Fiesta del Bautismo de Jesús

Tú eres mi Hijo, en ti me complazco

Como el pueblo estaba expectante y andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo.

Juan Bautista declaró a todos: «Yo os bautizo con agua; pero está a punto de llegar uno que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.

Todo el pueblo se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración, se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo:

Tú eres mi hijo; en ti me complazco.

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO

“¡Qué dulce es ser totalmente de Dios!” (Beata Isabel de la Trinidad).  

El pueblo estaba en expectación. La búsqueda y la expectación son sentimientos que acompañan al ser humano; si hacemos silencio los encontramos en el corazón. La oración es una forma de esperar, de esperar a Jesús, de estar a la espera de una presencia con el silencioso deseo de una comunión. Cuando nos acercamos a Jesús y le seguimos, siempre ocurren cosas nuevas. La oración, aunque sea de quietud y silenciosa, no nos deja quedarnos con los brazos cruzados. En el encuentro con Jesús se prepara un futuro nuevo. Incluso las crisis son oportunidades para abrir la vida a una nueva identidad. Cuando tú, Jesús, eres el Señor de nuestra vida todo cambia.  

Viene el que puede más que yo y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En la oración aprendemos a convivir con quien es más que nosotros; eso es humildad. Cuando la enfermedad nos visita y las noches se vuelven más oscuras, recordamos que vivimos con el que es más fuerte que nosotros. Cuando con valor y desprendimiento cultivamos el silencio y la entrega total a una voluntad mayor que uno mismo, todo queda acogido y reconciliado en una profunda aceptación de lo que ocurre. Lo que transforma nuestra vida en algo nuevo no es el agua, o sea, nuestra voluntad de querer cambiar las cosas, sino  el Espiritu en el que Jesús nos bautiza y sumerge. El pecado como fracaso de la vocación humana es quemado por el fuego del Espíritu. Orar es mirar, enamorados, la humanidad de Jesús, en quien se nos da todo. El bautismo es un canto a una humanidad nueva, vivida al estilo de Jesús. Te damos gracias, Padre, por Jesús, tu Hijo amado. En Él aprendemos a conocerte y amarte.

Mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él. Jesús sale del agua y ora. El Espíritu viene cuando oramos. Al quedar Jesús bautizado, inundado, marcado por el Espíritu, se manifiesta en Él la humanidad nueva. Cuando oramos experimentamos la gran suerte de tener la humanidad de Jesús delante, al lado, dentro de nosotros. Ese es nuestro bautismo: ver cómo vive Jesús y sentir la alegría de vivir como Él. ¡Jesús! Con él nuestra ley es el amor, nuestra pasión el perdón, nuestra ambición la paz, nuestro terreno la verdad y la justicia. Baja Espíritu Santo sobre el mundo. Abre los ojos de la humanidad para que todos podamos conocer a Jesús.  

Y vino una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto’. En esta voz está el sí fiel del amor de Dios al mundo.La oración, como dimensión esencial de nuestro bautismo, nos permite oír esta voz en Jesús, en quien está Dios de forma humana y resplandece de forma incomparable. Jesús comparte con nosotros esta voz y nos enseña a escuchar también nosotros el amor y la predilección que el Padre nos tiene. Todo acontecimiento de Jesús es una invitación a la fe. ¡Qué aprendizaje tan fascinante para nosotros! Jesús, tú eres nuestro amado, el predilecto de nuestro corazón. No queremos alejarnos de la órbita de tu amor. . 

                                Equipo CIPE

NUEVA ESPIRITUALIDAD

«Espiritualidad» es una palabra desafortunada. Para muchos solo puede significar algo inútil, alejado de la vida real. ¿Para qué puede servir? Lo que interesa es lo concreto y práctico, lo material, no lo espiritual.

Sin embargo, el «espíritu» de una persona es algo valorado en la sociedad moderna, pues indica lo más hondo y decisivo de su vida: la pasión que la anima, su inspiración última, lo que contagia a los demás, lo que esa persona va poniendo en el mundo.

El espíritu alienta nuestros proyectos y compromisos, configura nuestro horizonte de valores y nuestra esperanza. Según sea nuestro espíritu, así será nuestra espiritualidad. Y así será también nuestra religión y nuestra vida entera.

Los textos que nos han dejado los primeros cristianos nos muestran que viven su fe en Jesucristo como un fuerte «movimiento espiritual». Se sienten habitados por el Espíritu de Jesús. Solo es cristiano quien ha sido bautizado con ese Espíritu. «El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece». Animados por ese Espíritu, lo viven todo de manera nueva.

