mayo 7, 2022
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Fiesta de la Sagrada Familia

Del Evangelio de San Lucas 2, 22-40

…luz para iluminar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel.

Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo con lo escrito en la Ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor») y para entregar la oblación (como dice la Ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones»).

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo previsto por la Ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, según tu promesa, 
puedes dejar a tu siervo irse en paz; 
porque mis ojos han visto a tu Salvador, 
a quien has presentado ante todos los pueblos: 
luz para iluminar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel.

José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño.

Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:

– Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. 

UNA FAMILIA MÁS EN EL PUEBLO

Me sostengo con el amor de mi familia (Maya Angelou)

Una fiesta de la “Familia del Carpintero” -si es que pudiera llamarse así en aquellos tiempos- y, por igual, de todas las demás familias. En la carpintería, José atendía los múltiples encargos que los vecinos de la zona le encargaban; María atendía los quehaceres de la casa, y Jesús colaboraba con ambos, honrándoles como aconseja el Eclesiástico 3, 2. Pero de modo particular todos ellos “crecían en sabiduría y gracia a los ojos de Dios y de los hombres”.

En ella y de ella, aprendió Jesús a ser hombre entre los hombres; a incorporar, el anhelo que entona Luis Rosales:

“La espiritualidad es saber guiarse de noche
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía

De noche iremos, de noche, 
que para encontrar la fuente
sólo la sed nos alumbra.”

Y así, creciendo y anhelando, eran una familia más del pueblo, que vivían dichosos porque, como canta el Salmo 127, temían al Señor y seguían sus caminos. O más bien porque amaban al Señor y no necesitaban mandamiento alguno para hacerlo. Les era suficiente reconocer que eran hijos suyos; filiación que les hacía sentirse inmersos en un espacio humano de cariño, fraternidad, respeto y acogida con todos los demás seres creados.

“Estamos en la fiesta de las familias”, dijo el Papa Francisco en Filadelfia. “La familia tiene carta de ciudadanía divina, ¿está claro? La carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza”.

Una familia más en el pueblo la de Jesús, José y María. Nada de excepcional, y menos de “Sagrada”. Una de tantas como poblaban aquella humilde aldea galilea. En el relato de su historia no hubo dogmas de inmaculadas concepciones, anuncios de ángeles gabrieles, ni concepciones y partos virginales. Y menos, Madres de Dios que luego exigen asunciones. Y sin embargo, muy digno todo ello de seguir escrito con letras de oro en los Anales de nuestra cotidiana Historia.

Dice Lucas que sus padres se “pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos”. Encontrar a Jesús no ha sido nunca cosa fácil. A María se lo anunció un ángel, y a José otro se lo dijo en sueños. Herodes, por más que preguntó, no logró hacerlo y los Magos necesitaron la guía de una estrella hasta llegar y verlo. Hoy mucha gente todavía sigue repitiendo la pregunta del poderoso y de los sabios: “¿Dónde está el rey de los judíos?”

Para el hombre del siglo XXI encontrar a Jesús en los demás es problema del que busca. Jesús está presente en ellos, como Dios está en todas las cosas. Somos un Cuerpo Místico al que todos y todo pertenecemos. Sólo nos falta creer en él, acudir al oftalmólogo, comprar gafas de amor y comprensión, y recorrer con ellas puestas las calles de la vida.

Familia tiene que ver con hijos. Con Navidad -Natividad- y el Papa identifica a todos los cristianos con lo que esta fiesta ha de significar para ellos.

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA NAVIDAD

La Navidad suele ser una fiesta ruidosa, pero nos vendría bien un poco de silencio para oír la voz del Amor La Navidad eres tú, cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma: el pino de Navidad eres tú,

Los adornos de las Navidades eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu existencia.

Las campanas de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir, pues eres también luz de Navidad cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, la alegría y la generosidad.

Los ángeles de Navidad eres tú, cuando mandas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor. y la estrella de Navidad eres igualmente tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor. Eres también lo mejor de los Reyes, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quién.

La música de Navidad eres tú, cuando conquistas la armonía en ti cuando eres de verdad amigo y hermano de todo ser humano.

La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la verdad está escrita en tus manos.

Vicente Martínez

HOGARES CRISTIANOS

Hoy se habla mucho de la crisis de la institución familiar. Ciertamente, la crisis es grave. Sin embargo, aunque estamos siendo testigos de una verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la desaparición de la familia.

Al contrario, la historia parece enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los unen. Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la familia.

Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar a la Familia de Nazaret ha favorecido el ideal de una familia cimentada en la armonía y la felicidad del propio hogar. Sin duda es necesario también hoy promover la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los hijos, el diálogo y la solidaridad familiar. Sin estos valores, la familia fracasará.

