Domingo de Pentecostés

Evangelio de Juan 20, 19 – 23

¡Paz a vosotros! ¡Recibid el Espíritu Santo!

Llegado el atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando candadas por el miedo a los judíos, las puertas de la casa donde estaban los discípulos, llegó Jesús y se puso en medio, y les dice:

– ¡Paz a vosotros!

Y, después de decir esto, les enseñó las manos y el costado; asi que los discípulos se alegraron al ver al Señor. Volvió, pues a decirles:

– ¡Paz a vosotros!. Como el Padre me envió, también yo os envío.

Y después de decir esto, sopló y les dijo:

– Recibid el Espíritu Santo, si perdonáis los pecados de algunos, les quedan perdonados; si retenéis los de alguno, quedan retenidos.

EL ESPÍRITU SANTO LO INUNDA TODO

El Espíritu, regalo del Padre, lo inunda todo, lo envuelve todo, lo invade todo para que no triunfe el desánimo, la indiferencia o la falta de coraje en aquello que hemos de llevar adelante.

El Espíritu, memoria del Resucitado, está por todos lados. No estamos huérfanos, sino en la mejor de las compañías. Así es el Espíritu, con su suavidad, entra en nuestra escena cotidiana y nos eleva con su empuje, con su altura de miras.

¡Ven, Espíritu Santo, anima nuestras vidas!

¡Ven, Espíritu Santo, custodio de los pobres y amante de los pequeños!

¡Ven, Espíritu Santo, transforma nuestros corazones con el fuego de tu Amor!

Fernando Cordero sscc

LA ALEGRÍA DEL ESPÍRITU

¿Qué pasó aquel día? ¿Qué les ocurrió a aquellos hombres y mujeres, amigas de Jesús, que se quedaron ebrias de emoción? Nunca lo podremos saber. Solamente quienes hayan experimentado la emoción del Espíritu Santo, pueden adivinar algo de aquel memorable día.

Estaban borrachos: eso decía la gente. Había allí personas de mil lugares. Eran judías de fuera de Palestina, que habían llegado a Jerusalén a celebrar el don de la Ley, entregada a  Moisés en el Monte Sinaí. Y fue esa gente tan plural, la que se encontró con unos hombres y mujeres borrachas desde muy temprano, borrachas del Espíritu Santo.

¡Qué sorpresa! ¡Qué inmensa sorpresa! Discípulos y discípulas se han sentido sacudidas por un fuerte ruido y un viento impetuoso. Después aparecieron unas lenguas de fuego sobre sus cabezas. Sus llamas eran el fuego del Espíritu; y las lenguas, el don dela Palabra; no cualquier palabra, sino las palabras ardientes que nacen del Espíritu. Era el fuego de la transformación personal y el envío a la misión universal de mostrar a la gente a Jesús y de trabajar por un mundo justo.

No pudieron hacer otra cosa que salir al balcón y hablar. Sí, hablar, gritar, proclamar a los cuatro vientos que había llegado algo completamente nuevo, enviado por Jesús. Pedro se lo recordó con una cita del profeta Yoel: Sepan que sus descendientes serán profetas, sus jóvenes tendrán visiones, sus hijas profetizarán. ¡Mujeres y hombres de Dios, que transformarán el mundo! Y miles de personas se convirtieron a la fe cristiana.

Toda la gente que se acercó al lugar les entendía, aunque hablaban idiomas diferentes. No es que ocurriera un milagro raro; sino que es una forma literaria de decirnos que la fe cristiana es universal; no está limitada a una lengua y una cultura. En ella caben todas las lenguas y todas las culturas. Es una fuerza interior invencible, como un viento impetuoso, que traspasa todas las barreras y penetra hasta el corazón.

