Domingo de Ramos

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 7.14—23,56

…. Hossanna al Hijo de David….. Crucificale, crucifícale….

C. Llegó el día de los Ácimos, en el que se debía inmolar la víctima pascual. Cuando fue la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:

+ “He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros antes de mi Pasión, porque os aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios”.

C. Y tomando una copa, dio gracias y dijo:

+ “Tomad y repartidla entre vosotros. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”.

C. Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

+ “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”.

C. Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:

+ “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes. La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!”

C. Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso. Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande. Jesús les dijo:

+ “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre vosotros como el que sirve. Vosotros habéis permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso todo lo que Padre me ha dado, a vosotros os lo entrego, como mi Padre me lo entregó a mí. Y en mi Reino, comeréis y beberéis en mi mesa, y os sentaréis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.

C. Pedro le dijo:

S. “Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte”.

C. Pero Jesús replicó:

+“Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces”.

C. Después les dijo:

+ “Cuando os envié sin bolsa, ni provisiones, ni sandalia, ¿os faltó alguna cosa?”

C. Respondieron:

S. “Nada”

C. Él agregó:

+ “Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una. Porque oss aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: «Fue contado entre los malhechores». Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí”.

C. Ellos le dijeron:

S. “Señor, aquí hay dos espadas”.

C. Él les respondió:

+ “Basta”.

C. Enseguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo:

+ “Orar, para no caer en la tentación”.

C. Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba:

+ “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

C. Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo:

+ “¿Por qué estáis durmiendo? Levantaos y orar para no caer en la tentación”.

C. Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce. Éste se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:

+ “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”

C. Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:

S. “Señor, ¿usamos la espada?”;

C. Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo:

+“Quietos, ya está”.

C. Y tocándole la oreja, lo sanó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo:

+ “¿Soy acaso un bandido para que vengáis con espadas y palos? Todos los días estaba entre vosotros en el Templo y no me arrestasteis. Pero ésta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas”.

C. Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo:

S. “Éste también estaba con él”.

C. Pedro lo negó diciendo:

S. “Mujer, no lo conozco”.

C. Poco después, otro lo vio y dijo:

S. “Tú también eres uno de aquéllos”.

C. Pero Pedro respondió:

S. “No, hombre, no lo soy”.

C. Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo:

S. “No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo”.

C. Dijo Pedro:

S. “Hombre, no sé lo que dices”.

C. En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Éste recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.

C. Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban; y tapándole el rostro, le decían:

S. “Profetiza, ¿quién te golpeó?”

C. Y proferían contra él toda clase de insultos.

C. Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron:

S. “Dinos si eres el Mesías”

C. Él les dijo:

+ «Si os respondo, no me creereis, y si os interrogo, no me respondereis. Pero, en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso».

C. Todos preguntaron:

S. «¿Entonces eres el Hijo de Dios?»

C. Jesús respondió:

+«Tienes razón, yo lo soy».

C. Ellos dijeron:

S. “¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca”.

C. Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.

C. Y comenzaron a acusarlo, diciendo:

S. “Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías”.

C. Pilato lo interrogó, diciendo:

S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”

+ “Tú lo dices”.

C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:

S. “No encuentro en este hombre ningún motivo de condena”.

C. Pero ellos insistían:

S. “Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí”.

C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.

C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia. Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos

C. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:

S. “Me habéis traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué en vuestra presencia y no he encontrado ningún motivo de condena en los cargos que le imputais; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como veis, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.

C. Pero la multitud comenzó a gritar:

S. “¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!”

C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:

S. “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”

C. Por tercera vez les dijo:

S. “Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.

C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.

C. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:

+ “¡Hijas de Jerusalén!, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: «¡Caed sobre nosotros!, y a los cerros: «¡Sepultasdnos!» Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?”

C. Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado “del Cráneo”, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:

+ “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:

S. “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”

C. También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:

S. “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”

C. Sobre su cabeza había una inscripción: “Éste es el rey de los judíos”.

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

S. “No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.

C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole:

S. “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”.

C. Y decía:

S. “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.

C. Él le respondió:

+ “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:

+ “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

C. Y diciendo esto, expiró.

Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.

