II Domingo Tiempo Ordinario

Del Evangelio de Juan 1, 29-34

— He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él.

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

— Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.

Y Juan dio testimonio diciendo:

— He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él.

Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:

— Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.

Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

LA APP DEL BAUTISMO 

El Cordero de Dios se entrega por Amor. Él nos libera de lo que nos ata. Se enfrenta al pecado y a la muerte. El Cordero es Jesús, en cuyo Corazón, reside la fuerza de Dios, su capacidad de amar hasta las últimas consecuencias. El que es nuestra fortaleza, Camino, Verdad y Vida.

En la vida de Jesús podemos descubrir todo este camino de entrega y de donación, gratuito y hasta las últimas consecuencias.

El Padre nos regala este singular Cordero, que no se cansa de amar. En Él hemos de poner nuestros ojos, nuestra mirada y nuestro ser. Compartamos este camino con Aquel que nos acompaña y nos ha precedido en el gran misterio de la Vida.

Además, en consonancia con el Domingo pasado, con la “App”licación del bautismo se baja de la nube la gracia del Espíritu. Que ese Espíritu nos mantenga unidos en la fe y nos dé fuerza para afrontar los desafíos de nuestro mundo.

Fernando Cordero sscc

 

¿QUIÉN ES ESTE JESÚS QUE HA NACIDO ENTRE NOSOTROS?

El evangelio de este domingo, con el que volvemos al tiempo ordinario después de vivir las fiestas de Navidad, nos invita a hacer una reflexión sobre lo que hemos celebrado, sobre lo verdaderamente importante de estos días.

¿Quién es este Jesús que ha nacido entre nosotros? ¿Cómo es esta persona que el Padre nos ha enviado? ¿Cómo afecta a nuestras vidas? 

Son las preguntas que se hicieron las primeras comunidades cristianas y son sus respuestas las que nos llegan en este texto que el evangelio de Juan pone en boca de Juan Bautista, saltándose toda cronología.

Juan Bautista que nos ha acompañado durante el Adviento es ahora, al terminar el tiempo de Navidad, el que nos dice: “estad atentos, abrid los ojos, descubrid quién es en verdad este Niño que nos ha nacido y cómo tiene la fuerza del amor para liberar vuestras vidas”.

Juan no habla de oídas, no lo ha estudiado en los libros… nos habla de su propia experiencia. Afirma que “ve” a Jesús que se le acerca, que viene a su encuentro y descubre en Él algo nuevo, que “no conocía”. Descubre exactamente quién es Jesús. Ese al que él mismo salió a anunciar, aun sin conocerle. Y eso que “ve” no le deja indiferente, le afecta, le hace tomar postura, resituarse: no soy yo el que va delante aunque haya salido a anunciarle, Él va delante porque existía antes, porque su lugar es el primero. Por eso lo testifica con fuerza, hasta con solemnidad.

Confiesa a Jesús como el “cordero de Dios”. Expresión muy familiar y significativa para el pueblo judío contemporáneo de Jesús, pero no para nosotros. Era para ellos una clara referencia a la salida de Egipto, al cordero con cuya sangre se marcaban las puertas de los judíos y los libraba de la muerte abriéndoles el camino a la liberación, a la salida del lugar de su esclavitud para vivir en libertad (Éxodo 12). Les recuerda el cordero que se mataba para comerlo y celebrar cada año en la fiesta de la Pascua, este acontecimiento fundamental para la vida y la fe del pueblo. 

Pero Juan continúa “este cordero de Dios quita el pecado del mundo”. Es una frase que procede de mucha reflexión teológica y nos puede llevar a descubrir lo que los primeros cristianos pensaban de Jesús.

Habla de pecado, en singular. No pecados, como estamos más acostumbrados a utilizar nosotros. No nos está hablando de los pecados o fallos individuales sino de la situación global de la persona humana de opresión, que le impide ser plenamente persona según el plan de Dios. Esta opresión puede ser causada por otro ser humano o por nosotros mismos. Es la injusticia, la humillación, la esclavitud en sentido moral y físico. De ahí se desprenden los demás pecados. 

