- “…a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con Él.»
Era primera hora de la tarde del 21 de junio de 2023 cuando Hna. Leonor Uriarte Bengoechea, sonriendo y silenciosamente, como había vivido, nos dijo, adiós, y nos despidió hasta volver a vernos en la Casa del Padre. Pertenecía a la comunidad “Mater Carmeli” de Vitoria.

Hna. Leonor nació en Ceánuri, Vizcaya, el 1 de julio de 1930, en el “caserío”, como tantas hermanas que salieron de sus casas camino del noviciado de Pamplona. Ingresó el día 5 de mayo de 1955 e hizo sus primeros votos el 11 de noviembre de 1956. Hna. Leonor había visto desde muy pequeña como la puerta del caserío estaba abierta para todo el qué pasando por allí, necesitara algo, desde un cacho de pan a un abrazo o un rato en animada conversación. Por allí pasaban los sacerdotes en sus andanzas misionales y las hermanas que pedían por los caseríos. De su casa, nadie se iba de vacío, y esto quedó muy impregnado en el ser de aquellas niñas, Candi y ella, mientras, sus hermanos, los hombres, trabajaban en el campo.
En la ficha de Hna. Leonor consta que tenía “Estudios Primarios” y que desarrolló “Tareas Domésticas”.
No, no hay grandes títulos académicos, ni cuenta con grandes proezas.
Como la vida de María en Nazaret, su vida era sencilla, silenciosa, acogedora. Dotada de un gran “sentido común” y un corazón pleno de misericordia en el que cabían todos.

En León y en Oviedo se dedicó a los enfermos de la maternidad y del Hospital Blanco respectivamente y llamaba la atención por su delicadeza y entrega. “No se le escapaba una”.
Los superiores la destinaron de priora a Medina del Campo. Aquello para ella era el fin del mundo y sobre todo “ser priora” le parecía una misión imposible. Con el corazón temblando y bañada en lágrimas, le pidió ayuda a María, como haría siempre a lo largo de su vida.
No pasó mucho tiempo hasta ganarse a las hermanas, ser una madre para los seminaristas del seminario menor de los carmelitas, un apoyo para los padres formadores, que acudían a ella con cualquier disculpa para llenarse de su paz, de su sencillez, de su vida no complicada, que estaba capacitada sólo para ver el bien.
Acabado su priorato volvió al norte, unos meses, feliz en Santander, en el Asilo San Cándido, y de nuevo se la reclama como Superiora a Zizur. De allí a San Sebastián y de San Sebastián a Vitoria, a la enfermería.

¿Y qué hacía? En Leonor, no es lo que hacía. Leonor, era. Era una discípula de Jesús qué, como el Maestro, pasó haciendo el bien. Atendiendo, escuchando, orando, perdonando, haciendo ver a quien se acercaba con quejas de las otras que, todas teníamos algo bueno y todas, y todos éramos bendecidos y amados por el Señor.
Leonor reía, reía mucho, y era una mujer de grandes detalles, de manos y de corazón abierto. Siempre valorando y dando gracias a Dios. ¿Le das gracias a Dios por tantos dones como te ha dado? Todas tenemos que agradecer, hasta las que somos más insignificantes.
Una de sus grandes pasiones era el campo, la naturaleza, sembrar, esperar, ver crecer, recoger… ¡Cuántos días en la huerta de Medina con Hna. Antonia y los Hnos. Tomás y Taquio! ¡Qué buen ambiente y que buena merienda! Y aquellas “matanzas” que reunían a las familias de hermanas y padres llenas de alegría, de calor fraternal.
Disfrutaba con las noticias de la Congregación y oraba mucho, mucho, por las vocaciones: El Señor sabe.
Damos gracias por sus 92 años de vida entregada cada día a Dios y a los hermanos, 66 años de Carmelita Misionera.
Gracias, Leonor por la sencillez y la grandeza de tu testimonio. Ayer, cuando dábamos la noticia a uno de los Carmelitas por los que tanto has rezado, dijo: Yo, creo que era tan buena que, no voy a rezar por ella, desde hoy me voy a encomendar a ella.
Desde ayer, en la Casa del Padre, hay una risa más y un corazón entregado.
Madrid 22 de junio de 2023
Hna. Cecilia Andrés
Superiora Provincial
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