Vida eremítica urbana desde mi comunidad en la ciudad

“No se conocen los inmensos tesoros que hay escondidos en una vida solitaria, quieta, pacífica y contemplativa, sino mirándolos por un alma contemplativa desde el mundo” (Cta. 49,1).
Por eso para nosotras, la contemplación -don gratuito del Espíritu- equivale a descodificar la realidad en clave de Evangelio, viviendo muy atentas a la escucha de la Palabra, con fe y confianza, para ver siempre en ella la presencia de Dios. Nos dice Francisco Palau que esta presencia se nos revela constantemente en nuestros hermanos, lo que nos hace muy sensibles a sus sufrimientos, necesidades, inquietudes y problemas y nos empuja a ser coherentes, solidarias con ellos, a ponernos de su lado, porque la contemplación no es solo descubrir la presencia de Dios en el otro (“a mí me lo hicisteis”), sino también una llamada a luchar en su favor (“lo que hicisteis”). Él se nos hace presente en el camino, cuando alguien se nos acerca con la urgencia de ser escuchado, con quien está solo y marginado, con el que tiene hambre y sed de justicia o con el que es perseguido injustamente… “Cuida de la Iglesia, enjuga sus lágrimas, consuélala en sus aflicciones, alivia sus pesares…” (Mis. Rel. 1:31 pág. 746). Una soledad equilibrada surge de una saludable visión de la realidad. La sabiduría del desierto, también es en la actualidad la sabiduría de la ciudad. Ser contemplativo en los grandes desiertos urbanos. Lanzarse a un viaje del corazón a través de la oscuridad y de lugares desolados, en el desierto y en la ciudad; lugares donde la vocación se fortalece.


El silencio nos conduce a encontrarnos con nosotros mismos, en el templo de la propia interioridad. Se nos ofrece como un auténtico programa de vida, consiste en retornar al origen profundo de tu ser, en permitir a Cristo que sea auténticamente el centro de tu vida. Es en esta vida real de cada día donde Él se encarna, es un ir transformando el corazón en una morada donde su silencio y el diálogo de amor, se hace presencia en el misterio; es lo que te hace sensible a las urgencias de los demás. “Para vivir como anacoreta, solitario o ermitaño, no necesitaba de edificios que presto iban a desplomarse” (V. Solitaria pág. 242,2).
Nadie puede sospechar lo que se encierra de sublime en el espacio limitado por las paredes de una pequeña habitación, una misma se sorprende de lo que se puede vivir desde la soledad dentro de una ciudad moderna. El Espíritu que hace nuevas todas las cosas, humaniza el corazón contemplativo haciéndolo más fraterno, solidario y acogedor. “Lloro con los que lloran y sufro con los que sufren” (Mis Rel. 9, 5 pág. 827).

Francisco Palau durante el retiro de verano en el Montsant decide redactar un reglamento (constituciones), que haga innecesaria su intervención directa y continua. Firmadas en Montsant el día de nuestro Padre San Elías, 20 de Julio de 1851. Le escribe a Juana Gratias mandándole una copia (Ct. 6.1 ; pág 1000 de los Escritos), te invito a leer la carta entera. Tienen como título “Las Doncellas pobres”: sus Reglas y Constituciones; se evita el nombre de “religiosas”. Es una regla de vida evangélica, donde lo que cuenta es el espíritu, no la letra. En estas primeras Constituciones en el apartado: Constitución sobre vida solitaria, ya nos orienta a poder disponer de lugares aptos para vivir experiencias de apertura al Espíritu y crecimiento interior… Nos dice en el nº 36 pág. 1318 de los Escritos: “En las casas mismas de las Hermanas habrá un cuarto o una habitación destinada para vida solitaria y contemplativa. Si el lugar lo permite, en el huerto de la casa se construirá una celda o ermita en el lugar más solitario”. Actualmente intentamos ofrecer estos lugares a todas las personas que sienten la inquietud de discernirse desde “dentro” y abrirse a la acción de Dios.
Hna Francisca Esquius cm
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