Jesús quita el pecado del mundo con su forma de vivir, eligiendo una vida de servicio, de humildad, de pobreza y entrega hasta la muerte. Esta actitud es fruto de una radical libertad que le permite ser “hombre auténtico”, suprimiendo de su vida toda opresión y anulando toda forma de dominio sobre él. Jesús vivió esta libertad durante su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por las costumbres o tradiciones impuestas por los letrados y fariseos.

Jesús nos salva ayudando a todos los oprimidos a salir de su situación. Siempre que está en sus manos, los salva de la opresión física, de la enfermedad, y los llama a ser libres, a no dejarse oprimir por nadie, de ninguna forma, a ser auténticamente personas, a no dejarse envolver de nuevo por el dominio del pecado: “no peques más”.

Esto que descubre Juan nos puede llevar a preguntarnos, ¿Quién o quienes nos oprimen hoy a nosotros? ¿De qué somos esclavos, de qué o de quienes dependemos, de forma que nos impiden ser libres, vivir la libertad y la salvación que Jesús nos ofrece? Y también, ¿qué formas de opresión estamos ejerciendo sobre otras personas? ¿Somos personas que ayudan a los demás a liberarse de cualquier clase de esclavitud?

Juan completa su testimonio, profundizando su mirada: “He contemplado”. Contemplar es más que ver, es observar con atención, interés y detenimiento. Es reflexionar serena, detenida, profunda e íntimamente…  Y añade: He contemplado al Espíritu que estaba con Él. Y esa contemplación le abre los ojos y puede descubrir, en la persona del nazareno, al Mesías del Señor, al esperado de los profetas. Descubre el origen divino de Jesús, cuando percibe que en él está el Espíritu. Por eso ya no es él, Juan, que bautiza con agua, el que debe seguir bautizando, sino Jesús, el Hijo de Dios, quien bautizará con Espíritu Santo y fuego. 

“Ver” bajar el Espíritu, descubrir que el Espíritu se ha posado en Jesús es la clave de este testimonio de Juan. No procede de su esfuerzo, de su vida austera y sacrificada, es un don de Dios, por eso es de fiar. Por eso va más allá de las apariencias: “Viene detrás de mi (humanamente Juan ha nacido antes que Jesús) pero realmente, como Hijo de Dios que es, lo importante más allá de la apariencia de un humilde nazareno, existía antes que yo”

Nuestra fe en Jesús nos lleva a esa profundidad de mirada, a descubrir el Espíritu de Dios presente y actuando en nuestro mundo, en nuestra historia. Esta es la consecuencia de la Navidad que acabamos de celebrar. Dios “ha puesto su tienda entre nosotros” y su Espíritu está en la entraña de nuestra vida y en la entraña misma de la historia de la humanidad.

Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp

LO PRIMERO

Algunos ambientes cristianos del siglo I tuvieron mucho interés en no ser confundidos con los seguidores del Bautista. La diferencia, según ellos, era abismal. Los «bautistas» vivían de un rito externo que no transformaba a las personas: un bautismo de agua. Los «cristianos», por el contrario, se dejaban transformar internamente por el Espíritu de Jesús.

Olvidar esto es mortal para la Iglesia. El movimiento de Jesús no se sostiene con doctrinas, normas o ritos vividos desde el exterior. Es el mismo Jesús quien ha de «bautizar» o empapar a sus seguidores con su Espíritu. Y es este Espíritu el que los ha de animar, impulsar y transformar. Sin este «bautismo del Espíritu» no hay cristianismo.

No lo hemos de olvidar. La fe que hay en la Iglesia no está en los documentos del magisterio ni en los libros de los teólogos. La única fe real es la que el Espíritu de Jesús despierta en los corazones y las mentes de sus seguidores. Esos cristianos sencillos y honestos, de intuición evangélica y corazón compasivo, son los que de verdad «reproducen» a Jesús e introducen su Espíritu en el mundo. Ellos son lo mejor que tenemos en la Iglesia.

