Domingo IV de Adviento

Del Evangelio de Mateo 1, 18-24

“La virgen concebirá y dará a luz un Hijo»

La concepción de Jesucristo fue así:

La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo:

– José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:

– Mirad: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo,y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa «Dios con nosotros»)”.

Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

ENMANUEL: EL DIOS «EN» NOSOTROS

Avanza el Adviento y en este IV domingo, la liturgia nos regala un relato interesante para comprender el sentido del cristianismo y su arraigo en un Dios profundamente encarnado en nuestra humanidad.

Pero antes de adentrarnos en el mensaje, conviene recordar algunos acentos del Evangelio de Mateo para conocer el contexto de lo que hoy se narra. Este Evangelio fue escrito, aproximadamente, ocho décadas después de los acontecimientos que relata, por tanto, la lectura literal y escrupulosamente histórica, no sólo nos puede despistar, sino desviarnos de su verdadero significado.

Fue escrito para cristianos provenientes del judaísmo de la segunda mitad del siglo I y su intención más importante consistía en demostrar que, efectivamente, Jesús era el Mesías esperado. Se zanjaría así toda esperanza mesiánica para vivir el cristianismo independientemente del judaísmo. Estamos ante una gran obra que irradia muchas referencias al profetismo israelita que anunciaba la llegada definitiva del Mesías. 

Por otro lado, tengamos en cuenta que los dos primeros capítulos de Mateo retoman géneros propios del Antiguo Testamento y otras tradiciones, como la “Anunciación”, o la revelación divina a través del “sueño”, que es la que nos ocupa en el fragmento del evangelio que estamos comentando. Por tanto, mi invitación sincera es a entrar dentro de este texto de hoy conscientes del lenguaje metafórico y religioso, más allá de la historicidad de éste, aunque se necesite para comprender el papel de María y José.

En este texto hay 4 protagonistas que tienen una función esencial no sólo en el relato sino en su significado: María, José, Dios y tú, lector(a) que entras en contacto con este texto.

Por un lado, María, mujer que vive en un contexto de reduccionismo de la feminidad a una función de maternidad fecunda para que el pueblo de Israel siga creciendo, siempre sometida a la voluntad del marido y de su familia. Mujeres hebreas fácilmente repudiadas por razones ilógicas, mujeres sin palabra, sin espacio, sin independencia, sin valor social o religioso. Desde esta clave, sólo el sentido común nos lleva a percibir a María como desafiante de esta tradición y con una misión clarísima de liberar a la mujer de esta carga discriminatoria que las dejaba fuera del sistema social y religioso. María lidera, de alguna manera, una visión de la mujer que no necesita la tutela de un varón para tener dignidad, valor y sentido de la vida; no necesita de una autoridad religiosa o política, para vivir su misión y para colaborar con el proyecto de Dios desde su identidad sin mediaciones y sin mediadores. ¿Realmente esto ya no ocurre en nuestro mundo o en nuestra Iglesia de hoy?

El segundo protagonista es José, un buen hombre de la Casa de David, “hombre justo” como es definido en el texto y que se ve sometido a un desafío muy importante en su vida. El problema en este momento no es de María sino de José. Tiene que tomar una decisión de mucho calado porque la que va a ser su esposa espera un hijo. José debe discernir diferentes opciones, ninguna de ellas fácil, según el contexto socio-religioso judío: podría denunciarla para anular el desposorio, celebrar el matrimonio y llevarla a su casa, repudiarla en público o en privado, o irse de Nazaret dejando que las cosas se olvidasen y a María también. Pero su elección también es desafiante. No es una decisión tomada desde la ley, desde la posición y rol del varón en aquella sociedad regida por una religión patriarcal, sino desde la luz de Dios en su conciencia que le hace ver la mejor decisión en esta compleja situación.  José asume la paternidad legal de Jesús para vivir en el tiempo histórico y colabora con María para hacer posible el tiempo de Dios en nuestra humanidad.

El tercer protagonista es Dios representado en el ángel a través del sueño de José. Un Dios que se revela en lo más profundo del ser humano para hacerle consciente de que no es un Dios lejano, fuera de la historia sino un Dios que forma parte de la misma entraña humana; Enmanuel, es más que un Dios con nosotros, es un Dios en nosotros. Se cumple así el final del evangelio de Mateo que confirma el inicio de su relato: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20).

Y ahora tú, lector(a), cuarto protagonista de esta historia, ¿no te sitúa de inmediato frente a tu dignidad y tu responsabilidad como creyente? ¿Realmente la historia de la humanidad es una realidad separada de este Dios de Jesús? ¿Puedes mirar de una manera nueva a esta humanidad que necesita un arraigo en la fuerza y la luz del Enmanuel?

Como hoy también celebramos la fiesta de la esperanza de María, hagamos nuestra la ESPERANZA de que la PAZ sea la fuerza que cambie el rumbo y la energía de nuestro mundo de hoy.

¡Feliz domingo! ¡Feliz día a todas las Esperanzas!

