Amarás con todas tus fuerzas

El móvil de la vida de Francisco, fue una búsqueda interminable de plenitud. Su absoluto era Dios. Este deseo de infinitud nacía en el hondón de su alma, en ese ámbito irreductible, en el que solo comanda la voluntad y se esconde en lo más profundo de las hendiduras del ser, en ese entresijo donde Dios invade y penetra el centro más íntimo de la persona, allí donde nacen las aspiraciones más puras de fidelidad y anhelos eternos, allí donde nuestra reducida bondad reclama la Bondad infinita y nuestra impotencia, la Omnipotencia divina. Si, “Dios es el único objeto de amor que puede satisfacer todos los apetitos del corazón humano”, exclama Francisco.
¡Oh Dios, tu eres mi Dios… mi alma tiene sed de ti, canta el salmo. Francisco, desde que comenzó a sentir que en su alma bullía el amor, buscó ansioso en quien volcar el incontenible volcán de su pecho:
“Dios escribió con su propio dedo en las tablas de mi corazón esta ley: Amarás con todas tus fuerzas… y esta voz eficaz, creó en él, una pasión inmensa, la que se hizo sentir desde mi infancia y se desarrolló en mi juventud. Yo, joven, amaba con todas mis fuerzas, porque la ley de la naturaleza me impulsaba con ímpetu irresistible. ¿Qué amaba yo?
“Separado del mundo, retirado en el convento, pregunté por la “cosa amada”, la busqué y la encontré… ¡Vi a mi Amada y me uní con ella en fe, en esperanza y amor!… Dios y el prójimo, o sea la Iglesia, se me apareció tan bella como una divinidad… Con ella encontré mi dicha y felicidad; yo era feliz” (MR 1,3)
¡Dios!, Dios de mi alegría y mi indigencia. Dios de mi principio y fin. Dios de mi vida. ¿Sería Dios el Dios de mi vida, si no fuera algo más que el Dios de mi vida? (Kart Rahner)
“Perdidas las esperanzas de morir por tu honor, hallándome en la flor de mi edad, no pudiendo soportar la llama del amor que ardía dentro de mí pecho viviendo entre los hombres, me resolví en mi edad viril, vivir solitario en los desiertos. Te llamé, y no me respondiste, te busqué dentro del seno de los montes, en medio de los bosques, sobre la cima de las peñas solitarias y no te hallé. En la soledad del monte, marchité mi virilidad en busca de ti: en las bellas mañanas de la primavera, en las tardes quietas del verano, en las noches frías y heladas del invierno, dentro de las cuevas; sobre la cima de los montes te busqué y no te hallé. ¿Dónde estabas entonces? ¡Ah!, estabas tan cerca y yo no lo sabía, estabas dentro de mi mismo y yo te buscaba tan lejos! ¿Por qué no te hiciste visible?”(MR 22,16)
Realmente Dios, fue para Francisco, el ideal impulsor de su vida. Repetía con frecuencia: “Sin él y fuera de él nada quiero amar. Yo quiero lo que Dios quiere, yo aborrezco lo que Dios aborrece; la voluntad de Dios será la mía de hoy en adelante” (MM)
Mª Consuelo Orella, cm
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