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Aquellos tres días (La experiencia de María de Magdala)

Publicado en la Revista Lubarri (Marzo 2011). APA Karmelo Ikastetxea (Donostia)

… Estaban en pie, junto a cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María la Magdalena… (Juan 19, 25)

         Soy María, de Magdala, «la Magdalena». Soy la mujer de la que “habían salido siete demonios” (Lc 8, 2), la que en Betania ungió los pies de Jesús (Ju 12,1-11), la que le siguió por el camino desde el comienzo de su predicación.

           Se habla más de los varones, es normal dado el tipo de sociedad en la que vivimos, pero también había mujeres en el grupo que acompañaba a Jesús. Unas estaban acompañadas de sus maridos y otras, éramos célibes. Jesús se hospedaba en nuestras casas y nosotros le apoyábamos en todo lo que podíamos y sabíamos. Él no hacía distinciones entre hombres y mujeres y esto chocaba a más de uno, que se lo criticó.

          Quiero invitaros a vivir este PASO hacia la PASCUA compartiendo con vosotros como viví aquellos últimos días al lado de Jesús. Hoy, después de casi 2.000 años siguen vivos en mi interior. Os invito a “poneros en mis sandalias” y recorrer estos días que hoy llamáis “santos”.

           Cuando llegamos a Jerusalén el JUEVES Jesús quiso que celebráramos la Cena de Pascua juntos. Tenía mucho interés en subir a Jerusalén. Por el camino podíamos adivinar que algo le preocupaba. Nos había dicho: Mirad, subimos a Jerusalén, y va cumpliéndose todo lo dicho por los profetas sobre el Hijo del Hombre: será entregado a los gentiles, burlado, ultrajado y escupido, y después de azotarlo lo matarán, pero al tercer día resucitará. Ellos no comprendieron nada de esto…” (Lc 18,31-34), pero nosotras intuíamos que no era prudente subir ese año a Jerusalén. Recordábamos como habían reaccionado nuestros dirigentes religiosos y políticos ante las palabras duras que les dirigía. Les había echado en cara aquellas costumbres que apartaban de nuestra sociedad a los más débiles. La discusión llegó tan lejos que habían tratado de matarle despeñándole por un barranco…, en el borde del precipicio, Jesús se volvió, y nadie se atrevió a hacerle nada: “No ha llegado mi hora”.

           Según subimos a Jerusalén voy dando vueltas a esa “hora” que no había llegado, pero que ahora está a punto de llegar. No acabo de entender, pero mi corazón no va como camino de fiesta. En el horizonte diviso nubarrones y un temor, que no acabo de definir, no quiere abandonarme.

           Antes de cenar, Jesús se ciñó la toalla y empezó a lavar los pies a Pedro, a Santiago,… se armó un gran  alboroto. Nos parecía que no era Él quien tenía que hacer esa tarea, pero no quiso dejarnos hacerla a nosotras. “Quiero que hagáis esto entre vosotros cuando yo me haya ido… No es un esclavo más que su amo, ni un apóstol más que el que le envió… No olvidéis esto. Seréis felices si lo hacéis…” (Ju 13,14-17) La cena sabía a despedida y yo no podía ahuyentar los nubarrones de mí ánimo. Judas se marchó pronto; los demás nos fuimos a la otra parte del torrente Cedrón, hasta el huerto de los Olivos, en Getsemaní. Jesús quería orar al Padre, solía separarse un poco del grupo cuando lo hacía. Esta vez pidió a Pedro, a Santiago y a Juan que le acompañaran. ¡Yo le sentía tan triste! Como quien está librando una dura batalla.

           De pronto el silencio de Getsemaní se vio roto por ruido de gente. Reconocí a Judas a la cabeza y, antes de que pudiera tranquilizarme, distinguí a la cohorte, los alguaciles de los Sumos Sacerdotes y de los fariseos. Mis sentimientos se encontraban y me era difícil ponerles nombre: ¿Sorpresa? ¿Miedo? ¿Dolor?…  Se llevan a Jesús ¿Huyo? ¿Me paralizo? ¿Le sigo?…

           Casi sin darme cuenta de lo que va pasando caigo en la cuenta de que ya ha pasado la media noche cuando Pedro llega hasta nosotros agitado y llorando. Ya es VIERNES. Se han llevado a Jesús. Se lo han llevado maniatado. Va del Sanedrín a Herodes; de Herodes a Pilatos, de acusación en acusación, de ultraje en ultraje,.. Pedro consiguió pasar hasta el patio de la Casa de Caifás. Y ahora ha regresado llorando. Han estado a punto de reconocerle y ha sentido mucho miedo. Dice que le ha visto de lejos, que le ha mirado y que el gallo cantó,… nunca había visto a Pedro llorar, desmoronarse de esa manera. No hace más que decir que no merece ser amigo de Jesús.

           De la Casa de Caifás lo llevaron al palacio de Pilatos. Había mucha gente para la fiesta. Pilatos preguntó a los reunidos: “Tenéis costumbre de que os suelte un preso por la Pascua ¿Queréis que os suelte al Rey de los Judíos? (Ju 19,39)

           No podía ser cierta la respuesta: ¡Suelta a Barrabás!

