Domingo de Ramos

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 7.14—23,56

…. Hossanna al Hijo de David….. Crucificale, crucifícale….

C. Llegó el día de los Ácimos, en el que se debía inmolar la víctima pascual. Cuando fue la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:

+ “He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros antes de mi Pasión, porque os aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios”.

C. Y tomando una copa, dio gracias y dijo:

+ “Tomad y repartidla entre vosotros. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”.

C. Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

+ “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”.

C. Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:

+ “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes. La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!”

C. Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso. Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande. Jesús les dijo:

+ “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre vosotros como el que sirve. Vosotros habéis permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso todo lo que Padre me ha dado, a vosotros os lo entrego, como mi Padre me lo entregó a mí. Y en mi Reino, comeréis y beberéis en mi mesa, y os sentaréis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.

C. Pedro le dijo:

S. “Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte”.

C. Pero Jesús replicó:

+“Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces”.

C. Después les dijo:

+ “Cuando os envié sin bolsa, ni provisiones, ni sandalia, ¿os faltó alguna cosa?”

C. Respondieron:

S. “Nada”

C. Él agregó:

+ “Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una. Porque oss aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: «Fue contado entre los malhechores». Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí”.

C. Ellos le dijeron:

S. “Señor, aquí hay dos espadas”.

C. Él les respondió:

+ “Basta”.

C. Enseguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo:

+ “Orar, para no caer en la tentación”.

C. Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba:

+ “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

C. Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo:

+ “¿Por qué estáis durmiendo? Levantaos y orar para no caer en la tentación”.

C. Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce. Éste se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:

+ “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”

C. Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:

S. “Señor, ¿usamos la espada?”;

C. Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo:

+“Quietos, ya está”.

C. Y tocándole la oreja, lo sanó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo:

+ “¿Soy acaso un bandido para que vengáis con espadas y palos? Todos los días estaba entre vosotros en el Templo y no me arrestasteis. Pero ésta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas”.

C. Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo:

S. “Éste también estaba con él”.

C. Pedro lo negó diciendo:

S. “Mujer, no lo conozco”.

C. Poco después, otro lo vio y dijo:

S. “Tú también eres uno de aquéllos”.

C. Pero Pedro respondió:

S. “No, hombre, no lo soy”.

C. Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo:

S. “No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo”.

C. Dijo Pedro:

S. “Hombre, no sé lo que dices”.

C. En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Éste recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.

C. Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban; y tapándole el rostro, le decían:

S. “Profetiza, ¿quién te golpeó?”

C. Y proferían contra él toda clase de insultos.

C. Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron:

S. “Dinos si eres el Mesías”

C. Él les dijo:

+ «Si os respondo, no me creereis, y si os interrogo, no me respondereis. Pero, en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso».

C. Todos preguntaron:

S. «¿Entonces eres el Hijo de Dios?»

C. Jesús respondió:

+«Tienes razón, yo lo soy».

C. Ellos dijeron:

S. “¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca”.

C. Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.

C. Y comenzaron a acusarlo, diciendo:

S. “Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías”.

C. Pilato lo interrogó, diciendo:

S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”

+ “Tú lo dices”.

C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:

S. “No encuentro en este hombre ningún motivo de condena”.

C. Pero ellos insistían:

S. “Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí”.

C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.

C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia. Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos

C. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:

S. “Me habéis traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué en vuestra presencia y no he encontrado ningún motivo de condena en los cargos que le imputais; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como veis, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.

C. Pero la multitud comenzó a gritar:

S. “¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!”

C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:

S. “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”

C. Por tercera vez les dijo:

S. “Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.

C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.

C. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:

+ “¡Hijas de Jerusalén!, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: «¡Caed sobre nosotros!, y a los cerros: «¡Sepultasdnos!» Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?”

C. Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado “del Cráneo”, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:

+ “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:

S. “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”

C. También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:

S. “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”

C. Sobre su cabeza había una inscripción: “Éste es el rey de los judíos”.

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

S. “No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.

C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole:

S. “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”.

C. Y decía:

S. “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.

C. Él le respondió:

+ “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:

+ “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

C. Y diciendo esto, expiró.

Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.

C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:

S. “Realmente este hombre era un justo”.

C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.

C. Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado. Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.

ANTE EL CRUCIFICADO

Detenido por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna: el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.

El silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves, pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y agradecimiento a Jesús crucificado.

Lucas ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que descubren lo que hay en su corazón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Así es Jesús. Ha pedido a los suyos «amar a sus enemigos» y «rogar por sus perseguidores». Ahora es él mismo quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.

Esta petición al Padre por los que lo están crucificando es, ante todo, un gesto sublime de compasión y de confianza en el perdón insondable de Dios. Esta es la gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su misericordia no tiene fin.

Marcos recoge un grito dramático del crucificado: «¡Dios mío. Dios mío! ¿por qué me has abandonado?». Estas palabras pronunciadas en medio de la soledad y el abandono más total, son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?

