Fiesta de la Trinidad

Evangelio de Juan 3, 16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
— Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

EL CRISTIANO ANTE DIOS

No siempre se nos hace fácil a los cristianos relacionarnos de manera concreta y viva con el misterio de Dios confesado como Trinidad. Sin embargo, la crisis religiosa nos está invitando a cuidar más que nunca una relación personal, sana y gratificante con él. Jesús, el Misterio de Dios hecho carne en el Profeta de Galilea, es el mejor punto de partida para reavivar una fe sencilla.

¿Cómo vivir ante el Padre? Jesús nos enseña dos actitudes básicas. En primer lugar, una confianza total. El Padre es bueno. Nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien. Podemos confiar en él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es confiar en el Amor como misterio último de todo.

En segundo lugar, una docilidad incondicional. Es bueno vivir atentos a la voluntad de ese Padre, pues sólo quiere una vida más digna para todos. No hay una manera de vivir más sana y acertada. Esta es la motivación secreta de quien vive ante el misterio de la realidad desde la fe en un Dios Padre.

¿Qué es vivir con el Hijo de Dios encarnado? En primer lugar, seguir a Jesús: conocerlo, creerle, sintonizar con él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él; tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana. Así vive Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más apasionante.

En segundo lugar, colaborar en el Proyecto de Dios que Jesús pone en marcha siguiendo la voluntad del Padre. No podemos permanecer pasivos. A los que lloran Dios los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos. Este Proyecto que Jesús llama «reino de Dios» es el marco, la orientación y el horizonte que se nos propone desde el misterio último de Dios para hacer la vida más humana.

¿Qué es vivir animados por el Espíritu Santo? En primer lugar, vivir animados por el amor. Así se desprende de toda la trayectoria de Jesús. Lo esencial es vivirlo todo con amor y desde el amor. Nada hay más importante. El amor es la fuerza que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. Es el amor el que nos salva de tantas torpezas, errores y miserias.

Por último, quien vive «ungido por el Espíritu de Dios» se siente enviado de manera especial a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Su vida tiene fuerza liberadora para los cautivos; pone luz en quienes viven ciegos; es un regalo para quienes se sienten desgraciados.

José Antonio PagolaRed evangelizadora BUENAS NOTICIAS

TRINIDAD, LA NO-DUALIDAD QUE TODO LO ABRAZA

Suele decirse que el tres es el número de la Divinidad; sumado al cuatro, el número de la humanidad, del cosmos, se obtiene el siete, la cifra de la plenitud.

En esa misma línea, podría verse el tres como el símbolo de la No-dualidad. No es el uno (monismo o panteísmo) ni el dos (dualismo fragmentador), sino el tres que, sin embargo, no deja de ser uno (ésa es la afirmación cristiana sobre la Trinidad). Desde aquí podría hacerse una aproximación al misterio de la Trinidad como la No-dualidad que todo lo abraza.

En el Nuevo Testamento, se habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo –como, por ejemplo, en la fórmula bautismal que se recoge al final del evangelio de Mateo (28,19)-, pero nunca se detienen a tratar de “explicar” el Misterio; más aún, da la impresión de que no les creaba ninguna dificultad. El “Padre”, el “Señor Jesús” y el “Espíritu” constituían sus referencias, sin necesidad de entender mentalmente la relación entre ellos o sus “procesiones internas”, como diría la teología posterior. Ni Jesús ni el Nuevo Testamento dicen absolutamente nada sobre un supuesto “dogma fundamental”, según el cual “tres personas” (hipóstasis) tienen “una única naturaleza divina”. Este tipo de elucubraciones posteriores, aunque hechas con la mejor intención, más que ayudar a la experiencia espiritual, no pueden sino provocar división –todas las formulaciones mentales son sumamente limitadas y relativas- y, a la larga, generar ateísmo, en quienes, lúcidamente, se nieguen a creer en un Dios así objetivado por nuestro razonamiento.

Por lo que se refiere a la historia, la palabra griega trias aparece por primera vez en el siglo II (en el apologista Teófilo); el primero en usar el término latino trinitas es Tertuliano, en el siglo III; y la doctrina clásica de la Trinidad –“una naturaleza divina en tres personas”- no aparece hasta finales del siglo IV. Más aún, la festividad de la Trinidad no fue declarada obligatoria hasta el año 1334.

La liturgia de este día nos ofrece un texto breve del cuarto evangelio, en el que se presenta a Dios como amor –tal como se afirmará en la primera Carta de Juan: “Dios es amor” (1 Jn 4,8)-. Dios es amor al mundo y su único deseo es la “vida eterna” o vida en plenitud.

