abril 27, 2022
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Reflexiones al hilo del 8 de marzo

Sigue luchando por un mundo mejor, aunque no quieran mirarte

LAS ESCRITURAS PATRIARCALES HABLAN DE LO FEMENINO

En sus líneas básicas hay que reconocer que la tradición espiritual judeocristiana se expresa predominantemente en código patriarcal. El Dios del Primer Testamento (AT) es vivido como el Dios de los Padres, Abraham, Isaac y Jacob, y no como el Dios de Sara, de Rebeca y de Miriam. En el Segundo Testamento (NT), Dios es Padre de un Hijo único que se encarnó en la virgen María, sobre la cual el Espíritu Santo estableció una morada definitiva, cosa a la que la teología nunca dio especial atención, porque significa la asunción de María por el Espíritu Santo y de esta forma la coloca en el lado de lo Divino. Por eso se profesa que es Madre de Dios.

La Iglesia que se derivó de la herencia de Jesús está dirigida exclusivamente por hombres que detentan todos los medios de producción simbólica. La mujer durante siglos ha sido considerada como persona no-jurídica y hasta el día de hoy es excluida sistemáticamente de todas las decisiones del poder religioso. Una mujer puede ser madre de un sacerdote, de un obispo y hasta de un Papa, pero nunca podrá acceder a funciones sacerdotales. El hombre, en la figura de Jesús de Nazaret, fue divinizado, mientras la mujer se mantiene, según la teología común, como simple creatura, aunque en el caso de María haya sido Madre de Dios.

A pesar de toda esta concentración masculina y patriarcal, hay un texto del Génesis verdaderamente revolucionario, pues afirma la igualdad de los sexos y su origen divino. Se trata del relato sacerdotal (Priestercodex, escrito hacia el siglo VI-V a.C.). Ahí el autor afirma de forma contundente: “Dios creó la humanidad (Adam, en hebreo, que significa los hijos e hijas de la Tierra, derivado de adamah: tierra fértil) a su imagen y semejanza; hombre y mujer los creó” (Gn 1,27).

Como se deduce, aquí se afirma la igualdad fundamental de los sexos. Ambos anclan su origen en Dios mismo. Este solo puede ser conocido por la vía de la mujer y por la vía del hombre. Cualquier reducción de este equilibrio, distorsiona nuestro acceso a Dios y desnaturaliza nuestro conocimiento del ser humano, hombre y mujer.

En  el Segundo Testamento (NT) encontramos en San Pablo la formulación de la igual dignidad de los sexos: “no hay hombre ni mujer, pues todos son uno en Cristo Jesús” (Gl 3,28). En otro lugar dice claramente: “en Cristo no hay mujer sin hombre ni hombre sin mujer; como es verdad que la mujer procede del hombre, también es verdad que el hombre procede de la mujer y todo viene de Dios” (1Cor 11,12).

Además de esto, la mujer no dejó de aparecer activamente en los textos fundadacionales. No podía ser diferente, pues siendo lo femenino estructural, siempre emerge de una u otra forma. Así en la historia de Israel surgieron mujeres políticamente activas como Miriam, Ester, Judit, Débora o antiheroínas como Dalila y Jezabel. Ana, Sara y Ruth serán siempre recordadas y honradas por el pueblo. Es inigualable el idilio, en un lenguaje altamente erótico, que rodea el amor entre el hombre y la mujer en el libro del Cantar de los Cantares.

A partir del siglo tercero a.C. la teología judaica elaboró una reflexión sobre la graciosidad de la creación y la elección del pueblo en la figura femenina de la divina Sofía (Sabiduría; cf. todo el libro de la Sabiduría y los diez primeros capítulos del libro de los Proverbios). Lo expresó bien la conocida teóloga feminista E. S. Fiorenza, “la divina Sofía es el Dios de Israel con figura de diosa”(Los orígenes cristianos a partir de la mujer, São Paulo 1992, p. 167).

Pero lo que penetró en el imaginario colectivo de la humanidad de forma devastadora fue el relato antifeminista de la creación de Eva (Gn 2, 21-25) y de la caída original (Gn 3,1-19). Literariamente el texto es tardío (en torno al año 1000 o 900 a.C). Según este relato la mujer es formada de la costilla de Adán que, al verla, exclama: “He aquí los huesos de mis huesos, la carne de mi carne; se llamará varona (ishá) porque fue sacada del varón (ish); por eso el varón dejará a su padre y a su madre para unirse a su varona, y los dos serán una sola carne” (Gn 2,23-25). El sentido originario buscaba mostrar la unidad hombre/mujer (ish-ishá) y fundamentar la monogamia. Sin embargo, esta comprensión, que en sí debería evitar la discriminación de la mujer, acabó por reforzarla. La anterioridad de Adán y la formación a partir de su costilla fue interpretada como superioridad masculina.

