Éramos «muy» de familia Carmelitana

Hna Teresa Irureta es de Azkoitia, vecina del gran santuario jesuítico erigido en la Casa Natal de Ignacio de Loyola.
De una u otra manera siempre ha estado vinculada al mundo educativo. Sus ojos denotan aún una viveza poco común y una risa que contagia acogida y picardía.
Hoy está en la comunidad de San José, en el Colegio el Carmelo, de Amara, San Sebastián.
No ha salido nunca de España pero se siente y se ha sentido igualmente misionera allí donde se ha encontrado. Fundadora de la misión de Medina del Campo y de la primera comunidad de Amara.
Pero mejor que nos vaya contando ella.
Teresa, ¿qué recuerdas de tu vida familiar, infancia y juventud, allá en las tierras de Azkoitia?
Son unos recuerdos sencillos y agradables. Mi madre enfermó pronto y mi hermana la mayor cuidaba de ella. Yo cuidaba de mis hermanos pequeños. Jugábamos al escondite y escuchábamos la radio. Mi padre era muy aficionado a la radio, la suya fue de las primeras radios que llegaron a Azkoitia. No recuerdo mucho de la guerra, pero si estar sentados alrededor de la radio oyendo noticias.
¿Cuándo y cómo llegas al Carmelo Misionero?
Nos gustaba ir a visitar a las Madres Carmelitas, éramos muy carmelitanas. Las vocaciones que llegaban al convento recalaban siempre en mi casa hasta el día que entraban en él. También tenía un tío Carmelita que nos hablaba mucho del Carmelo. Acababa de cumplir los veintisiete años cuando fui a Pamplona.
¿Qué primeros recuerdos te llegan de tus primeros pasos en el Carmelo Misionero?
Mi primer destino fue Deba. Teníamos asilo y niños. Vivíamos muy pobremente. Eso sí que era vivir de la caridad y sustentarnos la mismísima Providencia. Salíamos a pedir por los caseríos y a veces nos llevaban cosas. Todo era aprovechable. Pero éramos muy felices, la vida era dura, todo lo teníamos que hacer nosotras, pero éramos jóvenes y podíamos con todo.
¿Y la misión que recuerdas con más cariño?
Quizá Medina. También fue duro. Fuimos a fundar cuatro hermanas: Dos vascas y dos andaluzas. Había mucha ropa que coser y muchos cacharros que fregar. Al principio pasamos un poco de miedo pero enseguida tomamos mucho cariño a los niños, todavía recuerdo a todos, y congeniamos muy bien con los padres. Nos sentimos muy queridas
Deba, Medina, Amara, Cajo… ¿Y ahora cómo es tu vida?
Tengo que dar muchas gracias a Dios, a pesar de los años y aunque me canso un poco, me levanto temprano y voy a la capilla. Oro y leo. Mucho me ayuda Radio María. Todavía pongo la mesa de las universitarias por la mañana y no me aburro nunca. Con hna Juana rezo el Rosario y me encuentro a gusto con todas las hermanas. Rezo por ellas, poco más podemos hacer ya, pero eso lo hacemos.
Yo he vivido contigo y veo lo que te sigue queriendo la gente, ¿qué regalo es que más te ha gustado?
Me gustan todos porque veo el cariño en ellos; luego los regalo a mi vez.
¿De qué hermana guardas un recuerdo y cariño especial?
De muchas, pero si tengo que elegir a una, la Hna Asunción, la tía de Hna Carmen Briceño ¿por qué? Porque era muy, muy buena, caritativa, realista.
¿Ha cambiado mucho la vida en el Carmelo Misionero a lo largo de estos años?
Ha cambiado mucho, a veces echo de menos aquel otro espíritu, más dependiente de la providencia, de una fraternidad distinta, pero entiendo que hay que adaptarse a los cambios de la sociedad y que la Congregación hace ese esfuerzo y respeta el ritmo de las que ya somos un poco mayores.
¿Qué dirías a las hermanas jóvenes?
¡Qué las voy a decir! Que sean fieles y libres, siempre hay que escuchar la voz interior, la voz de la conciencia.
Gracias Teresa y no pierdas esa alegría, picardía y cariño por todos los que hemos convivido contigo sin hacer acepciones de hermanas, padres, familia, seglares, tu cariño nos hace sentir importantes.
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