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Domingo XXXI del Tiempo Ordinario

– Zaqueo baja, que quiero hospedarme en tu casa

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.

Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era de baja estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:

― Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

El bajó en seguida, y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban diciendo:

― Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.

Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: 

― Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.

Jesús le contestó:

― Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

PARA JESÚS NO HAY CASOS PERDIDOS

Jesús alerta con frecuencia sobre el riesgo de quedar atrapados por la atracción irresistible del dinero. El deseo insaciable de bienestar material puede echar a perder la vida de una persona. No hace falta ser muy rico. Quien vive esclavo del dinero termina encerrado en sí mismo. Los demás no cuentan. Según Jesús, “donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.

Esta visión del peligro deshumanizador del dinero no es un recurso del Profeta indignado de Galilea. Diferentes estudios analizan el poder del dinero como una fuerza ligada a pulsiones profundas de autoprotección, búsqueda de seguridad y miedo a la caducidad de nuestra existencia.

Sin embargo, para Jesús, la atracción del dinero no es una especie de enfermedad incurable. Es posible liberarse de su esclavitud y empezar una vida más sana. El rico no es “un caso perdido”. Es muy esclarecedor el relato de Lucas sobre el encuentro de Jesús con un hombre rico de Jericó.

Al atravesar la ciudad, Jesús se encuentra con una escena curiosa. Un hombre de pequeña estatura ha subido a una higuera para poder verlo de cerca. No es desconocido. Se trata de un rico, poderoso “jefe de recaudadores”. Para la gente de Jericó, un ser despreciable, un recaudador corrupto y sin escrúpulos como casi todos. Para los sectores religiosos, “un pecador” sin conversión posible, excluido de toda salvación.

Sin embargo, Jesús le hace una propuesta sorprendente: “Zaqueo, baja en seguida porque tengo que alojarme en tu casa”. Jesús quiere ser acogido en su casa de pecador, en el mundo de dinero y de poder de este hombre despreciado por todos. Zaqueo bajó en seguida y lo recibió con alegría. No tiene miedo de dejar entrar en su vida al Defensor de los pobres.

Lucas no explica lo que sucedió en aquella casa. Sólo dice que el contacto con Jesús transforma radicalmente al rico Zaqueo. Su compromiso es firme. En adelante pensará en los pobres: compartirá con ellos sus bienes. Recordará también a las víctimas de las que ha abusado: les devolverá con creces lo robado. Jesús ha introducido en su vida justicia y amor solidario.

El relato concluye con unas palabras admirables de Jesús: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa. También este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. También los ricos se pueden convertir. Con Jesús todo es posible. No lo hemos de olvidar nadie. El ha venido para buscar y salvar lo que nosotros podemos estar echando a perder. Para Jesús no hay casos perdidos.

José Antonio Pagola

ESTRATEGIA PARA SALVAR LO PERDIDO

Aunque “rico” –jefe de recaudadores, con fama, parece que merecida, de corruptos-, Zaqueo era social y religiosamente marginado, hasta el punto de ser considerado como un “pecador público” al que se debía evitar.

Una vez más, Jesús rompe tabúes y etiquetas acerca de lo “socialmente correcto”. Podía haberse esperado que condenara a alguien que, no solo vivía al servicio del imperio que oprimía a su pueblo, sino que robaba a ese mismo pueblo empobrecido.

Sin embargo, detrás de todo ello, Jesús sigue viendo a un igual (“también este es hijo de Abraham”), y como tal lo trata. No significa que justificara su comportamiento, pero en realidad eso no era lo que estaba en juego, sino la persona que había detrás de aquel comportamiento y de aquel “papel”.

Donde la gente veía solo un “personaje” (pecador público), Jesús ve a un ser humano, en quien él también se reconoce: “lo que hicisteis a cada uno de estos, me lo hicisteis a mí” (Mt 25,40).

Afronta las críticas y murmuraciones, provenientes con seguridad de las personas más “religiosas” y “cumplidoras”, aquellas que suelen tener bien catalogados a todos los demás, en el esquema típico de la personalidad fanática: “los nuestros” y “los demás”.

Al ver a Jesús ponerse del lado de alguien que no pertenece a “los nuestros” –porque es un “pecador”-, se desatan las murmuraciones, por una razón muy simple: se ha cuestionado el esquema que, supuestamente, les garantizaba una superioridad moral y, con ello, seguridad. Porque –de nuevo aparece la religiosidad basada en la idea del mérito-, si todos pueden ser tratados igual –como “los trabajadores de la viña”-, ¿qué importa todo nuestro esfuerzo y nuestros merecimientos?

