Del Evangelio de San Lucas 2, 16-21
María guardaba todo en su corazón

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

HOY
Lucas concluye su relato del nacimiento de Jesús indicando a los lectores que «María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón». No conserva lo sucedido como un recuerdo del pasado, sino como una experiencia que actualizará y revivirá a lo largo de su vida.
No es una observación gratuita. María es modelo de fe. Según este evangelista, creer en Jesús Salvador no es recordar acontecimientos de otros tiempos, sino experimentar hoy su fuerza salvadora, capaz de hacer más humana nuestra vida.
Por eso, Lucas utiliza un recurso literario muy original. Jesús no pertenece al pasado. Intencionadamente va repitiendo que la salvación de Jesús resucitado se nos está ofreciendo «HOY», ahora mismo, siempre que nos encontramos con él. Veamos algunos ejemplos.
Así se nos anuncia el nacimiento de Jesús: «Os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador». Hoy puede nacer Jesús para nosotros.Hoy puede entrar en nuestra vida y cambiarla para siempre. Con él podemos nacer a una existencia nueva.
En una aldea de Galilea traen ante Jesús a un paralítico. Jesús se conmueve al verlo bloqueado por su pecado y lo sana ofreciéndole el perdón: «Tus pecados quedan perdonados». La gente reacciona alabando a Dios: «Hoy hemos visto cosas admirables». También nosotros podemos experimentar hoy el perdón, la paz de Dios y la alegría interior si nos dejamos sanar por Jesús.
En la ciudad de Jericó, Jesús se aloja en casa de Zaqueo, rico y poderoso recaudador de impuestos. El encuentro con Jesús lo transforma: devolverá lo robado a tanta gente y compartirá sus bienes con los pobres. Jesús le dice: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». Si dejamos entrar a Jesús en nuestra vida, hoy mismo podemos empezar una vida más digna, fraterna y solidaria.
Jesús está agonizando en la cruz en medio de dos malhechores. Uno de ellos se confía a Jesús: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Jesús reacciona inmediatamente: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». También el día de nuestra muerte será un día de salvación. Por fin escucharemos de Jesús esas palabras tan esperadas: descansa, confía en mí, hoy estarás conmigo para siempre.
Hoy comenzamos un año nuevo. Pero, ¿qué puede ser para nosotros algo realmente nuevo y bueno? ¿Quién hará nacer en nosotros una alegría nueva? ¿Qué psicólogo nos enseñará a ser más humanos? De poco sirven los buenos deseos.
Lo decisivo es estar más atentos a lo mejor que se despierta en nosotros.
La salvación se nos ofrece cada día.
No hay que esperar a nada.
Hoy mismo puede ser para mí un día de salvación.
José Antonio Pagola

