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¡Me sedujiste, Señor!

Francisco llevaba casi tres años en Lérida, junto a su hermana Rosa. A medida que su juventud se robustecía, su ideal de entrega a Dios iba cada día también  en aumento. Soñaba con  llegar a ser sacerdote.

El  ingreso en el seminario se hizo realidad poco antes de cumplir los 17 años. En septiembre de 1828 se presentó al examen exigido para conseguir una beca “porcionista” (gratuita).

Obtener dicha beca requería ciertas condiciones: “Ser diocesanos, de buena vida y costumbres, de legítimo matrimonio, hijos de padres pobres, aunque no mendigos, honrados, cristianos viejos y de limpia sangre, cuya vida cristiana fuera manifiesta y probada ante sus conciudadanos”

Francisco presentó los documentos requeridos: “Certificado de bautismo, de confirmación, de buena conducta personal,  paterna, religiosa y política, otorgados, respectivamente, por el párroco y la autoridad civil del lugar de procedencia

Las convocatorias, a nivel diocesano, previamente publicadas en catedral y obispados, contenían ciertas exigencias: No debían ser dos los aspirantes de una misma parroquia, ni menores de trece años ni mayores de dieciséis. Francisco fue aceptado con la particularidad de contar 16 años y 8 meses de edad. Los aspirantes a becas “porcionistas”  debían, además,  probar su idoneidad y demostrar ser ‘buenos gramáticos’ mediante una prueba consistente  en: “leer, escribir, latinidad y doctrina cristiana”

No existe acta del examen realizado por Francisco. Es verosímil  conjeturar que contó con la debida preparación, puesto que  se hizo acreedor a la beca  solicitada: “El abajo firmado certifico: que en virtud de oposición a las Becas porcionistas de este Seminario, fueron elegidos en septiembre de 1828 … don Francisco Palau de  Aytona… Y para que conste lo firmo en Lérida a 4 de septiembre de 1828. Licenciado, Manuel Costa.

Las diligencias llevadas a cabo por Francisco, demuestran  que había comenzado a desarrollar un “proyecto de vida” que iba descubriendo gradualmente: «Se hacía sentir en mi corazón un vacío inmenso: faltabas tú en él y nada podía sustituirte, ni las bellezas materiales podían llenar ni el más pequeño rincón».

Este proyecto de vida  dinámico fue  acogido por Francisco con esfuerzo, coherencia, fidelidad humilde y responsable, todo a fin de alcanzar el ideal sentido como llamada de Dios.  Se hizo realidad en él lo  que dijo el filósofo: “Quien tiene un «porqué»  para vivir, encuentra casi siempre el «cómo». En Francisco no cabían diversas alternativas porque el sentido de su vida estaba totalmente  marcado por el «Infinito y Absoluto».

                              Maria Consuelo Orella  cm

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