Domingo XV T. O.

10 de Julio de 2011

Evangelio de Mateo 13, 1-23

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla.

Les habló mucho rato en parábolas:

— Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.
El que tenga oídos que oiga.

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:

— ¿Por qué les hablas en parábolas?

El les contestó:

A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías:

Oiréis con los oídos sin entender;
miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure”.

Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador:

Si uno escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril.
Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o setenta o treinta por uno.

SALIR A SEMBRAR

Antes de contar la parábola del sembrador que «salió a sembrar», el evangelista nos presenta a Jesús que «sale de casa» a encontrarse con la gente para «sentarse» sin prisas y dedicarse durante «mucho rato» a sembrar el Evangelio entre toda clase de gentes. Según Mateo, Jesús es el verdadero sembrador. De él tenemos que aprender también hoy a sembrar el Evangelio.

Lo primero es salir de nuestra casa. Es lo que pide siempre Jesús a sus discípulos: «Id por todo el mundo…», «Id y haced discípulos…». Para sembrar el Evangelio hemos de salir de nuestra seguridad y nuestros intereses. Evangelizar es «desplazarse», buscar el encuentro con la gente, comunicarnos con el hombre y la mujer de hoy, no vivir encerrados en nuestro pequeño mundo eclesial.

Esta «salida» hacia los demás no es proselitismo. No tiene nada de imposición o reconquista. Es ofrecer a las personas la oportunidad de encontrarse con Jesús y conocer una Buena Noticia que, si la acogen, les puede ayudar a vivir mejor y de manera más acertada y sana. Es lo esencial.

A sembrar no se puede salir sin llevar con nosotros la semilla. Antes de pensar en anunciar el Evangelio a otros, lo hemos de acoger dentro de la Iglesia, en nuestras comunidades y nuestras vidas. Es un error sentirnos depositarios de la tradición cristiana con la única tarea de transmitirla a otros. Una Iglesia que no vive el Evangelio, no puede contagiarlo. Una comunidad donde no se respira el deseo de vivir tras los pasos de Jesús, no puede invitar a nadie a seguirlo.

Las energías espirituales que hay en nuestras comunidades están quedando a veces sin explotar, bloqueadas por un clima generalizado de desaliento y desencanto. Nos estamos dedicando a «sobrevivir» más que a sembrar vida nueva. Hemos de despertar nuestra fe.

La crisis que estamos viviendo nos está conduciendo a la muerte de un cierto cristianismo, pero también al comienzo de una fe renovada, más fiel a Jesús y más evangélica. El Evangelio tiene fuerza para engendrar en cada época la fe en Cristo de manera nueva. También en nuestros días.

Pero hemos de aprender a sembrarlo con fe, con realismo y con verdad. Evangelizar no es transmitir una herencia, sino hacer posible el nacimiento de una fe que brote, no como «clonación» del pasado, sino como respuesta nueva al Evangelio escuchado desde las preguntas, los sufrimientos, los gozos y las esperanzas de nuestro tiempo. No es el momento de distraer a la gente con cualquier cosa. Es la hora de sembrar en los corazones lo esencial del Evangelio.

José Antonio Pagola
Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS

DIOS ES ASÍ

De los cinco grandes discursos en los que Mateo condensa el mensaje de Jesús, el tercero ocupa el capítulo 13 de su evangelio y es conocido como el “discurso parabólico”, porque en él se han reunido las parábolas del Maestro.

Se trata de siete narraciones, tomadas de la tradición y agrupadas en un solo bloque: el sembrador, la cizaña en el trigo, la mostaza, la levadura, el tesoro en el campo, el mercader de perlas y la red.

El objetivo que pretende el evangelista, en este tercer discurso, es mostrar a Jesús como maestro: de hecho, empieza el mismo insistiendo –por dos veces- en que “Jesús se sentó”: sentarse equivale a enseñar (o, en otros contextos, a juzgar: quien se “sienta” es el maestro o el juez).

Tal como ha llegado a nosotros, en el relato completo pueden distinguirse claramente tres partes: una parábola breve, una explicación más extensa y un “intermedio” en el que se intenta explicar por qué el mensaje se Jesús, el maestro, no fue acogido por el pueblo judío.

Una lectura atenta, que observa fácilmente la diferencia de estilo y de acentos, busca dar razón de cada una de esas tres partes.

De toda la narración, habría que atribuir al propio Jesús probablemente la parábola original (13,3-9), sin más explicaciones. La parábola es un relato provocativo y abierto, que espera una respuesta del propio oyente o lector.

Lo característico de la parábola parece ser un doble mensaje: el derroche del sembrador y la certeza de una cosecha sobreabundante. Por una parte, el relato muestra un interés manifiesto por subrayar el comportamiento del sembrador que, sin importarle el resultado, siembra por doquier, incluso en lugares donde se sabe que la semilla no podrá germinar, como los caminos o las zarzas…

La parábola original habla, antes que nada, de Dios como Gratuidad, Exceso y Derroche… Podemos adivinar, entre líneas, el gesto de Jesús diciendo: “Dios es así”. ¡Tantas veces lo hemos empequeñecido, al hacerlo “de los nuestros”, reduciéndolo a un gran Legislador o pervirtiéndolo con rasgos amenazadores o incluso crueles…! Dios es Donación permanente y gratuita: sólo sabe y sólo puede dar. Eso es lo que “constituye” su ser: no es un “Individuo” separado, creado a nuestra imagen; es un “Darse” permanentemente –más verbo que sustantivo-, que en todo se manifiesta.