Sin embargo, sucede algo notable: aquel hombre que no había modificado su conducta a pesar de todas las críticas y desprecios que había recibido, empieza a ver las cosas de otro modo. Empieza a mirar como él mismo se sintió mirado por Jesús. Y ese modo de ver es el que da lugar a un nuevo modo de hacer.

En ese cambio, viene a decir Jesús, consiste la “salvación”. Y se presenta de una forma profundamente humana y compasiva, como “el que quiere buscar y salvar lo que está perdido”.

En lo que parece un claro contraste con la actitud de Jesús, la Iglesia ha aparecido (aparece) con frecuencia, en las personas de autoridad, con gestos de recelo, juicio y descalificación. Pareciera como si se hubiera constituido en guardiana de aquel modo de ver que tiene muy claro por dónde pasa la línea divisoria entre “los nuestros” y “los que no lo son”, los “buenos” y “los que tienen que convertirse” a lo que nosotros decimos.

De este modo, la Buena Noticia ha sido sustituida por la moralina de quienes se creen en posesión de la verdad absoluta.

El camino propuesto por Jesús es diametralmente opuesto: arranca de una mirada profundamente humana, que sabe ver el corazón limpio de la persona –más allá de lo que hace o deja de hacer- y –aun a riesgo de crearse enemigos- se solidariza con ella, haciéndose invitar a su casa.

En contra de la actitud moralizante de quien, desde una supuesta superioridad, exige cambios o emite condenas, Jesús se “identifica” con el jefe de publicanos, poniéndose de su parte.

En realidad, quien condena no sabe que se está condenando a sí mismo –a alguna parte de sí, oculta en su propia sombra-; quien se identifica con el otro, más allá de lo que este haga o deje de hacer, vive en la consciencia de que todos somos uno, en la identidad mayor que nos constituye. Ese nivel de consciencia es el que permite transformar la condena en compasión y, en último término, en humanidad.

Enrique Martínez Lozano

El evangelio nos propone hoy la figura de Zaqueo, como modelo para cristianos y cristianas ricas. Cuando se escribió este pasaje, hacia el año 85, ya había en las comunidades gente pudiente. Es fuerte lo que promete este publicano convertido: devolver cuatro veces más a quienes ha robado y dar la mitad de sus bienes a personas de escasos recursos.  Frente a la exigencia de desprenderse de todos los bienes a favor de la gente empobrecida, aparece esta otra exigencia más accesible, aunque siempre costosa. ¿La tomamos en serio, como está escrita, o la interpretamos como un consejillo más? En este mundo opulento y terrible, de gente súper-millonaria junto a miserables que se mueren de hambre diariamente a miles, ¿qué será lo que nos pide el Señor?

Ciertamente será costoso. ¿Cómo pudo hacerlo Zaqueo? Porque recibió y acogió el amor. Nadie se casa con un pobretón si no lo ama; con un ricachón podría ocurrir. Pues bien: eso es lo que nos pide Jesús: acercarnos a la gente pobre y repartirles inteligentemente una parte importante de nuestros bienes. Sólo alguien que se ha enamorado lo puede hacer. Y Zaqueo –una persona a quien nadie quería- sintió el amor de Jesús cuando este  se auto invitó a su casa. Experimentó  su acogida, su misericordia, su perdón y la rehabilitación total. Y se enamoró de Jesús. Con ese amor fue capaz de lo imposible. Después el Señor remachó aquel enamoramiento con dos frases lapidarias:

Hoy ha entrado la salvación a esta casa.

También este hombre es hijo de Abraham.

¿Cuándo había escuchado un publicano semejantes palabras? Los fariseos y los escribas les negaban el pan y el agua, la salvación y la vida. Se escandalizaban de que Jesús los acogiera. En este mismo pasaje vemos a la gente murmurar contra Jesús por ir a hospedarse a casa de un pecador. Zaqueo se vio transportado a otro mundo. Era el nuevo nacimiento ofrecido por Jesús a Nicodemo. A partir de ahí, tomó aquella decisión, que hoy nos parece imposible.

Impresionante historia de un hombre rico aunque pequeño, que no tuvo vergüenza de subirse a un árbol para ver a Jesús, por pura curiosidad. Recibió la recompensa sin mérito alguno. Un gran modelo, que nos invita a enamorarnos primero de Jesús, para hacer después cualquier sacrificio por seguirle y proseguir su causa.

Patxi Loidi

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