Bajaron a Jesús de la Cruz y depositaron su cuerpo en los brazos de su madre.

Después, siguendo el rito judio lo enterraron en un sepulcro cercano. Era un sepulcro nuevo…
Jesús, como el junco azotado por la tormenta, yace en su tumba y los apóstoles creen que todo se acabó. Todo el día del sábado su cuerpo descansa en el sepulcro.
Es un día de luto inmenso, de silencio y de espera.
En medio del dolor, del desconcierto, del silencio, de la espera somos invitados a cultivar nuestra vida espiritual, a reavivar nuestra fe, a poner los cimientos imprescindibles para que podamos experimentar la íntima presencia de Dios Padre y percibir que él obra en nuestra vida personal y conduce con amor la historia de la humanidad.
La oración, la experiencia de desierto, la introspección… son hoy más necesarios que nunca para poder sustentar la vida de fe, esperanza y caridad.
Como en tantas ocasiones hoy le pediríamos al Maestro “Enséñanos a orar”, le gritaríamos “¿no ves que nos hundimos?”, Maestro, Maestro,… pero el Maestro yace en su tumba y parece que todo se acabo.
¡Enséñanos a orar!
Y ahí está María, en aquel rincón, acompañada de las mujeres. Sus ojos llorosos, su semblante de dolor, las manos temblorosas, pero hay algo, algo que nos transmite paz, ¿pero, qué es?
Me voy acercando al grupo de las mujeres, me voy acercando a María, a su dolor, a su soledad.
María ¡Enséñanos a orar!, enséñanos a confiar en el Padre, a sufrir con paz, a seguir adelante aunque no entendamos, a guardar sus palabras, la voluntad del Padre, en nuestro corazón. María ahoga nuestra sed de venganza y aviva nuestra fe, nuestra esperanza, reanima este amor que aparece agotado.
“Una espada de dolor atravesará tu corazón” María del amor, del dolor, de la esperanza, dame tu fuerza, tu sencillez, tu confianza. María, enséñanos a orar.
Mª Victoria (Charo) Alonso CM

Más lejos, tenéis que ir más lejos
de los árboles caídos que ahora os aprisionan,
y cuando lo hayáis conseguido
tened muy presente no deteneros.
Más lejos, id siempre más lejos,
más lejos del presente que ahora os encadena,
y cuando os sintáis liberados
emprended otra vez nuevos pasos.
Más lejos, siempre mucho más lejos,
más lejos del mañana que ya se está acercando.
y cuando creáis que habéis llegado
sabed encontrar nuevas sendas. (Viaje a Itaca.)
SOLEDAD DE MARÍA
“Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, María la Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y al lado al discípulo predilecto dice a su Madre:
—Mujer: Ahí tienes a tu hijo.
Luego dice al discípulo:
— ahí tienes a tu Madre.
Y desde aquel momento el discípulo la acogió como la suya propia»
Juan. 19, 25-27
María Junto a la cruz, María, compañera del CAMINO SINODAL de la Iglesia más que un recuerdo, es la presencia solidaria y fiel de la Mujer, de todas, de manera especial, de las discípulas del Maestro, ennoblecida por el carácter definitivo de la que es llamada con razón La Madre.
Es ella el consuelo y la fortaleza en esta hora dramática que vive la humanidad.
Ella es la madre del Verbo hecho carne, ella el testimonio privilegiado del silencio de la infancia y de la juventud del hijo, ella, la que abre el ministerio del Salvador con su presencia en Caná de Galilea, revelada allí como la que nos instruye con su testimonio de fe y nos sigue exhortando a “hacer lo que él diga”para que se siga realizando el Reino, la vida, la esperanza, la presencia del Señor.Qué bien nos lo enseñó el Papa Francisco en la Jornada de la Juventud en Panamá, hace unos años:
Contemplamos a María, mujer fuerte. De ella queremos aprender a estar de pie al lado de la cruz. Con su misma decisión y valentía, sin evasiones ni espejismos. Ella supo acompañar el dolor de su Hijo, tu Hijo, Padre, sostenerlo en la mirada, cobijarlo con el corazón. Dolor que sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que sostiene y acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza.
Nosotros también, Padre, queremos ser una Iglesia que sostiene y acompaña, que sabe decir: ¡Aquí estoy! en la vida y en las cruces de tantos cristos que caminan a nuestro lado.
En María aprendemos la fortaleza para decir “sí” a quienes no se han callado y no se callan ante una cultura del maltrato y del abuso, del desprestigio y la agresión y trabajan para brindar oportunidades y condiciones de seguridad y protección. En María aprendemos a recibir y hospedar a todos aquellos que han sufrido el abandono, que han tenido que dejar o perder su tierra, sus raíces, sus familias, su trabajo.
Padre, como María queremos ser Iglesia, la Iglesia que propicie una cultura que sepa acoger, proteger, promover e integrar; que no estigmatice y menos generalice en la más absurda e irresponsable condena de identificar a todo emigrante como portador del mal social.
De ella queremos aprender a estar de pie al lado de la cruz, pero no con un corazón blindado y cerrado, sino con un corazón que sepa acompañar, que conozca de ternura y devoción; que entienda de piedad al tratar con reverencia, delicadeza y comprensión.
Queremos ser una Iglesia de la memoria que respete y valorice a los ancianos y reivindique el lugar que tienen como custodios de nuestras raíces. Padre, como María queremos aprender a estar.
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