Del Evangelio de Juan 20, 19-23
Paz a vosotros, … Recibid el Espíritu Santo…

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
— Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
— Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
— Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

EL GLOBO DE PENTECOSTÉS
La metáfora de viajar en globo es bien bonita y sugerente. Nos habla de un fuego que va por dentro y te eleva, un viento invisible que te mueve… Nos habla también de no contaminar, ir silencio, ir ligero de equipaje soltando lastre…
Esta metáfora nos inspira para sentir que el fuego del Espíritu Santo nos eleva y nos mueve. Solo así podemos ser enviados. Porque realmente necesitamos ser enviados, impulsados por el Espíritu de Jesús Resucitado, para ser Iglesia misionera, “en salida”, que se pone en marcha para vivir con la alegría del Evangelio. Iglesia que conoce sus dones y su debilidad, pero que sabe Quién la impulsa y por eso se muestra con una sonrisa de par en par. Iglesia de colores, porque no concibe una vida en blanco y negro sino cargada de esperanza.
Por eso, nos dice nuestro amigo Patxi: “Ningún engranaje, sistema, método, estructura, congregación, delegación, grupo, movimiento, diócesis, sínodo, cónclave… funcionará si no se deja mover por el Espíritu”.
Además, nuestro querido Fano está de enhorabuena. Acaba de ser editado su primer libro como autor, “Papá Dios”, en PPC, un volumen sencillo y profundo que nos hará enamorarnos de Dios o renovar nuestro amor por Él.
Dibu: Patxi Velasco Fano
Texto: Fernando Cordero ss.cc.
EL ESPÍRITU OS GUIARÁ HASTA LA VERDAD PLENA
Pentecostés era una fiesta judía que se celebraba a los cincuenta días de la Pascua. Nosotros, los cristianos, celebramos la venida del Espíritu-Ruah (hebreo). Culmina así, el ciclo pascual. Pero, ¿cómo hablar hoy del Espíritu en un mundo globalizado que nos invita a vivir desde fuera, donde lo atractivo está fundamentalmente en el exterior? Incluso para los que nos decimos cristianos, ¿cómo se comunica Dios en nuestras comunidades? ¿Y en mí? ¿Somos capaces de percibirlo? ¿Lo reducimos a una fiesta más?
A veces en nuestra Iglesia nosotros también cerramos las puertas, quizá por miedo al futuro, al cambio, a equivocarnos o sencillamente porque “siempre ha sido así”. ¿Qué miedos crees que nos atenazan como Iglesia? Sin embargo, es el Espíritu el que nos convoca, el que nos trae su paz, el que nos une y permanece en medio de nosotros y hace que permanezcamos unidos más allá de nuestras diferencias. Él es el que viene a nuestras vidas, se comunica a la Iglesia y también a cada persona.
En este tiempo de pandemia que llevamos soportando más de un año ya, hemos vivido además, por circunstancias obvias, la ausencia de la Comunidad cristiana que da soporte, aliento y apoyo fraterno en cuantas celebraciones compartimos la fe, la vida y la esperanza; o esos momentos de silencio y oración que nos ayudan a desvelar permanentemente el Misterio de Dios en nosotros, en mí, en los demás, en el universo. Cuando vivimos en comunión con ese Misterio desde dentro, ¿qué actitudes me refuerza y cuáles me invita a dejar?, ¿qué resistencias frenan o dificultan la irrupción del Espíritu-Ruah en mí? ¿Soy capaz de ponerme en acción o me pueden la pasividad o la pereza?
Porque no son dos ámbitos contrapuestos lo interior y lo exterior. Sino que ambos son el reflejo de la irrupción del Espíritu en cada uno/a. Si hemos descubierto la abundancia y el derroche de dones que se nos da por pura gratuidad, “lo demás se dará por añadidura”. Si hemos acogido y experimentado en lo más íntimo de nuestro ser, aun de manera callada, sencilla y humilde, el misterioso proceder de Dios-Espíritu, nos daremos cuenta de que Él sigue actuando en mí, en todo ser humano (incluso antes de que yo / tú mismo empezara/s a existir) “porque desde el principio estáis conmigo” y nos impulsa a la misma meta: “porque el Espíritu os guiará hasta la verdad plena”.
Que no es otra meta que vivir la mejor Humanidad, el Amor como fundamento de mi ser,
“porque te he visto latiendo en los bancales,
favoreciendo, urdiendo…
porque me enseñas a ser en lo que era,
a olvidar mis estiajes en esta primavera…
porque es llegado el tiempo del que ama”… (José G. Nieto),
y así confluir, biológica y espiritualmente, en la íntima unión con la Divinidad.
San Pablo, en la Carta a los Gálatas, les recuerda algo de plena actualidad: “El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, disponibilidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí” (5,16-25). Lo exterior, lo interior forman parte de una misma realidad impregnada de bondad, belleza, armonía, amistad, equilibrio, conciliación, relación, unificación… Porque eso y no otra cosa es el plan de Dios para sus criaturas desde los orígenes (recuérdese el bellísimo relato de la Creación) y, me atrevería a decir, que el sueño de plenitud de todo ser humano en todas las religiones.
¿Cómo concretarlo, hoy, con los pies en la tierra? Jesús nos dejó un proyecto de Felicidad: las Bienaventuranzas. Hoy, podemos recrearlas en este nuevo Pentecostés:
Felices quienes, ante un hecho imprevisto, un grave diagnóstico, una ruptura dolorosa, se ponen en manos del Espíritu para afrontar con confianza/fe esa etapa incierta, difícil.
Felices quienes reconocen sus errores, debilidades, desalientos y “aun con las puertas cerradas por miedo…” salen de sí mismos y se dejan impulsar por el Espíritu.
Felices quienes despejan de puertas y ventanas obstáculos, prejuicios, quejas, pesimismos e inconvenientes y dejan entrar la luz del Espíritu que lo baña todo.
Felices quienes, a pesar de la edad, la experiencia, los batacazos… reviven la novedad del Espíritu y no se quedan aferrados al pasado sino que prosiguen su camino cada día.
Felices quienes saben sacar provecho de la historia, con sus etapas de esplendor y oscuridad, ni mejores ni peores que otras, dejando atrás estereotipos, mitos, tópicos y construyen, renovados por el Espíritu, las pequeñas historias de cada día tan llenas de amor, de esperanza, de utopía.
Felices quienes se dejan cautivar por la mirada limpia, los dones recibidos y la intuición-certeza del encuentro con Dios-Espíritu, aun sin saberlo, y todo ello de manera fugaz, imperceptible, íntima, cotidiana.
Felices quienes dan su tiempo, sus talentos, su carisma y, al mismo tiempo, saben acoger los de los demás en un intercambio fecundo y libre de dones, capacidades, habilidades y virtudes.
Felices quienes saben rastrear las huellas del Espíritu, seguir su dinamismo con humildad y atención constante a sus intuiciones e inspiraciones.
Felices quienes se arriesgan a vivir con actitud de apertura, servicio y encuentro, anticipando la salvación y siendo signo de la misma en la corresponsabilidad y en el compartir.
Felices porque sabiéndonos hijos/as de Dios, continuamos siendo ascuas en la lumbre no relumbrones fatuos, luz desde dentro, zarza ardiente en los desiertos de la vida, mesa en la que compartimos pan y vino, cuerpos inflamados por tu Espíritu que nos gloriamos en este nuevo Pentecostés de celebrar todo “lo que Dios ha hecho con nosotros” porque “abres tu mano y sacias de favores a todo ser viviente” (Sal 145, 15-16).
¡Shalom!
Mª Luisa Paret