Este es el gran día del Espíritu de Cristo, que ya recibimos en el bautismo. Y tiene que crecer en nuestro interior, como el viento, como el fuego ardiente, como la lengua viva que habla desde el dentro. Ojalá sintamos hoy la alegría, el entusiasmo y la inmensa fuerza del Espíritu de Jesús y el Padre, para extender por el mundo la fe y la justicia.

Patxi Loidi

EL SOPLO DEL ESPÍRITU: OSADÍA Y LUCIDEZ

Con la fiesta de Pentecostés terminamos el tiempo de Pascua. Este acontecimiento cierra un ciclo que revela la identidad trascendente de Jesús y de todo ser humano en su dimensión más profunda, dando pleno sentido a nuestra fe cristiana. En este texto del evangelio de Juan, simbólicamente narrado, la consciencia de la resurrección ocurre en el primer día de la semana. Nace una nueva interpretación del tiempo que parece haber superado la percepción judía. La resurrección ocurre al amanecer, el soplo del Espíritu al atardecer. El día queda completado como un movimiento que integra toda la realidad de la vida.

Para comprender este texto, sería interesante mirar cómo se va desarrollando el proceso de transformación de los discípulos(as) tan tremendamente importante. Se dan tres posiciones conectadas entre sí, pero al mismo tiempo reveladoras de lo que ocurre en todo camino humano y creyente. La primera posición nos habla de cómo estaban situados los discípulos tras la muerte de Jesús: con miedo y las puertas bien cerradas. Esta posición es lógica tras la experiencia de fracaso que habían vivido. Cuando la frustración vital nos viene se despierta toda una gama de sensaciones paralizantes, la desconfianza se convierte en un obstáculo para ver con lucidez lo que ocurre. Ellos están cerrados al cambio; el perímetro de sus vivencias bordea la vida de Jesús que había terminado en tragedia. Sin expectativas y sin perspectiva.

Necesitaban, realmente, una experiencia que rompiera esta espiral de desesperanza. Y es esta desesperanza la que se convierte en roca de fe para una nueva visión del ser humano. Son capaces de percibir a Jesús en medio de ellos y comprender la dimensión humana y divina del resucitado. Jesús es historia viva y se convierte en el espejo de toda la humanidad: vivimos en este mundo, pero existe una realidad trascendente, atemporal y eterna que nos abre a una nueva dimensión de sentido. Y se genera la segunda posición: todos miran al centro, perciben a Jesús en medio de ellos y se llenan de alegría. Esta alegría no es una euforia que les evade de la realidad sino una vivencia muy profunda como fruto de haber descubierto el “centro” y todo lo que brota de ese lugar; el centro personal pero también el centro comunitario.

En una perspectiva diferente de esta escena podemos ver a todos alrededor y Jesús como foco central. En la raíz de esta experiencia nace la Iglesia, la comunidad cristiana querida por Jesús. Todos los miembros equidistantes con respecto al centro, ocupando la misma órbita, pero en responsabilidades diferentes. Nos recuerda al texto de Marcos 3 31-35 cuando María de Nazaret va a buscar a su hijo porque ya estaba en conflicto evidente con el judaísmo. Es la escena más limpia y completa de la Iglesia naciente: María, los hermanos y hermanas alrededor y vinculándose a Jesús a través de su Palabra. ¿Y qué nos ha pasado? ¿Por qué nos cuesta tanto sentirnos cómodos e identificados con esta imagen de la Iglesia? Una escena que vuelve a repetirse en Pentecostés, pero con una nueva presencia: el Espíritu de Jesús.  Es este el parto de la Comunidad cristiana que ha cambiado el miedo por la alegría y la confianza, la cerrazón por la apertura, la verticalidad jerárquica por la circularidad de los seguidores y seguidoras. Es el parto del discipulado de iguales, una posición creyente en la que la referencia de esta Comunidad no es un cargo, un ministerio patriarcal, un liderazgo, una doctrina o una moral dogmatizada, sino Jesús vivo como Espíritu en medio de los creyentes, insuflando, fuerza, libertad, unidad, energía de amor, diversidad de carismas y moviendo hacia la plenitud. 