C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:

S. “Realmente este hombre era un justo”.

C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.

C. Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado. Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.

 HACED ESTO EN MEMORIA MÍA

El domingo de Ramos hacemos dos lecturas en las que se recogen los últimos días de la vida de Jesús. Siguiendo la narración, caminamos desde su entrada triunfal en Jerusalén hasta su entierro, pasando a través de diversas escenas de gran intensidad dramática y profundamente teologizadas. Es significativo que en este recorrido se deje fuera un momento que es crucial para entender las razones históricas de la condena de Jesús y el por qué resultaba tan amenazante para quien ostentaba el poder: la acción profética que él realiza en el templo (Lc 19,45-48).

La subida a Jerusalén fue sin duda para Jesús una decisión meditada, pero también profundamente radical. En ella se ponían en juego todos sus empeños y sueños. Como un profeta al estilo de la más genuina tradición de Israel, Jesús realiza una doble acción simbólica que ponen en evidencia lo lejos que parecía estar el discurso religioso de los dirigentes de Jerusalén de los deseos de Dios.

La llegada de Jesús y sus discípulas y discípulos a la ciudad, formando parte de la comitiva de las y los peregrinos que llegaban de los cuatro puntos cardinales del mundo conocido para celebrar la Pascua, se convirtió en una procesión festiva. El maestro evocando la profecía de Zacarías (Za 9,9) quiso cruzar los umbrales de la ciudad santa montado en un borrico, mostrándose así como el enviado humilde de un Dios cuyo poder es el amor. Para algunos ese gesto era altamente provocador y quisieron frenar el entusiasmo que la persona de Jesús provocaba a su paso, pero el maestro no les hizo caso (Lc 19, 39-40).

Lucas a continuación narra brevemente un episodio en el que Jesús realiza otra acción altamente provocativa. Al entrar en la primera explanada del templo Jesús expulsa a todos los que compraban y vendían en ese lugar. ¿Por qué lo hace? ¿Es que estaban haciendo algo indebido? La verdad es que no había nada extraño en el comportamiento de aquellas personas, al contrario, pues esa explanada no tenía un carácter sacral, sino que era como una antesala donde se adquiría lo necesario para realizar los sacrificios que se ofrecían en el interior. Esto era así, porque según la legislación judía, había que asegurar que todo lo que se introducía en el templo fuese puro, y eso solo podía certificarse si se adquiría allí.

Lo que pretende Jesús entonces, no es cuestionar la ética de quienes estaban comprando o vendiendo, sino denunciar el sistema cultual judío, es decir el tipo de relación con Dios que estaba establecida en el templo. Lucas lo explica poniendo en boca de Jesús dos textos proféticos (Is 56,1-7; Jr 7, 1-11), él solo los evoca con una frase, pero lo que quiere es que se recuerde todo el pasaje, pues esa era la manera de citar cuando la Biblia no estaba todavía dividida en capítulos y versículos. Con ellos lo que quiere decir, es que para Jesús ese tipo de culto no era el que Dios quería, sino que lo habían pervertido, como decía Jeremías y que de ese modo habían excluido a muchos/as del encuentro con él. Y era el momento de que eso cambiase, como había anunciado Isaías. Y esto fue sin duda, lo que determinó definitivamente que quienes se sentían seguros con ese culto buscaran el modo de hacerlo desaparecer (Lc 119, 47).

Jesús es consciente de lo arriesgado de su propuesta, pero no puede dejar de anunciar al Dios que arde en sus entrañas. La cena con su comunidad es la expresión más honda del modo en que él entiende su relación con su Padre y de cómo quiere que sus discípulos y discípulas entiendan y continúen su misión. Los signos del pan y del vino, condensan la hondura de su entrega y fidelidad al Padre que busca con pasión ofrecer su amor y perdón a todas y todos. La invitación a hacer memoria de ese momento, no es una simple propuesta ritual, sino una llamada a identificarse con su camino existencial, a descubrir la gratuidad como la única opción para dejar a Dios ser Dios en la historia, a permanecer en la bondad y en la esperanza a pesar del fracaso.

