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Domingo XX de Tiempo Ordinario

Del Evangelio de Lucas 12, 49-53

¿Pensáis que he venido al mundo a traer la paz?

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!

¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.

En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

¿Paz y división?

El Evangelio nos lanza a vivir en clave del Reino. A vivir una paz que dinamiza, que tiende puentes, que renueva corazones, que opta por la cercanía a los más pobres. Seguir de verdad a Jesús nos quita la falsa paz y hace que vivamos en el horizonte de su Amor, cosa que muchas veces no se entiende, incluso puede llevar a la confrontación.

Seguir a Jesús no es una especie de “buenismo”. Es un estilo de vida basado en las bienaventuranzas. Y eso no deja indiferente. “Bienaventurados los pobres…”.

No obstante, la división de la que habla el Evangelio es de opciones vitales, no de rupturas que destrozan familias. Este tipo de lecturas así nos hacen ver la fuerza del Espíritu, que nos zamarrea y nos pone en alerta para no acomodarnos a las cosas del mundo.

Ardamos en el Amor a Jesús y a su Reino de paz, de justicia, de igualdad, de fraternidad universal.

Fernando Cordero sscc

¿QUÉ FUEGO NOS CONSUME? ¿QUÉ PAZ BUSCAMOS?

A primera vista este evangelio puede dejarnos un sabor amargo, da la sensación de que Jesús ha venido a traer fuego (un incendio provocado) y división. Lo que sería incoherente con el resto de su vida y su mensaje. Una cosa es el lenguaje y otra el mensaje que tenemos que entender relacionando las imágenes que nos ofrece (fuego, bautismo y paz) con otros textos del evangelio.

También nosotros ahora utilizamos expresiones que no reflejan la realidad, sino que expresan lo que sentimos en ese momento; por ejemplo: “Le haría un monumento” para expresar la gratitud o admiración hacia alguien. O, “Le partiría la cara”  para expresar el odio.

Vayamos al evangelio del domingo anterior para comprender el de hoy, porque no podemos abordar por separado el de este domingo, uno es continuación de otro.  Jesús dijo: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” En consecuencia, nos decía el evangelio, vended vuestros bienes, dad limosna, estad en vela y sed buenos administradores. “Al que mucho se le dio mucho se le exigirá”

Si hemos comprendido que se nos ha dado el Reino, en consecuencia ¿qué se nos exige?

Ser fuego, reavivar el fuego interior, alumbrar, dar calor…

Jesús no vino a provocar un incendio destructor. Nos habla de la imagen del fuego como elemento que limpia y purifica, usado tanto por el campesino “limpiará completamente su era; y recogerá su trigo en el granero, pero quemará la paja en fuego inextinguible” (Mt 3, 12), como por el que busca purificar el oro, “que es probado a fuego” (I Pe 1,7) En cualquier caso la imagen del fuego es elocuente para los primeros cristianos, también probados en el fuego de la persecución, que deja al descubierto la pureza y solidez de su fe.  

Juan Bautista habla de Jesús como el que “bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,11). Y esta promesa se cumple en Pentecostés: “Aparecieron lenguas como de fuego… Todos quedaron llenos de Espíritu Santo” (Hc 2, 3).

Santa Teresa de Jesús lo entendió bien cuando habla del alma como una mariposilla que se acerca al Fuego, hasta quedar transformada ella misma en fuego.

¡Pobre bautismo! Qué lejos estamos de lo que suponía para las primeras comunidades. Tras años de preparación podían ser admitidos o no. Una vez bautizados se jugaban la vida, como ocurre hoy en algunos lugares del mundo…

El bautismo era una toma de postura, una opción totalizante que podía llevar a la división familiar y a la expulsión de los miembros que se bautizaban. Incluso en el santoral, tenemos ejemplos de personas que fueron mandadas ajusticiar por su propia familia pagana o por sus amigos.

Evidentemente las palabras y la vida de Jesús nos muestran que fue portador de PAZ, pero no una paz sin conflicto. Muchas veces recuerda que trabajar por el Reino es un proceso transformador que exige pasar por la puerta estrecha, dejarnos rehacer hasta nacer de nuevo… en este caso la paz no es comodidad, no es dejar las cosas como están, sino vivir un proceso de transformación hondo, que suele incluir despojo y sufrimiento.