Pero no cualquier familia responde a las exigencias del reino de Dios planteadas por Jesús. Hay familias abiertas al servicio de la sociedad y familias egoístas, replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias donde se aprende a dialogar. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad.

Concretamente, en el contexto de la grave crisis económica que estamos padeciendo, la familia puede ser una escuela de insolidaridad en la que el egoísmo familiar se convierte en criterio de actuación que configurará el comportamiento social de los hijos. Y puede ser, por el contrario, un lugar en el que el hijo puede recordar que tenemos un Padre común, y que el mundo no se acaba en las paredes de la propia casa.

Por eso no podemos celebrar la fiesta de la Familia de Nazaret sin escuchar el reto de nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las nuevas generaciones podrán escuchar la llamada del Evangelio a la fraternidad universal, la defensa de los abandonados y la búsqueda de una sociedad más justa, o se convertirán en la escuela más eficaz de indiferencia, inhibición y pasividad egoísta ante los problemas ajenos?

José Antonio Pagola

DONDE LA FAMILIA NO ES LO IMPORTANTE

Dos lecturas que encajan

En una fiesta de la Sagrada Familia, esperamos que las lecturas nos animen a vivir nuestra vida familiar. Y así ocurre con las dos primeras lecturas.

El libro del Eclesiástico insiste en el respeto que debe tener el hijo a su padre y a su madre; en una época en la que no existía la Seguridad Social, “honrar padre y madre” implicaba también la ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata sólo de eso; hay también que soportar sus fallos con cariño, “aunque chocheen”.

La carta a los Colosenses ha sido elegida por los consejos finales a las mujeres, los maridos, los hijos y los padres. En la cultura del siglo I debían resultar muy “progresistas”. Hoy día, el primero de ellos provoca la indignación de muchas personas: “Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.” Cuando se conoce la historia de aquella época resulta más fácil comprender al autor.

Un evangelio atípico

Si san Lucas hubiera sabido que, siglos más tarde, iban a inventar la Fiesta de la Sagrada Familia, probablemente habría alargado la frase final de su evangelio de hoy: “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.” Pero no habría escrito la típica escena en la que san José trabaja con el serrucho y María cose sentada mientras el niño ayuda a su padre. A Lucas no le gustan las escenas románticas que se limitan a dejar buen sabor de boca.

Como no escribió esa hipotética escena, la liturgia ha tenido que elegir un evangelio bastante extraño. Porque, en la fiesta de la Sagrada Familia, los personajes principales son dos desconocidos: Simeón y Ana. A José ni siquiera se lo menciona por su nombre (sólo se habla de “los padres de Jesús” y, más tarde, de “su padre y su madre”). El niño, de sólo cuarenta días, no dice ni hace nada, ni siquiera llora. Sólo María adquiere un relieve especial en la bendición que le dirige Simeón, que más que bendición parece una maldición gitana.

Sin embargo, en medio de la escasez de datos sobre la familia, hay un detalle que Lucas subraya hasta la saciedad: cuatro veces repite que es un matrimonio preocupado con cumplir lo prescrito en la Ley del Señor. Este dato tiene enorme importancia. Jesús, al que muchos acusarán de ser mal judío, enemigo de la Ley de Moisés, nació y creció en una familia piadosa y ejemplar. El Antiguo y el Nuevo Testamento se funden en esa casa en la que el niño crece y se robustece.

La misma función cumplen las figuras de Simeón y Ana. Ambos son israelitas de pura cepa, modelos de la piedad más tradicional y auténtica. Y ambos ven cumplidas en Jesús sus mayores esperanzas.

Sorpresa final

Las lecturas de hoy, que comenzaron tan centradas en el tema familiar, terminan centrando la atención en Jesús. Con dos detalles fundamentales:

1. Jesús es el importante. La escena de Simeón lo presenta como el Mesías, el salvador, luz de las naciones, gloria de Israel. Ana deposita en él la esperanza de que liberará a Jerusalén. José y María son importantes, pero secundarios.

2. Jesús es motivo de desconcierto y angustia. Lo que Simeón dice de él desconcierta y admira a José y María. Pero a ésta se le anuncia lo más duro. Cualquier madre desea que su hijo sea querido y respetado, motivo de alegría para ella. En cambio, Jesús será un personaje discutido, aceptado por unos, rechazado por otros; y a ella, una espada le atravesará el alma. Lucas está anticipando lo que será la vida de María, no sólo en la cruz, sino a lo largo de toda su existencia.

 José Luis Sicre

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Fray Marcos: Caminando por Galilea

Documentación:  F Luibarri: Confesiones de Dios

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