I Domingo de Cuaresma

Del Evangelio de Marcos 1, 12-15

– Se ha cumplido el plazo. Está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.

El Espíritu empujó a Jesús al desierto.

Y estaba en el desierto cuarenta días, siendo tentado por el Adversario; y estaba entre fieras pero los ángeles le asistían.

Después que Juan fue arrestado, Jesús fue a Galilea, predicadndo el Evangelio de Dios con estas palabras:

– Se ha cumplido el tiempo y ha llegado el Reino de Dios! Arrepentíos y creed al Evangelio.

UNA RECARGA EN EL DESIERTO

Las tentaciones tienen sus luces y sus brillos, aún más cuando nos tomamos en serio el camino cuaresmal. Jesús no se deja seducir por las técnicas del tentador que, aunque llamativas, son externas y efímeras. Su propia vida es respuesta clara a una manera de vivir en la que vemos estos contrastes:

– Frente al poder y la fuerza, el camino de la humildad y del servicio.

– Cuando queremos ser los primeros, Él nos invita a ser los últimos, porque los últimos serán los primeros, no los agobiantes que tienen que ser siempre los primeros en todo. ¡Y si nos da por ser primeros en amar, en servir…! ¡Genial!

– Y la tentación del ganar. Él nos dice: “quien pierda su vida por mí, la encontrará”. Perder para ganar. Otra forma de afrontar la existencia.

– Poderoso caballero es D. Dinero, que la cosa viene de lejos. Compartir, solidarizarnos, buscar un sistema más justo… ¡Menuda tarea!

Vayamos al desierto para recargar la batería de nuestra vida con los latidos de su Corazón.

Dibu: Patxi Velasco FANO

Texto: Fernando Cordero ss.cc.

LAS TENTACIONES EN TIEMPOS DE PANDEMIA

En aquellos tiempos, se extendió una peste por Israel. Jesús reunió al grupo de discípul@s y los envió de dos en dos, diciéndoles:

– He oído que en esta pandemia la gente experimenta grandes tentaciones. Id por los caminos, con los ojos y los oídos bien abiertos. Dentro de unos días, cuando nos reunamos de nuevo, compartiremos el sufrimiento de nuestro pueblo.

Se pusieron en camino. Observaron. Dialogaron. Tocaron de muchas formas el dolor ajeno. A la vuelta, compartieron lo que habían visto y oído.

– Maestro, unos sabios han preparado un ungüento que evita la peste, pero hay gente poderosa que lo está comprando en grandes cantidades y no llega a los pueblos más pobres. Incluso algunas familias del sanedrín se han saltado las normas para poder recibir el ungüento, antes que los ancianos y los enfermos.

– Hay mercaderes que se están enriqueciendo de manera escandalosa. Traen productos de primera necesidad de otros países, sirviéndose de esclavos; la peste ha traído nuevas formas de esclavitud.

– Las meretrices están abandonadas a su suerte. Los clientes las han rechazado, como si fueran animales contagiosos. Ellos están confortablemente en sus casas y ellas están a las afueras de las ciudades, intentando sobrevivir.

– Los políticos de Roma y los de Jerusalén se enfrentan continuamente, porque quieren atribuirse los logros en el control de la peste. Les ahoga la vanagloria y olvidan el bien común.

– Hay jóvenes que siguen organizando bacanales. No hacen caso de las leyes, solo piensan en divertirse y honrar al dios Baco y están extendiendo la peste, incluso entre su propia familia.

– Muchos paganos, extranjeros y proscritos se han movilizado para atender a los apestados. Pero hay gente que no valora su trabajo porque dice que “no son de los nuestros”.

– Algunos que cantaban salmos en la sinagoga cada sábado, parece que han olvidado lo que cantaban y rezaban y se comportan como si no tuvieran esperanza, como si Yahvé se hubiera alejado de nosotros.

Y así, de dos en dos, fueron compartiendo estas y muchas otras tentaciones que habían descubierto en la pandemia.

Jesús les dijo…

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Han pasado 2.000 años y seguimos experimentando las mismas tentaciones, las mismas pruebas que tuvo Jesús en el desierto, antes de comenzar la vida púbica. Nuestro ego reclama: ser l@s primer@s (incluso para recibir la vacuna); que nuestra gloria se expanda (aunque sea vana-gloria y nos ahogue); que las piedras del camino desaparezcan por obra de los enchufes, el amiguismo o la traición…

Cada uno, cada una, y cada comunidad podemos nombrar las tentaciones, especialmente las que han cobrado fuerza en la pandemia.  Además:

a) El evangelio nos pone sobre aviso de que tenemos “fieras” y “ángeles”, en nuestro interior y alrededor, que forman parte de esta lucha.

b) El telediario nos muestra a quienes vencen y a quienes sucumben.

c) Nuestra conciencia nos recuerda las oportunidades de crecimiento que nos ha brindado cada prueba/tentación. Tenemos una valiosa experiencia acumulada.

El evangelista Marcos nos ofrece una vacuna, que no nos impide tener tentaciones, pero nos inocula anticuerpos para enfrentarnos a ellas y vencer: 

“¡Convertíos y creed en el Evangelio!”

¿Qué llamadas a la conversión estamos descubriendo en plena pandemia?

Marifé Ramos

LA CONVERSIÓN NOS HACE BIEN

La llamada a la conversión evoca casi siempre en nosotros el recuerdo del esfuerzo exigente, propio de todo trabajo de renovación y purificación. Sin embargo, las palabras de Jesús: «Convertíos y creed en la Buena Noticia», nos invitan a descubrir la conversión como paso a una vida más plena y gratificante.