Ser seguidor de Jesús, nos recuerda el evangelio, es optar, decidir por Jesús y su evangelio, sin trapicheos… y esta opción implica toda nuestra vida, que ya no será más como antes. Y, a veces, compromete incluso la vida y la unidad de nuestra familia. Hasta ahí llega la radicalidad del mensaje de Jesús, hasta ahí lo vivió Él, que terminó despreciado, traicionado y crucificado por los suyos, por su pueblo. 

No olvidemos por qué ser fuego, vivir el bautismo y experimentar la paz que trajo Jesús merece la pena: Se nos ha dado el Reino y se nos envía cada día a proclamarlo, compartirlo, sembrarlo y ¡gozarlo!

Mª Guadalupe Labrador Encinas fmmdp.

ESTE HOMBRE NO BUSCA EL BIEN DEL PUEBLO, SINO SU DESGRACIA

El título está tomado de la primera lectura. Es lo que dicen de Jeremías las autoridades de Jerusalén. Estamos en el año 587 a.C. La ciudad lleva un año asediada por el ejército de Babilonia, la gente muere de hambre y el profeta anima a rendirse. En opinión de los patriotas nacionalistas, está desanimando al pueblo, busca su desgracia.

Eso mismo pensarían muchos escuchando lo que dice Jesús en el evangelio. Después de las enseñanzas de los domingos anteriores sobre la oración, la riqueza, la vigilancia, centradas en lo que nosotros debemos hacer, en el evangelio del próximo domingo Jesús habla de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas palabras.

Para entender este evangelio es preciso tener en cuenta la mentalidad apocalíptica, de la que Jesús participa en cierto modo. Según ella, el mundo malo presente tiene que desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro: el Reinado de Dios.

Lucas introduce algunos cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases pronunciadas por Jesús en diversos momentos: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división); la segunda, de su destino (pasar por un bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es típica de los autores bíblicos.

La misión: prender fuego

He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

Lo primero que viene a la mente es un bosque ardiendo, o el fenómeno frecuente en la guerra del incendio de campos, frutales, casas, ciudades… Esta idea encaja bien en la mentalidad apocalíptica: hay que poner fin al mundo presente para que surja el Reino de Dios. Esta interpretación me parece más correcta que relacionar el fuego con el Espíritu Santo.

El destino: la muerte

Tengo que pasar por un bautismo.

También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan Bautista (y otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al pecado: en el bautismo, cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva. El bautismo equivale a morir para nacer a una nueva vida. Así aparece en el evangelio de Marcos, cuando Jesús dice a Juan y Santiago: ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.

La misión: dividir

¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.

Estas palabras se podrían interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza y sus obras provocan división entre la gente, como ya había anunciado Simeón a María: este niño “será una bandera discutida”.

Pero Jesús habla de una división muy concreta, dentro de la familia, y eso favorece otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo (simbolizado por el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este mundo y dar paso al mundo nuevo. Parece una interpretación absurda, pero conviene recordar lo que dice el final del libro de Malaquías: “Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra” (Mal 3,23-24). De acuerdo con estas palabras, Dios ha pensado exterminar la tierra en un día grande y terrible. Para no tener que hacerlo, decide enviar al profeta Elías, que restablecerá las buenas relaciones en la familia (padres con hijos, hijos con padres), como símbolo de las buenas relaciones en la sociedad: la situación mejora y Dios no se ve obligado a exterminar la tierra.

Jesús dice lo contrario: hace falta acabar con este mundo, y por ello él ha venido a traer división en el seno de la familia.

La unión de las tres frases

¿Qué quiere decirnos Lucas uniendo estas tres frases? Que Jesús anhela y provoca la desaparición de este mundo presente para dar paso al Reinado de Dios, pero que ese cambio está estrechamente relacionado con su muerte.

La comunidad de Lucas, cuando escuchara estas palabras, vería también reflejada en ellas su propia situación. La conversión de algunos de sus miembros había supuesto división en la familia, enfrentamiento de hijos y padres, de hijas y madres. Los miembros no cristianos podrían decir de Jesús lo que se había dicho de Jeremías: «Este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».

¿Tiene sentido todo esto para nosotros?

Este mensaje apocalíptico resulta lejano al hombre de hoy. De hecho, Lucas lo matiza y modifica en el libro de los Hechos de los Apóstoles: los cristianos no debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días que “venga a nosotros tu reino”; nuestra misión ahora es extender el evangelio por todo el mundo, como hicieron los apóstoles. Y la idea de la segunda venida de Jesús cede el puesto a una distinta: el triunfo de Jesús, glorificado a la derecha de Dios.