El relato de la caída aún es más contundentemente antifeminista: “Vio, pues, la mujer que el fruto de aquel árbol era bueno para comer… tomó del fruto y lo comió; se lo dio también a su marido y comió; inmediatamente se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos” (Gn 3,6-7). El relato quiere mostrar etiológicamente que el mal está del lado de la humanidad y no de Dios, pero articula esa idea de tal forma que revela el antifeminismo de la cultura vigente en aquel tiempo. En el fondo interpreta a la mujer como sexo débil, por eso ella cayó y sedujo al hombre. De aquí la razón de su sumisión histórica, ahora teológicamente (ideológicamente) justificada: “estarás bajo el poder de tu marido y él te dominará” (Gn 3,16). Para la cultura patriarcal Eva será la gran seductora y la fuente del mal. En el próximo artículo veremos cómo esta narrativa machista deformó una anterior, feminista, para reforzar la supremacía del hombre.

Jesús inaugura otro tipo de relación con la mujer, lo veremos también próximamente.

Leonardo Boff – Fe adulta

LA MUJER EN LAS TRES RELIGIONES MONOTEISTAS

Conozco muy superficialmente las tres religiones monoteístas (Judaísmo, Cristianismo, Islamismo) como para hablar con un mínimo de profundidad sobre ciertos aspectos de las mismas y, en este caso que nos atañe, de la mujer. Debo decir también que tampoco soy experto en ninguna otra por lo que al resto de religiones se refiere, como para hacer algún tipo de comparación. Sin embargo, sí que me veo con cierta capacidad para hacer un poco de hincapié en algunos aspectos de las primeras; concretamente del papel de la mujer.

Es más que evidente que la mujer no sale bien parada, que digamos, en las tres religiones monoteístas; pensando en los posibles motivos me ha parecido ver con meridiana claridad que la razón puede radicar en el hecho de surgir ambas de la misma raíz o tener idéntico origen. Para comenzar no es sospechoso que las tres tengan un fundamento clave que es por encima de todo patriarcal: Yahvé, Dios, Alá. Y no se trata de cuestión de nombres, sino de realidades puras y duras que tienen al sexo masculino, en toda plenitud, si se quiere, como fundamento de todo lo que pueda venir después. Normalmente un dios, en los tres casos, que es por encima de todo omnipotente, poderoso, capaz de aniquilar implacablemente a los enemigos, algo propio del guerrero masculino por antonomasia; un dios al que se le nombra con el calificativo de “padre”, no permitiendo que salga para nada la palabra “madre”, aunque sí aparezcan en algunos momentos ciertos aspectos de ella, como que tiene entrañas, por ejemplo; por otro lado, en la religión que lo permite, dentro de las tres, se le representa con la figura de “varón”, normalmente bien plantado y con barba más que poblada. Con estos precedentes no hace falta ser muy avispados para intuir que la mujer lo tiene bastante mal a la hora de ocupar un papel, no ya relevante, sino el que la correspondería como la otra parte equitativa que es de la humanidad. Ello no quiere decir que no haya excepciones. Creo que no es el momento de hacer un recorrido por el Antiguo Testamento, pero encontraríamos casos en que la mujer juega un papel preponderante por su sagacidad, su valor, su coraje u otras virtudes. Se me ocurre pensar, por ejemplo, en el caso de Judit. Sería injusto omitir que en el Antiguo Testamento existen más casos donde la mujer juega un papel de cierta relevancia, pero, con todo ello, es el varón quien realmente se lleva la palma. Si nos adentramos en el Nuevo Testamento nos encontraremos con una situación semejante. Menos mal que Jesús consigue resituarla un poco, ensalzándola y levantándola en cierta manera del profundo hundimiento, heredado del Antiguo Testamento, al que continuaba sometida. Solamente, por citar el caso para mí más flagrante, me gustaría mencionar a la mujer adúltera que el evangelista Juan describe en el capítulo 8. Que yo sepa el adulterio es cosa de dos; ¿por qué el castigo era solamente contra la mujer? Pienso que sobran explicaciones.  

