… descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos…

Meditación para el Sábado Santo: La actitud receptiva
Vivimos en una sociedad en la que prima el activismo, y se valora a las personas por lo que hacen o pueden hacer. Se ha llegado a excluir del trabajo a los que pasan de cierta edad porque pueden ser menos rentables, y así se ha llegado a producir una atrofia social.
Desde una perspectiva espiritual, arrastramos una cultura moralista. Nos valoramos personalmente por lo que hacemos o dejamos de hacer, en vez de partir del hecho sobrecogedor de lo que somos por voluntad de Aquel que nos ha creado a su imagen y semejanza.
Deseo ahondar en la realidad que soporta nuestra identidad para poder crecer sobre el sólido cimiento del ser que somos.
Si rastreamos los momentos más importantes de la Historia de Salvación, sorprende comprobar que, en el momento de la creación, el relato bíblico, a la hora de describir el origen de la humanidad, hombre y mujer, aluda explícitamente al vacío del costado de Adán, del que el Creador hace a la mujer, madre de los vivientes, sujeto fecundo, por albergar en su seno la semilla de la vida.
Al sumar los distintos pasajes de la historia de salvación, al descubrir la coincidencia de la presencia de la mujer en los momentos más emblemáticos, como fue la creación, la encarnación, la recreación, la Pasión, La Cruz, la Pascua, Pentecostés, y la espera definitiva del Señor, me permito intuir un posible sentido de la presencia del sujeto femenino en toda la historia de salvación, no tanto como protagonista sexuado, sino como prototipo de sujeto capaz de albergar el don de la vida, actitud de pasividad, de receptividad, actitud necesaria para la fecundidad.
La imagen de la presencia de la mujer significa la actitud necesaria para acoger el don que Dios tiene dispuesto para cada ser humano desde antes de ser concebido y durante lo largo de toda su vida, en los momentos más emblemáticos y definidores de su historia personal de salvación.
La Iglesia y la piedad cristiana, el Sábado Santo, único día en el que no hay celebración de la Eucaristía, día vacío, dedican la jornada especialmente al acompañamiento de María, la madre Dolorosa, la Mujer que estrena su nueva vocación frente al vacío que ha dejado en su corazón la muerte de su Hijo, al convertirse en madre de todos los hombres.
No puede ser insignificante la sucesión de tantos textos bíblicos y la coincidencia en todos ellos del binomio vacío – mujer en los momentos más transformadores de la historia. Aplicados a la vida de cada persona, se convierten en luz reveladora de la actitud necesaria para personalizar el plan de Dios, para participar del don divino de la filiación y de la posible llamada al seguimiento.
Somos porque hemos sido creados, porque hemos sido engendrados. Nada hemos hecho para nacer. Hemos sido bautizados, se nos ha regalado el don de la fe. “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido”, dice Jesús. María, en la Anunciación, recibe el saludo del Ángel como “amada de Dios”. Hemos sido perdonados, redimidos, santificados. En definitiva, toda nuestra identidad mayor es por la gracia recibida, por los dones gratuitos, que, como acontece en la mujer, deberemos gestar, ensanchando la capacidad, por el deseo y por la obediencia. Nos corresponde la postura y actitud que tuvo María: “Hágase en mí según tu Palabra”.
¡Cuán triste es, Dios mío; La vida sin ti! Ansiosa de verte Deseo morir. Carrera muy larga Es la de este suelo, Morada penosa, Muy duro destierro. ¡Oh dueño adorado, Sácame de aquí! Ansiosa de verte Deseo morir. … La vida terrena Es continuo duelo; Vida verdadera La hay sólo en el cielo. Permite, Dios mío, Que viva yo allí. Ansiosa de verte Deseo morir. … | Mi alma afligida Gime y desfallece. iAy! ¿Quién de su amado Puede estar ausente? Acabe ya, acabe Aqueste sufrir. Ansiosa de verte Deseo morir. … Haz, Señor, que acabe Tan larga agonía, Socorre a tu sierva Que por ti suspira. Rompe aquestos hierros Y sea feliz. Ansiosa de verte Deseo morir. |
Texto encontrado en internet

SOLEDAD ESPERANZADA
En el Sábado Santo la comunidad cristiana vela junto al sepulcro.
Callan las campanas y los instrumentos. Es día para profundizar. Para contemplar. Un día de meditación y silencio. El dolor es, muy grande. Es el día de la ausencia, del reposo, de la esperanza, de la soledad. El día del silencio lleno de esperanza.
Dios ha muerto. Ha vencido con su propio dolor el mal de la humanidad.
El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado.
No es un día vacío en el que «no pasa nada». Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo donde puede bajar una persona.
Y allí junto a Él, como su Madre María, como la Iglesia, como la esposa,… entre el Viernes y el Domingo, nos detenemos en el sepulcro. Callados, como Él.
Es el desamparo, la pequeñez, la desolación quien habla hoy. En el sepulcro encuentro a la madre, al padre sin trabajo, al joven sin futuro, al abuelo abandonado, a las jóvenes engañadas y explotadas sexualmente tras la promesa de un trabajo, de un futuro mejor, al niño soldado, al explotado por las grandes multinacionales, que no le ven, que no tienen mirada, ni tampoco corazón,…
Jesús al pasar por el sepulcro asume todo lo humano, hasta el misterio de la muerte que nos hace temblar. “NO TIEMBLE VUESTRO CORAZÓN, VOY A PREPARAROS UN LUGAR”.