Sin embargo, incluso en una sociedad que presume de tolerante, como la nuestra, Jesús puede seguir siendo causa de división. El ejemplo de las primeras comunidades cristianas, que creyeron en él a pesar de todas las dificultades, debe seguir animándonos.

* * *

Por una feliz casualidad, la segunda lectura ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.

Jesús, como cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina triunfando.

Ahora nos toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo.

José Luis Sicre

YO NO RENUNCIO A NADA

Enciende un fuego,  y déjalo arder en ti (Shakespeare).

Vine a traer fuego a la tierra, y ¡qué más quiero si ya ha prendido!

El fuego es un instrumento de juicio: aniquila o purifica. La predicación de Jesús ha encendido ya ese fuego (Is 1, 25)

En Isaías 1,25 dice Yahvé: “Volveré mi mano contra ti para limpiarte de la escoria en el crisol y eliminar todas tus desdichas”. 

Zac.13, 9: “Mirad la piedra que presento a Josué: Es una y lleva siete ojos. Tiene una inscripción: En un día removerá la culpa de esta Tierra -Oráculo del Señor Todopoderoso-“ 

Y San Pablo en Hebreos 12, 1-4: “Corramos con constancia, en la carrera que nos toca”.

Yo creo que Jesús era de otra manera, aunque en una ocasión dijo: “Vine a traer fuego a la tierra y ¡qué más quiero si ya ha prendido! “

Creo que lo dijo para asustarnos, pero dijo también que hay que perder el miedo, y mostrar en qué somos muy valientes.

¿A mi leones?, dijo Don Quijote, y luchó contra salteadores de caminos y molinos de viento.

En el Antiguo Testamento, la guerra es una experiencia corriente en Israel y hecho común.

En 2 Samuel 11, 1 se dice: “Al año siguiente en que los reyes van a la guerra, Dios envió a Joab con sus oficiales y todo Israel a devastar la región de los Amonitas y sitiar a Raba”,  e incluso Dios acude a la batalla cuando Moisés lo ordenaba en Números 11, 35: “Levántate, Señor, que se dispersen tus enemigos, huyan de tu presencia los que te odian”. O se presenta en una teofanía de tormenta: “Desde el cielo combatieron las estrellas, desde sus órbitas combatieron contra Sísara” (Jueces 5, 20).

En el Nuevo, es uno de los signos escatológicos: “Cuando oigáis ruido de guerreros y noticias de ellos, no os alarméis. Todo eso ha de suceder, pero todavía no es el final” (Marcos 13, 7). Y el Apocalipsis contempla una batalla celeste: “Se declaro la guerra en el cielo. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; el dragón luchaba asistido de sus ángeles  pero no vencieron y perdieron su puesto en el cielo”. Esta derrota contra Satanás, fue conmemorada siglos más tarde con un monumento de Ricardo Bellver en el Parque del Retiro madrileño. La espada y la armadura están presentes.

La paz no podría ser ajena a este combate. Es un concepto que pertenece al orden familiar, social, político y religioso. No solo es ausencia de guerra, si no que incluye de algún modo la prosperidad, plenitud, bendición divina.

Hay una Paz cósmica: “Aquel día haré una alianza con los animales salvajes, con las cosas del cielo y con los reptiles de la Tierra”  (Oseas 2, 20), y una Paz histórica: “Pondré paz en el país y dormiréis sin alarmas, descastaré las fieras y la espada no cruzará vuestro país” (Levítico 26, 8).

En el Evangelio, el saludo hebreo, cristiano y apostólico, es eficaz: “Cuando estéis en una ciudad o aldea preguntad por alguna persona respetable y hospedaos con él hasta que os marchéis, se entra en la casa saludándola con la paz” (Mateo 10, 11-12).

Se canta en la entrada en Jerusalén, y decían: “Bendito sea el rey. paz en el cielo, gloria al Altísimo”. Y también con todos: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios” (Mateo 5, 9).

El `poema de R. Bellver hace referencia a los hechos.

AL ÁNGEL CAIDO

«Por su orgullo cae arrojado del cielo
con toda su hueste de ángeles rebeldes
para no volver a él jamás.
Agita en derredor sus miradas,
y blasfemo las fija en el impíreo,
reflejándose en ellas el dolor más hondo,
la consternación más grande,
la soberbia más funesta
y el odio más obstinado

Vicente Martínez

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Meditación

Documentación:  Plegarias: Cuánto deseo que ardáis así

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