Me gusta contar una anécdota entrañable y sabia. En una ocasión, en el grupo de catequesis, una niña preguntó a la catequista: “Señorita, ¿por qué Dios es siempre Dios, y no podemos serlo una cada semana?”. (Cuando uno ha crecido con una imagen antropomórfica de Dios, y lo imagina como un “Ser separado”, es inevitable que aparezcan interrogantes como los que plantean los adolescentes en clase de religión: “¿Y a Dios quién lo creó?; ¿cómo nació?; ¿quién le puso ese nombre?; ¿por qué lo llamamos así?…”). Pues bien, aquella catequista, tras el “susto” inicial, contestó a la niña: “El día en que tú seas amor, y nada más que amor, serás Dios”. No podía haber dado una respuesta mejor. Dios es “ser-donación” –todos nuestros conceptos y palabras se quedan irremediablemente muy pobres-, Dinamismo sabio, luminoso y amoroso, Fuente de todo lo que es y en quien somos, sin ninguna distancia, separación ni costura.

Este es, a mi parecer, el Dios del que habla Jesús. Un Dios que es “siembra” permanente: ésta es la Buena Noticia, el “evangelio” del Maestro de Nazaret.

El segundo rasgo que acentúa la parábola es sólo una consecuencia: el fruto terminará siendo también un exceso. Para una tierra como Palestina, en la que, por entonces, una cosecha del siete por uno era considerada excelente, hablar de un rendimiento del treinta, sesenta o cien, equivalía a desbordar la previsión más optimista, una “exageración” conscientemente provocativa.

Para que eso se dé –parece concluir la parábola-, sólo hace falta “oír”: “el que tenga oídos, que oiga”. Hace falta abrir los ojos, caer en la cuenta… Tomar un poco de distancia de nuestra mente, venir al presente… y reconocer la Quietud y el Misterio de todo lo que es.

Es indudable que, dentro de cada uno de nosotros, sigue habiendo “caminos” endurecidos, “terrenos pedregosos” con apenas fondo, “zarzas” asfixiantes y reductoras… Empecemos por reconocerlo y aceptarlo, reconciliémonos con toda nuestra realidad interior, abrazándola con humildad. De ese modo, al crecer en unificación –integrando también los aspectos más oscuros y vulnerables de nuestra propia sombra-, se estará disponiendo un buen “humus”, la “tierra buena” –que no está hecha de perfeccionismos, sino de humildad-, en la que la semilla brotará por sí misma.

En la tercera parte de su relato (13,18-23), lo que hace Mateo es “aplicar” la parábola a la situación de su propia comunidad. De este modo, se modifica en cierto sentido el acento: de ser prioritariamente “buena noticia”, anuncio gozoso de la Realidad de Dios y afirmación de confianza incondicional, se transforma en “exhortación moral” dirigida a cada discípulo.

Este modo de hacer, no sólo es legítimo, sino que resulta imprescindible cuando una persona o comunidad trata de “aplicarse” a sí misma una determinada enseñanza. Pero me parece importante no olvidar que eso tiene un “coste”: la parábola se transforma en alegoría, desplazando el sentido original, que nunca deberíamos olvidar.

Finalmente, la segunda parte (13,10-17) constituye una especie de “intermedio”, en el que se aborda una cuestión candente para una comunidad judeocristiana, como la de Mateo: ¿Cómo es posible que nuestro propio pueblo, el “pueblo elegido”, pueblo de las promesas de Dios, no haya aceptado a Jesús? Sin duda, fue uno de los mayores enigmas para aquellas primeras comunidades.

En búsqueda de una respuesta, encontraron, entre otros, el texto de Isaías 6,9-10, que cita expresamente Mateo. Usando un recurso familiar en toda la tradición bíblica –“miran y no ven; oyen y no entienden; tienen el corazón endurecido”-, se achaca al “endurecimiento” del propio pueblo su incapacidad para acoger el evangelio.

Y ahí se introduce un dicho usual en la época: “Al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Más allá del significado original de esas palabras, en una cultura diferente a la nuestra, para nosotros encierran una sabiduría, que se convierte en invitación a estar atentos.

El “Exceso” o “Derroche” de todo lo que es nos alcanzará en la medida en que nos abramos a él. En tanto en cuando nos abrimos a la verdad de quienes somos, más allá de las “etiquetas” y “sueños” de nuestra mente, percibiremos la sobreabundancia del Misterio (“tendremos de sobra”). Si, por el contrario, permanecemos recluidos en la identificación con nuestro ego, será irremediable que notemos cómo, día a día, se empobrece nuestra existencia.

De ese modo, para concluir, me parece ver en todo el relato la proclamación de una Buena Noticia que se convierte en Invitación vital: todo está ya; sólo necesitamos “verlo”. Ven al presente, acalla la mente y reconoce quién eres, cuando no te “piensas”.

Venimos de un pasado que había reducido nuestra identidad a la mente (“pienso, luego existo”, según la fórmula acuñada por el padre de la filosofía moderna). Necesitamos experimentar que no todo acaba ahí: ¡hay vida después de la mente! Más allá del pensamiento – aunque, evidentemente, asumida e integrada la razón crítica como uno de los grandes regalos de la modernidad, que nos previene contra la irracionalidad-, se halla un “No-lugar” –más allá de los “mapas”, el “Territorio”-, que constituye nuestra verdadera identidad.

Enrique Martinez Lozano

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