El evangelio de Jesús nos viene a decir algo que nunca hemos de olvidar: «Es bueno convertirse. Nos hace bien. Nos permite experimentar un modo nuevo de vivir, más sano y gozoso. Nos dispone a entrar en el proyecto de Dios para construir un mundo más humano». Alguno se preguntará: pero ¿cómo vivir esa experiencia?, ¿qué pasos dar?

Lo primero es detenerse. No tener miedo a quedarnos a solas con nosotros mismos para hacernos las preguntas importantes de la vida: ¿quién soy yo?, ¿qué estoy haciendo con mi vida?, ¿es esto lo único que quiero vivir?

Este encuentro consigo mismo exige sinceridad. Lo importante es no seguir engañándonos por más tiempo. Buscar la verdad de lo que estamos viviendo. No empeñarnos en ocultar lo que somos y en parecer lo que no somos. Es fácil que experimentemos entonces el vacío y la mediocridad. Aparecen ante nosotros actuaciones y posturas que están arruinando nuestra vida. No es esto lo que hubiéramos querido. En el fondo deseamos vivir algo mejor y más gozoso.

Descubrir cómo estamos dañando nuestra vida no tiene por qué hundirnos en el pesimismo o la desesperanza. Esta conciencia de pecado es saludable. Nos dignifica y nos ayuda a recuperar la autoestima. No todo es malo y ruin en nosotros. Dentro de cada uno está actuando siempre una fuerza que nos atrae y empuja hacia el bien, el amor y la bondad. Es Dios, que quiere una vida más digna para todos.

La conversión nos exigirá sin duda introducir cambios concretos en nuestra manera de actuar. Pero la conversión no consiste en esos cambios. Ella misma es el cambio. Convertirse es cambiar el corazón, adoptar una postura nueva en la vida, tomar una dirección más sana. Colaborar en el proyecto de Dios.

Todos, creyentes y menos creyentes, pueden dar los pasos evocados hasta aquí. La suerte del creyente es poder vivir esta experiencia abriéndose confiadamente a Dios. Un Dios que se interesa por mí más que yo mismo, para resolver no mis problemas, sino «el problema», esa vida mía mediocre y fallida que parece no tener solución. Un Dios que me entiende, me espera, me perdona y quiere verme vivir de manera más plena, gozosa y gratificante.

Por eso el creyente vive su conversión invocando a Dios con las palabras del salmista: «Ten misericordia de mí, oh Dios, según tu bondad. Lávame a fondo de mi culpa, limpia mi pecado. Crea en mí un corazón limpio. Renuévame por dentro. Devuélveme la alegría de tu salvación» (Sal 51 [50]).

José Antonio Pagola

Publicado en www.gruposdejesus.com

IMPERMANENCIA Y PLENITUD

En este breve relato, cargado de simbolismo, resaltan los contrastes: Espíritu-Satanás, alimañas – ángeles, huida – buena noticia. La polaridad es una característica del mundo fenoménico o de las formas y, por tanto, de nuestra propia realidad cotidiana.

La polaridad, a su vez, va de la mano de la impermanencia: los dos polos de la realidad manifiesta se hallan en cambio constante. Y donde hay impermanencia son inevitables los altibajos y el dolor. Porque el cambio significa que, para que algo nazca, algo tiene que morir. El constante nacimiento/muerte parece ser la ley que rige nuestro mundo.

De acuerdo con esa ley inexorable, la sabiduría consiste en aprender a vivir, de manera consciente y lúcida, esa dinámica, reconociendo que en nuestra existencia todo es una permanente impermanencia: nosotros mismos estamos naciendo/muriendo de manera constante.

Con lo cual, la cuestión que marca la diferencia es el modo como asumimos y vivimos tal proceso. Sin embargo, con frecuencia, nos situamos como si la vida “debiera” acomodarse a nuestras expectativas, tuviera que ser “justa” con nosotros o responder a nuestras demandas. Y cuando eso no ocurre, quedamos atrapados en la frustración, el enfado o el resentimiento.

Sin embargo, la vida no es lo que se supone que debe ser. Es lo que es.

La comprensión es lo que hace la diferencia. La comprensión nos regala un doble fruto: por un lado, nos hace alinearnos con la vida –no con la “idea” que nos habíamos hecho de ella–; por otro, nos libera de nuestra reducción a la impermanencia.

La ignorancia consiste en identificarse con el mundo de las formas o de los objetos y, por tanto, en reducirse a lo impermanente. La comprensión nos muestra que, más allá de la forma (persona) en la que nos estamos experimentando, somos “Aquello” que está más allá de las formas, Aquello –dijera José Saramago– “que no tiene nombre”, pero que saboreamos en cuanto salimos de la hipnosis generada por el hecho de habernos identificado con la mente.

De la comprensión brotan dos actitudes fundamentales: confianza –somos plenitud– y aceptación: dejamos de estar en lucha con la vida y vivimos diciendo sí a lo que es. Y es entonces cuando, de manera admirable, se nos hace patente que el resultado no es la resignación ni la indiferencia, sino la acción adecuada y creativa que, brotando de la misma vida, fluye a través de nosotros. Esta es la “Buena Noticia” y la realización del “Reino de Dios”.

¿Cómo vivo las frustraciones?

Enrique Martínez Lozano

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Gracias por tu silencio – JM Olaizola

Documentación:  Pregón de cuaresma – F Ulibarri

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