“Yo soy la resurrección y la vida”.

HNA. MARÍA VILLAR ARELLANO RODRÍGUEZ.Falleció el día 31 de enero, en la comunidad “Nuestra Señora de las Virtudes”, de Tárrega. Tenía 95 años de edad y 71 de Vida Consagrada. Sabemos que ya está participando en el Banquete del Reino, con el vestido de fiesta que ha ido tejiendo en su vida de entrega y servicio a “Dios y a los prójimos”.

Camino recorrido
Hna. María Villar nació en Corella (Navarra) el día 1 de mayo de 1921 y profesó, como Carmelita Misionera, en el noviciado de Pamplona el día 30 de agosto de 1945. En su trayectoria vocacional constatamos una gran capacidad de adaptación y variedad de actividades apostólicas. Su primera comunidad fue la Casa Madre, Barcelona, donde estuvo unos meses; de allí al Amparo “Santa Lucía” de Barcelona, atendiendo a las invidentes con delicadeza y cariño. Después de siete años en esta actividad, comienza a trabajar en el campo de la salud, cuidando a los enfermos en los Hospitales “San Lázaro” de Tarrasa (Barcelona) y de Gironella.
Y los cambios continúan, durante bastantes años trabajó con niños, en el parvulario del Colegio “Virgen del Carmen” de El Prat de Llobregat (Barcelona), en la Guardería de Berga (Barcelona) y en el internado del Colegio “San José” de Navás (Barcelona).
Y de nuevo, otro cambio apostólico, va destinada a la comunidad del Sanatorio de “La Alianza” de Boltaña (Huesca) donde trabaja, durante catorce años, en la ropería y otros servicios en el Sanatorio y en la comunidad. Al suprimirse esta casa, la destinan nuevamente a Berga (Barcelona) y en 1991 a la comunidad “Nuestra Señora del Remedio” de Tortosa (Tarragona).
El último tramo del largo caminar ha sido la comunidad “Nuestra Señora de las Virtudes”, Tárrega, del 2000 al 31 de enero del 2017, fecha de su Pascua eterna.

Huella que ha dejado:
La huella principal de su vida es la respuesta gozosa y fiel al seguimiento de Jesús como Carmelita Misionera; la disponibilidad y servicio en diferentes actividades y misiones, como lo hemos podido comprobar en su recorrido por las comunidades y obras apostólicas. Su dimisión orante y contemplativa, la profunda vivencia teologal. El sentido de familia y de fraternidad. Su alegría, sencillez, apertura y buenas relaciones. Su capacidad de adaptación a la comunidad y a las diferentes actividades confiadas: niños, jóvenes, servicios comunitarios. Su gran servicialidad y la entregada a los más necesitados.
Gracias María Villar por la huella del camino. Esperamos que intercedas por todas nosotras ante el Señor para que sepamos servir con amor y sencillez, allí donde la gloria de Dios nos llame.
Hna. Carmen Ibáñez Porcel
Madrid, 1 de febrero de 2017
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