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Celebrando a Teresa de Lisieux

En el corazón de mi Madre la Iglesia, yo seré el amor»

Santa Teresa de Jesús y de la Santa Faz, nació en Alençon (Francia) el 2 de enero de 1873.

Entró en el Carmelo de Lisieux el 9 de abril de 1888.

En su corta vida se encargó durante varios años de la formación de las novicias como ayudante de la maestra.

Murió el 30 de septiembre de 1897. Tenía 24 años.

Un año más tarde se edita su “Historia de un alma” que cuenta con numerosas ediciones.

Pío XI la canoniza el 17 de mayo de 1925 y la proclamó Patrona de las Misiones el 14 de diciembre de 1927.

Juan Pablo II la declaró doctora de la Iglesia el 19 de octubre de 1997.

Su misión: ser el amor en el corazón de la Iglesia.

Actitudes a resaltar en TERESA DE LISIEUX. 

– Silencio: Fundamentalmente su alimento es la Palabra de Dios (los Evangelios) que guían su vida.

El silencio como ausencia de dominio, de poder. La inefica­cia como terreno donde Dios siembra.

El silencio ámbito del misterio que nos sobrepasa. 

– Simplicidad: se deja hacer por Dios como el niño. La perfección no consiste en sumar virtudes o méritos, sino en decrecer, hacerse transparentes a la gracia. 

– Sinceridad: no hay que dejarse engañar por las emociones. Su oración desnuda y abierta. «Digo sencillamente a Dios lo que quiero decirle…». 

– Indiferencia: se conforma en todo momento con el querer de Dios. Tiene una gran capacidad para relativizar y dejar a Dios ser Dios. 

Jalil GIBRAN, El Profeta. Escribió sobre la libertad:«Seréis libres de verdad cuando vuestros días no transcurran sin preocupaciones, cuando vuestras noches no estén vacías de necesidad ni de pena. Lo seréis cuando esas cosas acosen por todas partes vuestra vida y desnudos y sin ataduras consigáis sobreponeros a ellas.«

Dios pronunció una palabra en la vida de Teresa. Esa palabra bautismal es la noche.

Vivió cada día la ausencia, el silencio de Dios, el abandono.  

La sequedad y la purificación le acompañan durante años. Dios le enseñó a descubrir lo nutritivo de esta oración. Es una oración desnuda de éxtasis y Teresa acepta la invitación a buscar a Dios solo. Todo sentimiento sensible queda sumergido. 

Teresa se hace maestra en saborear de frente la amargura y el dolor. Se entrega a Dios en la purificación del corazón que es fuente de libertad profunda y de verdadera alegría. (Cuando miramos sin miedo el dolor, lo desnudamos de ansiedad y angustia). 

Teresa de Lisieux obedece a una santidad como integración de lo negativo, más que como perfección moral. 

A partir de la Pascua del 96 la noche cae sobre Teresa. El silencio de Dios, su ausencia sensible… dibujan un despojamiento radical, al que Teresa responde con la actitud del abandono: Pasividad activa, abandono activo al Espíritu Santo. La actitud más difícil y de más quilates, espiritualmente hablando. 

La noche se convierte en prueba. En medio de las tinieblas define la felicidad que puede existir en la noche; pone el ejemplo del pajarillo. «Nada podrá asustarlo, ni el viento ni la lluvia. Y si oscuras nubes llegaran a ocultarle el Astro del amor, el pajarito no cambiará de lugar: sabe que más allá de las nubes su Sol sigue brillando y que su resplandor no puede eclipsarse ni un instante. Es cierto que, a veces, el corazón del pajarito se ve embestido por la tormenta, y no le parece que pueda existir otra cosa que las nubes que lo rodean. Esa es la hora de la alegría perfecta para ese pobre y débil ser. ¡Qué dicha para él seguir allí, a pesar de todo, mirando fijamente  a la luz invisible que se oculta a su fe…!! ( Ms B 5r)

A continuación dice que aunque el pajarillo se distraiga y se aleje a beber o jugar o hacer travesuras, el «Astro adorado» sigue amándole y mirándole con igual cariño. 

Toda la experiencia de oscuridad de Teresa de Lisieux la hace solidaria de los hombres que caminan a tientas, sin ver claro. La noche hace a Teresa no estar a salvo. Ahora está más cerca que nunca de sus hermanos, en su mismo terreno. 

Teresa vive su identificación con la Faz del Señor como no lo había imaginado, vive en escondido la prueba de la soledad, y del no sentir a Dios: «Tu faz es mi sola patria… en ella escondida siempre a ti me pareceré…» (PN 20, 3.5.)

TEXTOS DE TERESA EN TORNO A LA ORACIÓN 

Ms C 25r-v

¡Qué grande es, pues, el poder de la oración! Se diría que es como una reina que en todo momento tiene acceso libre al rey y que puede alcanzar todo lo que pide. 

Para ser escuchadas, no hace falta leer en un libro una hermosa fórmula compuesta para esa ocasión. Si fuese así…, ¡qué digna de lástima sería yo…! Fuera del Oficio divino, que tan indigna soy de recitar, no me siento con fuerzas para sujetarme a buscar en los libros hermosas oraciones; me produce dolor de cabeza, ¡hay tantas…, y a cual más hermosa…! No podría rezarlas todas, y, al no saber cuál escoger, hago como los niños que no saben leer: le digo a Dios simplemente lo que quiero decirle, sin componer frases hermosas, y él siempre me entien­de… 

Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús. 

A veces, cuando mi espíritu está tan seco que me es imposible sacar un solo pensamiento para unirme a Dios, rezo muy despacio un «Padrenuestro», y luego la salutación angélica. Entonces, esas oraciones me encantan y alimentan mi alma mucho más que si las rezase precipitadamente un centenar de veces…

Miguel Marquez OCD

Documentación:  Historia primaveral de una florecita blanca

Documentación:  A la cima del amor

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