
“En la parroquial iglesia de Aytona, el día veintinueve de diciembre del año mil ochocientos once, el firmado, bauticé solemnemente y puse los santos óleos a un niño que nació el mismo día como a la seis de la mañana…”
A partir de ese momento comenzó a existir en el mundo un nuevo ser: FRANCISCO. Dios, con inmenso amor, lo llamó a la existencia. En la calle del Arrabal, número veinticinco de Aytona (Lérida), en un hogar profundamente cristiano, nacía el séptimo vástago de la familia Palau-Quer.
Francisco, no dejó ninguna referencia sobre este acontecimiento vital, pero si algo hubiera querido trasladarnos al respecto, lo hubiera expresado como el salmista: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el vientre de mi madre… Yo te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras” (Sal 139, 13-15)
Al nacer, recibimos nuestro mayor don, la VIDA, y con ella nos vemos obsequiados con un sinnúmero de dones que, muy a menudo, ni los reconocemos ni lo agradecemos y sin embargo son y serán siempre nuestras pertenencias más reales y valiosas. Al nacer, somos un potencial a realizar; un cúmulo de posibilidades se encuentran en cada uno de nosotros.
En ese potencial a desarrollar por parte de Francisco, estaba prefijado el carisma del Carmelo Misionero. Nacimos como don de Dios, llamadas a desarrollar el don recibido. Reconociendo esta verdad, nos sentimos impulsadas a entonar con el salmista: “Te damos gracias, porque eres sublime y te distingues por tus hechos magníficos”
Mª Consuelo Orella cm
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