El texto parece recrearse en insistir que Dios no condena a nadie (¿a qué se debe que la autoridad religiosa sea tan dada a condenar a quienes discrepan?). Se “condena” a sí mismo el que se niega a ver.

En aquella perspectiva mítica, la condena –perder la vida- se veía como consecuencia de no creer en Jesús. Mientras la Iglesia ha permanecido en esa perspectiva, ha afirmado que la creencia estaba ligada al conocimiento y a la fe en la persona de Jesús de Nazaret, hasta el punto de decir: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”. La lectura literal y mítica del texto no permitía otra conclusión.

Sin embargo, en cuanto tomamos conciencia de que se trataba únicamente de una perspectiva, percibimos que su significado es mucho más profundo. “Creer” en Jesús no significa un asentimiento mental a su persona, que requiere, en todo caso, un conocimiento previo de él. Se comprende que lo vieran así sus discípulos, porque los humanos tendemos a absolutizar siempre “lo nuestro”.

“Creer” en el “Hijo único de Dios” significa reconocer nuestra Identidad profunda –eso es lo que vio y vivió Jesús-, porque en ello se juega precisamente nuestra salvación. Mientras permanecemos identificados y reducidos al yo, estamos “condenados” a la confusión y al sufrimiento; para alcanzar la “salvación” y experimentar la Vida, se requiere liberarse de aquella identificación, es decir, caer en la cuenta de quienes realmente somos: “hijos en el Hijo”, el “Hijo único de Dios”.

A partir de esa comprensión, al vivirnos conscientemente conectados a la Fuente, anclados en la Identidad última, salimos de la ignorancia, para vivir en la luz y en el amor. Esto es lo que vivió Jesús; “cree” en él quien lo vive.

De este modo, sin “reducir” a Jesús, hemos dado el paso de la religión (exclusiva) a la espiritualidad (inclusiva). Sólo así el llamado “diálogo interreligioso” es posible y enriquecedor.

Más aún, al celebrar la Trinidad, estamos celebrando el núcleo mismo de la espiritualidad más genuina: la No-dualidad. Más allá del mundo de las formas y, por tanto, de las polaridades y de las antinomias, existe “otro” nivel en el que todo está bien. Esto no significa una devaluación de las formas ni, mucho menos, la afirmación de otro dualismo: las formas son el rostro “visible” –la otra cara- del Misterio. Pero esa nueva comprensión nos permite ver la Belleza y la Armonía de todo lo que es…, más allá de las etiquetas que nuestra mente pueda ponerle. Como dice el libro del Génesis, “vio Dios todo cuanto había hecho, y era muy bueno” (1,31).

En esa dimensión profunda, que escapa a nuestra mente, percibimos la Sabiduría que, trascendiendo absolutamente el razonamiento mental y la percepción egoica, nos asegura que todo está bien. Es algo similar a lo que nos sucede cuando nos despertamos por la mañana y recordamos en sueño que nos había agitado durante la noche.

Situados en esa sabiduría es cuando podemos comprender que “lo que viene, conviene”. Leído desde la mente, este principio no puede interpretarse sino como resignación. Pero estamos hablando de un nivel diferente que hace que, en lugar de resignación, sea sabiduría. De hecho, la persona que se encuentra en él es cualquier cosa menos “resignada”. Se rinde a lo que es –lo contrario es tan agotador como absurdo-, pero a través de ella fluye siempre el movimiento adecuado, porque nace de la misma Sabiduría (de Dios).

Por eso, quiero terminar este comentario, en el día en que celebramos la fiesta de la No-dualidad, en la que todo se abraza, trascribiendo las “cuatro leyes espirituales”, que ha popularizado el maestro hindú Sa¡ Baba. Son éstas:

LAS “CUATRO LEYES” ESPIRITUALES

1. «La persona que llega es la persona correcta»
Nadie llega a nuestras vidas por casualidad: todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.

2. «Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido»
Nada, absolutamente nada, de lo que nos sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: «si hubiera hecho tal cosa…hubiera sucedido tal otra…». No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado, y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan y no quieran aceptarlo.

3. «En cualquier momento que algo comience, ése es el momento correcto»Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es entonces cuando comenzará.

4. «Cuando algo termina, termina»Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución; por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia.

Por eso, es sabio quien, más que etiquetar cada acontecimiento o circunstancia como “agradable” o “desagradable”, recibe todo lo que le ocurre como una oportunidad para aprender…, sin perder nunca el “contacto” con su Identidad más profunda, aquélla que se halla a salvo de la impermanencia y de los vaivenes mentales; aquélla que, como diría el propio Jesús, “está inscrita en el cielo” (evangelio de Lucas 10,20).

