IV Domingo de Cuaresma

Del Evangelio según San Juan 3,14-21

…tanto amó Dios al mundo que le regaló su Hijo único,..

Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que le regaló su Hijo único, para que toda la gente que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgarlo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero quien no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Hijo único de Dios. Y el juicio consiste en que la luz vino al mundo, y los hombres y mujeres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.

Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO

“El Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene este mundo” (Papa Francisco).

Tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna

El amor increíble de Dios a los hombres, visibilizado en la entrega de la cruz, sigue levantado para que lo miremos. El Espíritu nos abre los ojos a la experiencia de gracia que tenemos delante. La renovación de nuestra vida acontece cuando escuchamos a fondo el evangelio de Jesús, cuando lo miramos con la fe del corazón. En él encontramos la misericordia gratuita. “El pecho del amor muy lastimado” (San Juan de la Cruz) se abre para que todos podamos sentirnos acogidos, alentados, llamados a formar parte de la buena nueva del Evangelio. Al mirar al crucificado descubrimos que la fe y el amor a Jesús no son para relegarlas a la intimidad secreta sino para implicarnos en un profundo deseo de cambiar el mundo. “Con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir; él ayuda y da esfuerzo; nunca falta, es amigo verdadero” (Santa Teresa). Gracias, Jesús. Desde la cruz nos mandas señales de amor. En tus heridas se asoma la alegría de la entrega, nos marcas el camino. Gracias.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito

Esta palabra, que es el núcleo del Evangelio, produce una fuerte sacudida en nuestro interior. Desafía a nuestra tristeza individualista que pretende guardar la vida para salvarla, olvidando que guardar es perder y entregar es ganar. Invita a gozar de la dulce alegría de su amor; de su fuente nacen las alegrías más verdaderas. La entrega de Jesús nos hace palpitar por el deseo de hacer el bien, nos empuja a correr el riesgo de compartir gratuitamente esta alegría. La mirada contemplativa al amor entregado de Jesús nos lleva a superar la exclusión; los demás no son una amenaza a nuestra alegría, sino su fuente. ¡Qué alegría saber que muchos dan la vida por amor, y que lo hacen inspirados por la presencia de Jesús! En cada persona que se entrega resuena para nosotros el primer anuncio: ‘Jesús te ama, dio la vida para salvarte, para iluminarte, para fortalecerte’. ¿Cuál será nuestra respuesta? Gracias, Jesús. Tu amor saca el nuestro. Gracias. 

El que cree en él, no será juzgado.

Encontramos el sentido de la vida cuando miramos a Jesús y volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño que nacen de la cruz. Al dejarnos salvar por él, somos liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Entonces ya no hay juicio. Con Jesús a nuestro lado siempre nace y renace la alegría. Al creer en Jesús, por participar en su grandeza, él nos capacita para presentarnos como un desafío al mundo. Gracias, Jesús. Tú le das un nuevo horizonte a nuestra vida. Nos rescatas de nuestra conciencia aislada. Gracias. 

El que obra la verdad se acerca a la luz.

“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por él. Él nos espera con los brazos abiertos. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” (Papa Francisco). Gracias, Jesús. La luz de tu Espíritu arde en nuestros corazones. Con él a nuestro lado superamos la conciencia de derrota y caminamos alegres, como iglesia misionera, al encuentro con tu luz resucitada.Gracias.

Equipo CIPE

ACERCARNOS A LA LUZ

Puede parecer una observación excesivamente pesimista, pero lo cierto es que las personas somos capaces de vivir largos años sin tener apenas idea de lo que está sucediendo en nosotros. Podemos seguir viviendo día tras día sin querer ver qué es lo que en verdad mueve nuestra vida y quién es el que dentro de nosotros toma realmente las decisiones.

No es torpeza o falta de inteligencia. Lo que sucede es que, de manera más o menos consciente, intuimos que vernos con más luz nos obligaría a cambiar. Una y otra vez parecen cumplirse en nosotros aquellas palabras de Jesús: «El que obra el mal detesta la luz y la rehúye, porque tiene miedo a que su conducta quede al descubierto». Nos asusta vernos tal como somos. Nos sentimos mal cuando la luz penetra en nuestra vida. Preferimos seguir ciegos, alimentando día a día nuevos engaños e ilusiones.

Lo más grave es que puede llegar un momento en el que, estando ciegos, creamos verlo todo con claridad y realismo. Qué fácil es entonces vivir sin conocerse a sí mismo ni preguntarse nunca: «¿Quién soy yo?». Creer ingenuamente que yo soy esa imagen superficial que tengo de mí mismo, fabricada de recuerdos, experiencias, miedos y deseos. 

Qué fácil también creer que la realidad es justamente tal como yo la veo, sin ser consciente de que el mundo exterior que yo veo es, en buena parte, reflejo del mundo interior que vivo y de los deseos e intereses que alimento. Qué fácil también acostumbrarnos a tratar no con personas reales, sino con la imagen o etiqueta que de ellas me he fabricado yo mismo.  

