“Profeso con toda voluntariedad
y con ánimo de servir a Dios y a la religión”
Del año de noviciado no se poseen testimonios directos por parte de sus superiores. Intuimos que la austeridad del Carmelo y el apretado encerramiento del noviciado, no debieron chocar al joven Francisco. En el primer capítulo de las constituciones podía leer que: “el fin fundamental del Carmelita es el amor y que para vivir de amor, nada ayuda tanto como la soledad y la mortificación”.
En el noviciado aprendió el tradicional método de oración carmelitano-teresiana, encaminado fundamentalmente al ejercicio y desarrollo del amor. Asimismo asimiló la devoción al Divino Niño, con sus procesiones de Adviento y Navidad. Se celebraba con gozo la festividad del Carmen y la de San Elías y alentaban la plena confianza en el patriarca San José, como herencia recibida de la santa madre Teresa de Jesús.
Durante el noviciado, Francisco practicó las costumbres del Carmelo, en lo referente a disciplina claustral, vida de piedad, oración mental y fervor Eucarístico. La práctica de este sacramento, en aquel tiempo, estaba regida por disposiciones imbuidas un tanto de jansenismo. Sólo se podía comulgar los domingos y otras fiestas muy señaladas, y aún entonces, aconsejaban las leyes, que algunas veces, se abstuvieran de comulgar por respeto al sacramento. Los estudiantes, los días que comulgaban, se abstenían de la recreación, a no ser en fiestas muy solemnes.
El silencio durante el noviciado era casi absoluto. Por costumbre secular, los novicios no hablaban durante las recreaciones, a no ser en los días de fiesta, y aun entonces, con mucha parsimonia. De Francisco, atestiguaban sus compañeros, que durante el noviciado practicó el silencio con toda perfección, no recordando haberle oído hablar palabra alguna fuera de lugar y tiempo, y, a través de la biografía manuscrita e inédita del H. José Padró, leemos que se destacó de modo especial en la obediencia, silencio y pobreza.
En el tratado, ‘Disciplina Claustral’, uno de los libros que el novicio debía tener siempre a mano, se dictaban normas de conducta exterior y de religiosa urbanidad, a las que el religioso debía atenerse en todas las circunstancias Todo estaba previsto: modo de comportarse en el coro, en el refectorio y demás actos de comunidad, hasta los movimientos y ademanes que habían de observarse… Sobre todo, se advertía, una especial preocupación en inculcar a los religiosos el cuidado del aseo… “es preciso no hacer odiosa la virtud con el descuido del aseo personal”. No obstante la pobreza de la Orden, se manda mudar la ropa interior “con cuanta frecuencia se pueda”, y respecto del hábito, prescribe “no llevar mucho tiempo seguido el mismo hábito para que se ventile del sudor y hálitos del cuerpo que causan hedor en la lana” (P. Gregorio)
Estas prescripciones aprendidas en el noviciado, Francisco las tuvo en cuenta durante su vida. Tuvo buen cuidado de transmitirlas a sus hijos e hijas enseñándoles a unir pobreza evangélica con limpieza y decoro.
Cumplido el año de noviciado, se preparó para la profesión con unos santos ejercicios, posiblemente los hizo retirado en la ermita de la huerta del convento, conforme al uso de la comunidad, pudiendo ser ésta su primera experiencia de vida eremítica.
El P. Alejo afirma que: “el novicio no defraudó las esperanzas de sus superiores, pues su gran fe y confianza le hicieron sobreponerse a todo; aunque viera a otros vacilar y volver atrás, él determinó seguir adelante… Con su ánimo decidido y gran voluntad mostró, que con el tiempo, sería un adalid valeroso, de fe inquebrantable y esforzado carácter…”
“Día quince de noviembre de 1833 entre 9 y 10 de la mañana, en el coro de Carmelitas Descalzos de San José de Barcelona, en presencia de la comunidad, con licencia de N. M. Rdo. P. Provincial Fr. José de Sta. Concordia… habiendo cumplido enteramente el año de Noviciado, hechas las informaciones y aprobado tres veces por la comunidad, con votos secretos, según disponen nuestras leyes y Constituciones Apostólicas, hizo su Profesión Solemne, en manos del M. Rdo. P. Prior ya referido, el novicio corista, Fr. Francisco de Jesús, María, José, llamado en el siglo Francisco Palau y Quer… Preguntado el profesante, si profesaba libre y espontáneamente; si alguno dentro o fuera de la Religión le hacía fuerza, respondió el profesante, que con toda voluntariedad profesaba y con ánimo de servir a Dios y a la Religión y luego pasó el Profesante a hacer su solemne profesión que escribió y firmó de su mano como sigue:
“EGO FR. FRANCISCUS A JESU, MARIA, JOSEPH, FACIO MEAM PROFESSIONEM ET PROMITTO OBEDIENTIAM, CASTITATEM ET PAUPERTATEM… USQUE AD MORTEM”
Años más tarde escribía: “Cuando hice mi profesión religiosa, la revolución tenía ya en su mano la tea incendiaria para abrasar todos los establecimientos religiosos y el puñal para asesinar a los individuos en ellos refugiados. No ignoraba yo el peligro apremiante… no obstante, me comprometí con votos solemnes a un estado en el cual creía poder practicar su regla hasta la muerte independiente de todo humano acontecimiento. Para vivir en el Carmen sólo necesitaba una cosa: la vocación.”
Mª Consuelo Orella cm

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