir, también pueden contagiarse. Este paso tendríamos que dar si de verdad somos cristianos. Seguimos justificando demasiados casos de marginación bajo pretexto de permanecer puros. ¡Cuántas leyes deberíamos saltarnos hoy para ayudar a todos los marginados a reintegrarse en la sociedad y permitirles volver a sentirse seres humanos!

Fray Marcos

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Meditación

Documentación:  Plegarias

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