“Me señalaste un trozo de viña y me dijiste: Ven y trabaja”
Francisco, dejada la soledad y consagrado sacerdote del Altísimo, se sentía con el compromiso evangélico de anunciar el Reino de Dios a las naciones. Se enfrentaba a la práctica pastoral, al ministerio de la palabra y celebración sacramental. Tenía 25 años ¡Demasiado joven para ejercer su sacerdocio en la difícil situación político-religiosa en que se hallaba España.
La tarea estaba a la vista y no podía eludirla. A él le hubiera resultado mucho más fácil vivir en el Carmelo saboreando su sacerdocio e iniciándose en pequeñas actividades apostólicas, al tiempo que se fortalecía su personalidad y espíritu. Sin embargo, la realidad tenía otra faceta muy distinta: Debía comenzar su apostolado en una parroquia, bajo la jurisdicción del Obispo diocesano.
La dificultad se agigantaba particularmente en su diócesis de Lérida. El obispo, Mons. Julián Alonso, había huido para salvar su vida, victima sobre la que se cernía la sospecha de apoyar al carlismo y por consiguiente ser partícipe de conspiración.
A pesar de todo, Francisco comienza su tarea ministerial en su parroquia natal, San Antonlín de Aytona. Le urgía la llamada interior del profeta: “Sé, pues, valiente y muy firme, teniendo cuidado de cumplir toda la ley. No te apartes de ella, para que tengas éxito dondequiera que vayas. No se aparte el libro de la ley de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito y tendrás éxito en todas tus empresas” Jos.
Hay declaraciones muy elocuentes de testigos sobre la acción pastoral del carmelita en Aytona en un ambiente bastante relajado por los vicios, la blasfemia, el trabajo en días festivos, amén de otros pecados más escondidos pero no menos ignorados. Era la mala semilla que crecía abiertamente entre el trigo.
Los libros parroquiales de S. Antolín registran un movimiento sacramental, firmado por Francisco Palau, desde julio a diciembre de 1836: 16 bautismos; 8 matrimonios; 19 defunciones, sin contar la predicación y las horas dedicadas a la confesión y dirección espiritual.
“Se sabe que la Iglesia de Aytona en la explicación del evangelio y sermones del Padre Palau, se llenaba por completo el templo. Su palabra era tan penetrante que nadie se cansaba de oírla, se trocaban los corazones: de hombres del mundo en hombres de Dios. Se reunían muchos vecinos de pueblos cercanos. Era tanta la vibración de su celo. Trató de desterrar la blasfemia y lo consiguió”. Testimonio
Para combatir este vicio se sirvió de una costumbre muy extendida en Cataluña. Consistía en adoctrinar a los niños para que cuando oyeran blasfemar, invocaran a coro la jaculatoria: ¡Ave María purísima sin pecado concebida!, en torno al blasfemo
Los testimonios del celo sacerdotal del carmelita son evidentes y hablan por si mismos perfilando su faceta apostólica y su servicio eclesial. Dos sacerdotes, el regente y el beneficiario de la parroquia de Aytona, que conocían a Francisco desde la niñez le califican de ‘celoso misionero’ y acreditan su ‘virtud’, su intachable ‘conducta religiosa, moral y política’ así como el ascendiente que gozaba como sacerdote tanto en su pueblo natal como en su familia. Otro sacerdote, cura párroco de Serós, que había sido coadjutor de Aytona, testimonia el sentir de los coetáneos de Francisco afirmando que se decía de él: ‘después de San Juan Bautista es el santo más santo’.
Varios testigos le atribuyen el poder de conjurar tormentas, de alejar plagas de los campos, de ser muy penitente y que la gente lo buscaba para confesarse.
‘Jamás admitió limosna por el trabajo parroquial.’ Este proceder le acarreó muchas persecuciones y, para evitar compromisos, renunció a su cargo con llanto general de la población” J. Padró
Y como ‘ningún profeta es bien recibido en su tierra’ Francisco comenzó a sentir la contradicción sobre su persona y su obra
Maria Consuelo Orella cm

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