Rosario Ramos

DIOS ESTÁ CON NOSOTROS

La Navidad está tan desfigurada que parece casi imposible hoy ayudar a alguien a comprender el misterio que encierra. Tal vez hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas, sino en vivir una experiencia interior humilde ante Dios.

Las grandes experiencias de la vida son un regalo, pero, de ordinario, solo las viven quienes están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia del Hijo de Dios hecho hombre hay que prepararse por dentro. El evangelista Mateo nos viene a decir que Jesús, el niño que nace en Belén, es el único al que podemos llamar con toda verdad «Emmanuel», que significa «Dios con nosotros». Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Cómo puedes tú «saber» que Dios está contigo?

Ten valor para quedarte a solas. Busca un lugar tranquilo y sosegado. Escúchate a ti mismo. Acércate silenciosamente a lo más íntimo de tu ser. Es fácil que experimentes una sensación tremenda: qué solo estás en la vida; qué lejos están todas esas personas que te rodean y a las que te sientes unido por el amor. Te quieren mucho, pero están fuera de ti.

Sigue en silencio. Tal vez sientas una impresión extraña: tú vives porque estás arraigado en una realidad inmensa y desconocida. ¿De dónde te llega la vida? ¿Qué hay en el fondo de tu ser? Si eres capaz de «aguantar» un poco más el silencio, probablemente empieces a sentir temor y, al mismo tiempo, paz. Estás ante el misterio último de tu ser. Los creyentes lo llaman Dios.

Abandónate a ese misterio con confianza. Dios te parece inmenso y lejano. Pero, si te abres a él, lo sentirás cercano. Dios está en ti sosteniendo tu fragilidad y haciéndote vivir. No es como las personas que te quieren desde fuera. Dios está en tu mismo ser.

Según Karl Rahner, «esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre». Ya nunca estarás solo. Nadie está solo. Dios está con nosotros. Ahora sabes «algo» de la Navidad. Puedes celebrarla, disfrutar y felicitar. Puedes gozar con los tuyos y ser más generoso con los que sufren y viven tristes. Dios está contigo.

José Antonio Pagola

Publicado en www.gruposdejesus.com

OBRA DEL ESPÍRITU SANTO

«La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo»

Es notable el número de fecundaciones divinas que pueblan los mitos, por lo que añadir el nombre de María a esa lista (reduciendo la acción del Espíritu a lo biológico) es perder el sentido profundo del relato. Todos “venimos” del Espíritu Santo; todo es obra suya, pero sin duda Jesús es su obra más acabada y no hay forma de entender su vida y su legado de otro modo.

En un principio, ese Espíritu de Dios se cernió sobre la Tierra poniendo orden en el caos primitivo, se coló por las narices del muñeco de barro para que en el mundo pudiese haber amor, tolerancia, libertad, felicidad… suscitó profetas que guiasen a los hombres y mujeres por el camino de la vida y sopló como un huracán en Jesús de Nazaret. Sin duda ha sido también el espíritu de Dios el que ha mantenido su memoria hasta nuestros días a pesar de las innumerables barbaridades que hemos cometido sus seguidores, y albergamos la esperanza de que seguirá actuando hasta que la humanidad alcance su plenitud.

El capítulo segundo del Génesis concibe al ser humano como una combinación de arcilla y aliento de Dios; de barro y espíritu de Dios: «Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla y le sopló en el rostro aliento de vida». Y esta definición formulada en el Génesis hace más de tres mil años sigue siendo hoy válida para muchos de nosotros. El cronista no tiene ni idea de genética ni de evolución biológica, y aunque la hubiese tenido, le habrían parecido totalmente irrelevantes frente el mensaje central que nos quiere enviar: “El mundo es obra de Dios, y en el ser humano alienta su Espíritu”.

En todo ser humano sopla el viento de Dios, su espíritu, aunque en algunos este soplo sea apenas perceptible y en la mayoría de nosotros no pase de ser una brisa que solo en ocasiones pone de relieve nuestra humanidad.

Pero a lo largo de la historia, ese soplo, ese aliento, esa acción de Dios, en definitiva, se ha manifestado de forma poderosa en muchos hombres y mujeres de cualquier tiempo, lugar o condición. Sin apenas remontarnos en la historia, podemos recordar a Pedro Arrupe, Vicente Ferrer, Mohandas Gandhi, Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Oscar Arnulfo Romero… y tantos otros que decidieron “negarse a sí mismos” para entregar su vida a los demás.

Pero tampoco es preciso acudir a la biografía de estos personajes para sentir el soplo de Dios en los seres humanos; basta que miremos a nuestro alrededor para que lo veamos en ese pariente, o ese amigo, o aquel compañero de trabajo… Es muy difícil sustraerse a una realidad tan evidente si uno va un poco atento por la vida.

Ahora bien, por encima de todos, hubo un hombre en quien el soplo de Dios se manifestó de una forma tan extraordinaria que somos incapaces de entenderla o formularla. Según su amigo Pedro, pasó por el mundo haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el mal porque Dios estaba con él… y es que, como dijo el Ángel: «No dudes José, porque la criatura que hay en su seno es obra del Espíritu Santo».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Documentación:  Liturgia de la Palabra

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