Las escenas que siguen en el relato muestran el drama humano que provocan la injusticia y la opresión. El modo en que Jesús lo afronta transparenta el auténtico ser de Dios, un Dios que se deja vencer para que en su nombre no se pueda ya justificar ninguna acción que no sea liberadora y salvadora. La cruz de Jesús, no fue deseo de Dios, porque él no quiere nada que produzca sufrimiento y destrucción, pero junto a Jesús respondió a la violencia con perdón, al odio con ternura y al poder avasallador con humildad y permanencia. En la cruz de Jesús, siguió demostrando su amor desmedido por el ser humano, y negó cualquier justificación de la venganza o de la violencia en su nombre.

Para la primera comunidad fue difícil ahondar en el misterio que atravesaba la opción definitiva de Jesús. Todos y todas estaban fascinados por su mensaje, pero la dureza de su final surgió como una bofetada en sus vidas. Los relatos nos hablan también de ese camino comunitario de comprensión y de conversión que los compañeros y compañeras del maestro tuvieron que hacer aquel primer viernes santo. Tuvieron que afrontar la impotencia, el miedo, el fracaso y un fuerte sentimiento de orfandad. Necesitaron tiempo hasta que fueron capaces de encontrar sentido y esperanza…

La experiencia vivida por las mujeres que lo siguieron desde Galilea muestra de forma contundente el camino pascual vivido por la comunidad. Ellas son al inicio testigos mudos de los acontecimientos, acompañando en silencio los últimos momentos de vida del maestro entre el dolor y la impotencia ante algo que no pueden comprender. Al amanecer del domingo, en medio del ritual de duelo, ellas hacen memoria existencial de lo vivido junto a Jesús. En ese recuerdo, la tristeza comienza a transformarse en esperanza y comprenden que tenía sentido lo que había ocurrido. El sepulcro vacío ya no hablaba de ausencia, sino de vida, compromiso y misión (Lc 24, 1-10). Ellas también son nuestras compañeras de camino hacia la Pascua.

Carme Soto

MURIÓ COMO HABÍA VIVIDO

¿Cómo vivió Jesús sus últimas horas? ¿Cuál fue su actitud en el momento de la ejecución? Los evangelios no se detienen a analizar sus sentimientos. Sencillamente recuerdan que Jesús murió como había vivido. Lucas, por ejemplo, ha querido destacar la bondad de Jesús hasta el final, su cercanía a los que sufren y su capacidad de perdonar. Según su relato, Jesús murió amando.

En medio del gentío que observa el paso de los condenados camino de la cruz, unas mujeres se acercan a Jesús llorando. No pueden verlo sufrir así. Jesús «se vuelve hacia ellas» y las mira con la misma ternura con que las había mirado siempre: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Así marcha Jesús hacia la cruz: pensando más en aquellas pobres madres que en su propio sufrimiento.

Faltan pocas horas para el final. Desde la cruz solo se escuchan los insultos de algunos y los gritos de dolor de los ajusticiados. De pronto, uno de ellos se dirige a Jesús: «Acuérdate de mí». Su respuesta es inmediata: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». Siempre ha hecho lo mismo: quitar miedos, infundir confianza en Dios, contagiar esperanza. Así lo sigue haciendo hasta el final.

El momento de la crucifixión es inolvidable. Mientras los soldados lo van clavando en el madero, Jesús dice: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que están haciendo». Así es Jesús. Así ha vivido siempre: ofreciendo a los pecadores el perdón del Padre, sin que se lo merezcan. Según Lucas, Jesús muere pidiendo al Padre que siga bendiciendo a los que lo crucifican, que siga ofreciendo su amor, su perdón y su paz a todos, incluso a los que lo están matando.