Enrique Martinez Lozano

TRINIDAD Y UNIDAD

Primer acto del drama. En la zarza que ardía sin consumirse, Moisés oyó la voz de Dios que se mostraba decidido a liberar de la esclavitud a su pueblo. Moisés le preguntó por su nombre para poder reconocerlo y anunciarlo a sus hermanos. Pero esa pregunta sólo tiene lugar en un contexto politeísta. Dios es único. No tiene por qué revelar otro nombre.

Segundo acto del drama. La adoración del becerro de oro es la gran apostasía de los israelitas a los pies del Sinaí. En lugar de confiar en el Dios del futuro, optan por un dios del pasado. La nostalgia se impone a la esperanza y el miedo triunfa sobre la confianza. Moisés rompe las tablas de la Ley, pero Dios no da por rota su alianza.

Tercer acto del drama. Moisés sube de nuevo al Sinaí. Hay un doble acercamiento. Él, que no había adorado al becerro, se incluye entre los pecadores. Y Dios abandona la nube y pasa ante Moisés proclamando: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”.

He ahí el nombre con el que el único Dios quiere ser reconocido por todos y para siempre. La misericordia y la fidelidad son sus atributos. Los creyentes los personifica y llegan a decir que se encuentran y se abrazan en las plazas. Por esas cualidades se distinguen las personas y los pueblos que se atreven a soñar con un mundo diferente.

TRES VALORES

En esta fiesta de la Trinidad de Dios se recuerdan y proclaman unas palabras que el evangelio de Juan pone en labios de Jesús cuando habla con Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único, para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16). Tres valores se anuncian en el texto.

 El valor del amor. Es un don gratuito e inmerecido que Dios ofrece al mundo, es decir a la entera familia humana. Dios no nos ha amado por ser nobles o buenos. Podemos llegar a serlo precisamente porque Él nos ha amado previamente.

• El valor de la fe. Es nuestra respuesta agradecida a ese diálogo por el que Dios nos ofrece su amor. Creer no es sólo afirmar unas verdades. Creer es aceptar a Jesús como Señor y Salvador que ha entregado su vida por nosotros.

• El valor de la vida. Es este el resultado de ese diálogo de amor y de fe. La vida verdadera, la vida definitiva no es fruto del esfuerzo humano. Es la donación del Dios viviente que nos incorpora a su propia vida.

Tres valores que nos definen como cristianos, tres valores que orientan nuestra peregrinación por el mundo y tres valores que estamos dispuestos a testimoniar cada día.

PERSONA Y COMUNIDAD

En la segunda lectura de hoy se recoge una bendición que san Pablo escribe a los Corintios: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros”.

• El amor del Padre que eligió, liberó y perdonó a Israel ha sido derramado sobre nosotros como prenda de elección, liberación y perdón.

• La gracia y la verdad nos han sido dadas por Jesucristo, que nos ha llamado amigos y nos ha invitado a seguirle por el camino.

• La comunión del Espíritu nos libera de la dispersión y del egoísmo narcisista para reunirnos en una comunidad de vida y de esperanzas compartidas.

En esta fiesta de la Trinidad Santa de Dios meditamos esta bendición. Agradecemos la revelación de Dios. Y tratamos de anunciar la dignidad de cada persona y el gozo de participar de la fraternidad comunitaria.

– “Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la Verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio; concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa”. Amén.

José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca

ELEVACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

“Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquilo, como si ya mi alma estuviera en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.

Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor y el lugar de tu descanso. Que en ella nunca te deje solo, sino que esté ahí con todo mi ser, todo despierto en fe, todo adorante, totalmente entregado a tu acción creadora.

Oh mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser, en mi alma, una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte…, hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia: te pido ser revestido de Ti mismo, identificar mi alma con cada movimiento de la Tuya, sumergirme en Ti, ser invadido por Ti, ser sustituido por Ti, para que mi vida no sea sino irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero volverme totalmente dócil, para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas mis impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz.Oh Astro mío querido, fascíname, para que ya no pueda salir de tu esplendor.

Oh Fuego abrazador, Espíritu de amor, desciende sobre mí, para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo: que yo sea para Él como una prolongación de su Humanidad Sacratísima en la que renueve todo su Misterio.

Y Tú, oh Padre, inclínate sobre esta pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien tienes todas tus complacencias.

Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me entrego a Vos como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas”

Beata Sor Isabel de la Trinidad

 

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