ABIERTOS AL ESPÍRITU
No hablan mucho. No se hacen notar. Su presencia es modesta y callada, pero son «sal de la tierra». Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu de Dios será posible seguir esperando. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad espiritual.
Su influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad más honda. Se encuentran retirados en los monasterios o escondidos en medio de la gente. No destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde están.
No viven de apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, atentos a hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin que ellos mismos se den cuenta son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.
Tienen defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan absorber por los problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser. Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus deseos, palabras y decisiones.
Basta ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío y la superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que desconocemos.
Estos hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera.
En medio de una sociedad materialista y superficial, que tanto descalifica y maltrata los valores del espíritu, quiero hacer memoria de estos hombres y mujeres «espirituales». Ellos nos recuerdan el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde se apaga toda sed.
José Antonio Pagola
Publicado en www.gruposdejesus.com
PAZ
La paz, en todos los niveles -consigo mismo, con los otros, con la naturaleza, entre los pueblos…-, constituye uno de los anhelos más profundos del ser humano. Y apreciamos su importancia, como suele ocurrirnos con cualquier otro bien, cuando lo perdemos. Aunque, en realidad, no podemos perder la paz, porque es lo que somos.
En nuestra identidad profunda, somos paz. Lo que sucede es que, en ocasiones, nuestra mente pensante nos ciega y la ignorancia nos impide verla; o bien nos situamos en un “lugar” desde donde es imposible vivirla. Porque vivir en paz no depende de nuestra voluntad, sino del “lugar” donde nos situamos.
El ego, producto de la mente pensante, no puede experimentar la paz porque es impermanente y la impermanencia implica alteración. La paz no se encuentra en la mente pensante que, desde la estrechez de su mirada, se convierte en una fábrica de preocupaciones constantes.
La mente y el ego únicamente pueden aspirar a lo que el evangelio de Juan llamaba la “paz del mundo”, aquella que depende de que todo “nos vaya bien”, y que se esfuma por completo cuando aparece la frustración. Pero hablamos aquí de “la paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14,27), aquella que está a salvo de las circunstancias que ocurren, la paz que no puede desaparecer porque es lo que somos.
Encontrarla, saborearla y vivirnos desde ella requiere, por tanto, situarnos en el “lugar” de nuestra verdadera identidad, que no es el ego ni la mente. Lo cual implica situarnos “un paso detrás” de la mente, en el Testigo, y experimentar lo que ahí ocurre.
Mientras estamos en la mente pensante creemos ser el yo separado, confundiendo nuestra personalidad con nuestra identidad. Al observar la mente, salimos de aquella identificación y accedemos al “lugar” donde realmente nos encontramos con nuestra verdad.
Si la mente pensante es un lugar de alteración y preocupaciones, el Testigo es el lugar de la ecuanimidad…, de la paz estable. Lo cual no significa que todo nos vaya a “ir bien”, ni que no haya dolor. Eso continuará, pero lo viviremos desde ese otro lugar, donde todo lo que aparece es reconocido como un “objeto” y tratado como tal. En la comprensión de que no somos ningún objeto -la paz tampoco lo es-, sino la espaciosidad consciente y serena en la que todos los objetos aparecen. Situarnos en el Testigo hace posible deshacer las “burbujas” de preocupación, miedo, soledad, sufrimiento…, que la mente pensante crea sin cesar. Si permanecemos girando, cavilando o rumiando esas “burbujas”, terminaremos atrapados y quedaremos encerrados en ellas. Al cambiar de “lugar”, nos liberamos y nos descubrimos en “casa”.
¿Vivo en paz?
Enrique Martínez Lozano
Documentación: Liturgia de la Palabra
Documentación: Cómo el aire que respiramos – Fray Marcos
Documentación: No entristezcáis al Espíritu – F Ulibarri
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