La Ciudadela (Barcelona), era un enorme presidio-fortaleza construido por Felipe V, para castigo de la ciudad que resistió, por más de un año, a los reiterados ataques de sus tropas.
En este recinto se hallaban recluidos los religiosos, en una situación verdaderamente lastimosa. De entrada, se les negó el alimento privándoles de las raciones que les proporcionaban al resto de los reclusos. Tampoco se les proveyó de colchón, teniendo que dormir en el duro suelo de las cuadras de caballos, donde habían sido albergados. Según narran las crónicas, el gobierno se preocupó de la manutención de los prisioneros, cinco días después de su internación, asignándoles una peseta diaria para canjearla por alimentos en la cantina carcelario. Se les permitió decir misa en la capilla del fuerte, aunque en número restringido. Cada grupo religioso se reunía entre sí para hacer sus rezos y llevar en lo posible la respectiva observancia.
Con motivo del asesinato del General Bassa, junto con la ignominia de ser arrastrado su cadáver por las calles de la ciudad, se sublevó el populacho, intentando asaltar las cárceles en que estaban encerrados los religiosos para exterminarlos. Ante el inminente peligro, se apoderó el temor de los mismos, redoblado sus oraciones. Se narra que un religioso Camilo, colgó su crucifijo en una silla, y ante él, rezaron, todos a una, las letanías de los santos, pidiendo el auxilio divino.
Otro incidente agravó la situación de los encarcelados. A causa de un percance motivado por uno de los religiosos reclusos. Soñando que los verdugos los asesinaban, profirió gritos de auxilio, contagiando al resto de los internados, armándose tal alboroto que se dejó sentir por todo el recinto carcelario, donde los presos, despavoridos, corrían buscando su salvación, en fuga masiva. Considerado inadmisible este suceso, se trató de exigir responsabilidades y dar un severo escarmiento a los culpables.
Francisco llegó a la Ciudadela únicamente con la ropa puesta; carecía de familiares y amigos que pudieran socorrerle en esta necesidad. Aún aceptando vivir pobremente, no dejaba de contrariarle, tan amante como era de la limpieza, tener que pasar tantos días sin cambiarse la ropa. Por otra parte, se rumoreaba, por el presidio, que el Gobierno dejaría salir a los religiosos con destino a sus pueblos de origen y en tal circunstancia era obvio que no podrían hacerlo vestidos de frailes, sin evidente peligro para sus vidas.
Por este motivo, se decidió, juntamente con otros tres carmelitas, redactar un documento dirigido al Ayuntamiento solicitando se les procurase un traje de paisano. El documento, que aún se conserva, escrito de puño y letra por Francisco, fechado el primero de agosto de 1835, dice así:
“Excelentísimo Ayuntamiento de Barcelona. – Atendidas las circunstancias presentes, somos cuatro Carmelitas Descalzos de San José de Barcelona, que por haber saqueado lo común y lo particular de la Comunidad y por hallarnos sin proporción alguna ni de padres, parientes o conocidos en Barcelona, nos encontramos con los solos hábitos de religión con que escapamos sin podernos mudar ni siquiera la túnica; por lo tanto suplicamos a V.E. se digne darnos un vestido de seglar según el uso sencillo y común de la ciudad, para andar con más decencia y ponernos en camino si lo dispone el gobierno.
Fr. Juan de los Reyes, Fr. Francisco de la Madre de Dios, Fr. Jerónimo de San José, Fr. Francisco de Jesús, María, José, Carmelitas Descalzos de San José de Barcelona. Archivo municipal
La permanencia de los religiosos en los presidios estaba resultando una carga insoportable para el Ayuntamiento. Por otra parte, se temía volvieran a producirse algaradas carcelarias con el peligro de que todo terminara en una hecatombe de frailes. Por estas razones, se ocupó la Junta gubernamental de la evacuación de los religiosos internados. Ante la evidencia de que una vez fuera de la cárcel, no podían quedar en Barcelona, sin grave peligro para sus vidas, se juzgó necesario proveerles de pasaporte para trasladarse a sus pueblos de origen o a otros puntos determinados con anterioridad a su salida.
Era evidente, que una vez fuera de la prisión, no podían regresar a sus respectivos comunidades dado que el Gobierno de Madrid había promulgado un decreto por el que se suprimían todos los conventos. Por otro lado, el pasaporte no les garantizaba seguridad personal caso de que salieran con el habito religioso, máxime existiendo grupos de fanáticos espías, juramentados en exterminarlos, formando emboscadas junto a caminos y carreteras.
Francisco, merced a la concesión del Ayuntamiento, en respuesta a la solicitud cursada, tenía resuelto el problema de la vestimenta. Al otorgarle pasaporte, pidió no para Aytona, su punto de origen, sino para Vich. El móvil de esta extraña determinación hay que tomarlo en el hecho de que no pudiendo vivir vida comunitaria, no le quedaba a Francisco otro recurso que practicarla al estilo primitivo del Carmelo, -desiertos carmelitanos-, retirándose a las cuevas de las montañas para entregarse a la contemplación alejado del inminente peligro de muerte. Puesto de acuerdo con uno de los compañeros encarcelados, oriundo de ese lugar, tomó la determinación de retirarse a vivir aquella agreste zona montañosa. Gregorio
María Consuelo Orella cm

La Ciutadella
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