Si nos adentramos dentro del Cristianismo, serían varios los momentos que tendríamos que tener en cuenta. Para comenzar, mencionar simplemente de pasada el papel que en general san Pablo otorga a la mujer: “las mujeres guarden silencio en las iglesias, porque no les está permitido hablar” (1Cor, 14,34); creo que es el texto más claro en este sentido junto con aquel otro en qué dice que “La mujer ha de estar sometida al marido” (Col 3,12-21) Aunque también es verdad que menciona algunas otorgándolas un papel clave en su predicación; tal es el caso de Febe, Priscila, Lidia, etc. Incluso a su favor, por supuesto, está el texto de Gal 3,28 donde pone al mismo nivel a la mujer y al varón “Ya no hay judío ni pagano, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Más tarde, sobre todo las diferentes iglesias surgidas de la Reforma adoptaron un papel más positivo respecto a la mujer; especialmente si nos atenemos a tiempos más recientes. Para no extenderme, simplemente mencionar el acceso al presbiterado y al episcopado de la mujer en ciertas Iglesias Reformadas, frente al inmovilismo tenaz y tozudo del Catolicismo y de las Iglesias Ortodoxas principalmente. Personalmente considero que son migajas que se quiera ver como un paso muy avanzado el hecho que se esté “estudiando” la posibilidad que la mujer pueda acceder al ministerio del Diaconado en la Iglesia católica. Creo que se hace más que urgente que la mujer católica pueda recibir ya el Sacramento del Orden sacerdotal, pues debe tener los mismos derechos y deberes que el varón, no solo porque así es en la sociedad civil, sino porque la comunidad cristiana lo requiere. Y si nos adentramos en la Religión Judía, tal como la viven en la actualidad los judíos ortodoxos, sobra decir que son los varones quienes ocupan el lugar principal de la sinagoga y es única y exclusivamente el Rabino el encargado de leer la Torá y de comentarla o interpretarla, si hubiere lugar. Claro que, si vamos al mundo musulmán, sobra decir que la mujer no “pinta” absolutamente nada en el campo religioso, aunque pueda parecer muy fuerte; existiendo también aquí la separación de sexos, con preeminencia de los varones, siendo el Imán el único encargado de convocar a la oración y dirigirla.   

Precisamente para acabar, dos cosas nada más sobre la mujer en el Islam. No hace falta decir mucho, pues, se ve a toda luz, el hecho que la mujer islámica se encuentra en un estadio de infravaloración que clama al cielo. Más aún, cuando en el Islam el aspecto social y el religioso están tan imbricados que resulta muy difícil saber cuándo actúan por unos motivos o por otros. El Imán es el que interpreta el Corán, dicta las normas, dirige la oración, etc. En la mezquita, hombres y mujeres están separados, entre otros aspectos. Y ya, como colofón, aunque muchos dirán que se trata del tópico de siempre, está el tema del velo o hijab que personalmente lo considero un signo de sumisión claro, evidente y rotundo frente al varón. Me lo dijeron en una ocasión unas monjas de un monasterio contemplativo que decidieron conservar el hábito y quitarse el velo, “porque ellas -cito palabras textuales- no estaban sometidas a nadie ni por nadie”, y el velo lo consideraban como el signo más evidente de dicho sometimiento. Ya no digamos a la hora de desempeñar cualquier tipo de cargo o función en la sociedad en qué viven que les está vedado en la gran mayoría de los casos, por no decir en todos, dependiendo principalmente del lugar. Me parece urgente, necesario y de derecho humano la liberación de la mujer en el Islam de tantas ataduras indignas como la ligan y la someten.

¡Lástima que de un tronco tan pleno de libertad como es el monoteísmo hayan salido unas ramas tan rígidas y con tan poca sabia! Quizás debiéramos recapacitar un poco, pues a lo mejor no hemos sabido o no hemos sido capaces de regar y abonar dicho tronco, como dice la parábola del Evangelio respecto a la higuera.           

Joan Zapatero – Fe Adulta

MUJERES: LA DECISIÓN DE SER LO QUE SOMOS

«Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento»

Decía Eleanor Roosevelt que «nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento». No podemos dar tanto poder a los otros, como para que sean capaces de anularnos, hacernos renunciar a nuestros sueños o limitar nuestros derechos, y mucho menos para que nos roben la decisión de ser lo que queremos ser.

Llega el día de la mujer y se multiplican los actos y las reivindicaciones. Una jornada en la que se habla de lo que no tenemos, de lo que no nos dejan, de lo que nos quitan, de lo que… Es bueno reivindicar y gracias a ello hemos avanzado, pero escuchar siempre con la misma música y movernos todos al mismo ritmo de lo que «somos y no podemos», de lo que «queremos y no nos dejan», de lo que «aspiramos y nos limitan» nos hace perdernos la gran riqueza de lo que somos y tenemos, de lo que hacemos y podemos y de lo que hemos conseguido por nuestros méritos, con nuestras particularidades y con nuestro sello.