No es extraño que Pablo de Tarso invite a los cristianos de Corinto a que descubran el misterio que se encierra en el Crucificado: «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres». Así está Dios en la cruz: no acusándonos de nuestros pecados, sino ofreciéndonos su perdón. 

José Antonio Pagola

UNA MUERTE ANUNCIADA

Jesús entra el domingo en Jerusalén acompañado de un grupo de galileos que le aclaman como el Mesías anunciado: «Hosanna al hijo de David»… Disuelta la comitiva, se dirige al templo, expulsa a los mercaderes y se enfrenta sin contemplaciones a unos sacerdotes de alto rango que le increpan: «¿Con qué autoridad haces estas cosas?»… Al atardecer se retira a la seguridad de Betania.

El lunes, desafiando a las autoridades, se dirige al templo y comienza a enseñarles desde la escalinata del pórtico de Salomón. Los judíos le escuchan entusiasmados y Jesús les urge a la conversión: «Todavía es tiempo»… Aparecen unos sacerdotes desafiantes y arremete contra ellos con la parábola de los viñadores homicidas: «Hará perecer a los labradores malvados y dará la viña a otros»… Sin darles tiempo a reaccionar, censura violentamente a escribas y fariseos: «¡Hipócritas!»…

Se conjuran para matarlo, pero temen a la multitud.

El martes vuelve al templo y se congrega en torno suyo gran número de personas. Unos fariseos, acompañados de unos herodianos, le ponen a prueba con una pregunta trampa sobre el tributo a los romanos: «Dad pues al César lo que es del Cesar»… Más tarde les toca el turno a los saduceos, y finalmente a los fariseos: «¿Quién es mi prójimo?»… «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó»…

Los que buscan desprestigiarle caen en la cuenta de que es demasiado listo; que por ese camino no van a conseguir su propósito, y endurecen la apuesta.

Vuelve el miércoles. Su auditorio sigue creciendo, pero su enfrentamiento con las autoridades sube sustancialmente de tono. Unos fariseos irrumpen en el grupo, abren un claro delante de Jesús y arrojan a una mujer aterrada. «Moisés nos manda apedrear a estas mujeres, ¿tú qué dices?»… Y Jesús se juega la vida —y la pierde— por salvar la de la mujer, porque los santos fariseos no pueden perdonar que nadie les llame pecadores públicamente. Sale al monte de los olivos seguido de mucha gente y les manda el mensaje definitivo: «A mí me lo hicisteis»…

El jueves, Jesús sabe que su tiempo se ha acabado y organiza una cena de despedida con sus íntimos; incluidas, claro está, las mujeres: «Yo soy el maestro y el señor, y os he lavado los pies»… «Haced esto en memoria mía»… Al acabar la cena salen de la ciudad por la puerta de las Aguas y remontan el torrente Cedrón. En el cruce de caminos Jesús se detiene. El de la derecha lleva a Betania, a la seguridad de la casa de sus amigos. El que sale al frente, a Jericó, y de allí fuera de la jurisdicción de quienes quieren matarlo. Duda unos instantes y toma la senda que sube a Getsemaní; a su destino: «Pero no se haga mi voluntad sino la tuya»…

Judas lo entrega, los levitas y los criados lo prenden y el sanedrín lo condena a muerte por blasfemo: «¿Eres tú el hijo del Altísimo?… ¡Ha blasfemado!»…

El viernes, los sacerdotes lo entregan a los romanos, pero no le acusan de blasfemo sino de sedicioso. Pilato trata tibiamente de salvarlo, pero fracasa: «Nosotros no tenemos más rey que el César»… Su suerte está echada; los romanos lo torturan y lo crucifican: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»… «¿Por qué me has abandonado?»… «En tus manos encomiendo mi espíritu»…

Los profetas mueren lapidados. Los sacerdotes se empeñan en que sea crucificado para crucificar también su doctrina, pero fracasan «porque Dios estaba con él»

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Parábola

Documentación:  El Canto de tu pueblo

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