Aquel gran escritor que fue Hermann Hesse, en su pequeño libro Mi credo, lleno de sabiduría, escribía: «El hombre al que contemplo con temor, con esperanza, con codicia, con propósitos, con exigencias, no es un hombre, es solo un turbio reflejo de mi voluntad». 

Probablemente, a la hora de querer transformar nuestra vida orientando nuestros pasos por caminos más nobles, lo más decisivo no es el esfuerzo por cambiar. Lo primero es abrir los ojos. Preguntarme qué ando buscando en la vida. Ser más consciente de los intereses que mueven mi existencia. Descubrir el motivo último de mi vivir diario. 

Podemos tomarnos un tiempo para responder a esta pregunta: ¿por qué huyo tanto de mí mismo y de Dios? ¿Por qué, en definitiva, prefiero vivir engañado sin buscar la luz? Hemos de escuchar las palabras de Jesús: «Aquel que actúa conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que todo lo que hace está inspirado por Dios».

José Antonio Pagola

LUZ EN LA NOCHE

Fue a él de noche.

Nicodemo no quería ser visto. No le convenía. Su buena fama como maestro fariseo podía venirse abajo si la gente se enteraba de que iba al encuentro de Jesús, el agitador que había revolucionado Jerusalén con su presencia.

En realidad, la noche no sólo era el escenario que le envolvía. Nicodemo necesitaba luz ante la oscuridad que le habitaba. Sus dudas sobre quién era Jesús iban creciendo en la medida que éste realizaba signos en medio del pueblo. Con sus palabras y acciones, Jesús había puesto en cuestión las verdades más hondas de Nicodemo, aquellas certezas que le habían configurado, aquellos pilares sobre los que había asentado, hasta entonces, su vida y su enseñanza de la Ley.

Quizás, si no hubiera sido de noche, Nicodemo no se habría puesto en camino. Nos asustan las dudas, los interrogantes, las dificultades que hallamos para entender lo que sucede a nuestro alrededor y, a veces, en nuestro propio interior. Pero ¡bendita noche que nos inquieta y saca de nuestra anestésica comodidad! Bendita noche que nos lleva a preguntarnos los porqués y los cómos y pone en cuestión nuestra vida.

Por eso el maestro busca al Maestro. El hombre al Hombre. Y éste le habla de nacer de nuevo, de nacer del Espíritu. “¿Cómo puede ser esto?”, pregunta Nicodemo. Y Jesús, basándose en las Escrituras, en aquello en lo que Nicodemo era especialista, le resitúa en su camino de fe.

Desde el relato, narrado en Números, en el que Moisés eleva una serpiente de bronce sobre un madero para que los israelitas se sanen al mirarla, Jesús le recuerda al maestro fariseo la verdad más absoluta: que Dios nos ama hasta extremos inconcebibles, que desea que todos tengamos vida eterna, es decir, vida definitiva, plena, feliz… Dios nos ama de tal manera que llega hasta el límite, hasta la encarnación, hasta entregársenos en su Hijo Unigénito.

Jesús, conocedor de nuestra humanidad, confirma a Nicodemo la existencia de la noche, la suya y la del mundo. Le habla de oscuridades, de la ceguera que nos lleva, a veces, a amar más la tiniebla que la luz, del mal que provoca infelicidad.

Pero reaviva su memoria para que Nicodemo no se quede ahí: “Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”. Jesús le ofrece palabras de vida que le recuerdan la posibilidad de elegir el bien, de obrar la verdad, de ir hacia la luz.

Y así, en medio de la noche, Nicodemo recupera la luz. Porque Jesús es la luz. El Amor es la luz.

Fue a él de noche.

Y en él encontró la luz.

Una luz tan intensa que le sacó de su oscuridad haciendo posible, incluso, que al final de la vida de Jesús, fuera Nicodemo quien abrazara su cadáver para envolverlo en lienzos y perfumes. El maestro dando testimonio público de su amor al Maestro. El hombre haciéndonos fijar nuestra mirada en el Hombre, alzado en la Cruz, para que en él hallemos la Luz.

Inma Eibe, ccv

AMOR DE DIOS Y RESPUESTA HUMANA

Una lectura rápida de las tres lecturas descubre una relación clara entre ellas: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó». En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: «De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único». Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.

Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (1ª lectura)

La primera lectura nos traslada a Babilonia, en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: «Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote». Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afro-americanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?)

Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)

El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:

a) que soy pecador, algo que nunca resulta agradable

b) que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo

c) que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.

Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.

Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (2ª lectura)

La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es «rico en misericordia», «por el gran amor con que nos amó», «por pura gracia». Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto «el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos»: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras.

Reflexión final

En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una «buena noticia» (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos «a las buenas obras» que él nos ha asignado.

José Luis Sicre

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Plegaria: Patxi Loidi

Documentación:  Reflexión: Florentino Ulibarri

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