Del Evangelio según San Juan 3,14-21
…tanto amó Dios al mundo que le regaló su Hijo único,..

Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que le regaló su Hijo único, para que toda la gente que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgarlo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero quien no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Hijo único de Dios. Y el juicio consiste en que la luz vino al mundo, y los hombres y mujeres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.
21 Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.

Lectura orante del Evangelio en clave teresiana
“Llegó a leer en un crucifijo que allí estaba el título que se pone sobre la cruz, y súbitamente, en leyéndole, la mudó toda el Señor… Le pareció había venido una luz a su alma para entender la verdad, como si en una pieza oscura entrara el sol; y con esta luz puso los ojos en el Señor” (Fundaciones 22,5.6).
Tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Nuestra oración interior es una mirada a Jesús con la música y belleza de la fe resonando en los adentros. Tantas veces cabizbajos, con el lamento tan a flor de labios, levantamos hacia Él nuestra mirada, para mirarlo, elevado, como un manantial inagotable de vida. El Espíritu nos abre los ojos a la experiencia de gracia que tenemos delante, nos abre el corazón para acoger la salvación que Jesús ofrece. Jesús crucificado manda señales de amor, en Él se abre camino la vida vencedora de la muerte, se asoma una alegría que ahuyenta toda tristeza. “Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir; él ayuda y da esfuerzo; nunca falta, es amigo verdadero” (V 22,6).
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Dios no tiene más. No se guarda nada. Nos entrega a Jesús. Lo pone en manos extrañas. Ya podemos decir de verdad: “Cristo es mío y todo para mí” (Juan de la Cruz). Y Jesús “¡tiene en tanto que le volvamos a mirar!” (C 26,3). No se cansa de estar a nuestro lado a pesar de ser como somos, nos habla como a amigos. “Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que os tiene, que no es pequeño bien y regalo del discípulo ver que su maestro le ama” (C 26,10). En la oración interior procuramos soledad “para que entendamos con quién estamos” (C 24,5), sentimos dentro “esta divina compañía” (7M 1,7), nos alegramos de “tener tal huésped dentro” (C 28,10). Mirando la cruz leemos el amor que nos tiene y nos despertamos a amar. “Quiero concluir con esto: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor” (V 22,14).
El que cree en él, no será condenado. Con interrogantes a cuestas, buscadores inquietos de lo que salva y hace felices, nos sorprendemos al ser buscados y encontrados por Jesús, el que viene a salvar y no a condenar. La fe es la alegría de este encuentro sorprendente, es la respuesta vital al amor entregado de Jesús. Nos fortalecemos creyendo; del encuentro con Jesús nos nace una vida nueva marcada por el amor. “Oh grandeza de Dios, y cuál sale una alma de aquí!, de haber estado metida un poquito en la grandeza de Dios y tan junta con Él” (5M 2,7).
El que realiza la verdad se acerca a la luz. Respondemos al amor de Jesús con la determinación de afrontar nuestro vivir diario con una actitud de honestidad y verdad. Así nos ilumina su luz. “Ya era tiempo de que sus cosas (las de Jesús, del Reino) tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas” (7M 2,1).
Equipo CIPE

DIOS AMA EL MUNDO
No es una frase más. Palabras que se podrían eliminar del Evangelio, sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza.
«Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia.
1.- Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no sólo a los cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus teorías más ingeniosas. Solo quien se acerca a Jesucristo como el gran regalo de Dios, puede ir descubriendo en todos sus gestos, con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano.
2.- La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Concilio Vaticano II: La Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante. Lo primero es comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.
3.- Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Solo con el corazón lleno de amor a todos, nos podemos llamar unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez, nuestro resentimiento y enojo
4.- En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos momentos hombres y mujeres buenos, que introduzcan entre nosotros amor, amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren? Estos construyen la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor.
José Antonio Pagola
ESTOY SALVADO; ¿SOY CONSCIENTE DE ELLO?