No tenemos que esperar a que nos den un papel en la sociedad, en la Iglesia o en donde sea. Tenemos que tomarlo, ejercerlo, vivirlo. Y si no nos dejan, no renunciar. Ser capaces de buscar alianzas, celebrar la vida, crear complicidades y generar alternativas.

Estoy convencida de que hombres y mujeres tenemos la misma dignidad y que eso es indiscutible. Igualmente nadie puede negar que somos diferentes y que eso es una riqueza, y que por lo mismo sería un error querer ser idénticos. Las mujeres tenemos unas características que enriquecen a la sociedad y que solo nosotras podemos aportar. Igualmente, nuestra misión en la Iglesia es muy amplia y va mucho más allá y es mucho más rica que la sola lucha por un tipo de ministerio, el sacerdotal.

Celebrar el día de la mujer, en el año 2018, es una oportunidad para seguir tejiendo un mundo más justo fraterno y solidario; para valorar y reconocernos en lo bueno, grande y bello que tenemos y podemos, y para dejar de dividirnos los unos contra los otros, haciéndonos a la mar, remando todos en la misma dirección, que es la que conduce a la plena realización de todos y cada uno, en un mundo en el que el respeto, la igualdad y la dignidad son el pan nuestro de cada día, porque cada día nos hemos alimentado del pan de la unidad, el servicio y el amor fraterno.

Feliz día de la mujer. Feliz día de la hospitalidad.

Feliz día de la familia humana en la que todos somos iguales en dignidad y cada uno único e irrepetible en su riqueza personal.

Sor Lucía Caram, op – Fe Adulta

DENTRO DE LA IGLESIA, LAS MUJERES SON EXPLOTADAS

«Dentro de la Iglesia, las mujeres son explotadas», denuncia ‘Mujeres Iglesia Mundo’, un suplemento mensual del diario vaticano, L’Osservatore Romano, que en su edición de marzo ha publicado un artículo en el que denuncia «la explotación generalizada de las monjas en la Iglesia Católica con trabajos sin paga o sueldos muy bajos», reclamando que la jerarquía eclesiástica debería dejar de tratarlas como simples sirvientes.

La publicación sostiene que muchas religiosas trabajan como cocineras, limpian o solamente se dedican a servir la mesa a cardenales, obispos y sacerdotes.

«Algunas sirven en casas de obispos o cardenales, otras en las cocinas de instituciones eclesiásticas o enseñan. Algunas, como sirvientas de los hombres de la iglesia, se levantan por la mañana a preparar el desayuno y se van a dormir después de servir la cena, asear la casa y lavar y planchar la ropa», subraya el artículo, que cita a la ‘hermana María’ quien describe cómo las religiosas sirven al clero, pero «rara vez son invitadas a sentarse en las mesas que sirven».

«Hasta ahora nadie ha tenido el valor de denunciar estas cosas», subraya Scaraffia. «Tratamos de dar una voz a quienes no tienen el valor de decir estas palabras» públicamente. «Dentro de la iglesia, las mujeres son explotadas», dijo.

En muchos casos las monjas, que toman votos de pobreza, no reciben una paga porque son miembros de órdenes religiosas femeninas y son enviadas a las residencias de funcionarios varones de la Iglesia como parte de sus asignaciones.

En el pasado, la mayoría de las monjas que trabajaban como ayuda doméstica en residencias dirigidas por hombres o instituciones como seminarios eran ciudadanas locales. Pero en los últimos años, muchas han llegado de África, Asia y otras partes del mundo en desarrollo.

Otra religiosa denunció que conocía a unas hermanas que tenían doctorados en campos como teología y que, sin ninguna explicación, habían recibido órdenes de realizar tareas domésticas u otras labores que «no guardaban relación con su formación intelectual».

Las experiencias de esas monjas, dice el artículo, podrían transformarse «en una mayor riqueza para toda la Iglesia, si la jerarquía masculina lo ve como una ocasión para una verdadera reflexión sobre el poder (en la institución)».

Jesús Bastante – Religión Digital

Historia del día Internacional de la Mujer. Enlace

Documentación:  María, mujer fuerte. Salomé Arricibitia

Documentación:  A la Hora de la Brisa. Miguel Ángel Mesa Bouzas

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