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Fiesta de la Transfiguración

Del Evangelio de Mateo 19, 1-9

«Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenle.»

Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él.

Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús:

«Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salió una voz que decía:

«Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenle.»

Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo.

Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo:

«Levántense, no tengan miedo.»

Ellos alzaron sus ojos y no vieron a nadie más que a Jesús solo.

Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó:

«No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».

ÉSTE ES MI HIJO AMADO,

EN QUIEN ME COMPLAZCO. ESCÚCHENLO

El pasaje de hoy es una preciosa composición de los evangelistas, colocado después del anuncio de la pasión y la cruz. Con unos simbolismos brillantes, refleja el alma de Jesús, su práctica y su enseñanza. En un día como hoy, este relato supone una fuerte invitación a poner a Jesús en el centro de nuestra vida y nuestras comunidades.

Los tres discípulos elegidos eran los más amigos de Jesús y los que tenían más anhelos de grandeza y poder. Ansiaban el Mesías guerrero y triunfal del Antiguo Testamento, que los haría ministros de su Reino. La presencia, junto a Jesús, de Moisés y Elías, los dos grandes profetas antiguos, representa esa visión del Mesías, liberador de Israel.

Pedro, y los demás discípulos con él, acababan de recibir un gran varapalo de Jesús, por oponerse a su compromiso radical en favor de un mundo solidario. Pero, al verlo emparejado con Moisés y Elías, sintieron quizás que sus sueños de grandeza podían revivir, a pesar de las claras palabras de Jesús en los versículos anteriores: ‘Quien quiera ser discípulo mío, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga’. Ésa es la causa de la emoción de Pedro, que quiere quedarse allá con los tres, es decir, en aquella esperanza del primer testamento que acariciaba en su corazón.

Entonces los envolvió una nube y se oyó la el grito de lo alto: ‘Éste es mi Hijo amado, éste es el esperado; no duden de Él; escúchenle a Él, sólo a Él’. El susto fue tremendo, como siempre que se nos presenta el Misterio. Jesús acudió a socorrerlos y los tocó para sacarlos de sus temores y ensoñaciones. ‘Levántense, no tengan miedo’.

Abrieron los ojos y vieron que ya no estaban los dos personajes del pasado y quedaba solo Jesús. El tiempo antiguo había terminado. Comenzaba el tiempo nuevo de Dios, con un mesías completamente diferente, guerrero sin armas, luchador sin ejército, triunfador sin victorias bélicas, que practicaba y enseñaba la humildad, el servicio, la pobreza solidaria y un compromiso enérgico, pero no-violento, por una tierra nueva.

Es una gran revelación. Los que usan sólo o principalmente el Antiguo Testamento, como ocurre con gran parte de los cristianos de América, deben meditarlo profundamente. Ojalá nos alimentemos sobre todo del Nuevo Testamento. Y cuando leamos el Antiguo, ojalá lo hagamos desde la perspectiva del Nuevo. Les invito a preguntarse con toda sinceridad:

¿Es Jesús el centro de mi fe?

¿Lo siento como mi único salvador y mi maestro?

Escúchenlo

¿Quién dijo que la Transfiguración 
fuera un golpe de aliento
después del varapalo soberano de Jesús a Pedro?

Él les mostró su gloria, mas también su retraso.
Estaban retenidos en las pompas del pasado.
Habían extraviado el tiempo.

Ya no había un mesías capitán de victorias
ni un rey mesías repartiendo ministerios.
No era Moisés quien recibía los mensajes en el monte:
había culminado su misión.
Ni hendía Elías el espacio sobre el carro ardiente,
sino que había aterrizado cual profeta bautizante,
a preparar el campo para la nueva siembra.

Pedro estuvo gozoso con sus tres profetas igualados.
Sólo quería hacer tres chozas.
Todo sonaba igual que en la primera etapa…
Hasta que los cubrióla Nube
y resonóla Vozcomo un mazazo en la cabeza: ¡Basta!

Basta de dudas y prejuicios.
El pasado ha pasado. Y ha empezado lo nuevo.
Éste es mi Hijo. ¡Escuchenlo!

Pedro miró a la izquierda, a la derecha.
Había habido tres y no estaba más que uno.
Quedó desconcertado,
sonándole la Voz en los oídos como un trueno:

Escúchenlo, escúchenlo y escúchenlo…

Sí, nosotros queremos escucharte, Señor,
y guardar tus palabras en el cálido nido
del corazón.

Patxi Loidi

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