           – ¿Y qué hago con vuestro Rey?; ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

           Mujer y seguidora de Jesús… He llegado hasta su corazón. Es la única persona a la que no le importaron mis demonios, que me trató como mujer, me sanó y me llenó de amor haciéndome capaz de amar. Le sigo cuan de cerca puedo. Los varones y algunas mujeres tratan de avisarme del riesgo que corro procurando estar tan cerca. No siento el peligro, sólo oigo el grito ensordecedor del pueblo que hace poco gritaba ¡Hossanna! y anoche pedía ¡Crucifícalo!. ¡Tan volubles y débiles somos los humanos!. El amor, del que tanto nos ha hablado, se verifica en gestos concretos ¿no sanaba a los enfermos?, ¿no convirtió el agua en vino?, ¿no nos lavó los pies apenas hace unas horas? Yo quería estar con él aunque el corazón se me desgarrara. María su madre tampoco quería abandonarle en estos momentos, Juan, al que tanto quería, se puso de nuestro lado, a nuestro lado. La verdad del amor, ayer como hoy, y como será siempre, se verifica en gestos concretos. No le detienen los riesgos. Es el deseo de amar, de responder al amor que se recibe, el que daría la vida en este mismo instante por la persona que se ama.

           Y el amor, y el dolor subieron hacia el Gólgota. El amor y el dolor en la Verónica, en el Cirineo, en las mujeres que lloraban en el camino… Es el amor quien guía y quien nos lleva hasta el pie de la cruz: el amor de madre, de amigo, de amiga,…

           Hacia el mediodía Jesús murió. Un soldado le atravesó el pecho con su lanza cuando el ya había entregado su espíritu al Padre. Su cuerpo seguía allí clavado y nosotros, al pie de la cruz.

           José, el de Arimatea, rogó a Pilatos que le dejara bajar el cuerpo y se lo consintió. También Nicodemo se acercó con un perfume muy caro de mirra y áloe para la sepultura, y aunque con prisas por la hora, que se nos echaba encima, le enterramos en un sepulcro nuevo, en el huerto que había al lado del lugar donde le crucificaron, envuelto en lienzos y con los perfumes. Corrieron la piedra y quedaron unos guardas, porque nuestros dirigentes no se fiaban. (Mt 27,57-66). Nosotras observamos donde quedaba y nos costó mucho marcharnos de allí.

            SÁBADO: Cuando regresábamos, después de haber enterrado a Jesús, preparamos perfumes y ungüentos; pero durante el descanso del sábado guardamos reposo conforme al precepto. (Lc 24,56).

           No veo cuando termina el sábado. Quiero ir allí donde está su cuerpo, para volver a llenarlo de perfume, o quizá, todavía tengo la esperanza de que Él no ha muerto.

           Recuerdo cada una de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus gestos para con los más pobres. María, su madre, está deshecha. Recuerdo su mirada, su ternura para con los niños, los enfermos. Recuerdo sus palabras firmes ante los fariseos y su risa en las fiestas. Recuerdo como se transformaba cuando hablaba del Padre. Recuerdo la oración que nos enseñó,… Recuerdo que el insistía en que lo matarían, sí, pero que al tercer día resucitaría ¿Cuándo llegará mañana?

           No podía esperar más, muy de mañana, antes del amanecer, llegué al sepulcro con los perfumes. La piedra estaba corrida y… su cuerpo no estaba. ¡Su cuerpo no estaba! ¿Quién se lo podía haber llevado? ¿por qué hice caso a los que nos insistieron para irnos a casa hasta pasada la fiesta del sábado? ¿dónde está su cuerpo?. Lloré sin consuelo, hasta que una voz tras de mí me preguntó: ¿Por qué lloras?. Yo sólo acertaba a decir: ¿se lo han llevado? No sé donde lo han puesto ¿te lo has llevado tú?. Él, frente a mí, seguía diciendo: ¿Por qué lloras?. Pero yo no escuchaba: Si te lo has llevado dime dónde le has puesto. Yo le recogeré. Yo…

           Solamente cuando oí mi nombre: “María”; Me di cuenta que era él. Ya os he dicho que nunca nadie me trató como Él, mi miró como Él, me habló como Él. Él me devolvía toda mi dignidad, me hacía capaz, me daba VIDA.

           ¿Es posible? ¡Era Él! ¡Rabbonni!. No estábamos solos. Él seguiría con nosotros. Todo parecía ahora como un mal sueño, una pesadilla de la que ya había despertado.

           Quise decirle el miedo que habíamos pasado; no, no era tanto miedo como dolor, o quizá las dos cosas, pero no importaba, ya estaba aquí, podía sentirlo. Había que …

           – No me detengas, que todavía no he subido al Padre, pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre que ya es vuestro Padre, a mi Dios que ya es vuestro Dios. (Ju 20, 17)

           No es que me hiciera mucha gracia tener que despedirnos tan pronto, pero enseguida marché a anunciar al resto: ¡He visto al Señor y me ha dicho que nos espera en Galilea!

VAMOS A GALILEA ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

Mª Victoria Alonso Domínguez , CM

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