Lo primero que cambia radicalmente es su experiencia de Dios. No viven ya con «espíritu de esclavos», agobiados por el miedo a Dios, sino con «espíritu de hijos» que se sienten amados de manera incondicional y sin límites por un Padre. El Espíritu de Jesús les hace gritar en el fondo de su corazón: ¡Abbá, Padre! Esta experiencia es lo primero que todos deberían encontrar en las comunidades de Jesús.

Cambia también su manera de vivir la religión. Ya no se sienten «prisioneros de la ley», las normas y los preceptos, sino liberados por el amor. Ahora conocen lo que es vivir con «un espíritu nuevo», escuchando la llamada del amor y no con «la letra vieja», ocupados en cumplir obligaciones religiosas. Este es el clima que entre todos hemos de cuidar y promover en las comunidades cristianas, si queremos vivir como Jesús.

Descubren también el verdadero contenido del culto a Dios. Lo que agrada al Padre no son los ritos vacíos de amor, sino que vivamos «en espíritu y en verdad». Esa vida vivida con el espíritu de Jesús y la verdad de su evangelio es para los cristianos su auténtico «culto espiritual».

No hemos de olvidar lo que Pablo de Tarso decía a sus comunidades: «No apaguéis el Espíritu». Una iglesia apagada, vacía del espíritu de Cristo, no puede vivir ni comunicar su verdadera Novedad. No puede saborear ni contagiar su Buena Noticia. Cuidar la espiritualidad cristiana es reavivar nuestra religión.

José Antonio Pagola

CELEBRAMOS HOY EL VERDADERO NACIMIENTO DE JESÚS, DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU

Comenzamos el “tiempo ordinario”. El bautismo es el primer acontecimiento que los evangelios nos narran de la vida de Jesús. Es además, el más significativo desde su nacimiento hasta su muerte. Lo importante no es el hecho en sí, sino la carga simbólica que el relato encierra. El bautismo y las tentaciones hablan de la profunda transformación que produjo en él una experiencia que se pudo prolongar durante años. Se nos invita a tomar conciencia de Jesús. Jesús descubrió lo que Dios era para él y lo que tenía que ser él para los demás. Descubrió el sentido de su vida y la misión que debía realizar de parte de Dios.

Los cuatro evangelistas resaltan la importancia que tuvo para Jesús el descubrimiento de su misión y el encuentro con Juan el Bautista; a pesar de que es un reconoci­miento de cierta dependencia de Jesús con relación a Juan. Ningún relato nos ha llegado de los discípulos de Juan. Todo lo que sabemos de él lo conocemos a través de los escritos cristianos. Si a pesar de que se podía interpretar como una subordinación a Juan, lo han narrado todos los evangelistas, quiere decir que tiene unas posibilidades muy grandes de ser histórico. Es más, sería el primer dato histórico que nos ha llegado de la vida de Jesús

Celebramos hoy el verdadero nacimiento de Jesús. Él mismo nos dijo que el nacimiento del agua y del Espíritu era lo importante. Si seguimos celebrando con mayor énfasis el nacimiento carnal, es que no hemos entendido en su justa medida el mensaje evangélico. Nuestra religión sigue empeñada en que busquemos a Dios donde no está. Dios no está en la apariencia material o biológica, en lo que podemos percibir por los sentidos. Dios está en lo hondo del ser y allí tenemos que descubrirlo. El bautismo de Jesús tiene un hondo calado en todos los evangelios, precisamente porque el relato nos lanza más allá de lo sensible. Recordemos que Marcos y Juan comienzan su evangelio con el bautismo.

El relato de Lc no da ninguna importancia al hecho concreto del bautismo. Se centra en los símbolos: Cielo abierto, bajada del Espíritu y voz del Padre. Imágenes que en el AT están relacionadas con el Mesías. Se trata de una teofanía. Según aquella mentalidad, Dios está en los cielos y tiene que venir de allí. Abrirse los cielos es señal de que Dios se acerca a los hombres. Esa venida tiene que ser descrita de una manera sensible, para poder ser percibida. Por lo tanto, lo importante no es lo que sucedió fuera, si no lo que vivió Jesús dentro de sí mismo. El evangelio de Jn ni siquiera narra el bautismo, lo da por supuesto y habla directamente de la presencia del Espíritu en Jesús.

El gran protagonista de la liturgia de hoy es el Espíritu. En las tres lecturas se hace referencia directa a él. En el NT el Espíritu es entendido a través de Jesús; y a la vez, Jesús es entendido a través del Espíritu. Esto indica hasta que punto se consideran mutuamente implicados. Comprenderemos esto mejor si damos un repaso a la relación de Jesús con el Espíritu en los evangelios, aunque no en todos los lugares podemos estar seguros de que la palabra “espíritu” se refieren a la misma realidad.

