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ERMITAÑA DESDE MI COMUNIDAD

Dejar salir de nuestra vida todo aquello que bloquea nuestra capacidad de apertura y entrega, acogiendo con gozo el don de la fraternidad.

Desde este pequeño desierto en la ciudad, con todo un entorno de naturaleza que rodea este lugar, desborda de belleza, te invito a entrar en tu interior y ante un Dios amor, intentar ver todo aquello que tenemos que dejar salir de nuestra vida, para acoger lo nuevo… Te comparto lo que en estos días tengo más presente:

                                                                                         

Lo más evidente del Carisma es la fraternidad, nuestro ser profético exige comunidades evangélicas, con marcado signo de comunión, sencillas, abiertas, cercanas.

En un mundo de egoísmo, injusticia y odio, ser anuncio de la presencia y la acción de Dios que reconcilia y hace posible la fraternidad humana, y con aire de denuncia.

Ser testimonio profético dando razón de su esperanza.

De este modo la Vida Consagrada se vuelve espontáneamente misionera, es un signo atractivo de comunión.

Es necesario mantener encendida la llama de la utopía, algo que no existe pero que es posible, vivir la lógica evangélica del don de la fraternidad, de la diversidad, del amor mutuo; todas nuestras comunidades deben ser centros de espiritualidad.

Abiertas  a las urgencias, optando por la inserción y la inculturación y siempre en comunicación y sintonía con la Iglesia, abrazando nuestra propia fragilidad en medio de un mundo globalizado, secularizado y multicultural, lo que nos toca es confiar y estar dispuestos a aprender siempre con espíritu sinodal, junto con otros y como Iglesia, escuchando en el silencio de la oración los gritos de la gente herida.

Intentemos llenar el voto de pobreza de rostros e historias de pobres sufrientes y excluidos. Ayudarnos a crecer en ternura, acogida misericordiosa, ser sensibles al sufrimiento dentro y fuera de la comunidad. “Lloro con los que lloran y sufro con los que sufren” (M. Rel. 9,5). “Cuida… consuela… alivia” (M. Rel. 1,31). A veces hay situaciones que tan sólo podemos llorar.

Se trata de vivir el voto de obediencia como disponibilidad para arriesgarse y exponerse proféticamente, comprometer la vida a favor de los últimos y olvidados, como Jesús y Francisco Palau, sin olvidar que somos vasos de barro.

El voto de castidad debe expandir el corazón y vivirse como exceso de amor. “Yo ya no soy mío, soy cosa tuya… Yo te doy lo que soy, lo que tengo y quiero…” (M. Rel. 2,7).

Francisco Palau nos pide centrar la vida en Cristo, sintiéndonos amados y enviados por Él, para vivir con gozo la vocación, comprometiéndonos al servicio del Reino. “Jesús es vuestra cosa amada” (Ct. 88,6; Ct. 41,2; M. Rel. 1,3; M. Rel. 3,3).  

                                                   

                                                                     Francisca Mª Esquius C.M  

    

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