El 7 de noviembre la Iglesia y particularmente el Carmelo Misionero celebra a su Fundador

Francisco Palau y Quer nació el 29 de diciembre de 1811 en Aitona, Lérida (España). En el 1828 entró en el seminario de Lérida. Completado el trienio de estudios filosóficos y al terminar el primer curso de teología, en el 1832 llamó a la puerta del noviciado de los PP Carmelitas en Barcelona y al año siguiente emitió los votos.
Obligado por las circunstancias políticas a vivir como exclaustrado, pudo recibir la Ordenación Sacerdotal en Barbastro en el 1836. Después de un largo período de permanencia en Francia (1840 – 1851), regresó a España y se dedicó al ministerio de la predicación y de las misiones populares, especialmente en Barcelona y en las islas Baleares. Aquí fue donde por los años de 1860 – 1861 se ocupó de la organización de algunos grupos femeninos dando origen a las Hermanas Carmelitas Misioneras y Hermanas Carmelitas Misioneras Teresianas. También fundó una familia de Hermanos de la Caridad, hoy extinguida. Murió en Tarragona el 20 de marzo de 1872.


Su vida fue una larga búsqueda de su “cosa Amada”.
“Yo deseaba como todos, amar y ser amado, amar y ser correspondido en mi amor” (MR 8,21). Amaba “lo infinitamente bello”, pero era una belleza confusa. El descubrimiento de la persona amada fue un proceso lento y progresivo.
La buscó en el claustro, entre las gentes, en la soledad…. La buscó y fue encontrado por Ella.
La Iglesia se le revela como una persona mística, primero figurada en una bellísima joven que el Padre le da por Hija. ”Por fin, pasados cuarenta años en busca de ti, te hallé. Te hallé porque tú me saliste al encuentro, te hallé porque tú te distes a conocer” (MR 22,17).
La Iglesia en su tiempo pasaba por grandes dificultades. Oraba por la Iglesia en España como un hijo ora por su madre que está enferma de muerte y sólo la oración puede curar y sanar.
En 1860, cuando se prepara para dar la bendición final en una misión en Ciudadela, la Iglesia se le revela como hija: “Una tarde estaba yo en una iglesia-catedral esperando llegase la hora de la función. En ella había de dar la bendición última que se acostumbraba, después de concluida una misión. Y fue mi espíritu transportado ante el trono de Dios: estaba en él un respetable anciano, millares de ángeles le administraban. Uno de ellos vino a mí y traía en sus manos una ropa blanca de oro purísimo, especie de estola. Así vestido, el que estaba en el trono sentado me llamó, y me presenté de pie sobre un altar que allí había.
El anciano me dijo diese en su nombre la bendición: me volví contra el altar y vi a sus gradas una bellísima Joven, vestida de gloria; sus ropas blancas como la luz; no pude verla sino envuelta de luz y no me fue posible distinguir de ella otra cosa más que el bulto, porque no se podía mirar. Cubría su cabeza un velo finísimo. Oí una voz que salía del trono de Dios y me decía: Tú eres sacerdote del Altísimo; bendice, y aquel a quien tú bendecirás será bendito; y lo que tu maldecirás, será maldito. Esa es mi Hija muy amada. En ella tengo mis complacencias: dale mi bendición. Los príncipes del Reino de Dios hacían corte a la Joven y se arrodilló ante el altar; recibió mi bendición y desapareció toda aquella visión (…) Llegada la hora de la función, mientras subía al púlpito, oí la voz del Padre que me dijo: bendice a mi amada Hija y a tu Hija» (MR II, 1-2).

Esta comprensión de la Iglesia como persona mística, fue una revelación sobrenatural, y la culminación de todo un proceso interior que transforma toda su vida espiritual.
Nace en él una disponibilidad mucho más radical para servirla. “¡Oh, qué dicha la mía! Te he ya encontrado. Te amo, tú lo sabes: mi vida es lo menos que puedo ofrecerte en correspondencia a tu amor. (…) Yo ya no soy cosa mía, sino propiedad tuya; porque te amo, dispón de mi vida, de mi salud y reposo y de cuanto soy y tengo” (MR III 2).
Escritor, predicador, profeta, fundador, exorcista…. Se siente llamado a anunciar a todos los pueblos del mundo la belleza infinita de la Iglesia para que fuera amada.
Descubre la Iglesia como persona mística, formada por muchos miembros unidos a Cristo, que es su cabeza.
Busca una figura y ve en María la figura perfecta de la Iglesia. “Había muchos años que hacía esfuerzos de espíritu excitando mi amor para con María la Madre de Dios, y mi devoción para con ella no me satisfacía. Mi corazón buscaba su cosa amada, buscaba yo mi Esposa; -y en María sólo veía actos que merecían gratitud, amor filial, pero no encontraba el amor en ella su objeto” (MR 1,5).
Hoy sus hijas, repartidas por todo el mundo, han recogido la antorcha de su legado y mantienen vivo ese amor a la Iglesia y su entrega entre los más necesitados.
Mª Victoria (Charo) Alonso cm
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