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Vivir la mística desde el ser eremita, no como evasión, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones, al ritmo de la historia, en el horizonte del compromiso social. Dejamos atrás un año difícil, marcado en casi todos sus aspectos por la pandemia del coronavirus que puso en jaque nuestras vidas. Queremos que este año nos sorprenda y nos haga recuperar la fuerza, la energía y la motivación. Porque la tormenta siempre pasa y estamos seguros que el sol va a volver a salir con más brillo que nunca.
Vivir con los ojos y el corazón abiertos a los que más sufren, cultivar en comunidad un corazón que se mueve por la compasión y la ternura que nos hace más humanos y capaces de mirar más allá… Sí, vivir desde el corazón es sentir las heridas de los otros. El mundo se volverá más y más pequeño a medida que muestre su fragilidad.

Buscar a Dios en las profundidades del silencio y en la inmensidad del espacio, la paz y armonía en una vida comunitaria comprometida. La pandemia de coronavirus ha destapado más el colectivo de personas que viven en la calle o en hogares en riesgo de pobreza o de exclusión social.
Te invito a una desintoxicación digital, dentro de un ambiente sereno, donde el silencio y la oración recuperan tu ser interior. Las vacaciones de verano es un momento propicio para reforzar el espíritu. Vamos a sumergirnos en el mensaje de Francisco Palau, con sus interrogantes continuos que piden respuesta: “¿Amas? ¿Qué amas? Donde está el amor, está el corazón; donde está el corazón, está toda la plenitud y fuerza de tus afectos; donde están, está tu alma toda, tus pensamientos, tus potencias y sentidos. ¿Amas a Dios de todo tu corazón? (Escritos pág. 523,4) -¿Qué puedes hacer por el bien de tus prójimos? (Escr. 531, IV)

La Carmelita Misionera tiene que ser experta en sinodalidad, que es el arte de caminar juntos en el seno de la Iglesia. El reto es vivirlo ya en nuestras uniones de fraternidad, como quería Francisco Palau, donde se descubre vivir las diferencias y buscar la raíz de los conflictos. Escuchar es una excelente forma de amar. Una congregación sinodal en un mundo global, en una interdependencia que el Covid ha puesto aún más de manifiesto, es una comunión misionera que vive el reto de articular el respeto y la expresión de las culturas locales diferenciadas. Es tiempo de novedad y fidelidad. Nuestro caminar se va purificando, liberando, simplificando y unificando, llegando a una armonía interior que nos dispone a la apertura a Dios, que nos afina el oído y pone en marcha el corazón ante el grito y el clamor de la tierra herida. Nuestro ser contemplativo nos hace disponibles. Aquí estoy, envíame…
Hna Francisca Esquius cm
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