“Yo soy la resurrección y la vida.
(Jn 11, 25)
El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.”

Muy queridas Hermanas:
Os comunico que tenemos otra intercesora en el Cielo. El día 3 de agosto de 2013, falleció nuestra Hna. Margarita Alonso González, en la comunidad “Santa Teresa”, enfermería de la Casa Madre-Barcelona, a los 96 años de edad y 61 de Vida Consagrada. Nos dejó con sencillez, paz y serenidad. Deseamos que ya esté gozando de la presencia del Señor y que su “paso a la Vida” reavive nuestra esperanza en la Resurrección “El que cree en mi aunque haya muerto vivirá”.
Margarita nació en San Cucufate de Llanera (Asturias) el 10 de abril de 1917, le encantaba su tierra asturiana, su pueblo y sus gentes, siempre lo recordaba, de manera especial en la última etapa de su vida. Entró en la Congregación en el año 1950 y el 31 de agosto de 1951 hizo la profesión religiosa en Pamplona. Ha vivido y trabajado en varias comunidades de Cataluña, colaborando con gran dedicación en diferentes servicios y responsabilidades de la Provincia. Estuvo en los Colegios de Navás, Tarrasa y Barcelona-Sans; también en otras comunidades: “Virgen del Carmen”, Calle Inmaculada y Casa Madre. Destacamos su profesionalidad como educadora de niños y jóvenes, su capacidad de educar y enseñar. Las alumnas la recuerda por su buen trato y pedagogía, paciencia y capacidad de transmisión, aunque algunas veces, era exigente, como buena profesora; con más de 80 años, todavía seguía educando, hacía voluntariado en el Raval de Barcelona, acogiendo y dando refuerzo a los chicos del barrio en el Centro Juan Salvador Gaviota.
Según el testimonio de las hermanas que han convivido con ella, Margarita era buena persona y buena religiosa, acogedora y servicial, fiel y trabajadora, humilde y sencilla; no se quejaba de los demás; mujer orante, con algunas hermanas hizo “un pacto de oración” para orar unas por otras. De espíritu universal y misionero, lo inculcaba en los alumnos asignando a cada clase una misión de la Congregación, motivándoles a colaborar en sus necesidades. En las comunidades y apostolados ha dejado la huella de la bondad y la entrega. Era una persona muy detallista con las hermanas, se preocupaba de cada una y hacía todo lo posible, en su servicio de superiora, por favorecer el diálogo y la armonía, crear fraternidad y comunión.
Su presencia sigue viva en muchas hermanas, en muchos laicos. Damos gracias al Padre y pedimos para ella la VIDA eterna. Que su testimonio nos ayude a ser mujeres contemplativas, apasionadas por “Dios y los prójimos” y que pasemos por la vida “haciendo el bien a todos”.
Un fuerte abrazo, María Esperanza y Consejo
Madrid, 7 de agosto de 2013
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