Desgraciadamente, hay otros muchos que no conocen por experiencia esa fuerza del Espíritu de Jesús. Viven una «religión de segunda mano». No conocen ni aman a Jesús. Sencillamente creen lo que dicen otros. Su fe consiste en creer lo que dice la Iglesia, lo que enseña la jerarquía o lo que escriben los entendidos, aunque ellos no experimenten en su corazón nada de lo que vivió Jesús. Como es natural, con el paso de los años, su adhesión al cristianismo se va disolviendo.

Lo primero que necesitamos hoy los cristianos no son catecismos que definan correctamente la doctrina cristiana ni exhortaciones que precisen con rigor las normas morales. Solo con eso no se transforman las personas. Hay algo previo y más decisivo: narrar en las comunidades la figura de Jesús, ayudar a los creyentes a ponerse en contacto directo con el evangelio, enseñar a conocer y amar a Jesús, aprender juntos a vivir con su estilo de vida y su espíritu. Recuperar el «bautismo del Espíritu», ¿no es esta la primera tarea en la Iglesia?

José Antonio Pagola

EL ÚNICO PECADO QUE EXISTE ES LA OPRESIÓN

Es muy significativo que el segundo domingo del tiempo ordinario nos siga hablando de Juan Bautista. Todo lo que nos dice Jn del Bautista es sorprendente. Indica una relación especial de esa comunidad con él. Seguramente había en aquella comunidad seguidores del Bautista. Este evangelio tiene muy en cuenta a Juan Bautista aunque se ven obligados a rebajarle. Jn pone en labios del Bautista la cristología de su comunidad como base y fundamento de la comprensión de Jesús que va a desplegar en su evangelio. Esto no quiere decir que el Bautista tuviera una idea clara sobre quién era Jesús. Ni siquiera sus discípulos más íntimos supieron quién era, después de vivir con él tres años; menos podía saberlo el Bautista antes de comenzar Jesús su predicación.

Jn quiere aclarar que no hay rivalidad entre Jesús y el Bautista. Para ello nos presenta un Bautista totalmente integrado en el plan de salvación de Dios. Su tarea es la de precursor, es decir, preparar el camino al verdadero Mesías. Fijaos que Jn no narra el bautismo en sí; va directamente al grano y nos habla del Espíritu, que es lo importante en todos los relatos del bautismo de Jesús. Naturalmente esto es un montaje de la segunda o tercera generación de las comunidades cristianas y quiere resaltar la figura de Jesús que había adquirido categoría divina, frente a Juan Bautista.

«El cordero de Dios». Jn propone a Jesús como cordero de Dios, preexistente, portador del Espíritu e Hijo de Dios. No se puede decir más. Está claro que se está reflejando aquí setenta años de evolución cristológica en la comunidad. Es una pena que después, hayamos interpretado tan mal el intento de comunicarnos esa experiencia. Lo que eran títulos simbólicos, que trataban de ponderar la personalidad de Jesús, se convirtieron en absolutos atributos divinos. Lo que tenía de proceso dinámico y humano, se convirtió en sobrenaturalismo preexistente.

Es muy difícil precisar lo que el título “cordero” significaba para aquella comunidad. Podían entenderlo en sentido apocalíptico: un cordero victorioso que aniquilará definitivamente el mal (la bestia). Este concepto encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús. Podían entenderlo como el Siervo doliente. No hay pruebas de que se hubiera identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías, antes del cristianis­mo. Jn sí interpretó la figura del Siervo, aplicada al Jesús, pero nunca con el sentido expiatorio de pagar un rescate por nosotros. Probablemente haría referencia al cordero pascual, que era para el judaísmo el signo de la liberación de Egipto, pero sin connotación sacrificial. Jn quiere decir que por Cristo somos liberados de la esclavitud.

que quita el pecado del mundo”. Es una frase que manifiesta una cristología muy elaborada. En ningún caso la pudo pronunciar Juan bautista. Esta teología no tiene nada que ver con la idea de rescate en la que después se deformó. El concepto de pecado en el AT debe ser el punto de partida para entender su significado en el NT, pero ha sufrido un cambio sustancial. En el evangelio, pecado no es la ofensa a Dios o a su Ley sino la opresión de un hombre sobre otro. Solo así se entiende la actitud de Jesús con los pecadores. Las prostitutas y pecadores os llevan la delantera en el Reino porque en ningún caso oprimen a nadie. Lo mismo cuando Jesús dice: tus pecados están perdonados, está diciendo que no hay nada que perdonar. Lo que se consideraba ofensa a Dios no era más que un artificio para oprimir al débil. Jesús quita el pecado del mundo no muriendo en la cruz sino viviendo el servicio a todos y en el amor incondicionado.