«VER” EL MISTERIO
La conciencia mítica presentó este relato como una historia de dioses venidos de fuera. La lectura literalista lo convirtió en una “anécdota” pastoril. La misma repetición, cada Navidad, hizo de él una rutina acostumbrada.
Parece necesario superar esas estrecheces para acoger la admirable hondura que encierra esa escena que, en su nivel profundo o espiritual, habla de todos nosotros.
Se habla de unos pastores, de un pesebre, de un recién nacido con sus padres, de una mujer que “guarda” un secreto, de gloria y alabanza a Dios… Toda la escena quiere introducirnos en un Silencio admirado y agradecido, pleno de luz y de alabanza.
La sencillez del relato es la otra cara de su profundidad ilimitada. Su objetivo no es contarnos un hecho histórico, una simple anécdota ocurrida a algunas personas en Belén. No transmite unos datos con los que nuestra mente quede entretenida (más aún, es opinión común entre los exegetas que, probablemente, Jesús no nació en Belén).
Se trata, por tanto, de una invitación a ahondar en el Misterio que ahí se expresa. Todo está ahí. Y, de la misma manera, todo es ahora. Pastores, pesebre, recién nacido…: cuando sabemos ver, descubrimos que todo está lleno de la Presencia que es, atemporal e ilimitada.
La Presencia o el Misterio no es una realidad separada, al margen de las cosas, ni siquiera “al lado” de ellas. Es su propia Mismidad. Por ese motivo, los pastores, el pesebre, el recién nacido… representan a la realidad entera: somos nosotros mismos, es todo lo que nos rodea en este preciso momento, son todos los seres… Como dice el libro de la Sabiduría, “todo lleva tu aliento divino” (12,1).
Sólo hace falta “ver”. Ahora bien, los maestros nos recuerdan que, si queremos ver con claridad, necesitamos calmar la mente. La identificación con la mente constituye un velo opaco que, al fraccionar y separar la realidad, la deforma absolutamente, y nos hace tomar como real lo que no es más que una proyección de ella misma.
La mente, por su propia naturaleza, es separadora: cosas, acontecimientos, personas, Dios…, todos son vistos como “entes” aislados. Porque la mente no puede verlos de otros modo. Eso explica que la primera creencia del yo sea precisamente la de considerarse un ser separado… y que viva, en consecuencia, a partir de su “programa” favorito: la defensa y el ataque.
La identificación con la mente produce inmediatamente una doble consecuencia: nos saca del presente y nos introduce en la dualidad. A partir de ahí, quedan garantizados la confusión y el sufrimiento.
Cuando leemos desde ella el nacimiento de Jesús –o, más ampliamente aún, el misterio de la encarnación de Dios-, seguimos imaginándolo de una forma dualista: un Dios separado toma carne en un hombre separado, y eso tiene consecuencias para los demás seres separados…
La sabiduría va en la otra dirección. Aquietada la mente, se abre paso la Comprensión. Todo está en todo. Y todo es un admirable Misterio de Unidad. Lo que llamamos “encarnación” no es sino la proclamación de que todo está atravesado por la Divinidad, que en todo se expresa y manifiesta.
En la tradición cristiana, reconocemos esa realidad revelada en Jesús: en él se nos muestra lo que es en todo. Cuando lo vemos así, sabemos que los pastores, el pesebre, el recién nacido… representan la realidad entera.
Y ante esa manifestación, ¿qué nos queda? La actitud de María: acoger todas las cosas, “guardarlas”, “meditándolas en el corazón”. Ir más allá de los conceptos y de las palabras, para adentrarnos en el No-saber y, de ese modo, descansar –admirados, sobrecogidos, agradecidos, hermanados- en el Misterio y dejarnos ser en él.
Es el camino que han recorrido los místicos y los sabios de todos los tiempos, que han sabido “ver”, más allá de las apariencias, la Realidad.
Es el No-saber que sabe, según experimentó san Juan de la Cruz: “Entreme donde no supe / y quedeme no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo”.
Es el No-saber que permanece anclado siempre en el presente, como apreciaba el poeta portugués Fernando Pessoa: “Hay suficiente belleza en estar aquí y no en otra parte”.
“Meditar las cosas en el corazón”, como María, significa adentrarse en ese No-saber y dejarse admirar por la Presencia luminosa que todo lo habita. No hay dos cosas: la Presencia y las cosas. Se trata de una admirable No-dualidad en la que “Presencia” y “cosas” son sólo las dos caras de la Única Realidad.
“Meditar las cosas en el corazón” significa desarrollar la “mirada contemplativa” que se halla en todos nosotros y que puede vivir cuando serenamos la mente alocada y su incesante parloteo. Al renunciar a pensar, empezamos a ver.
Esto no significa demonizar la mente ni, mucho menos, negar su imprescindible valor como herramienta a nuestro servicio. Es una llamada a no caer en la trampa de identificarnos con ella, a no creer que su “modo de ver” es el modo válido y definitivo.
Liberados de ese engaño, la mente se serena y se nos regala el don de permanecer en el presente, donde todo está bien, donde todo -escribe el poeta Antonio Colinas- fluye mansamente.
DESCENSO A LA MANSEDUMBRE
!Cómo revela el mar la mansedumbre!
Aquí en la playa, donde están los límites
verdaderos del ser
-los de la tierra, el mar, el cielo-,
todo es infinito.
Mansa es el agua y mansas son las rocas,
y hasta la noche que desciende es mansa.
¿Qué nos queda, teniéndolo ya todo,
sino abatirnos y besar la luz,
o en ella deshacer nuestra palabra,
que debiera también
ser sólo mansa, como el aire leve?
Nos cuesta demasiado a los humanos
ir fundiendo los labios y los ojos
en la luz de la tarde,
ir arrancando de raíz el mal.
Todo es manso en el mundo
mas la vida en nosotros habrá de ser combate
hasta que la palabra recupere
fogosa mansedumbre.
A veces, con los ojos
húmedos de mirar tanta belleza,
el cerebro también se torna manso.
Entonces, todo es sacro en su unidad,
uno con todo es la palabra mansa.
Y si el cuerpo osara levantar
su vuelo más allá, más allá todavía,
si los labios callasen para ser
ocaso en el ocaso,
si oyésemos rendidos el silencio,
el mundo sería al fin hoguera de lo manso.
(Antonio COLINAS, Libro de la mansedumbre,Tusquets, Barcelona 1997, pp. 47-48).
Enrique Martinez Lozano
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