Marcos: 1,10 Vio rasgarse los cielos y al Espíritu descender sobre él.

1,12 El Espíritu lo impulsó hacia el desierto.

Mateo: 1,18 Resultó que (María) había concebido por obra del Espíritu Santo.

1,20 El ángel a José: no temas, el hijo que espera, viene del Espíritu Santo.

3,16 Se abrieron los cielos y vio el Espíritu de Dios que bajaba como paloma.

Lucas: 1,35 El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con…

3,22 El Espíritu Santo bajó sobre él en forma corporal como una paloma.

4,1 Jesús salió del Jordán lleno del Espíritu Santo.

4,14 Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a galilea.

4,18 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.

Juan: 1,32 Yo he visto que el Espíritu que bajaba del cielo y permanecía sobre él.

1,33 Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu, es quien bautiza con Espíritu Santo y fuego.

3,5 Nadie puede entrar en el Reino, si no nace del agua y del Espíritu.

6,63 El Espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada.

Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si no fuera por la “acción” del Espíritu. Seguir entendiendo esa acción del Espíritu referida a su procedencia biológica es desbaratar el sentido de las Escrituras. Recordemos los que dice el Mismo Jesús a Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo” y “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. ¡Claro que Jesús es inconcebible sin la acción del Espíritu! Recordemos sin embargo, que cuando hablamos del Espíritu, estamos hablando del mismo Dios como energía, como vida; es lo que significaba espíritu en el AT.

También hay que recordar que estamos hablando de la experiencia de Jesús como ser humano, no de la segunda o de la tercera persona de la Trinidad. Lo que de verdad nos debe importar a nosotros es el descubrimiento de la relación de Dios para con él como ser humano, y la respuesta que el hombre Jesús dio a esa toma de conciencia. Lo singular de esa relación es la respuesta de Jesús a esa presencia de Dios-Espíritu en él. En contra de lo que siempre se nos ha dicho, el bautismo no es la prueba de la divinidad de Jesús, sino la prueba de una verdadera humanidad. Un ser humano que acepta sus limitaciones y ora.

En el discurso de Jn en la última cena, Jesús hace referencia al Espíritu que les enviará, pero también les dice que no les dejará huérfanos. Esas dos expresiones hacen referencia a la misma realidad. También dice que el Padre y él vendrán y harán morada en aquel que le ama. Jesús se siente identificado con Dios, que es Espíritu. No tenemos datos para poder adentrarnos en la psicología de Jesús, pero los evangelios no dejan ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios. Fue una relación personal. Se atreve a llamarle Abba, (papá) cosa inusitada en su época y aún en la nuestra. Hace su voluntad: Le escucha siempre, etc.

Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios como Espíritu. El único objetivo de su predica­ción fue que también nosotros lleguemos a esa misma experiencia. La comunicación de Jesús con su «Abba», no fue a través de los sentidos ni a través de un órgano especial y portentoso. Se comunicaba con Dios como nos podemos comunicar cualquiera de nosotros. Ningún hilo telefónico especial. Tenemos que descartar cualquier privilegio en este sentido. A través de la oración y la contemplación, el Hombre Jesús descubrió quién era Dios para él. Lc nos acaba de decir, que esa manifestación de Dios en Jesús, se produjo “mientras oraba”.

El descubrimiento de esa presencia nace sencillamente de su concien­cia de criatura. Dios como creador está en la base de todo ser creado, constituyéndolo en ser. Yo soy yo porque soy de Dios. Todo lo que tengo de positivo me lo está comunicando Dios; es el mismo ser de Dios en mí. Solo una cosa me diferencia de Dios; mis limitaciones. Esas, sí son mías y hacen que yo no sea Dios, ni criatura alguna pueda identificarse con Dios. Lo importante para nosotros es intentar descubrir lo que pasó en el interior de Jesús y ver hasta qué punto podemos nosotros aproximarnos a esa misma experiencia.

La experiencia de Dios que tuvo Jesús no fue un chispazo que sucedió en un instante. Más bien tenemos que pensar en una toma de conciencia progresiva que le fue acercando a lo que después intentó transmitir a los discípulos. Los evangelios no dejan lugar a duda sobre la dificultad que tuvieron los primeros seguidores de Jesús para entender esto. Eran todos judíos y la religiosidad judía estaba basada en la Ley y el templo, es decir, en una relación puramente externa con Dios. Para nosotros esto es muy importante. Una toma de conciencia de nuestro verdadero ser no puede producirse de la noche a la mañana.

Fray Marcos

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Meditación

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