Este grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte: Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a responder nunca a los gritos y quejidos de los inocentes?

Lucas recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi un susurro: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.

Esta semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la Pasión y la Muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.

José Antonio Pagola

DOS GIROS DECISIVOS PARA COMPRENDER A JESÚS

En menos de cien años, la cristología (la comprensión de la persona y de la misión de Jesús) ha experimentado dos giros notables: uno se encuentra ya en cierto modo consolidado –a pesar de que todavía algunos documentos magisteriales, así como algunos centros de estudios teológicos, parezcan no haberse enterado-; el otro, se halla todavía en sus inicios. Quiero hacer referencia a ellos, porque nos van a ofrecer claves valiosas para entender la cruz de Jesús, liberándonos de lecturas expiacionistas y sacrificiales, a las que la teología, la catequesis y la predicación anteriores nos tenían acostumbrados.

El primer giro consistió en el paso de una “cristología descendente” a otra “ascendente”. Se inició con la “nouvelle théologie” francesa, y se desarrolló y profundizó en los años del Concilio Vaticano II y siguientes (1960-1980), con el influjo poderoso de la teología europea (alemana, holandesa…).

En síntesis, podría decirse que el cambio consistió en pasar de decir: “Jesús es Dios”, a decir, más bien, “Dios es Jesús”. Y supuso una auténtica revolución. La cristología descendente “creía” saber quién era Dios; a partir de ahí, se trataba sencillamente de aplicar a Jesús aquellos supuestos atributos divinos (omnipotencia, omnisciencia, eternidad, impasibilidad…), olvidando incluso, en la práctica, su realidad humana.

Pero ahí mismo se ocultaba la trampa: en el hecho de que no sabemos qué sea Dios. Por tanto, lo que se hacía era proyectar una imagen de Dios a nuestra propia medida que, invariablemente, lo convertía en un ídolo. Esos rasgos se decían también de Jesús, convertido en un objeto de culto y adorado como Dios, cuya vida histórica pasaba casi desapercibida.

La cristología ascendente funciona justo al revés: si los cristianos afirmamos que Jesús nos revela a Dios, empecemos por conocer a Jesús: en su vida, sus acciones, sus palabras…, conoceremos algo más de lo que decimos cuando pronunciamos la palabra “Dios”.

Las consecuencias fueron notables: la práctica de Jesús, antes “olvidada” pasó a ocupar un lugar central, corrigiendo imágenes de Dios que una filosofía y una teología abstractas, durante muchos siglos, habían inoculado en el imaginario cristiano.

Por lo que se refiere al tema de la cruz, en la cristología descendente, se veía como el sacrificio del salvador celeste que, viniendo del cielo, saldaba así la deuda contraída por el pecado de nuestros primeros padres. Las consecuencias de esta lectura expiacionista todavía perduran.

En la cristología ascendente, por el contrario, queda claro que la cruz de Jesús no es en primer lugar voluntad de un Dios vengativo, sino consecuencia de un modo de vivir, que resultaba insoportable para los poderosos de turno, que terminaron eliminando al maestro de Nazaret. Bajo esta perspectiva, más acorde con la historia, la lectura de la cruz cambia radicalmente: Jesús vive como entrega –en línea con la fidelidad amorosa de toda su vida- lo que fue un atropello inhumano.

El segundo giro, no menos copernicano, en el modo de entender la figura de Jesús, apenas se está iniciando. Su origen no se halla en la propia teología (o cristología), sino, mucho más ampliamente, en el modo de conocer. Se trata de un cambio profundamente revolucionario en nuestra manera de acercarnos a ver (toda) la realidad, caracterizado por el paso del “modelo mental” al “modelo no-dual” de conocer.

El primero nos hace creer que todo son “objetos separados” y que esa es la verdad última de lo real. Dado que la mente, para pensar, necesita separar, terminamos concluyendo que todo se halla separado de todo…, Dios incluido.

El modelo no-dual nos saca de ese error: basta acallar la mente, para caer en la cuenta de que nada se halla separado de nada; todo es una gran red, en una admirable interrelación holística. No se niega ninguna diferencia, se reconoce el valor de cada “forma” aislada, pero se ve que todas las formas se hallan secretamente abrazadas en una unidad mayor que las constituye. No-dualidad es unidad-en-las-diferencias, como las olas en el océano, donde todo es la misma agua.

Por lo que se refiere al tema de la cruz, este nuevo giro nos hace ver a Jesús como un “espejo” nítido en el que se refleja ese “agua” que somos todos, nuestra identidad más profunda y compartida. En él encontramos también el modo de afrontar el dolor y la muerte, en la certeza de que lo que somos no muere jamás.

                                           Enrique Martinez Lozano

Documentación:  Liturgia de la Palabra

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