Arraigados ya en esta experiencia, aparece la tercera posición movida por el soplo del Espíritu con la invitación a recibirle en cada momento de la vida. Una nueva posición de osadía y lucidez para percibir aquello que hay que transformar. Jesús cede toda la responsabilidad al discipulado y los acompaña desde el centro, empodera su presencia en la historia como cocreadores(as) de una nueva humanidad; no estamos ante un envío para anunciar un mensaje que repite frases mecánicamente sino para discernir lúcidamente aquello que debe ser integrado, perdonado según el texto bíblico y lo que debe ser denunciado, pecados retenidos como apunta Juan.

Hagamos de esta fiesta de Pentecostés una oportunidad para renovar nuestra fe, nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia de iguales que Jesús quería, nuestro vínculo con su Espíritu y nuestra identidad trascendente inseparable de Dios. 

Rosario Ramos

PAZ CON VOSOTROS

La paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado mental, una disposición en pro de la benevolencia, la confianza, la justicia (Baruch Spinoza)

Hch 2, 1-11

De repente vino del cielo un ruido -¿pero es que puede haber ruido en el cielo?- como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban (v 2)

Los discípulos, como es natural, estaban todos asustados, y su temor necesitaba que los ruidos de la tierra se calmaran. Los ecos de las voces del entorno son trompetas estridentes que nos impiden escuchar al Espíritu, que sin cesar nos habla.

Jn 20, 19-23.

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio de ellos y les dice: Paz con vosotros (v19)

Shalom: Paz a vosotros. Quiere decir: “Que Dios os conceda todo lo necesario para vivir en amistad con Él, en fraternidad con el prójimo, y calma dentro de vosotros mismos”Con y en vosotros.

San Pablo dijo a los Filipenses: Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros.

Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza, con la Ley no escrita en tablas de piedra sino en el corazón de los creyentes. Un cuerpo místico de Cristo, dado a luz espiritualmente por la Virgen María, y no en un establo de pastores con vacas y con bueyes, sino en una sala de palacio en el Reino de los cielos con ángeles y trompetas.

“Que haya paz en todos los tiempos”dicen los Vedas, los libros más antiguos de la India. Y Confucio dice en el primer capítulo de La gran sabiduría:

“Cuando se alcanza el verdadero conocimiento, entonces la voluntad se hace sincera; cuando la voluntad es sincera, entonces se corrige el corazón […]; cuando se corrige el corazón, entonces se cultiva la vida personal; cuando se cultiva la vida personal, entonces se regula la vida familiar; cuando se regula la vida familiar, entonces la vida nacional tiene orden; y cuando la vida nacional tiene orden, entonces hay paz en este mundo. Desde el emperador hasta los hombres comunes, todos deben considerar el cultivo de la vida personal como la raíz o fundamento”

“Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar; pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar” (Winston Churchill). Una tierra abonada que nos hace crecer como personas, sorteando el peligro de quedarnos siendo perennemente enanos, no sólo físicamente, que sería lo menos importante, sino moral y espiritualmente. Cuando un hombre no puede progresar, deja de ser un hombre.

Baruch Spinoza, un judío bíblico del siglo XVII, se acordó del Pentecostés evangélico y dijo: La paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado mental, una disposición en pro de la benevolencia, la confianza, la justicia.

Con frecuencia llama Jesús a nuestra mente y nos pide posada. Abrirle el corazón es lo sensato.

ÉL, YO Y MI CASA

Una noche de amores llamó a mi puerta.

………………………..

Yo le esperaba.

……………………….

Y al abrirla me dijo:

“Paz a esta casa”.

Nos hicimos Uno, nos hicimos dioses.

Él, yo, la puerta y ¿cómo no? … ¡la casa!

Vicente Martínez

 

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Canción

Documentación:  Plegaria

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