Estamos en el c. III. Este evangelio es un esquema teológico. Cada capítulo tiene identidad por sí mismo, aunque éste es el que menos unidad interna muestra. El punto de partida es el diálogo con Nicodemo: «te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios». Nicodemo le responde: eso es imposible. Jesús insiste: «El que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu». ¿Cómo puede ser eso? Comienza el discurso que hemos leído.
El domingo pasado, Jesús arremetió contra el culto que se desarrollaba en el templo. Hoy arremete contra la manera de interpretar la Ley que tienen los fariseos. En ambos casos se trata de instituciones antiguas vacías de contenido que hay que sustituir. No se trata de una nueva interpretación, (es lo que busca Nicodemo) sino de algo completamente distinto: hay que nacer de nuevo. No debemos pensar en discursos pronunciados por Jesús. Juan pone en boca de Jesús una cristología propia de finales del s. I.
Lo mismo que Moisés levantó la serpiente. Lo que hizo Moisés es recordar al dios egipcio Ranenutet (representado por una serpiente). Su Dios le manda construir la imagen de otro dios. Para entender la comparación con la cruz, es imprescindible saber que el dios egipcio era a la vez veneno y antídoto; muerte y vida; opresión y salvación. Al ser crucificado, Jesús representa a la vez, la muerte y la vida, la humillación y la exaltación. Al decir «levantado», va mucho más allá de una alusión a la figura de la serpiente. La cruz es la manifestación suprema de la lealtad de Dios. Es el momento de la exaltación de Jesús.
Para que todo el que lo haga objeto de su adhesión (crea), tenga Vida definitiva. «Vida definitiva» Denota la calidad de vida propia del estadio definitivo. Traducir por «eterna», empobrece el significado, por insistir solo en la duración y no en la calidad. La consecuencia de «ser levantado en alto», es alcanzar plenitud de Vida. El Espíritu que nos comunicará, será la fuente de verdadera Vida para todos los que le acepten.
Demostró Dios su amor al mundo. El amor se hizo visible en un acto. No se dirige solo a los cristianos, sino al mundo. Jesús es el don de Dios a la humanidad. «Dar a su Hijo» no se refiere, aquí, sólo a la encarnación, sino a la crucifixión. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo se salve por él. Para Juan, Jesús es enviado al mundo, Para los sinópticos, a Israel. La salvación está destinada a todos. No sólo al pueblo elegido, sino a todas las naciones. Se acabaron los privilegios. La Vida del Espíritu se ofrece a todos. Este evangelio se escribió a finales del s. I.
El que le presta adhesión no tendrá sentencia; el que se la niega, ya tiene la sentencia. No hay lugar para la indiferencia. Es este un dato importantísimo para entender la manera de actuar de Dios. La sentencia negativa o positiva, no es consecuencia de un acto de Dios. Es el resultado de una actitud permanente por parte del hombre. Si comprendiéramos bien este versículo, cambiaría todo el modo de entender la moral. Desde la visión farisaica (y la nuestra), Dios juzgaba a los hombres después de ver sus acciones. Si eran conforme a la Ley, los salvaba, si eran contrarias a la Ley, los condenaba. Dios es justicia. Todo está siempre en equilibrio. Cada acto del hombre, le coloca en su sitio.
Los hombres han preferido las tinieblas a la luz. «Su modo de obrar» Denota el proceder habitual, no un acto puntual. En el prólogo se nos había dicho: «y la Vida era la luz de los hombres». No es la luz la que da Vida (como maestro), sino al revés, es la Vida la que te iluminará. Sin Vida no se puede aceptar la luz. La falta de Vida lleva consigo el rechazo de la luz. Mantener una relación con Dios desde la Ley, desde lo externo, sin Vida, es mantener la relación de injusticia en que están los dirigentes religiosos. El que oprime al hombre no puede aceptar la luz. La adhesión a Jesús, exige salir de la situación de opresión.