Entre el Viernes y el Domingo, Jesús baja al Sheol, a nuestras heridas, a nuestras soledades, a nuestras muertes.
La soledad de Jesús ilumina nuestra soledad, si nos dejamos. Toda desolación puede ser lugar de posibilidad, toda crisis, puede hacernos crecer. Reconocer y acoger nuestras dudas, fracasos, opacidades, soledades.
Hace falta mucha fe para creer, después de haber visto la sangre y el agua brotando de su costado, de haberle descendido de la cruz, de haberle depositado en el sepulcro, hace falta mucha fe para creer que RESUCITARÁ. Que a estas certezas de muerte les seguirá la VIDA.
Tienen que trascurrir paso a paso, minuto a minuto, las horas del viernes, el día y la noche del sábado, antes del amanecer del tercer día. Sentir la soledad, que no la desesperación; saber que ese sentimiento de soledad es por amor al Padre, y no importar por ello, ni el tiempo ni la intensidad, porque lo que importa es el AMOR. Amor solidario y obediente.
En el descenso a los Infiernos no hay actividad alguna, entre los muertos no hay comunicación viva, hay… muerte, es una auténtica soledad, un abandono extremo, una gran impotencia.
En la mañana del Sábado Santo estamos invitados a “bajar a los infiernos”, la Iglesia está invitada a “bajar a los infiernos” para encontrar al Dios de la VIDA.
Si el grano de trigo, no muere en la tierra
es imposible que nazca fruto
aquel que da, su vida para los demás
tendrá siempre al Señor.
Mª Victoria Alonso CM
CON MARÍA FIRMES EN LA FE Y EN LA ESPERANZA
Hoy no meditamos un evangelio en particular, puesto que es un día que carece de liturgia. Pero, con María, la única que ha permanecido firme en la fe y en la esperanza después de la trágica muerte de su Hijo, nos preparamos, en el silencio y en la oración, para celebrar la fiesta de nuestra liberación en Cristo, que es el cumplimiento del Evangelio.
La coincidencia temporal de los acontecimientos entre la muerte y la resurrección del Señor y la fiesta judía anual de la Pascua, memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto, permite comprender el sentido liberador de la cruz de Jesús, nuevo cordero pascual cuya sangre nos preserva de la muerte.
Otra coincidencia en el tiempo, menos señalada pero sin embargo muy rica en significado, es la que hay con la fiesta judía semanal del “Sabbat”. Ésta empieza el viernes por la tarde, cuando la madre de familia enciende las luces en cada casa judía, terminando el sábado por la tarde. Esto recuerda que después del trabajo de la creación, después de haber hecho el mundo de la nada, Dios descansó el séptimo día. Él ha querido que también el hombre descanse el séptimo día, en acción de gracias por la belleza de la obra del Creador, y como señal de la alianza de amor entre Dios e Israel, siendo Dios invocado en la liturgia judía del Sabbat como el esposo de Israel. El Sabbat es el día en que se invita a cada uno a acoger la paz de Dios, su “Shalom”.
De este modo, después del doloroso trabajo de la cruz, «retoque en que el hombre es forjado de nuevo» según la expresión de Catalina de Siena, Jesús entra en su descanso en el mismo momento en que se encienden las primeras luces del Sabbat: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,3). Ahora se ha terminado la obra de la nueva creación: el hombre prisionero antaño de la nada del pecado se convierte en una nueva criatura en Cristo. Una nueva alianza entre Dios y la humanidad, que nada podrá jamás romper, acaba de ser sellada, ya que en adelante toda infidelidad puede ser lavada en la sangre y en el agua que brotan de la cruz.
La carta a los Hebreos dice: «Un descanso, el del séptimo día, queda para el pueblo de Dios» (Heb 4,9). La fe en Cristo nos da acceso a ello. Que nuestro verdadero descanso, nuestra paz profunda, no la de un solo día, sino para toda la vida, sea una total esperanza en la infinita misericordia de Dios, según la invitación del Salmo 16: «Mi carne descansará en la esperanza, pues tu no entregarás mi alma al abismo». Que con un corazón nuevo nos preparemos para celebrar en la alegría las bodas del Cordero y nos dejemos desposar plenamente por el amor de Dios manifestado en Cristo.
P. Jacques PHILIPPE
SÁBADO SANTO
El oficio del sábado de Pasión canta: «Has descendido a la tierra para salvar a Adán y, al no encontrarlo, has ido a buscarlo hasta los infiernos”. Cristo desciende para abrir todo lo cerrado e iluminar las sombras. Él se hace por su Encarnación el Dios que desciende siempre más abajo, presente en la más honda desesperanza humana.
Podemos hacer más viva nuestra fe en que Dios, en su Hijo, no está ausente de ningún lugar, incluso de aquellos de los que la violencia, el odio o el sin sentido parecen excluirle y que se manifiestan a escala mundial.
Pedir que esta fe cambie nuestra actitud cuando nos encontramos ante situaciones en las que nos parece que todo está definitivamente bloqueado y tenemos la sensación de que todo está perdido y que ya no hay salida. Dejar que la afirmación del Credo “descendió a los infiernos” nos comunique esa energía que nos sostiene y nos libra de la tentación de desánimo y desesperanza. Dejarnos agarrar por la mano tendida del Resucitado, precisamente cuando nos parece que hemos llegado al límite de nuestras fuerzas
Dolores Aleixandre
Documentación: Sabat Mater – Lope de Vega
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