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ERMITAÑA URBANA DESDE MI COMUNIDAD

Necesitamos bajar el volumen de lo que ocurre a nuestro alrededor y conectar en nuestro interior.

El silencio puede parecer un lujo en ocasiones, pero necesario, porque nos permite escuchar y nos ayuda a tener verdaderos encuentros, verdaderos diálogos, con las otras personas, con nosotros mismos y con Dios.

Actualmente estamos más llenos de ansiedad que nunca. 

Te invito a tener experiencia de orar en silencio.

Orar es estar  en la presencia de Dios, y para ello no necesitas hablar, centrar la mirada en el Señor, “Orar es tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama” (Teresa de Jesús, L.V,8).

Urge ser conscientes de la presencia de Dios en la vida, llenándote de paz, consuelo, gozo…

Busca un espacio tranquilo, silencioso, donde puedas estar a solas contigo mismo sin distracciones exteriores.

Para serenarse antes de iniciar la oración ayuda la postura del cuerpo: ni demasiado relajado ni tampoco una postura incómoda.

Normalmente ayuda sentarse en postura recta o bien ponerse de rodillas, cerrar los ojos, poner atención a la propia respiración y que ésta sea serena; respira profundamente varias veces para relajarte, inhala por la nariz y exhala por la boca.

El silencio exterior contribuye al silencio y al recogimiento interior.

Una vez alcanzada esta “quietud”, es más sencillo invocar al Espíritu Santo con plena conciencia y ponerse en la presencia de Dios.

La acción de la gracia pide mantenerse serenos, evitar moverse de aquí para allá, asomarse por la ventana a ver quién pasa, interesarse por quién llamó por teléfono, ver los mensajes que entran en el móvil…

Para orar es necesario centrarse, focalizarse en sólo Dios.

Elige una palabra o frase que tenga significado espiritual para ti, puede ser: “amor”, “paz”, “gratitud”, “fe”…

Repite la palabra o frase elegida en tu mente con calma y en silencio.

Concéntrate en su significado y deja que te guie en tu oración.

No trates de controlar tus pensamientos, simplemente déjalos fluir sin juzgarlos.

Si te distraes, vuélvete a enfocarte en tu palabra o frase.

Te recuerdo que siempre tienes que tener de fondo la Palabra de Dios.

Después de un rato en oración, agradece por el momento de paz y conexión que has vivido. Respira profundamente varias veces y regresa lentamente a tu día a día.

La persona que ora es sólida, equilibrada, serena…

La relación con Dios le da “raíces” (Ct. 38). Interesante leer y orar ésta Carta.

La oración contemplativa, no nos proporciona ideas, ni soluciones, nos trasforma, nos identifica con Cristo.

Es el momento de discernir la voluntad de Dios, para responder a los desafíos de la vida cotidiana, mirando con los ojos del corazón y escuchar con los oídos del alma.

La oración silenciosa nos hace libres y sensibles a las urgencias de los otros, nos capacita para la misión.   

Francisca Mª Esquius CM

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