El que obra con bajeza… El que practica la lealtad. «Obra con bajeza (practicar lo malo), se opone a «practicar la lealtad». «Hacer la verdad» es un semitismo que utiliza Juan, y lo opuesto es «hacer la falsedad». El que es cómplice de la muerte, no aguanta la Vida. La considera como una agresión. No se eligen las tinieblas por el valor que puedan tener en sí, sino por odio a la luz. No son las doctrinas (luz) las que separan de Dios, sino conductas (Vida). Quién con su modo de obrar daña al hombre, se opone al amor-vida. Rechazando la luz, cree poder continuar haciendo el mal sin ser descubierto.
Practicar la lealtad es lo contrario de obrar con bajeza. Equivale a hacer lo que es bueno para el hombre. Al emplear «lealtad» nos está diciendo que el amor no es algo teórico, sino práctico. Una vez más la Vida es anterior a la luz. «Y así». El acercamiento a la luz, se hace por amor a la luz, no para que se vean las obras. «Realizadas en unión con Dios». No obras hechas según Dios quiere, sino algo más. Obras en las que, con la actividad del hombre, se ve la de Dios revelando en ellas su gloria-amor. Creer va unido a las obras buenas. La incredulidad acompaña a las obras malas. Jesús evidencia lo que es un hombre.
En el trozo del discurso que acabamos de analizar nos encontramos con los aspectos más originales de la salvación ofrecida por Jesús según este evangelio: 1) La salvación es Vida. 2) Viene de Dios que es VIDA. 3) Es don gratuito e incondicional. 4) Es absoluto, no una alternativa a la condenación. 5) Exige la adhesión a Jesús. 6) Se manifiestas en las obras. Cada uno de estos puntos nos tendría que advertir de los errores en que caemos a la hora de hablar de esa salvación. Tendemos a esperar de Dios una salvación raquítica.
Hablar de salvación, es plantearse el sentido último de la vida humana. Sería desplegar las más elevadas posibilidades humanas. El término «salvación» tiene connotaciones negativas, y eso es muy peligroso a la hora de entender lo que dice el evangelio. El pensar en la salvación en términos negativos nos ha paralizado en nuestro desarrollo. Hemos creído que, si elimino el pecado, estoy salvado. Salvarse no es evitar la condenación. La salvación tiene una connotación positiva. Salvarse sería llevarnos a una plenitud de ser, llevando al límite las posibilidades de nuestro verdadero ser.
La salvación no es algo que me venga de fuera. La salvación surge de lo más hondo de mi ser. Desde ahí, Dios con su presencia posibilita mi plenitud. Hay que tener muy claro, que me salva totalmente Dios y me salvo totalmente yo. La acción de Dios y la del hombre, ni se suman ni se restan ni se interfieren, porque son de naturalezas distintas. «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (Agustín). Todo lo que depende de Dios para mi salvación ya está hecho. Por tanto, mi salvación, aquí y ahora, depende solo de mí.
La conciencia que tenemos de que Dios puede no salvarme, es consecuencia de que esperamos de Dios una salvación equivocada. Queremos que Dios nos libere de nuestras limitaciones, es decir que nos quite el sufrimiento, la enfermedad, la muerte. Todo eso forma parte de nuestra condición de criaturas y es inherente a nuestro ser. Ni Dios puede hacer que sigamos siendo criaturas sin limitaciones. El buscar la salvación por ese camino, es un error garrafal. La salvación que Dios nos da, tiene que realizarse mientras seguimos siendo criaturas, y por tanto, a pesar de nuestras limitaciones.
La salvación no es cambiar lo que soy ni añadir nada a lo que ya soy. Es una toma de conciencia de lo que en realidad soy, y vivir en esa conciencia. Es descubrir el tesoro que está escondido dentro de mí y disfrutar de él. «La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo». Se trata de «conocer«.
Fray Marcos
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