Homenaje en su fiesta

La clave de la perenne actualidad de Francisco Palau radica en ser signo, con su testimonio de vida, de la verdad del Evangelio por el que Dios manifiesta, entre nosotros, su presencia y su rostro: Francisco fue un hombre a quien le cuestionaba profundamente el sentido de la vida.
La mayor desdicha humana consiste en comprobar que la existencia se nos escurre de entre las manos sin haber experimentado el vivir. Lo que en definitiva busca el hombre más allá de la técnica, de la ciencia, y de los humanismos, es el sentido final de su existencia. Como decía Juan Pablo II a los jóvenes italianos: “El hombre tiene necesidad extrema de saber si merece la pena, nacer, vivir, sufrir y morir. Si tiene valor para comprometerse por algún ideal superior… Si hay un porqué que justifique su existencia. Dar un sentido al hombre, a sus opciones, a su vida, a su historia”
Francisco, en esta búsqueda de sentido, anhelaba lo realmente pleno y era portador de una dinámica hacia lo infinito. Demostró llevar en su ser una tensión secreta que le permitía comenzar, siempre de nuevo, después de cada alternativa vital. “Sentía en el corazón –nos dice- un vacío inmenso… no conociéndote a ti, fui en pos de lo bello, bueno y amable que los sentidos presentaban, pero al adherirme a estas bellezas, el corazón hacía sentir su insuficiencia y no hacían más que aumentar la sed y el ardor del fuego del amor… Pasé mi vida en busca de mi cosa amada…” (MR)
Vivía en expectación y anhelo constante, sabiendo que el hombre y el mundo no existen completos y que cada uno, en su propio misterio, tiene algo que lograr para completarlos. En definitiva, tenía un ideal. Y tener un ideal, equivale a tener motivos para vivir. Nuestra marcha por la vida, tiene el calor y el colorido del ideal que nos anima. No importa tanto la vida cuanto la razón por la que vivimos y luchamos. El “porqué” y “para qué” califican nuestros actos.
La vida no subirá nunca más alto que el ideal propuesto. “Ideal de barro, vida de barro”, dice el refrán popular. Todo ideal se hace más firme cuando llega a interesar el corazón. Escribe Francisco: “Donde está el amor, está el corazón; donde está el corazón está la plenitud y fuerza de los afectos; donde están éstos, está tu alma, tus pensamientos, tus potencias y sentidos… Nuestro corazón está fabricado para amar y para amar un objeto infinito, inmenso y eterno que reúne en sí cuantas perfecciones puede concebir nuestro débil entendimiento” (MM).
María Consuelo Orella, cm
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