“Yo soy la resurrección y la vida”.

El día 2 de julio de 2016, primer sábado del mes carmelitano, el Señor ha llamado a nuestra HERMANA MANUELA BARROSO PÉREZ a celebrar la Pascua eterna y a disfrutar de la presencia del Padre y de María, Madre del Carmelo, en quien confiaba y de quien se fiaba, “fiemos a ella todas nuestras cosas”. Ha fallecido a los 86 años de edad y 60 de Vida Consagrada, en la comunidad “Santa Teresa” enfermería, Torremolinos, Málaga (España).

Camino recorrido
Hna. Manuela nació el 31 de julio de 1929 en Cartaya (Huelva). Ingresó en el Carmelo Misionero el 5 de mayo de 1954 y profesó el 7 de noviembre de 1955 en el noviciado de Pamplona.
Durante los 60 años de Carmelita Misionera ha realizado diferentes servicios y actividades en las comunidades de las Provincias de Argentina y de España.
Señalamos algunos lugares, testigos de su disponibilidad y entrega generosa: Barcelona-Casa Madre; de allí parte para Argentina en el año 1956.
Estuvo en las comunidades de Villa Mercedes, Santa Fe, Buenos Aires y La Plata. Años de intensa actividad y de una dedicación grande a la misión confiada.
Regresa a España en 1973 y se incardina en la comunidad de la casa provincial de Madrid hasta el año 1980. De Madrid a Segovia.
Muchas hermanas, Padres Carmelitas y laicos han conocido a Manuela, la “mujer hacendosa del evangelio”, que se desvivía por todos/as y por todo; aquí consolidó su espiritualidad, la vivencia de la luz en la noche, de la Fonte y del pastorcito, del cántico y de la llama; su presencia ha dejado una profunda huella en la cocina y en los claustros, en la capilla y en la huerta.
A partir del 2011 Hna. Manuela comienza una nueva etapa, sin duda la enfermedad la iba minando físicamente aunque ella no la detectara, ni se quejara. Hasta el 2015 estuvo destinada en la comunidad «María Madre de la Iglesia», Madrid y el último tramo de existencia lo vivió en Torremolinos, primero en la comunidad “San Carlos” y después en “Santa Teresa”, donde ha llegado a la meta.

Huella que ha dejado:
Manuela en su caminar nos deja una hermosa huella, la huella de una actitud orante y contemplativa; su vivencia teologal aceptando los planes del Señor en su vida; su sencillez, alegría y buen humor, creaba buen ambiente en las comunidades. Era acogedora, agradecida, afable, detallista, se olvidaba de sí misma y estaba pendiente de las demás. Su capacidad de sufrimiento, “siempre estaba bien, no le dolía nada”, decía ella. Su profundidad y discreción, no juzgaba, disculpaba, sabía “guardar las espaldas”.
En comunión de hermanas oramos por Manuela y damos gracias por su vida. Pedimos por su intercesión nuevas vocaciones al Carmelo Misionero. “La mies es mucha y los obreros pocos”, nos dice el Evangelio de hoy. Con ella oramos confiadas.
Hna. Carmen Ibáñez Porcel
Madrid, 5 de Julio de 2016
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