31 de Mayo, Día de las Misiones Carmelitanas
“Al amor de María debe el mundo su Salvación.
El mundo no se salvará sin María,
No hubo salvación sino por María
La tierra no verá una restauración sin María”
(Francisco Palau)

María, después de Cristo, ocupa en la Iglesia el lugar más alto y a la vez el más próximo a nosotros. Su función es totalmente relativa a Cristo y forma parte integrante y esencial en la historia de la salvación. “Queriendo Dios, infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiésemos la adopción de hijos” (Gál 4,4).
Para comprender a María, en su tarea misionera, hay que situarla en el marco de los acontecimientos salvadores de Dios: forma parte esencial de este misterio salvador. Cristo es salvación para nosotros en su Humanidad y desde su Humanidad. Precisamente por eso se hizo hombre. Ahora bien, para hacerse hombre y convertirse en salvador de los hombres, quiso servirse de María. En ella y por ella fue concebido, engendrado, alimentado. Su cooperación fue activa y responsable.
“María asistida por la gracia y dones del Espíritu Santo desde su Inmaculada Concepción, amó con tal intensidad a Dios, que atrajo a su seno virginal, con la fragancia suave y pura de esta flor mística, al mismo Hijo de Dios, y el Hijo del Eterno no vaciló, aunque hija de Adán prevaricador, en tomarla por Madre” (Francisco Palau)
María unida inseparablemente a su Hijo, forma con él y subordinada a él, un único principio de salvación para los hombres. Llevada a la máxima participación con Cristo, es la colaboradora estrecha de su obra salvadora. No sólo es el fruto admirable de la redención, es también la cooperadora activa, la primera evangelizadora y misionera de la Iglesia.
“Yo te felicito, oh María, Madre de Dios, por haberte el Señor formado tan bella, tan pura, tan perfecta, cual convenía a la que había sido destinada para ser la Madre de Dios” (Francisco Palau)
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