En el AT y en el Nuevo, la palabra más usada para indicar “pecado”, tanto en griego como en latín, significa errar el blanco. No se trata de mala voluntad como lo entendemos hoy. En el evangelio de Jn, “pecado del mundo” tiene un significado muy preciso. Se trata de la opresión que un ser humano ejerce sobre otro y que impide al hombre desarrollarse como persona. Este pecado es siempre colectivo. Se necesitan dos. Siempre que hay pecado, hay opresor y víctima.

El modo de “quitar” este pecado no es una muerte vicaria expiatoria externa. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Esta manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea arcaica de Dios. En ella hemos recuperado el mito ancestral del dios ofendido que exige la muerte del Hijo para satisfacer sus ansias de justicia. Estamos ante la idea de un dios externo, soberano y justiciero que se porta como un tirano. Nada que ver con la experiencia del Abba que Jesús vivió. El “pecado del mundo” no tiene que ser expiado, sino eliminado. Jesús lo sustituyó por el amor.

Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el camino del servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, por eso consigue la salvación total. Es el único camino para llegar a ser hombre auténtico. Jesús salvó al ser humano, suprimiendo de su propia vida toda opresión que impida el proyecto de creación definitiva del hombre. Jesús nos abrió el camino de la salvación, ayudando a todos los oprimidos a salir de su opresión, cogiéndoles por la solapa y diciéndoles: Eres libre, sé tú mismo, no dejes que nadie te destroce como ser humano. En tu verdadero ser, nadie podrá someterte si tú no te dejas. En aquel tiempo, esta opresión era ejercida no solo por Roma sino por sacerdotes y letrados.

Jesús vivió esta libertad durante toda su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por los guardianes de las Escrituras (letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos). Tampoco se dejó manipular por sus amigos y seguidores, que tenían objetivos muy distintos a los suyos (los Zebedeo, Pedro). Esta perspectiva no nos interesa porque nos obliga a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a vivir con la misma tensión que él vivió, a liberarnos y liberar a otros de toda opresión.

No tenemos que oprimir a nadie de ningún modo. No tengo que dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier clase de opresión. Jesús quitó el pecado del mundo. Si de verdad quiero seguir a Jesús, tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no puede quitar la injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla. La religiosidad intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto como meta del camino espiritual, es una tergiversación del evangelio. Si no hacemos todo lo posible, no solo por no oprimir a nadie sino para que nadie sea oprimido, es que no me he enterado del mensaje.

El presentarse como cordero no vende en nuestros días. En el mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no estás por encima de los demás, los demás te pisotearán. Este sentimiento es instintivo y mueve a la mayoría de las personas a defenderse con violencia, incluso antes de que el atraco se cometa. Pero hay que tener en cuenta que esta postura obedece al puro instinto de conservación y no te lleva a la plenitud humana. Descubrir que “sufrir la injusticia es mucho más humano que cometerla” exige una enorme maduración cristiana.

La actitud individual es un sentimiento que está al servicio del ego. Tenemos que superar ese egoísmo si queremos entrar en la dinámica del amor, es decir, de la verdadera realización humana. Es el oprimir al otro, no que intenten oprimirme, lo que me destroza como ser humano. Jesús prefirió que le mataran antes de imponerse a los demás. Esta es la clave que no queremos descubrir, porque nos obligaría a cambiar nuestras actitudes para con los demás. En contra de lo que nos dice el instinto, cuando me impongo a los demás no soy más sino menos humano.

Fray Marcos

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Inicio de un tiempo evangélico

Documentación:  Meditación

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